lunes, 31 de octubre de 2011

Última mirada al otoño

La señora, aunque bien conservada, pasaba de los ochenta años. Caminaba lentamente, apoyada en un bastón, aunque con paso decidido, ayudada por su hija y una cuidadora sudamericana. Las habíamos visto salir a las tres, mucho antes que nosotros, que aún tardamos en finiquitar el copioso desayuno del hostal, y no creímos que la anciana fuera capaz de llegar andando, como había asegurado que haría, hasta el mirador, al que se llegaba por un camino de fuerte pendiente, con una subida de casi ochocientos metros desde el nivel del pueblo. Nos equivocamos, sin embargo, porque allí estaban ya las tres, en la última rampa del camino de tierra, justo antes del amplio balcón con barandilla de madera que formaba el mirador.

Las fuerzas de la señora, sin embargo, flaquearon, esa última rampa es muy inclinada y dura de subir, incluso para los jóvenes, y ella jadeó, incapaz de continuar. Se sentó en una roca al lado del camino, y miró a sus acompañantes con cara de circunstancias. “Continuad vosotras, yo no puedo llegar…” La hija negó con la cabeza. “Estás tan cerca, mamá, y has puesto tantas ganas”  Su madre, triste y cariñosa, tomó la mano de la hija. “Las ganas las tengo, hija, lo que no tengo son las piernas… Pero tranquila, sube y mira tú por mí”

Elma, claro, no podía permitir algo así, que ya nos conocemos, y lo de ser un ángel de luz es lo que tiene… Acercándose a ellas, sin contar conmigo para nada, pero dando por supuesto que la seguiría en todo, le dijo a la hija “¿Quieres que te ayudemos? Entre los cuatro podremos…” La hija asintió, encantada con la idea, y aunque la anciana hizo un breve inicio de protesta, entre los cuatro, a saber, la hija, la cuidadora, Elma y yo, la subimos prácticamente a la silla de la reina hasta el mirador.

El espectáculo desde allí es imposible que pueda describirlo con palabras. Frondosos bosques rodeaban la colina por todos lados. Miles de árboles tenidos de ocre, a los que el sol arrancaba irisaciones doradas, como si las copas fueran de oro, formaban un paisaje de pintura barroca. La mañana estaba fría, pero calmada, sin una sola ráfaga de aire, y el sol, ese sol mediterráneo, iluminaba la escena, que parecía un bajorrelieve formado con panes de oro.

La señora, sentada de nuevo en una roca, contemplaba la escena fijamente, sin pestañear, como si quisiera grabarla en su mente para no olvidarla jamás. De pronto, dejó caer la cabeza hacia adelante, hacia las manos apoyadas en el pomo de su bastón, y se puso a llorar. Elma, muy cerca de ella, pasó una mano por los cabellos de plata, y le dijo “Mujer, ya sé que el paisaje es muy bonito, pero no se emocione tanto, que a su edad hay que vigilarse…” La anciana cogió la mano de Elma y se la besó con ternura. Luego, ya sin llorar, aunque con los ojos humedecidos, le dijo “No, hija, no lloro por el paisaje, con lo bonito que es. Lloro porque sé que es la última vez que voy a verlo,”

Han pasado días, ahora no estamos rodeados de bosques sino de edificios, y nuestro plácido pasear se ha tornado en frenético deambular de casa al trabajo y del trabajo a casa, pero ni Elma ni yo hemos podido quitarnos a la anciana de la cabeza.

La imagen que ilustra el artículo, "Bosque en otoño", obra de la pintora chilena Vania Yunusic.

sábado, 22 de octubre de 2011

La vuelta al armario

Esta mañana he dado la “vuelta al armario”, expresión que, hasta que conocí a Elma, creía que usaba todo el mundo, pero es, como tantas otras cosas, particular de mi familia, y que describe esa actividad que todo el mundo lleva a cabo por lo menos dos veces al año, consistente en guardar la ropa de la temporada que acaba, en este caso la manga corta y prendas de verano, aprovechando el espacio que deja libre en el armario la ropa de la temporada que empieza, y que se pone de nuevo en uso. En este caso, camisas de manga larga, jerseys, cazadoras, parkas y demás atavíos de invierno, guardados desde el final de la primavera, cuando empezó a hacer calor, pero que, ante la anunciada bajada de las temperaturas,  se necesitan de nuevo.

Este trámite por demás habitual y anodino de dar la “vuelta al armario” a mí siempre me hace reflexionar, y sí, ya lo sé, soy de natural reflexivo, qué le vamos a hacer. En primer lugar, me pasma la cantidad de ropa  que acumulamos (acumulo). Yo no soy un fashion victim, sino más bien discreto y clasicote, pero aún así dispongo de camisas tanto de manga corta como de manga larga de todos los colores imaginables, amén de camisetas de tirante, manga corta, manga larga y sin mangas, polos de manga corta y manga larga, jerseys, chaquetas, parkas, cazadoras… Cuando veo la multitud de prendas que pueblan mi armario, recuerdo a mi abuela diciéndome que las mujeres eran “más complicadas”, pero que un hombre solo necesitaba un par de mudas de pantalón y camisa, quita y pon, para diario, y un traje con una camisa mejor y algo más nueva, para los domingos. Eso le bastaba y le sobraba para ser elegante. ¿Cómo es posible que hayamos pasado de lo uno, exagerado por un lado, a lo otro, exagerado por el lado contrario, en apenas dos generaciones?

Dar la “vuelta al armario” es, además, una especie de rendición, o al menos así lo siento yo. Uno asume al sacar la ropa de invierno que el mal tiempo está a la vuelta de la esquina, y no queda sino prepararse para recibirlo y soportarlo. O sea, uno se rinde a la evidencia. Está claro que no podemos detener el tiempo ni evitar que las estaciones sigan su curso, ni lo pretendo, pero, aquí en Barcelona al menos, la estación cálida comienza ya a finales de mayo, lo que nos deja aproximadamente unos cinco meses de buen tiempo. Supongo que comprenderéis que después de cinco meses pudiendo salir a la calle poniéndote cualquier cosa encima, y de estar por casa prácticamente en cueros, se me haga cuesta arriba pensar en cazadoras acolchadas, batas guateadas o camisetas térmicas. Vamos, es que sudo solo de pensarlo…

En todo caso, inevitablemente, el dorado y cambiante otoño se desliza imparable hacia el plateado y gélido invierno, y según parece mañana mismo entrará un frente frío que bajará radicalmente las temperaturas, que ya no volverán a recuperarse, no hasta los valores de la semana pasada. El tiempo de la manga larga, mal que me pese, ha llegado. Procuraré tomarlo con calma. Ya veis, hay quien da la vuelta al mundo, o quien sale del armario, cuestión ésta muy en boga últimamente. Yo en cambio, original que es uno, lo que hago es dar la vuelta al armario.

La imagen que ilustra el artículo, extraída de la web eons.com, se titula “dream room”, y no, no somos ni Elma, ni yo, ni ninguno de nuestros armarios…

jueves, 20 de octubre de 2011

Un Premio Nice Blog

Quien me conoce en el mundillo bloguero sabe que no me gustan memes ni premios. Sé que la opinión general es que con los cuestionarios de los memes nos conocemos todos mejor, pero a mí saber qué tres películas son las favoritas, o qué es lo primero que hace al levantarse de la cama algún blogger que sigo, no me compensa la ralladura de que durante una semana TODOS los blogs de mi entorno publiquen el consabido artículo contestando el dichoso meme, algunos de los cuales son demasiado largos y francamente insoportables.

Hoy sin embargo hago una excepción a mi regla, y me honro en recibir el Premio Nice Blog que Babilonio, del blog Babilia, me ha concedido. Lo hago por venir de quien viene, por las amables palabras que me dedica al concedérmelo, y porque los requisitos del premio son relativamente breves y livianos. A saber:

ESCRIBIR EL TÍTULO DE TRES CANCIONES FAVORITAS: En este orden serían
CRUCIFIXIÓN de Rosendo Mercado. No sé exactamente por qué siempre me ha hecho sentir que habla de mí. Y como escucharla siempre me calma y me tranquiliza, me hace de bálsamo y de ansiolítico, he acabado oyéndola en los peores momentos de mi vida.
FRÍO de Alarma. Otro tema que escribieron inspirándose  en mi vida, en mi adolescencia en particular. Porque yo también sentía mi vida llena y mi alma vacía, porque siempre he sabido que soy solo un verso que está equivocado… Me gustan todas sus versiones, que no son pocas, pero, para momentos difíciles, mejor la dura y guitarrera versión de Txarrena a toda tralla…
CABALLO DE PATAS BLANCAS de Antonio Aguilar. Por ahí dicen que la muerte me anda siguiendo los pasos, y yo digo que la suerte me ha de llevar a tus brazos. Entonces podré besarte aunque me den de balazos… Supongo que parecerá incoherente que alguien como yo, con pasado Heavy Metal, gusto por el rock más contundente, y que abomina de lo que suene a sinfónico, guste escuchar toda clase de música mexicana: Corridos, rancheras, jarabes y huapangos. Pero qué le vamos a hacer, pasé la infancia oyendo en casa de mi madre copla, tangos  y música mexicana, y así como acabé odiando la copla, y me deprime el tango, todo lo que suene a mexicano me levanta el ánimo. Todo en general, y Antonio Aguilar en particular.

CONTAR UN SUEÑO. Difícil, pues no suelo recordar los sueños, ni buenos ni malos. A veces me despierto sobresaltado y sé que he tenido una pesadilla, pero no la recuerdo, ni en sus detalles más generales, solo me queda la sensación de angustia. Como excepción, y por tanto como sueño que se pueda contar aquí, hubo una época, hace años, en que soñé varias veces en poco tiempo (Y recordé al despertar, que en mí es la novedad) que me metía en el ascensor de mi casa, pulsaba el botón de mi piso, y en vez de subir el ascensor salía literalmente corriendo fuera del edificio, y me llevaba a toda prisa por calles y plazas, sin saber dónde me llevaba ni cómo narices podía correr (¿Es que le habían salido patas?) Siempre me angustiaba ese sueño, y nunca llegué hasta el final, nunca supe adonde me llevaba el condenado ascensor…

PASAR EL PREMIO A OTROS BLOGS. Ah, no, por ahí no paso. Primero porque todos los blogs que sigo lo merecen, y por favor, no creáis que es una frase hecha. Segundo, porque nunca impongo cargas a nadie, ni aunque sean llevaderas: Quien lea este artículo, y le guste la idea, que se sienta premiado y corresponda con otro artículo, Y, si nadie lo hace, tal día hizo un año.

Como ya he dicho que todos los que sigo merecéis de sobras este Premio Nice Blog, felicidades a todos!!!!

Entre hawthornias y tradescantias

Yo no sé si es por el amor así en general, por lo de la pareja que ya se sabe que siempre da problemas (A menos que te llames José Luis Moreno y saques dinero de hacer sketches casposos sobre parejas como las insufribles "matrimoniadas"), o por ese mito que todos repiten como papagayos de la convivencia, que sí, que es muy difícil, dificilísima, vamos, una dura senda a través de inhóspitos parajes...

Yo no sé por cual de esas tres cosas és, pero lo cierto es que el tener pareja y convivir con ella te cambia, sí, vaya si te cambia.

¿A qué, si no me hubiera cambiado la convivencia con Elma, hubiera pasado yo una hora entera esta tarde en una tienda de flores, plantas y decoración vegetal de la Avenida Metro de Hospitalet? ¿Y a qué hubiera regresado con Elma del brazo a mi hasta ahora desértico hogar (Desértico porque no había ni una sola planta en él) llevando sendas macetas con una tradescantia y una hawthornia como la que ilustra el artículo? (Bueno, como la que ilustra el artículo no, bastante más pequeña...)

Dios mío, nunca pensé que tener pareja afectaría a mi opinión (Hasta ayer desconocida, es decir, no tenía opinión) sobre ambientación floral...

lunes, 17 de octubre de 2011

Sexismo en la ferretería

Elma y yo estamos inmersos en una nueva vorágine bricomaníaca coincidente con los días de vacaciones que compartimos. De momento, solo en el fin de semana, ya hemos colgado dos estanterías nuevas en el trastero, y lo más trabajoso de todo, montado y colocado una marquesina de policarbonato con estructura de aluminio, la primera de las tres con que pensamos cubrir nuestro patio.

Pues bien, Elma había aportado, entre otros bienes, al patrimonio de nuestra unión de hecho (convivientes more uxorio, dirían los romanos, y esa expresión, more uxorio, “a la manera de una esposa”, me gusta mucho más, pero queda, también, más anticuada, así que cederé por una vez al dictado de la modernidad) un taladro que ella había adquirido hace un par de años y que venía usando en su anterior vivienda. A Elma le gusta el bricolaje, y no solo le gusta, se le da bien, es una auténtica “manitas” que lo mismo arregla un grifo que gotea que cuelga una lámina panorámica del skyline de Nueva York en la pared del fondo del salón, y como buena bricomaníaca tiene una surtida caja de herramientas. El taladro en cuestión, sin embargo, lo había comprado de oferta en el Carrefour, no tenía marca conocida, y era de dudosa calidad. Total, que con el tute que le hemos dado los últimos meses, ha sucumbido, y ahora ni taladra ni nada, solo hace ruido, mucho ruido: Se ha convertido en un sonajero gigante.

Desde que nos quedamos sin el taladro de marras, hemos pedido uno cada vez que lo hemos necesitado, y siempre alguien nos lo ha dejado, pero claro, depender de la generosidad ajena no es el ideal para trabajar a gusto, y por otra parte, a mí me daba ya grima andar una y otra vez detrás de vecinos y compañeros de trabajo para que nos presten la dichosa herramienta.

Naturalmente, lo que teníamos que hacer es comprar otro taladro, y con ese propósito nos personamos Elma y yo esta mañana en el mostrador de una ferretería en cuyo escaparate habíamos visto alguna de estas máquinas a precios razonables. Un hombre provisto del reglamentario guardapolvo grisazulado nos ha dado los buenos días, y yo, decididamente, he pedido que nos mostrara taladros. Los más baratos de entre los que fueran percutores, tal como me había dicho Elma que debía ser nuestro taladro. Solícito, el dependiente puso sobre el mostrador tres voluminosas cajas, detallándonos las características de cada uno de ellos.

Mientras yo miraba impávido las máquinas de marras, sin distinguir ni interesarme cuál sería la mejor para nuestras necesidades, solo Elma le preguntaba por detalles técnicos de cada una, y solo Elma cogió un par de ellas en sus manos, ponderando el peso de ambas, y cuál podría manejar con mayor facilidad. El dependiente respondía a sus preguntas, pero siempre me miraba a mí cuando añadía alguna explicación o precisaba algún detalle. Cuando Elma cogió el segundo taladro, el dependiente, en un gesto inesperadamente brusco, casi se lo arrancó de las manos para pasármelo a mí, que lo agarré más porque me había pillado por sorpresa con su gesto que porque realmente quisiera cogerlo.
-Mire Ud. – me dijo, dirigiéndose claramente a mí, e ignorando a Elma, que le miraba echando chispas por las pupilas – cómo éste, a pesar de ser algo más potente, pesa menos que el otro…

Yo, sonriéndome, le miré con cara que quiso ser de asco, y le pasé el taladro a Elma.

-Es mejor que sea ella quien valore qué máquina pesa más o menos.

Atónito, el dependiente ya no disimuló su completa extrañeza.

-Pero… ¿Por qué…? – Preguntó con  expresión de absoluta confusión.

-Pues amigo – respondí yo reprimiendo la risa – Porque es ELLA la que taladra…

El hombre quedó boquiabierto, admirado, épatado, en estado de shock, creo esa frase bastó para que se le vinieran abajo casi todas sus estructuras mentales.

EPÍLOGO: Elma y yo somos, desde esta mañana, poseedores de un magnífico taladro Black & Decker KR-504-CRE como el que ilustra el artículo en la foto de arriba. Eso sí, comprado en una ferretería del grupo COFAC, más barato y más a gusto que en la ferretería del tipo del guardapolvo. Elma es muy suya, y no comprará a quien la ignora de semejante manera…

martes, 11 de octubre de 2011

Signos de crisis (II)

El mismo día laborable del artículo anterior, a mediodía. He ido a buscar a Elma a su trabajo, provisto del carro de la compra. A pesar de lo dificultoso que resulta a veces moverse en transporte público con el dichoso carro, nos sale a cuenta ir a comprar al Mercadona de la calle Valencia, muy cerca de donde ella trabaja, aprovechando las horas muertas del mediodía, en vez de perder una mañana o una tarde enteras dedicadas a la compra semanal.

Elma y yo hacemos cola en la pescadería para comprar almejas, mejillones y calamares para una paella, y un par de doradas que haremos al horno otro día. Le toca el turno a una señora, entrada en la cincuentena, alta y espigada, con la cabeza coronada de lacia melena rubia. Viste muy discretamente, falda hasta la rodilla en color gris perla, blusa negra, y una rebequita gris claro. Es ropa buena, de calidad, aunque parece muy usada, como los zapatos, tipo salón, en un negro acharolado, que han recorrido, indudablemente, muchos kilómetros. Ropa buena muy usada, síntoma inequívoco de quien ha bajado de categoría social.

-¿Cuánto vale el pulpo? – pregunta a la dependienta, que le responde una cantidad elevada.

La señora se muerde el labio, pensativa.

-¿Y… y esta sepia de aquí…?

La sepia está más asequible que el pulpo, pero, al parecer, no lo bastante para la señora, que mira al cefalópodo con un ansia pintada en el rostro como si se lo fuera a comer crudo allí mismo, pero luego, bajando la vista hacia el interior de su monedero, es como si el hambre se le pasara de golpe.

-Mira… Dame dos calamarcitos de estos más pequeños – dice al fin, señalando la pila de los más baratos – Sí, esos, no sé, no muchos, a ver, ponme cuatro, como son solo para mi marido y para mí, creo que ya tendremos…
La señora recoge la bolsa y paga el importe. Antes de irse, aún echa una mirada de verdadero deseo al pulpo...

Signos de crisis (I)

Un día laborable, a primera hora de la mañana, acudo a mi oficina bancaria a hacer un trámite con mi Gestora Personal (No solo es mi gestora, sino también del resto de clientes de la oficina. La mentira publicitaria que personaliza e individualiza sus servicios no logra disimular la realidad de que sigue siendo la comercial de la oficina, como toda la vida) No tengo prisa, así que espero, sentado en un incómodo sillón de estructura metálica y sky negro, mientras ella atiende a otro cliente. Aún a prudente distancia, no puedo evitar oír la conversación entre ellos.

-Véndelo. Véndelo todo – dice él, gesticulando nerviosamente

-Lo que se puede liquidar de manera más inmediata ya he dado la orden de que se venda, pero… - Le muestra un papel, con expresión preocupada - Este fondo tiene una fuerte penalización si lo rescatas por adelantado… Eso aparte de lo bajo que se cotiza en el mercado este tipo de productos ahora mismo. Puedes perder, no sé, diez, tal vez doce mil euros...

Él se deja caer hacia atrás en su sillón, tan incómodo como el mío. Viste un traje gris claro de los  caros, camisa inmaculadamente blanca con el botón del cuello desabrochado, y una llamativa corbata en tonos malva, con el nudo casi deshecho, como si se la hubiera soltado de golpe,  sin miramientos, porque le faltara el aire para respirar. Su rostro, bien afeitado, lleva con dignidad los cincuenta años largos que debe tener. Pero eso sí, la piel pálida y las ojeras no disimulan la profunda preocupación en que se haya sumido.

-Quizás – objeta la Gestora, que me consta que se toma muy en serio su trabajo – te salga más a cuenta pedir un préstamo personal para cubrir lo que te falta hasta llegar a tus necesidades más inmediatas, y mantener el fondo de inversión. Los intereses del préstamo te los podría dar en condiciones preferentes, y serían bastante menores a la penalización por liquidación anticipada del fondo. ¿Qué te parece…?

El hombre del traje gris y la corbata desabrochada la mira fijamente manteniendo un mutismo que resulta incómodo. Su rostro se va desencajando progresivamente, y parece a punto de echarse a llorar. Su tristeza es tan profunda que me siento personalmente afectado, aunque ni me va ni me viene. Creo que sí, que está a punto de echarse a llorar como un niño.

-Me parece, Gloria – dice al fin con la voz rota – que eres muy buena persona, bastante mejor que la mayoría de las que trabajan en Banca. Pero no hay nada que hacer, no podría devolver el préstamo, bien lo sabes. No me queda nada, ya no. Vende el fondo, cancélalo todo, da igual la penalización. Tendré que bajar la persiana antes de fin de año, y empezar de nuevo. No me importan esos doce mil euros, solo liquidar de una vez lo que tengo ahora, y empezar de cero...

miércoles, 5 de octubre de 2011

Sois todas unas zorras

Yo soy un hombre, y por tanto tu amo y señor, a ver si te entra en tu cabeza de chorlito, zorra, que no te enteras de nada, mujer tenías que ser. Soy el cabeza de familia, el macho, el ser superior. Puedo amenazarte impunemente, y decir en alto que te quiero ver muerta. Puedo vilipendiarte, rebajarte, atemorizarte y despreciarte. Puedo, cuando me venga en gana, llamarte zorra. Ya no es un insulto, así lo ha decidido el juez Juan del Olmo, de la Audiencia Provincial de Murcia, rebajando la condena de un año de cárcel a ocho días de localización permanente a un hombre ya condenado anteriormente por malos tratos que llamó zorra en público a su mujer y aseguró vehementemente al hijo de ambos que la vería en el cementerio en una caja de pino.
Te llamaré zorra, por tanto, cuantas veces quiera y me apetezca. Diré que me perteneces, que eres mía, que no tienes voluntad ni potestad. Diré que eres inferior, que tu lugar no está ocupando los trabajos que solo yo puedo ejercer, ni brillando más que yo en tu profesión o ganando más dinero del que yo aporto. Si es que ya se ve que eres inferior, que solo sirves para follar, parir y cuidar de mí y de los niños, como todas las mujeres. Si todo lo hacéis mal, sois estúpidas, inútiles e ignorantes. Solo se salvan las virtuosas, las que son sumisas, obedientes y calladas. Las que rinden su cuerpo sin rechistar al deseo masculino. Para lo que queramos. Cuando queramos. Por siempre nuestras.
Venga, hoy estoy animado, volveré a llamarte zorra, y lo gritaré bien alto para que todos lo sepan. Zorra. Así, escupiendo mi odio en cada letra. Sintiéndome poderoso en la rudeza indudablemente masculina de la doble erre. Zorra. Puta. Golfa. Ah, que bien me siento…
Lo que más me preocupa, con todo, de esta triste noticia que como antiguo profesional del Derecho y como hombre que se precia de serlo me produce una profunda vergüenza tanto propia como ajena es pensar en la cantidad de hombres que creerán a pies juntillas a raíz de esta sentencia que ese insulto no lo es. Cuantos creerán que, efectivamente, todas las mujeres son unas zorras.

Aquel lejano San Froilán

Hoy, miércoles, cinco de octubre, es día de San Froilán, patrón común de León y de Lugo. Siempre me ha hecho gracia, eso de que Elma y yo compartamos santo patrón.

En León es fiesta local, aunque yo rara vez la he disfrutado. Por estas fechas, cuando estudiaba, transcurrían los alocados días que iban del último examen de septiembre al inicio del curso escolar. Eran días para vivir a tope Barcelona con mis amigos, más que para viajar al pueblo. Después, ya inmerso en la maravillosa vida laboral, tampoco suele ser época en que me agrade pedir vacaciones.

De los pocos sanfroilanes que he vivido en tierras leonesas, hay uno que recuerdo con cariño. Uno en el que me he sorprendido a mí mismo pensando en un receso de esta noche de trabajo, que está resultando durilla. Noche plagada de gritos, enredada de alambre de espino y cortantes aristas. Concretamente el San Froilán de 1.992

Aquel año (“El año de España”, ¿os acordáis?), año de las Olimpiadas de Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla, la primera línea de ferrocarril de Alta Velocidad, el que podríamos llamar año de todas las esperanzas imaginables (Qué lejano queda todo eso ahora, inmersos en la desesperanza, la incredulidad y el pesimismo...), como en verano había ido relativamente poco tiempo al pueblo, mucho menos del mes entero que solía pasar allí (Y qué lejano queda ahora eso también, por Dios), decidí acompañar a mi madre unos días, menos de una semana, en una de sus rutinarias visitas a su casa solariega, que entonces ella iba y venía, sin quedarse allí sola más de medio año como ahora.

Octubre en León es un paisaje expresionista de fondo verde oscuro sobre el que brillan todos los tonos imaginables de ocre, amarillo, marrones y dorados. Tuvimos suerte y pillamos un buen otoño, sin lluvia ni excesivo frío, uno de esos años en que el verano se resiste a morir y se va apagando lentamente, pero sin renunciar al refulgente sol ni a los límpidos cielos azules.

Una actividad típica de San Froilán, para los leoneses que tienen la suerte de tener casa rural, y fincas rodeando esa casa, es ir a recoger castañas. Más adelante, por noviembre, se recogerán las nueces, pero ahora, a principios de octubre, es tiempo de castañas. Como ya os he dicho, San Froilán es fiesta local, y los urbanitas de raíces campesinas aprovechan el día para ir a sus terruños bien provistos de cestos y capazos que llenar del fruto de los nudosos castaños que rodean sus prados y fincas. En mi caso la recolección es fácil, solo tenemos un castaño, centenario, eso sí, que plantó mi bisabuelo, y que preside orgulloso un rincón bien soleado de la huerta.

Ayudé a mi madre, aquel San Froilán de 1.992, a recoger las castañas de nuestro árbol, y, después de comer, salí a pasear por el pueblo. Me encontré de pronto, para mi sorpresa, pues por la mañana, ocupado en mis propios menesteres, no les había visto, con que había ido a pasar el día la familia de uno de mis mejores amigos de León. Tras los saludos y parabienes de rigor, Mi amigo, su hermana, su prima M. y yo entablamos conversación y, como sus padres y tíos estaban cansados de limpiar la casa, nos fuimos los cuatro a buscar castañas a un lugar cercano, un prado enorme que pertenecía a su familia desde muchas generaciones atrás, el Prado Grande, así lo llaman.

El prado estaba literalmente vallado de árboles, la mayoría de los cuales eran castaños. Recogimos sus frutos entre risas, juegos, bromas y anécdotas. Apartados del mundo, rodeados de un impactante silencio roto solamente por nuestras exclamaciones y carcajadas, dejamos que la tarde de otoño fluyera lentamente, olvidándonos de nuestros problemas y diría que casi hasta de nuestras vidas. Las cargas emocionales que todos llevamos a cuestas se quedaron a la puerta del prado. Así, aislados, liberados, el buen humor nos invadió, y fuimos cuatro seres despreocupados que, juntos, se divertían, olvidados del mundo.

Al caer la tarde, mientras el sol anaranjado lanzaba irisaciones sanguinolentas, llenas de presagios, negándose a ocultarse de una buena vez tras el horizonte, regresamos a casa, sonrientes y alegres, y repartimos las castañas entre los cuatro, despidiéndonos “hasta el año que viene, por San Froilán”, aunque ese año nunca llegó porque jamás hemos vuelto a reunirnos el día de nuestro patrón.

Como véis, nada especial. Contada así, de corrido, sé que se trata de una historia vulgar y anodina. Sin embargo, como he dicho antes, guardo un cariñoso recuerdo de ese día de San Froilán de 1.992 Hoy, esta dura noche de trabajo, repleta de amenazas veladas, insultos soeces y escaqueos descarados, me doy cuenta de que ese dulce recuerdo, esa enfermiza nostalgia, me viene de que, aquella tarde de otoño de hace tantos años, en el Prado Grande, riéndome en buena compañía, fuí feliz. ¡Feliz! Ahí es nada...

martes, 4 de octubre de 2011

Deseando un plácido otoño

La denegación por parte del Centro de Atención Posventa de RENFE de la solicitud de reembolso de los billetes de ferrocarril que Elma y yo nos vimos precisados a comprar y pagar dos veces, la segunda a precio de oro, ha sido el colofón, la guinda del pastel, de un verano, el de este año 2.011, perfectamente olvidable.

A Elma y a mí nos ha pasado prácticamente de todo en estos meses transcurridos desde que acabó la prometedora y dulce primavera: El proceso - que creimos fácil ¡ja! - de transformar el piso que ahora compartimos de mi leonera de soltero a un verdadero hogar nos ha llevado no sé por qué extraños vericuetos a una auténtica vorágine de trabajos de bricolage que tal parece que no acabarán nunca. Por contra, las obras de rehabilitación y mejora de las terrazas interiores, a cargo de la Comunidad de Propietarios, lo que parece es que no van a empezar jamás, que tenían que haberse acabado (¡acabado!) en Julio, y aún ni se han iniciado. Así nos tienen, expectantes, sin poder acabar de acondicionar el patio a nuestro gusto por miedo que en cualquier momento se inicien las obras y se arruinen las mejoras que hayamos hecho. No parece, sin embargo, que haya fecha contratada, porque nadie apremia a los contratistas (Que han cobrado un sustancioso adelanto...) a que de una vez se decidan a empezar. Del viaje de Agosto al pueblo de Elma y a mi pueblo mejor ni hablar. Poco bueno hubo, y sí en cambio bastantes cosas malas. Picaduras de insecto que me provocaron infecciones en los pies de las que he tardado un mes en recuperarme, incomprensiones y peleas familiares, viajes de pesadilla plagados de incidentes y retrasos, tiempo revuelto, (y no hablo solo del clima...) Ahora, para acabarlo de arreglar, resulta que el viaje nos ha salido carísimo...

En el trabajo de Elma, la relación sentimental, cada vez más evidente, aunque ellos la nieguen, entre el jefe y una de las empleadas, empieza a levantar ampollas entre el resto de la plantilla. Sobre todo cuando el jefe, rumboso, pero muy falto de mano izquierda, no tiene mejor idea que llevársela un fin de semana “ampliado” a cuatro días (añadiendo jueves y viernes) a cierta bucólica casa rural en la Ribagorza, y ella, coqueta y sumisa, marcha con él, dejando colgado su trabajo de esos dos días, que alguien hará, claro, porque el trabajo debe salir. Alguien que deberá hacer lo suyo y lo de la otra...

En mi trabajo, ahora (¡A buenas horas!) les ha dado por hacer “limpieza general” y llevan una semana despidiendo un trabajador al día. De momento no han echado a nadie que no estuviera ya más que advertido y por tanto sentenciado, pero es inevitable que tras echar con cajas destempladas a seis compañeros, algunos veteranos, se cree un ambiente de miedo y nerviosismo entre los demás, que no saben qué narices está pasando, porque nadie se lo dice, y la cosa parece, aunque no lo sea, un ERE encubierto. No es así, nerviosos y amedrentados, como estaremos en mejor disposición de afrontar las duras jornadas que nos aguardan. Pues resulta que no, que soy un cenizo, un alarmista. Expongo mi opinión al resto de mandos intermedios de la empresa, y me siento solo. Todos parecen encantados con que los trabajadores estén así, empequeñecidos, con “el culito apretado” por si les echan a la calle. La Coordinadora de Calidad cree que el miedo “da vidilla” a los trabajadores, a los que considera demasiado aposentados. Al oirla, muchos pensarían que somos funcionarios. Claro,  poca cosa podemos esperar de una trepa reconocida, falsa, aduladora y cruel, autora por más señas de la célebre frase “A ver si voy a tener que pedir perdón por ser rubia y lista...”

Lentamente entramos en el otoño climático, que en el astronómico llevamos ya varias semanas. De veras espero que se pareza más a la primavera que al verano.