miércoles, 7 de diciembre de 2011

Una mañana de diciembre

El inseguro y tímido sol de diciembre ilumina sin calentar a los ateridos transeúntes que tienen la osadía de circular por la Avenida Gaudí a primera hora de la mañana. Gélidas ráfagas de viento barren el paseo desde más debajo de las obras de la Sagrada Família, buscando los muros modernistas del Hospital de San Pablo. No siento especial interés por los variopintos grupos de turistas, artistas callejeros, carteristas, camareros, vendedores ambulantes y buscavidas en general que forman parte del paisaje habitual del paseo. Sin embargo, no puedo evitar fijarme en ellas.

Rozarán los veinte años, tienen la piel blanquísima y son de aproximadamente la misma altura y complexión. Ahí acaba el parecido. Una lleva el cabello rubio muy corto, casi rapado al cero, calza unas Converse negras y viste una especie de falda blanca como de tenista y una sudadera negra. No parece llevar medias, o, si las lleva, son invisibles. La otra, como si fuera su negativo, corona su cabeza con una larga cabellera morena, lleva unas bailarinas inmaculadamente blancas, medias negras, minifalda negra de lycra y un amplísimo jersey blanco roto, de esos que a simple vista ya sabes que es pura lana de oveja escocesa. Ese juego de contraste de colores es lo primero en ellas que llama la atención, pero no lo único. Caminan muy juntas, rozando sus manos y sus muslos al andar, hablándose al oído con gran intimidad. La rubia pasa en determinado momento su mano izquierda por sobre el cabello de la morena, acariciándoselo con infinita ternura, mientras su compañera sonríe complacida, mirándola en silencio con ojos encendidos de deseo. Siento envidia. Imagino sus cuerpos desnudos entrelazados, como sin duda estarán muy pronto, quizás en tan solo unos minutos, ocupando cualquiera de las destartaladas habitaciones de alguna pensión barata de las que pueblan el vecindario, y no siento sino envidia de ellas, de su juventud, y de su libertad.

También a mí me gustaría pasear así con Elma, claro que sí, pero a Elma la he despedido pocos minutos antes. Esta semana, en que todas sus compañeras hacen fiesta un día u otro, y algunas no vuelven hasta el próximo lunes, en plan "acueducto", como en los lejanos y felices días de la Facultad, a ella le ha tocado vigilar el fuerte, lo que equivale a abrir y cerrar la persiana y hacerse cargo en medio de todo el trabajo. Sí, lo sé, genial. Y eso Elma, ya no quiero ni hablar de lo mío, tan hasta arriba de faena que me ha tenido casi dos semanas alejado absolutamente de todo, y entre otras cosas, de este blog, por lo que pido disculpas a mis lectores (Que sé que alguno hasta se ha preocupado...) Espero, aunque el volumen de trabajo no es previsible que disminuya, seguir publicando regularmente de nuevo a partir de hoy.

Mientras yo cruzo Marina para meterme en la boca de metro, ellas doblan a la izquierda, aparentemente camino del KFC de la esquina contraria. El brazo derecho de la morena ciñe el fino talle de la rubia, ya sin disimulos, y mientras bajo la escalera de la estación de metro y dejo ya de divisarlas les envío mis mejores deseos mentales. Pasadlo bien, chicas. La edad y la libertad que tenéis ahora no la volveréis a tener, eso seguro. Y la ilusión, con toda probabilidad, tampoco…

La imagen que ilustra el artículo corresponde a la historia de anime “yuri” (amor lésbico “soft”) titulada Mai Hime.

1 comentario:

la MaLquEridA dijo...

Que bonita historia Jan, me ha gustado la libertad con la que van por el mundo esas jóvenes, quién fuera ellas.


Cuídate, un beso