sábado, 31 de diciembre de 2011

El año que acaba

El año que acaba ha sido, en general, bueno.

Si tuviera que hacer un balance del año que acaba, sin duda sería positivo.

Ha sido el año en que he iniciado la convivencia con Elma, una convivencia que, a seis meses vista, está siendo tan buena como esperaba que fuera. El año en que viví un bautizo en los Ancares (Tan señalado día como el 15-M estaba yo en medio de un grupo de irreductibles montañeses, bebiendo licor de café y orujo de hierbas y divagando sobre lo divino y lo humano...),que recuerdo como uno de los mejores días de mi vida. Ha sido el año en que sobreviví al ataque de una plaga de pulgas y la consiguiente infección posterior, el año en que me reconcilié con San Roque, y el año en que por fin creo haber hallado el camino de la felicidad, dicho sea con todas las reservas.

Y sin embargo, siendo cierto todo lo anterior... Me queda un cierto regusto amargo.

Estos últimos días del año están resultando menos plácidos de lo que debieran ser.

Solo espero que dentro de 366 días (El 2012 será bisiesto), me haya ido el año como me haya ido, que vaya Ud. a saber, no tenga ese regusto amargo que tengo hoy.

A todos vosotros, queridos seguidores, amables comentaristas, y desconocidos lectores anónimos, que en este extraño modo virtual me acompañáis en las vicisitudes de la vida, no puedo sino desearos un feliz y próspero año nuevo. Y que sigamos leyéndonos mucho tiempo más...

martes, 27 de diciembre de 2011

De aniversarios y felicidades

Tratando de superar las adversidades, que como podéis facilmente dedudir de mi anterior artículo no han sido pocas, hacer de tripas corazón y poner al mal tiempo buena cara, en Navidad Elma y yo comimos con su hijo Cornelio y la novia de éste, Gilda.

Todo fue bien. Degustamos el típico menú navideño catalán, sopa de galets y pollo relleno al horno, regado con un excelente vino, Dehesa de los Canónigos, manteniendo en la comida una agradable charla. Todo fue bien hasta que, a los postres, salió el tema del juicio del Nigromante, y, por ende, el tema de la deuda afianzada por el piso hipotecado de Elma, y las posibilidades cada vez más evidentes de que los plazos de esa deuda resulten inasumibles para nosotros y en consecuencia el piso se pierda. Cornelio tiene su propio y particular punto de vista sobre el asunto, que en poco o nada coincide con el de Elma. Durante dos años, los dos años de gracia que nos concedió el banco, y que finalizan el próximo sábado día 31, le hemos dado vueltas al tema, mareando la perdiz sin tomar decisión alguna, precisamente por esto, por nuestros disntintos puntos de vista. Pero ahora, ante la inminencia del desastre, es evidente que algo hay que hacer, lo que sea, y claro, el conflicto está servido. Que la conversación transcurriera en la sobremesa de la comida navideña, y los buenos oficios tanto de Gilda como míos, que por lo visto los dos valemos para cascos azules, apaciguaron los ánimos, y la sangre no llegó al río, pero Cornelio marchó irritado, y Elma se quedó cabizbaja.

Con tales antecedentes, esta discusión y la negativa en redondo de mi madre a visitarnos ni a tener el menor trato con Elma, ayer, día de San Esteban, Elma se levantó desanimada y medio deprimida. Era nuestro undécimo aniversario (Sí, Elma y yo llevamos ya once años juntos, los mejores once años de mi vida), pero ella no tenía ganas de hacer nada especial, y me insistió en no celebrarlo de ninguna manera, más que pasando el día juntos. Yo accedí porque no quería disgustarla, pero quería celebrarlo de alguna manera, este año que nos lo podíamos permitir. A saber dónde y cómo estaremos dentro de 365 días, si es que estamos (El Doctor JAR, partidario acérrimo de la teoría del inminente apocalipsis, hizo en Nochebuena el brindis “Por esta Navidad, que será la última” y lo dijo con un convencimiento...)

Así pues, sin contradecirla, sin imponerle nada, le propuse un paseo por la Fira de Reis (Feria de Reyes), que como cada año se ha instalado por estas fechas a lo largo de la Gran Vía, con la excusa de buscar algún regalo en sus animadas casetas. Salimos, paseamos y no compramos nada, pero, abierto el apetito por la caminata, ya no me costó convencerla de que fuéramos a comer a algún restaurante próximo, y así, de manera natural, acabamos en un local de la calle Balmes degustando exquisiteces como arroz caldoso con bogavante o libritos de lomo de cerdo rellenos de queso brie y mermelada de higos, una mezcla deliciosa.

La comida, el vino Ribera del Duero, la conversación, todo ayudó a lograr mi propósito de animar a Elma y celebrar, aunque fuera solo así, nuestro aniversario. Regresamos tras comer y beber algo más de la cuenta, sintiéndonos felices de estar juntos. Pasamos la tarde tranquilos en casa, hasta la hora de venirme a trabajar. Hemos tenido mejores aniversarios, y también mejores navidades que éstas, pero por unas horas, ayer por la tarde, hice que Elma se sintiera feliz a mi lado, y eso, al menos de momento, me basta.

domingo, 25 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD (A pesar de todo...)

A veces, mi madre tiene una mirada acerada, fría y cruel, de una fijeza que asusta.

A veces, mi madre tuerce el gesto de modo que, sin palabras, sabes que lloverán problemas.

A veces, por más que uno conserve hasta el final la esperanza de que todo acabe solucionándose, ya sabe, desde el principio, que no se solucionará, que no hay nada que hacer.

He tendido todos los puentes que he podido, he dado todas las oportunidades. Llevo todo lo que va de mes dialogando, proponiendo, negociando, tratando por todos los medios de dotar de una cierta normalidad a nuestra situación familiar, pidiendo solo una tarde, qué digo una tarde, solo una hora, una visita, un café, solo eso, pero está visto que no hay modo. Mi madre se niega en redondo a visitar nuestra casa, y Elma no está invitada a la suya. Yo sí estoy invitado, si fuera solo, pero solo no voy a ir, así que no hay navidades que valgan. Mi madre seguirá macerándose en hiel, amargada y viperina, cada vez más sola, odiando a Elma con todas sus fuerzas, encastillada en su inamovible postura.

Siento rabia por esta situación, por no poder disfrutar ni un solo día al año de lo que cualquiera disfruta a diario. Siento una rabia ciega, profunda y oscura, como tan solo mi madre podía hacerme sentir.

Eso por no hablar de trabajo, de dimensionamientos mal calculados, equipos infradimensionados y turnos agotadores. Por no mencionar la descorazonadora falta de reconocimiento (En el cocktail mis jefes agradecieron el esfuerzo realizado a todos los departamentos de la jodida empresa menos al mío, el único que trabaja veinticuatro horas al día todos los días del año...), ni querer acordarme de la retahíla de ansiedades, angustias, depresiones e intoxicaciones que llevamos en lo que va de noche, y que bastarían para que Papá Noel acabara odiando las fiestas.

En fin, es Navidad, y se supone (SE SUPONE) que debemos ser felices. Aunque para los que trabajamos esta noche “mágica”, la nochecita nunca sea tan mágica como para los demás.

En todo caso, desde este turno de guardia que languidece, pero no termina (Está siendo auténticamente insoportable...) os deseo FELIZ NAVIDAD a todos (Y a pesar de todo)

viernes, 23 de diciembre de 2011

De celebraciones y falsedades

Ya se celebró el magno acontecimiento, ese Cocktail Navideño por cuya obra y gracia se han añadido esta noche dos horas más a mi turno. Dos horas que no son de trabajo, no, son aún peores, dos horas ardiendo en una absurda hoguera de las vanidades.

El evento en cuestión ha tenido todos los elementos propios de este tipo de actos: Vestidazos, taconazos, piernas crecientes, faldas menguantes, mujeres disfrazadas de bailarinas de strip tease, todos los hombres vestidos de oscuro, escasos canapés, cava, discursos previsibles y aborrecibles, falsos buenos deseos, mucho ruido, pocas nueces, y por sobre y ante todo un ambiente cargado de hipocresía a saturación. Todos sonreíamos (Al mal tiempo, buena cara), por más que nos indignara lo que oíamos, e incluso por más que algún gilipollas regalara una cuña de queso en el Amigo Invisible (Os juro que es cierto, ahí estaba, en medio del sarao, tratando sin conseguirlo de mantener la compostura, una compañera del turno de Tarde, con su cuña bajo el brazo). Los miembros del staff, la cadena de mando, revoloteaban cual zánganos alrededor del Presidente. Hubiera valido la pena ir solo por ver a cierta doctora sobre los doce centímetros de sus tacones imposibles, envuelta en un chinesco vestido falsamente vintage, en plan Patchwork, que la hacía parecer el fantasma de los siete colores. Valía la pena, digo, verla prodigarse y multiplicare, así vestida, destacando cual faro en la noche,  ejecutando un baile nupcial de pavo real, con todas sus plumas desplegadas, alrededor de los Directivos, y en especial del Presidente.

Nuestro amado Presidente solo por Navidad se aparece entre nosotros, los mortales, ilustrándonos con un brillante aserto, en el que ha venido a decir que ni se nos ocurra quejarnos, que tenemos suerte de trabajar aquí, protegidos de la crisis, en vez de sobrevivir entre la desolación que se extiende alrededor del oasis de incesantes beneficicios y crecimiento ilimitado de su empresa. Desde ese punto de vista, pronto deberemos pagar por trabajar...

Este año, muchas palabras, pero ni lote ni regalo corporativo. Nada de nada. Tiempos de crisis, se excusan los mismos Directivos que minutos antes se jactaban públicamente de haber hecho crecer los beneficios un 38% a lo largo del 2011

El Amigo Invisible me compensa este año sobradamente de la falta de regalo navideño oficial. Me intriga, incluso, saber quién ha sido mi anónimo benefactor, que tan bien me conoce, pues ha clavado mis gustos, brindándome un regalo, por cierto, que a todas luces excede el límite fijado de cinco euros... Sea quien sea, se ha molestado en averiguar lo que me gusta y se ha gastado un pico más en regalármelo.

Y aquí estamos, pasando la noche, una noche más de guardia, habiendo sobrevivido al Cocktail...

miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿Es broma o qué?

Primero, convocan el “cocktail navideño” (en mi empresa no hay cena de navidad, mucho mejor un cocktail, donde va Ud. a parar...) el peor día a la peor hora posible, a saber, el jueves de una semana en que trabajo, precisamente, miércoles y jueves, nada menos que a las 13:30 horas del mediodía, o sea, lo justo para partirte el sueño por la mitad tras una dura noche de trabajo, cuando aún te queda por delante una segunda noche...

Segundo, una de las tres Supervisoras Médicas, mano derecha, por más señas, del casi todopoderoso Director Asistencial, me advirtió en una reunión, educada, discreta y tranquila, pero firme y taxativa a la vez que, como miembro que soy del Staff (Los Coordinadores Jefes de Equipo somos el último y más miserable peldaño de la escala de mando. Nuestro poder es ínfimo, sí, pero, técnicamente, formamos parte del Staff directivo de la empresa) DEBÍA acudir al Cocktail (Yo no pensaba ir, por los motivos creo que lógicos y razonables expuestos en el párrafo anterior) y dejarme ver en él. Que era una obligación que iba con el cargo, vamos. Genial.

Tercero, me resulta imposible cambiar con nadie ningún turno de guardia, ni miércoles ni jueves, lógico, porque todos los Jefes de Equipo debemos ir al puñetero cocktail, según lo explicado. Y como tampoco quiero ir sin apenas dormir y afrontar una noche de guardia, la del jueves, hecho una mierda, cansado y somnoliento (Con las posibilidades de cagarla que eso conlleva), me jodo y gasto un día personal pidiendo fiesta la noche del míércoles, para poder ir descansado al cocktail de los cojones.

Cuarto, la guinda del pastel, ayer mismo, martes 13 de Diciembre, festividad de Santa Lucía, patrona de las modistillas, a una semana justa del dichoso acontecimiento... La Dirección, por “motivos organizativos”, según consta en la nota que nos han pasado a todos por correo electrónico, ha decidido cambiar la convocatoria del cocktail de marras de las 13:30 a las 20:00 horas, manteniendo la fecha del jueves. No necesito, por tanto, el día de fiesta que solicité, pero, como ya lo tengo concedido, no puedo desdecirme y anular la petición. Resultado: Un día de fiesta desperdiciado, una desagradable sensación de absoluta desorganización y una rabia que me siento subir por el esófago desde las vísceras...

¿Qué maldito desbarajuste es éste? ¿Estáis de broma o qué?

lunes, 12 de diciembre de 2011

El regalo de Genaro

Genaro ha llevado una vida triste y solitaria. Sufre esquizofrenia y un leve retraso mental, y sus disminuciones psíquicas, como no podía ser de otra manera, le han condicionado totalmente, por más esfuerzos que él haya hecho por superar esas barreras, que aunque lo parezca no son insalvables. Si hubiera crecido en un ambiente familiar adecuado, acogedor y motivador, donde además de quererle se esforzaran en educarle, quién sabe lo que sería de él hoy en día.

Lamentablemente, eso no fue así. Sus padres le abandonaron con pocos años, pasó su infancia y adolescencia en centros de acogida, en manos de personal con pocos medios y menos ganas de volcarse en un niño que con sus problemas necesitaba cuidados especiales y muchas horas de dedicación que no le dieron. Demasiado “listo” para centros de educación especial, y demasiado “tonto” para aprender lo mismo y al mismo nivel que sus compañeros. Lo único que le inculcaron a machamartillo en esos centros es a tomar diariamente, llevando un control estricto y a rajatabla, la medicación para la esquizofrenia, para evitar los brotes.

A los dieciocho años le echaron literalmente a la calle, sin más estudios que los básicos y con escasas habilidades sociales. ¿Qué esperaban, que estudiara una ingeniería? Algún programa de integración laboral de cierta ONG le llevó a trabajar de aprendiz en varios sitios, pero no funcionó en ninguno, era muy lento para aprender, y le costaba someterse a las normas y procedimientos propios de una fábrica, por sencillos que fueran. No entendía la disciplina. Acabó viviendo en la calle y comiendo de lo que cogía de contenedores de basura. Tocó fondo.

A principios de año, mientras recogía comida tirada a la basura por los empleados de un centro comercial de la zona alta, vio como un niño de unos seis o siete años salía corriendo del recinto de un prestigioso colegio privado, perseguido por un alborotado grupo de compañeros de su misma edad, y sin mirar saltaba alegremente a la calzada, por donde circulaba un taxi, por fortuna a poca velocidad. Genaro no se lo pensó dos veces, corrió como un gamo en pos del niño, lo apartó de un fuerte empujón, y fue atropellado en su lugar por el taxi, que aunque lo intentó no pudo frenar a tiempo. El padre del niño, uno de los empresarios inmobiliarios y administradores de fincas más importantes de la ciudad, quedó conmovido por el gesto, o por la vida desgraciada de Genaro, o qué se yo, tal vez necesitaba hacer una buena acción para compensar sus maldades. El caso es que, en vez de dar las gracias con la boca pequeña y olvidarse del asunto, como hubiera hecho la mayoría, contrató a Genaro en su empresa como ordenanza y mensajero.

 Desde entonces, Genaro recorre Barcelona, andando o en transporte público, siempre con su vieja cartera de cuero marrón llena de documentos terciada al hombro. No ha faltado un solo día. No se ha quejado nunca de nada, aunque le envíen a los sitios más lejanos y le encarguen los trabajos más penosos, y jamás ha dejado de hacer una entrega o recogida. Sus inicios, sin embargo, no fueron fáciles, es algo tartamudo y muy tímido, y en muchos lugares donde acudía a dejar o recoger documentación se reían abiertamente de él, o le gastaban bromas crueles. Tuvo que aprender a lidiar con eso. En la empresa de Gran Pau, sin embargo, donde acude regularmente, con Elma y Lena, nunca tuvo problemas. Ambas le acogieron como a ese hijo que por ser algo más limitado que los otros acaba siendo el más querido, y le han tratado siempre con cariño.

Esta mañana, a primera hora, acompañé a Elma a trabajar. Al llegar a la tienda, allí estaba Genaro, plantado frente a la persiana bajada, aguantando estoicamente el frío de la mañana. Llevaba una bolsa de plástico en la mano, y al ver a Elma, y luego a Lena, que llegaba detrás nuestro, se le iluminaron los ojos. “Tomad, es para vosotras” dijo con alegría. Ellas no quisieron cogerlo, pero él las insistió. “Sí, sí, coged, que lo he comprado para vosotras”. Eran dos barras de turrón de chocolate. De marca blanca de cierta franquicia de supermercados. Baratas. Pero el mejor regalo del mundo. Porque Genaro, al revés que otros, que regalan lo que les sobra, da todo lo que puede dar. Elma y Lena le besaron, una en cada mejilla, y le invitaron a pasar a la tienda a entrar en calor, pero él se negó, señalando su inseparable cartera. Tenía que hacer una entrega y ya llegaba tarde. La primera vez, seguramente, que hacía tarde una entrega en todo el año.

La imagen que ilustra el artículo se titula Christmas Kiss y es de la galería de Favim.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Despidos y otras maldades

Como ya os he explicado en artículos anteriores, la “limpieza étnica” prosigue en mi empresa, lenta pero inexorablemente. Todos aquellos “elementos subversivos” cuya presencia Dirección había tenido que consentir a regañadientes porque nadie podía en aquel momento sustituirles han ido cayendo uno a uno, cortados por el afiladísimo filo de la misma guadaña.

En un primer momento, la guadaña segó inmisericorde  las filas del personal no sanitario. Despidos más baratos y más fáciles de sustituir: Teleoperadores, gestores y administrativos vimos abrirse el suelo bajo nuestros pies, y un miedo frío y opresivo invadió el ambiente de trabajo. Médicos y enfermeras miraban a cierta distancia lo que ocurría, sin que en ningún momento se preocuparan ni solidarizaran con los compañeros despedidos a saco. De un tiempo a esta parte, sin embargo, la situación ha cambiado, y mucho, para ellos, el antes intocable personal sanitario. Recuerdo que el año pasado la Supervisora Médica, Dra. G, me comentó en una reunión lo difícil que le estaba resultando, habiendo sido encargada por la Dirección de reforzar la plantilla ante la avalancha de trabajo que se produce cada invierno, encontrar médicos que quisieran trabajar con nosotros. Por el contrario ahora, ella misma me lo ha mostrado, los currículum vitae de médicos de toda edad, especialidad y condición que optan a entrar en la empresa se amontonan literalmente en su despacho. Los recortes de la sanidad pública, la no renovación de plazas de primaria, la radical disminución de guardias de urgencias y días de quirófano, han provocado que docenas de médicos (No es una exageración, os lo aseguro) estén dispuestos a trabajar en cualquier cosa que les ofrezcan. Y por supuesto, si hay quien le sustituya, nadie es insustituible (Perdón por la perogrullada). Así pues, la misma guadaña que antes se ensañó con nosotros, está haciendo ahora estragos en las filas médicas.

Media docena de médicos fulminados en lo que va de mes han hecho temblar como hojas a casi todos los demás, máxime cuando algunos de los despedidos eran veteranos y se creían pilares de la empresa. Sin embargo, si algún despido no ha sorprendido a nadie, es del Dr. LV. Este hombre, de trato áspero y pose chulesca, se había pasado más de una vez por el forro las normas dictadas por el Director Asistencial, enfrentándose luego agriamente con él. Pero es que además, y eso sí que la más alta Dirección de mi empresa no perdona, el Dr. LV, cuya condición de hombre casado y padre de dos retoños es pública y notoria, se ha liado, de manera igualmente pública y notoria, con una compañera del otro equipo de Noche, Artera, quien no ha disimulado nunca su intención de “cazar” a un hombre que la mantenga por los restos a ella y a su hijo de cinco años, sobre cuya paternidad (No es tema que me importe, y jamás le preguntaría, pero si Artera habla abiertamente del asunto, aunque no cuente más que mentiras, no me siento obligado a respetarla) he oído tantas y tan distintas versiones, dadas todas por la propia madre, que no aseguraría que ese niño fuera hijo de un gitano  vendedor ambulante, un violinista portugués o del Príncipe Carlos Felipe de Suecia.

Haciendo caso omiso a las normas de la empresa, y a las normas sociales más elementales, ambos hicieron pública ostentación de su condición de amantes, no privándose de darse besos y muestras de cariño en horas de trabajo y dependencias de la empresa, amén de las burradas que ella llegó a decir, tal como que le tenía “bien cogido por el mango” y otras lindezas. Eso, todos lo sabemos, no es algo que toleren nuestros amos y señores, miembros de cierta congregación seglar católica. Artera fue despedida al poco tiempo, cosa que a ella pareció encantarle. De hecho, no se privó de decir a quien quisiera oírla que el despido era lo que venía buscando con su actitud, que lo había provocado a propósito para no volver a trabajar.

Ahora, esta misma semana, han despedido también a su querido Dr. LV. La cosa ya pinta peor. Todos lo hemos pensado, aunque dudo que a nadie le haya dado mucha pena. Lo que me ha llamado la atención, por su inquina, es la frase de una compañera, Coordinadora del turno de Mañana, cuando nos comunicaron oficialmente que el Dr. LV “ya no colaboraba con nosotros”, fórmula eufemística que siempre emplea Dirección en estos casos.


-Vaya – dijo esta Coordinadora, con lengua bífida y mirada sibilina – Lo siento, sobre todo, por su pizpireta novia (marcó cada sílaba de esa palabra casi en desudo, pizpireta, con toda su mala intención) que siempre presumía que no necesitaba trabajar, que él la mantendría. A ver cómo la mantiene ahora…

A mí hacer leña del árbol caído siempre me ha parecido cosa de cobardes. Por más que Artera no merezca ni pena ni compasión, que bien se ha buscado el berenjenal en que se ha metido, tampoco creo que haya motivo para volvernos todos más malos que ella. Y esta Coordinadora, compañera, que no amiga, a la que tenía hasta ahora en mejor concepto, me ha demostrado con sus palabras que es vengativa y rencorosa, así que a partir de ahora, cuando le dé la mano, me contaré luego los dedos…

La imagen que ilustra el artículo, titulada Dark Fairy, es de la colección de imágenes góticas After Dark, y va tanto por Artera como por mi compañera Coordinadora...

jueves, 8 de diciembre de 2011

Victoria en 37 segundos

El pasado sábado unos cuantos compañeros de mi empresa perdimos (con gusto) horas de sueño acudiendo a primera hora de la tarde hasta cierto gimnasio de la localidad de Rubí, distante unos treinta kilómetros de Barcelona, para presenciar un combate de boxeo. No somos fanáticos de ese deporte (La mayoría no había visto nunca antes un ring en vivo y en directo), pero es que aquel no iba a ser un combate de boxeo cualquiera: Otra de nuestras compañeras, llamémosla Mulan, luchaba por el campeonato autonómico de los pesos ligeros de boxeo femenino (Categoría entre 54 y 57 kilos).

No éramos muchos en la empresa los que conocíamos esta circunstancia. Es sabido que Mulan ha practicado varias artes marciales, y que entrena hace años en un gimnasio especializado en boxeo, pero no hace demasiado tiempo que se ha iniciado en la competición, y cuando tomó esa decisión tomó también la decisión adjunta de no explicarlo al público en general, preocupada por la imagen que podían tener de ella. De hecho, la comprendo. No parece que una mujer inteligente, razonable, negociadora y para más inri licenciada en psicología sea el prototipo de fanática de la lucha que se lanza a dar sopapos a diestro y siniestro en un ring, pero así somos de contradictorios los seres humanos... Lo del campeonato de Catalunya, bueno, suena muy impresionante, pero teniendo en cuenta que el boxeo femenino, en España, cuenta con escasas aficionadas y menos competidoras, no debéis extrañaros que en cuanto aparece una púgil con ciertas condiciones su gimnasio la presente como aspirante al título. De hecho, en toda Catalunya no hay campeonas de todas las categorías, y de la categoría en que compite nuestra compañera solo se presentaban ella y su rival.

El combate duró solo un round, qué digo, menos de un round, fue visto y no visto... Mulan salió en tromba a por su contrincante, menos preparada y mucho menos motivada. La chica, aunque de mayor envergadura, no atacó ni una sola vez, solo trataba de defenderse. Inútil. Mulan, sin cortarse un pelo, le golpeó las costillas con dos fuertes ganchos, uno a cada lado, que hicieron que bajara la guardia, dolorida y sin resuello, momento que aprovechó nuestra amiga para lanzarle un terrible derechazo al mentón que la dejó tendida en la lona, inconsciente. Treinta y siete segundos duró el combate. Treinta y siete segundos le bastaron a Mulan para vencer por K.O., cosa extraña en el boxeo amateur, y menos aún en el femenino, donde casi todos los combates se ganan a los puntos.

No nos sentimos decepcionados, sin embargo, con que la pelea durara tan poco. Yo tenía miedo de que, por contra, llegaran a los diez asaltos y acabaran ambas destrozadas. Mejor, mucho mejor, así. Eufóricos, celebramos la victoria de Mulan como si toda la empresa hubiera ganado el título. Eso sí, originales como somos, lo celebramos... trabajando. Mulan, para poder ir al combate, no queriendo pedir día pesonal para ahorrarse explicaciones incómodas, se había cambiado la guardia con una de las chicas de mi Equipo, de modo que en vez de su habitual turno de Tarde el sábado hizo la Noche con nosotros. Cruel destino el suyo, pasar en apenas dos horas de ganar un importante campeonato deportivo a iniciar un largo turno de guardia nocturna de diez horas...

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Una mañana de diciembre

El inseguro y tímido sol de diciembre ilumina sin calentar a los ateridos transeúntes que tienen la osadía de circular por la Avenida Gaudí a primera hora de la mañana. Gélidas ráfagas de viento barren el paseo desde más debajo de las obras de la Sagrada Família, buscando los muros modernistas del Hospital de San Pablo. No siento especial interés por los variopintos grupos de turistas, artistas callejeros, carteristas, camareros, vendedores ambulantes y buscavidas en general que forman parte del paisaje habitual del paseo. Sin embargo, no puedo evitar fijarme en ellas.

Rozarán los veinte años, tienen la piel blanquísima y son de aproximadamente la misma altura y complexión. Ahí acaba el parecido. Una lleva el cabello rubio muy corto, casi rapado al cero, calza unas Converse negras y viste una especie de falda blanca como de tenista y una sudadera negra. No parece llevar medias, o, si las lleva, son invisibles. La otra, como si fuera su negativo, corona su cabeza con una larga cabellera morena, lleva unas bailarinas inmaculadamente blancas, medias negras, minifalda negra de lycra y un amplísimo jersey blanco roto, de esos que a simple vista ya sabes que es pura lana de oveja escocesa. Ese juego de contraste de colores es lo primero en ellas que llama la atención, pero no lo único. Caminan muy juntas, rozando sus manos y sus muslos al andar, hablándose al oído con gran intimidad. La rubia pasa en determinado momento su mano izquierda por sobre el cabello de la morena, acariciándoselo con infinita ternura, mientras su compañera sonríe complacida, mirándola en silencio con ojos encendidos de deseo. Siento envidia. Imagino sus cuerpos desnudos entrelazados, como sin duda estarán muy pronto, quizás en tan solo unos minutos, ocupando cualquiera de las destartaladas habitaciones de alguna pensión barata de las que pueblan el vecindario, y no siento sino envidia de ellas, de su juventud, y de su libertad.

También a mí me gustaría pasear así con Elma, claro que sí, pero a Elma la he despedido pocos minutos antes. Esta semana, en que todas sus compañeras hacen fiesta un día u otro, y algunas no vuelven hasta el próximo lunes, en plan "acueducto", como en los lejanos y felices días de la Facultad, a ella le ha tocado vigilar el fuerte, lo que equivale a abrir y cerrar la persiana y hacerse cargo en medio de todo el trabajo. Sí, lo sé, genial. Y eso Elma, ya no quiero ni hablar de lo mío, tan hasta arriba de faena que me ha tenido casi dos semanas alejado absolutamente de todo, y entre otras cosas, de este blog, por lo que pido disculpas a mis lectores (Que sé que alguno hasta se ha preocupado...) Espero, aunque el volumen de trabajo no es previsible que disminuya, seguir publicando regularmente de nuevo a partir de hoy.

Mientras yo cruzo Marina para meterme en la boca de metro, ellas doblan a la izquierda, aparentemente camino del KFC de la esquina contraria. El brazo derecho de la morena ciñe el fino talle de la rubia, ya sin disimulos, y mientras bajo la escalera de la estación de metro y dejo ya de divisarlas les envío mis mejores deseos mentales. Pasadlo bien, chicas. La edad y la libertad que tenéis ahora no la volveréis a tener, eso seguro. Y la ilusión, con toda probabilidad, tampoco…

La imagen que ilustra el artículo corresponde a la historia de anime “yuri” (amor lésbico “soft”) titulada Mai Hime.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Dos puyazos para Elma

El pasado lunes, Elma fue a la peluquería a teñirse y cortarse el pelo, ya un poco demasiado largo para su gusto. No es que vaya con mucha frecuencia, casi siempre se tiñe y arregla ella misma el pelo en casa. Solo de vez en cuando, si hay motivo, y el motivo esta vez ha sido una cena de empresa a celebrar la noche de hoy.

Pues bien, a pesar de mis consejos, Elma no quiso acudir como la última vez a la peluquería de Jenny, una transexual alta y fuerte como un estibador portuario (Es la “trans” menos femenina que yo haya visto jamás) porque, aunque Elma reconoce que Jenny es buena peluquera, le molesta su brusquedad (Brusca sí que lo és, pega unos tirones como si estuviera recolectando remolacha) y se incomoda cuando la vecina de portal de Jenny, dueña de una floristería, carca y ultracatólica, se pone a rezar el rosario en voz alta en medio de la calle, frente a la puerta de la peluquería, intercalando oraciones y jaculatorias con advertencias a los sorprendidos transeúntes, a los que indica a voz en grito que allí, en aquella peluquería, habita el demonio.

Elma cogió el metro y se fue a la peluquería a la que iba cuando vivía en Santa Eulalia, y que, aunque ella no se acuerde (O no quiera acordarse) tampoco era ninguna maravilla. La mala suerte hizo que se encargara de atenderla un imberbe recién llegado, y no alguna de las más veteranas. El peluquerito le hizo un corte difícil de describir, algo así como la forma en que Salvador Dalí hubiera dibujado una escarola color rojo caoba.

Ese fue el primer puyazo, que ha tenido a Elma de lo más rayada durante toda la semana, primero por haber pagado a un presunto profesional para obtener un resultado mucho peor que si ella misma se lo hubiera hecho, y segundo porque esto haya ocurrido justo la semana de la cena de marras.

Con todo, el segundo y peor puyazo lo recibió Elma ayer jueves por la tarde. Debía hacerse unas fotos de carné, y en primer lugar intentó hacérselas en el fotomatón de la estación de metro de Sagrada Familia. No quedaron bien, la pésima iluminación del fotomatón hizo que quedaran contrastadas en exceso, y su piel luciera una palidez cadavérica. La convencí de que se hiciera otras en el estudio de un fotógrafo, y nunca me arrepentiré lo suficiente de haber hecho tal cosa. Elma mostró al fotógrafo las fotos hechas en el fotomatón, y le dijo que solo se haría otras si él aseguraba que la iba a sacar mejor, porque si no no valía la pena. El fotógrafo se molestó ostensiblemente por el comentario, pero, aparentando que no, dijo que claro que quedarían mejor, que él era un profesional, que valdrían para la portada del Vogue...

Para la portada del Vogue, os lo aseguro, no valen. Por supuesto que el resultado final era algo más presentable que las del fotomatón, menos contrastadas, más nítidas y mejor enfocadas, pero más allá de eso tampoco nadie a simple vista hubiera deducido que las había hecho un fotógrafo profesional. Elma, muy poco convencida ya de entrada de repetir las fotos, no pudo disimular el disgusto al verlas.

-¿Lo vé? - le espetó – Para esto, no valía la pena hacerlas.

El fotógrafo, herido en su amor propio, se tomó aquellas palabras como una gravísima ofensa, y, furibundo, le contestó

-Pero señora, ¿Qué más quiere Ud. que haga? Con esos pelos de loca que lleva, es imposible que salga bien en la foto...

Cual casco azul de la ONU, saqué a Elma de la tienda a empellones, antes de que ella le rompiera la cara al osado fotógrafo, y mientras ambos, a voz en grito, juraban en arameo. Menuda escenita. El fotógrafo se comió su obra con patatas. Elma ni se llevó ni pagó las fotografías. Claro que ahora tendrá que usar las del fotomatón...

martes, 22 de noviembre de 2011

Mucho ánimo para Alma

Alma es prima hermana de Elma, y, a la vez, su mejor amiga.

Hace ya muchos años, una jovencísima Elma abandonó su aldea colgada en una escarpada ladera de los Ancares lucenses para venir a Barcelona, donde había conseguido un puesto de trabajo en una fábrica. Al llegar, y durante bastante tiempo, se alojó en casa de sus tíos Artemio e Iridia, compartiendo la misma habitación (Y al principio incluso la misma cama) con la hija de éstos, Alma. Entre las dos primas se forjó entonces una fuerte amistad que ha perdurado hasta hoy.

Pues bien, esta mañana, a Alma le han hecho un legrado en la Clínica Corachán de Barcelona, para extraerle quirúrgicamente el feto de nueve semanas que llevaba muerto en su vientre. Como las veces anteriores, la gestación avanzaba con normalidad, todo parecía ir bien, se iban sucediendo pruebas y análisis que arrojaban resultados dentro de la franja de lo habitual, y de pronto, sin ningún motivo, un dolor intenso, una hemorragia súbita… Y, en la ecografía, ya no encontraban el latido al feto. Evidentemente, porque ya no le latía el corazón aún inmaduro. Porque había muerto de muerte súbita. Sin más explicaciones.

Y sí, he dicho “como las veces anteriores”, porque no es hoy la primera vez. En el último año, Alma ha iniciado tres embarazos, ninguno de los cuales ha llegado a buen término. Las tres veces, el feto ha muerto súbitamente entre las ocho y las doce semanas de gestación. Se le han hecho toda clase de pruebas, análisis, exámenes y consultas, sin que se deduzca de todo ello ningún resultado concluyente. En teoría, todo es normal. En teoría, debería poder sacar adelante un embarazo sin más problemas de los habituales.

Pero, por alguna razón que los médicos hasta ahora no han sabido hallar, no es así. Por alguna razón, Alma ha soportado el trance de perder un hijo, y no una, sino hasta tres veces. Ya os imaginaréis que su cuerpo y su mente sufren las consecuencias.

Alma, fácil es deducirlo, quiere ser madre. Lo desea con todas sus fuerzas y todo su corazón. Aún hoy, aún después de este tercer fracaso, quiere seguir intentándolo. Yo mismo le he tramitado, a través de la empresa donde trabajo, que presta servicios a la mutua de salud de la que ella es afiliada, una Segunda Opinión Médica para que su historial médico sea examinado por algún experto de referencia internacional que pueda arrojar alguna luz sobre el asunto. Hay la sospecha, a falta de nuevas y cada vez más sofisticadas pruebas, de que se trate de una incompatibilidad genética entre ella y su marido. Se daría entonces la paradoja de que Alma podría concebir un hijo de cualquier hombre menos del hombre al que le quiere dar un hijo. Ojalá no sea así. Ojalá alguien en algún laboratorio del planeta dé con la solución. Elma está hoy acompañando a Alma, juntas como hace tantos años, sé que no querría estar en otro sitio. Yo desde aquí solo puedo apoyarlas en la distancia, renunciando siquiera a imaginar lo que una mujer en sus circunstancias debe sentir y padecer. Ánimo, Alma. No sé aún cómo, pero estoy seguro de que más tarde o más temprano conseguirás tu sueño, y serás madre. Una excelente madre, que de eso también estoy bien seguro.

La imagen que ilustra el artículo es el cuadro “Madre e hijo”, obra de Emile Munier.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Una escena verdaderamente lamentable

Como cada año por esta época  aumenta la carga de trabajo, con el consiguiente stress. La lluvia casi constante de los últimos días provoca cierta irritabilidad que a su vez eleva el stress, y para acabarlo de arreglar la maldita migración de sistemas iniciada en mi empresa hace ya dos semanas no acaba de funcionar. El nuevo sistema informático y telefónico funciona, sí, mejor que al principio (sobre todo porque cuando lo implantaron no funcionaba en absoluto) tras incontables fallos, caídas e interrupciones y tras varias implementaciones y reinicios. Pero no acaba de ir bien, y aún, de vez en cuando, hace cosas raras. Digo todo esto para pintaros en cuatro pinceladas el paisaje alrededor de lo que voy a contar, sin que nada de lo dicho hasta ahora justifique que dos hombres hechos y derechos, y médicos por más señas, protagonicen la triste historia que voy a relatar.

Noche del martes al miércoles, sobre las dos de la madrugada. El turno está siendo “movido” para ser día laborable, mucha fiebre, mucho moco, mucho padre primerizo y muchos niños con pocas ganas de ir al colegio al día siguiente… Nada que no pase cada temporada otoño / invierno, pero la acumulación cansa igualmente. Hay también muchas solicitudes de traslado interhospitalario, que parece que no haya camas disponibles en ningún centro. Los recortes se notan, esas plantas cerradas, esa disminución de horas de guardia de ciertos especialistas… Y lo que te rondaré morena. Nos espera un invierno de aúpa, preveo, y no quiero ser agorero.

De pronto, el Dr. F me indica que “algo raro” pasa en su ordenador. Raro, sí, pero habitual: Por algún motivo que los informáticos aún no han logrado descifrar, a veces algún terminal, como en este caso el del Dr. F, se auto bloquea, sin que nada justifique este hecho. Simplemente, deja de funcionar, sin avisar. Y lo malo es que, cuando eso  pasa, ya no se puede volver a usar el terminal de marras, porque ya no deja de ninguna manera volver a reiniciarle ni con el mismo ni con otro usuario distinto. Y, para colmo de males, el usuario que estaba en sesión en el terminal bloqueado queda también bloqueado a su vez, de modo que el Dr. F no tiene más remedio que iniciar un estúpido periplo por todas las posiciones habilitadas para médico en la Sala, probando una a una en cual le deja conectarse y a ver con qué usuario, que con el suyo personal no, ese ha quedado “pillado” en el terminal bloqueado. Genial. Nos quedamos en la práctica con un médico menos, hasta que vuelva a estar operativo el Dr. F, una noche que como os he dicho era especialmente movida. Pero claro, nada de esto es culpa del Dr. F, que pocas ganas tenía él de ir de mesa en mesa como si tuviera el baile de San Vito, a la búsquda de un ordenador que simplemente le permitiera trabajar.

El Dr. S, también de guardia esa noche, es un hombre extraño y problemático ya desde el día que se incorporó al servicio. En palabras, creo que acertadas, de cierta compañera, “roza lo patológico”, y eso que ella no sabe todo lo que este médico hace y dice. Conmigo se lleva bien, quizás porque somos paisanos, oriundos de una zona próxima, en la provincia de León. Pero en general ha dado muchos problemas, varios Jefes de Guardia no lo quieren en su equipo, y no son pocas las veces que ha sido llamado a orden al despacho del Director Asistencial. Estoy seguro que solo el aumento de la carga de trabajo y la falta de médicos veteranos para hacer frente a ese trabajo le mantiene en la nómina de la empresa.  Pues bien, el Dr. S, viendo las evoluciones del Dr. F, que lleva cosa de media hora encendiendo y apagando ordenadores sin que ninguno le haya permitido entrar, conectarse y ponerse a trabajar, sufre uno de sus bruscos, repetidos, famosos y temibles “cruces de cables” y le suelta a viva voz:

-F., ya que no estás haciendo nada, más que pasearte,  te podías acercar hasta la gasolinera y traernos unos cafés…

El Dr. F ya se las había tenido tiesas varias veces con el Dr. S, con quien comparte guardia martes alternos, y, aunque normalmente es más calmado, aquel rebuzno extemporáneo del Dr. S le pilló en mal momento, cabreado como una mona con el tema de no poder trabajar porque el sistema de marras no le dejaba acceder. Se puso en pie con agilidad felina, caminó a toda prisa hasta situarse frente al Dr. S y le respondió con sequedad:

-Mira, S., para decir esas bobadas, más valdría que le dieras otro uso a la boca. Dobla la espalda, a ver si te puedes chupar tu propia polla.

El Dr. S, sin decir nada, se puso en pie casi de un salto. Faltaba poco para que pasaran de las palabras a las manos, era evidente, y la veterana Dra. Simona, que hacía de Jefa de Guardia, y yo mismo, nos pusimos entre ambos, Simona exigiendo al Dr. S que se sentara mientras yo, agarrándole por el brazo, alejaba al Dr. F de ese rincón de la Sala.

La sangre no llegó al río, pero os podéis imaginar lo divertida que fue el resto de la noche, la tensión en el ambiente, el mal rollo… La Dra. Simona ha pedido al Director Asistencial que no vuelvan a coincidir los dos en un mismo equipo de guardia, no al menos de noche, que hay menos gente para hacer de colchón y apaciguarlos, tratando de evitar nuevos agarrones entre ellos, y tal vez males mayores, pero eso significa modificar todos los plannings ya elaborados, que aunque lo parezca, no es fácil.

Ya veremos cómo acaba la historia, de momento os puedo decir que yo, esa noche, sentí tanta vergüenza propia como ajena…

La imagen que ilustra el artículo, una fotografía de Noel Carrión titulada “Pelea de Manos”.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Martes de plomo fundido

Martes, sí, otoñal martes de noviembre, lluvioso, gris, frío, plomizo e insoportable.

El cielo, cuajado de nubes, que no dejaban un solo resquicio de mínima claridad, ha vomitado lluvia todo el día, de la mañana a la noche, espesa cual cortina de plomo fundido, como si el cielo gris, metálico y amenazador, se derritiera sobre la ciudad.

Los días “de entremedio”, esos días (falsos días, en realidad son solo tardes, pues duermo por la mañana hasta la hora de comer) encajonados entre dos noches seguidas de guardia, ya son siempre, de por sí, complicados: Cortísimos, angustiosos y cansados. Pero hoy, martes “de entremedio” en el que no ha sido posible ver ni un miserable rayo de sol... Solo los breves momentos pasados con Elma, esos ratos más cortos siempre de lo que me gustaría, me han aliviado algo la fría y opresiva sensación de angustia que me ha invadido desde que me levanté. Las pocas ganas, por no decir ninguna, de volver a trabajar hoy, aumentaban mi desasosiego. Y es que además del aumento de volumen de faena de los últimos días, normal para la época del año, llevamos semanas sufriendo contínuas incidencias técnicas, lo que nos dificulta mucho el trabajo, sin que sean capaces de arreglarlo. Estamos ya todos hasta los mismísimos perendengues del departamento técnico y su prepotente e inútil responsable, el chulesco N.

Pero no quiero hablar de eso, que me cabreo tontamente (Tontamente porque nada puedo hacer) Mejor pensar en que hoy, espero, ya no quedará más plomo derretido en el cielo que nos pueda hechar encima esa horda de nubes de tormenta que nos invadió ayer. Claro que hoy puede ser peor. Hoy, miércoles, 16 de Noviembre, mi hijo cumple 11 años. Alejado de mí, víctima de una de esas situaciones en que yo jamás hubiera querido caer con su madre... Es doloroso, sí, muy doloroso.

Tal vez, este miércoles, añore el plomo fundido que caía a mansalva sobre Barcelona ayer martes. Pero plomo fundido de verdad, que me abrase por dentro, que carbonice mis entrañas. A ver si ese sufrimiento, ese dolor, es capaz de hacerme olvidar el otro dolor de que os hablaba...

martes, 15 de noviembre de 2011

Aprendiendo la cruda realidad

Mina es una joven enfermera, recién titulada, que está en periodo de formación en mi empresa para incorporarse al turno de noche, a mi equipo, si todo va bien, a finales de mes. Mina conserva el idealismo de la juventud y la candidez de la inexperiencia, y, francamente, no creo que esté preparada para este servicio, aunque no me extraña que la hayan contratado porque a la Supervisora de Enfermería le gustan los perfiles profesionales especialmente bajos. Perfiles que no lleguen a hacerle sombra.

Ayer, lunes por la mañana, Mina, junto a otros once afortunados, entre los que me contaba, asistía a una sesión formativa sobre los nuevos procedimientos establecidos por uno de nuestros clientes, un laboratorio farmacéutico para el que efectuamos tareas de línea médica de algunos de sus productos. Esos malditos “árboles de decisión” con los que en teoría debemos resolver todos los casos que se nos presenten pueden ser útiles llegado el caso para unificar criterios y establecer protocolos, pero no pueden ser considerados exactos al cien por cien, ni infalibles, y deberían permitir una cierta flexibilidad en vez de ser aplicados taxativamente sin excepciones. Pero me desvío del tema.

En medio de la formación, especialmente plúmbea y farragosa, la Supervisora de Enfermería, que actuaba como Formadora, explicó que se consideraba “Caso Potencialmente Crítico” cualquier queja, denuncia o reclamación efectuada por un cliente que pudiera dañar la imagen del laboratorio o causarle pérdidas de algún tipo. Mina, que hasta entonces había ido oyendo las enrevesadas explicaciones con cara de póker y sin mover una pestaña, saltó de pronto, indignada ante esta aseveración.

-Creía que Caso Potencialmente Crítico hacía referencia AL PACIENTE. Cualquier cosa que no funciona como debe y que empeora la salud del usuario de ese producto, y no al revés, considerar crítico solo lo que pueda perjudicar al laboratorio...

-Es el laboratorio quien nos paga, Mina – replicó la Supervisora – Trabajamos para él, no para los pacientes más que de manera indirecta. Por tanto, seguiremos sus indicaciones, y buscaremos lo mejor para ellos como clientes. La idea es avisarles a tiempo de cualquier cosa de la que puedan ser considerados responsables, ayudarles a prevenir acciones legales y minimizar posibles daños, nada más que eso. Si además ayudamos a algún paciente, mejor, pero no es lo importante.

-Pero la prioridad médica... – insistió Mina – Creo que la prioridad médica debe pasar por encima de cualquier otra consideración, sobre todo las cuestiones económicas o administrativas. Debemos buscar el bienestar del paciente, muy por encima de los beneficios de la farmacéutica, aunque sea quien nos paga.

Visiblemente irritada, la Supervisora dejó caer la mano izquierda abierta sobre la mesa de madera, que restalló en un sonoro golpe que nos sacó a todos de la duermevela en que nos había sumido su enrevesado y monótono discurso anterior.

-¡Basta! - exclamó. Y miró a Mina con tal fijeza que la hizo callar - No quiero discutir tonterías. ¡Aquí estamos para ganar dinero, y el que quiera otra cosa, que se vaya a Médicos Sin Fronteras!

Por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con la Supervisora de Enfermería, aunque casi todos se quedaran mirándola boquiabiertos. Ésta es la cruda realidad de la vida. Mina, querida, aprende pronto, o te van a dar palos de todos lados...