martes, 10 de mayo de 2011

Relatos: Barcinova (III) Reino Oculto

El Primer Nivel de Edificación, la parte más podrida de Barcinova, lo poco que se salvó de la antigua ciudad que fue Barcelona. La polución ha enfermado los materiales de construcción hasta convertir lo que fue una transitada calle peatonal en una charca de asfalto semilíquido sobre la que chapotear más que andar. Flota en el aire un hedor a podredumbre, a excrementos tóxicos, a suciedad secular, a soledad de moribundo. Muchas de las estrechas calles que formaban el Barrio Gótico, rodeando la antigua catedral católica, están ahora impracticables. Sus construcciones se han derrumbado, anegando por completo de ruinas y cascotes las angostas calzadas. Solo un puñado de edificios se mantienen erguidos en medio del desastre, desafiando al tiempo, la concatenación de cataclismos y el devastador efecto de la lluvia ácida, conservados y rehabilitados por los invisibles pobladores del solo aparentemente deshabitado Nivel.

Uno de estos edificios fue antes museo arqueológico y está adosado al último paño de pared que queda en pie de la muralla romana, milenaria superviviente de todas las devastaciones imaginables. Junto a la recia puerta de entrada de madera claveteada, una discreta placa de metal dorado con letras grabadas en rojo: “ARCADIA”.

En los completos archivos de la Secretaría del Consejo de los Cien consta la existencia de una Asociación Cultural llamada ARCADIA, dedicada según declaración jurada de sus fundadores al estudio y conservación de las viejas tradiciones agrícolas y pastoriles perdidas por la desertización, que ha acabado por esterilizar completamente casi todo el suelo del planeta, y por el desarrollo de técnicas de sintetización de nutrientes que hacen innecesario producir alimentos biológicos. Consta en esos mismos archivos que la asociación se subdivide en Fraternidad del Arado dirigida por un Sembrador y Hermandad de la Guadaña comandada por un Segador. Ambos cargos, mera representación simbólica de los olvidados ciclos de la cosecha, son vitalicios. Sembrador y Segador reunidos conforman el máximo órgano rector de la entidad, la Junta de Plantadores.

Los archivos de Consejo de los Cien son exactos pero terriblemente incompletos. ARCADIA no solo se dedica a estudiar el pasado, procura enmendar el presente para asegurar y mejorar el futuro. Siembra buena semilla y la cuida para que crezca y se multiplique en el ambiente hostil de la ciudad corrupta, y también siega cuando conviene las malas hierbas que podrían ahogar el recién nacido plantío hasta convertirlo en estéril yermo. ARCADIA, poco a poco, lenta pero inexorable, discreta pero decidida, ha ido formando un Reino Oculto paralelo al Estado oficial.

II
¿Tienes miedo, Kira? Una veterana de guerra como tú no debiera tenerlo. Has visto y sufrido en tu propia carne lo que la barbarie deshumanizada de la masa convertida en tropa es capaz de hacer, ¿te vas a asustar ahora de unos cuantos sillares de piedra maciza, por fríos y tenebrosos que sean? No deberías, Kira, tú sabes que no. Además, has venido aquí voluntariamente, ¿no es así? Has sido tú quien ha pedido ser recibida y admitida. Tal vez sea ésta tu última oportunidad en Barcinova antes de marchar al destierro voluntario o caer en alguna solución desesperada como la piratería o las sectas. La vida no te ha sonreído precisamente desde tu regreso del frente, malherida y expedientada, ¿verdad?

No, la vida no te ha sonreído en absoluto, bien al contrario, te ha mostrado su más hosca y burlona faz. Licenciada con Deshonor. Esas tres palabras escritas al final de tu expediente militar te han cerrado todas las puertas. El servicio público es el único camino hacia la Ciudadanía, hacia la Cúpula, y el camino te ha sido vetado. En el Reino de Aragón el interés colectivo está y estará siempre por encima de cualquier interés o conveniencia personal, y el fracaso expresado en esas tres palabras es inaceptable ¿Quién se fiará de ti? No has sido capaz de llevar a término la misión encomendada, misión por la que hubieras debido sacrificar todo, incluso tu patética vida, ¿Qué otra misión va a encargarte nadie, cual será lo bastante fácil y anodina como para que no importe si la realizas bien o mal? Se te han cerrado para siempre las puertas de la Cúpula, y no solo eso, te has condenado tú misma a ser una marginada, una paria social relegada a los primeros niveles y los trabajos que nadie más quiere. Trapicheas, malvives como una mendiga mal alimentada. Alguien te habló de ARCADIA, te dijo que tal vez, solo tal vez, pudieras ser recibida y amparada en su seno, que a cambio debías ofrecer plena dedicación. Esas dos palabras resuenan en tu mente. No paras de darles vueltas mientras esperas ser llamada. Plena dedicación es una ambigua expresión que dice mucho y nada a la vez. Plena dedicación puede incluir lo que eres y todo lo que tienes. Sonríes mientras las lágrimas afloran a tu rostro. Nada tienes, y si algo eres es una pordiosera. Que se lo queden todo, no tienes nada. Ni siquiera ya nada que perder.

III
La puerta de madera centenaria se abre de pronto, interrumpiendo tus cavilaciones. Dos acolitas angelicalmente vestidas de blanco te franquean la entrada a la gran Sala Sacra. El espacio rectangular acoge las grandes reuniones y actos solemnes de la entidad, allí se juntan en asamblea todos los miembros cuando el caso lo requiere. Los del Arado a la derecha, bajo el Sol de Oro. Los de la Guadaña a la izquierda, bajo la Luna de Plata. A lo largo de la pared del fondo hay un enorme tapiz con aspecto antiguo: Un arado y una guadaña cruzados en aspa en sus puntos medios, entrelazados por los tallos de rojas amapolas. Bajo el tapiz, un único y enorme mueble en forma de triángulo equilátero, tallado en oscura madera de nogal, se apoya en el suelo de mármol y eleva su vértice hasta media pared. En el triángulo hay tres sitiales. Uno arriba, justo bajo el vértice, y otros dos uno a cada lado de éste, metro y medio por debajo. Ahora, solo uno de los tres está ocupado, el más elevado y mejor labrado.

Se sienta allí un hombre menudo pero fibroso, con fuerte voluntad reflejada en el brillo de sus ojos ambarinos y el rictus decidido de su boca imperiosa. El hombre que será tu amo, Kira, lo sabes, ¿verdad? Le reconoces de vista. Un nombre, su nombre, acude a tu mente. Emiric. Uno de los Cien. Uno de los pocos que vive bajo la Cúpula. El que se ha mantenido firme en las sombras mientras brillantes pero falsas luces de igualmente falsas creencias extendían sus alas de buitre hambriento sobre la ciudad. El que ha crecido en valor y determinación a medida que sus enemigos crecían en prestigio y poder. El creador de ARCADIA, que ocupa el cargo de Cosechador, cargo que no consta en los archivos siendo realmente el principal. Emiric, Regente del Reino Oculto.

A sus pies, sentada en el suelo meciendo dulcemente una cuna mientras canturrea una antiquísima nana con los ojos entrecerrados, está Negrella, quien parece haber perdido por completo la razón. Conoces su historia, Kira, aunque sea la primera vez que la ves. Incapaz de asimilar que todo el que la ama muera, su negro destino, al que solo Emiric parece inmune, Negrella, madre de la Diosa, se ha refugiado en un paraíso artificial creado por su mente enferma. La Niña Diosa… No está ya en la cuna, como Negrella parece creer. Aidaria tiene diez años y se sienta con descaro en uno de los brazos del sitial ocupado por su padrastro, dejando colgar descuidadamente las piernas. Está completamente desnuda, a excepción de los signos cabalísticos pintados con tinta roja sobre su nívea epidermis y de la larga cabellera que le llega hasta las rodillas, cubriendo con ella, como nueva Lady Godiva, sus zonas pudendas. A los catorce meses, cuando en teoría no sabía hablar, se descolgó una tarde recitando de corrido párrafos enteros del Libro de Zohar en hebreo, y fórmulas olvidadas de los Misterios Eleusinos en griego antiguo. A los dos años justos, cuando también en teoría aún no sabía escribir, Emiric descubrió que la niña llevaba un cuidadoso diario personal de su vida en curiosa mezcla de sánscrito con jeroglíficos olmecas. La pequeña Aidaria ha sido instruida en artes y en ciencias por los mejores maestros disponibles, en un intento por transmitirle en apenas ocho años todo el saber acumulado durante generaciones, desde la anatomía patológica hasta la ingeniería aeronáutica, desde la filosofía clásica hasta los conocimientos gnósticos y cabalísticos. Emiric ha decidido que debe completar su instrucción antes de los trece años. Porque cuando Aidaria llegue a la pubertad, se supone, alcanzará la plenitud de sus capacidades, y debe estar preparada.

-Así que deseas ser Súbdita del País de la Penumbra

Emiric habla despacio, moviendo apenas la boca entreabierta en una sonrisa que tiene mucho de cínica. Sus ojos clavados en los tuyos te aturden un poco ¿verdad? Es como si un scanner te examinara. Caes de rodillas ante el trono, cabizbaja, y te alegras de poder apartar así su mirada de ti.

-Sí. Acógeme y te serviré bien y fielmente en próximas cosechas…

-Te has aprendido la fórmula ritual… Conozco por qué vienes a mí. Me gustaría que me explicaras por qué debo admitir a una traidora.

Esa palabra, traidora, te remueve dolorosamente las entrañas. Alzas el rostro y te encaras de nuevo con él, iracunda, ya sin temor.

-Soy muchas cosas pero no una traidora. ¿Traidora a qué o a quién?

-A tus compañeros según parece. Asesinaste a dos de ellos a sangre fría. Por eso se te licenció con deshonor de la hueste. Solo anteriores méritos de guerra impidieron tu ejecución…

La risa acude para tu propia sorpresa. Una risa quebradiza y triste.

-No me ejecutaron, no, me convirtieron en una muerta en vida. Hubiera sido mejor lo otro, al menos más rápido... Respecto a esos hombres que maté, solo fue uno en realidad. Y aunque sirvieran en la hueste no eran mis compañeros.

Emiric echa fuego por sus pupilas y agarra los pomos plateados de los brazos de su sitial con gesto agarrotado. Está furioso.

-Hablas demasiado orgullosamente para hallarte en la situación en que te hallas. Has cometido una terrible falta, y ni siquiera muestras contrición ni arrepentimiento. Lejos de eso te regodeas en tu delito, presumes de él. No eres nada, menos que nada, y no lo serás nunca. ¡Vuelve al lodo de donde no debiste salir!

Emiric no necesita siquiera hacer un gesto para que las dos acolitas que te abrieron la puerta acudan presurosas. Te incorporas con un salto felino, temiendo ser atacada por ellas, y jurándote que te irás por tu propio pie pero no permitirás ser expulsada violentamente. De pronto una voz dulce pero firme resuena en la sala.

-Me gusta.

Emiric gira la cabeza estupefacto, y las acolitas detienen su carrera y se dejan caer de bruces al suelo como si hubieran sido fulminadas. Son rarísimas las ocasiones en que la Niña Diosa habla en público.

-Perdona… ¿Qué has dicho? – pregunta un Emiric titubeante.

Aidaria mira a su padrastro con gesto cansino, y luego gira de nuevo su rostro hacia ti. Su mirada gris acero brilla cual plata bruñida.

-Que me gusta. Habla con verdad. Será una buena segadora.

Emiric duda apenas cinco segundos, y luego, vuelto hacia ti, parece resignado aunque no convencido. Pero recita su parte de la fórmula.

-Te recibo en la Hermandad de la Guadaña. Solo a ella servirás de hoy en adelante hasta el fin de tus días. Que la siega sea fructífera, y la cosecha abundante, hermana.

No hay felicitaciones, ni bienvenidas, ni una sola palabra amable. Emiric no lo tiene claro y solo por no contrariar a la Niña Diosa, algo impensable, ha aceptado. Pero Kira, fíjate bien… ¿Es una torva sonrisa eso que dibuja la párvula boquita de Aidaria?


2 comentarios:

Doctora Anchoa dijo...

Me gusta tu relato. Pero eso de haber derruido el barrio gótico... madre mía, eso es crueldad.

pseudosocióloga dijo...

Lo realmente gótico aquí es el relato, pero, no sé, se me escapa algo.