lunes, 28 de febrero de 2011

Santa Eulalia, interior noche

Ezequiel, hijo de Elma, estudia Dirección en una Escuela de Cinematografía.

Este fin de semana, de viernes a lunes, está de rodaje en Cadaqués. Hace de Ayudante de Dirección en el cortometraje de otro alumno de la Escuela. Es un trabajo de clase, y además una oportunidad. Si el resultado es lo bastante profesional, tal vez, con mucha suerte, sí, pero tal vez, salga al mercado español.

El jueves, cerca de medianoche, en casa de Elma reinaba una actividad frenética.

La tarde anterior, Ezequiel había mantenido una fuerte discusión con el Director y con el Productor del cortometraje. El Director, despreocupado de la parte técnica, añadía plano tras plano al Guión Literario, según le salían de la cabeza, poniendo patas arriba el Plan de Rodaje previsto, con el consiguiente cabreo de todo el equipo, que veía alteradas sobre la marcha sin orden ni concierto sus jornadas y horarios previstos, y acabó el Guión Técnico justo dos horas antes de la última hora posible de entrega, cuando a la mañana siguiente ya salían en furgoneta hacia el set de rodaje, apurando el tiempo y poniéndoselo muy difícil a su ayudante, Ezequiel, quien debía, en función de ese Guión Técnico, prever los medios y materiales necesarios para rodar. El Productor ni siquiera tenía la excusa de la creación para distraerse de sus obligaciones. Simplemente, era un caradura que se había quitado de en medio, dejando que otros se encargaran de su parte, tarea que, claro, había recaído también sobre Ezequiel.

Tremendamente responsable en lo que se refiere a su gran pasión, la cinematografía, Ezequiel se había echado a sus espaldas el peso del trabajo sucio, de campo, del rodaje, asumiendo tareas que claramente no le correspondían, contactando con los actores, haciéndose cargo del material, organizando el traslado y estancia del equipo etc.

Es el tercer y último curso de Ezequiel en la Escuela de Cine. Elma y yo, acostumbrados tras esos tres cursos en los que hemos hecho de actores secundarios, la casa de Elma se ha convertido más de una vez en set de rodaje, y hemos apoyado a Ezequiel en toda clase de labores de intendencia, le ayudábamos de nuevo en todo lo que podíamos, empaquetando, preparando comida y bebida, forrando piezas frágiles con cartones para evitar roturas y desperfectos en el viaje, en fin, cosas sencillas pero necesarias. Ezequiel estaba de los nervios, irritado por tener que encargarse de más de lo que le tocaría por culpa del escaqueo de otros. En un aparte, mientras Elma acababa de forrar con gruesos cartones y cinta aislante un cristal rectangular, parte de la mesa de centro del salón de su casa, que Ezequiel se llevaba para utilizarlo como atrezzo, le pedí que se calmara, porque tal y como estaba no era el mejor modo de encarar cuatro días seguidos de intenso trabajo con jornadas cercanas a las catorce horas diarias.

-Lo sé, lo sé... – me dijo Ezequiel – Pero es que me jode tanto...

-Lo comprendo – repliqué – pero debes mirar primero por ti mismo, y si ves que algo no lo puedes asumir, no lo asumas...

Él negó con la cabeza.

-No me importa asumir trabajo, más del que me toca, eso de verdad que no me importa. Lo que me fastidia es otra cosa...

-Sí, imagino el qué.

Me miró dibujando una sonrisa algo irónica en su rostro, anguloso como el de su madre.

-No te ofendas, pero no creo que lo imagines, Jan.

Más que sentirme ofendido por su ironía, me produjo una cierta ternura comprobar que, generación tras generación, siempre creemos ser los primeros en experimentar las cosas que nuestros padres y nuestros abuelos y todos nuestros antepasados ya experimentaron mucho antes que nosotros.

-Claro que me lo imagino, Ezequiel, claro que sí – respondí serenamente, pues tampoco quería entrar en discusión – Lo que te fastidia es que tú, como Ayudante de Dirección, te esfuerzas más de los que debes y asumes el trabajo que sea para sacar adelante el rodaje, porque el resultado del trabajo, que el corto quede bien y como debe de quedar, te importa más que el que haya irresponsables que se escaqueen. Pero sabes que cuando dirijas tu propio cortometraje no encontrarás un Ayudante de Dirección que se preocupe ni la mitad que tú. Eso te fastidia. La injusticia del mundo. Créeme, no eres el primero ni serás el último al que esto le amarga un día de invierno...

Ezequiel cambió la sonrisa irónica por otra menos hiriente y mucho más triste.

-Ya sé que no soy el primero, ya, pero es que jode, ¿sabes? Jode tantísimo...

Puse una mano sobre su hombro.

-Te comprendo, pero no será la última vez, ni la peor, así que vete acostumbrando...

martes, 22 de febrero de 2011

Familias, matrimonios y mentiras


Dos clases de personas gustan de jugar con fuego, los que creen que no se van a quemar, y los que gustan de quemarse. La que llamaré Ana finge ser de las primeras, pero es en realidad de las segundas. Recién entrada en la cuarentena, poseedora de un cuerpo juncal y espigado y de una suave piel blanquísima de adolescente escandinava que contrasta con el negro azabache de su melena, sabe que llama la atención, y no le importa ni mucho menos hacerlo. Presume con frecuencia de bien casada, y cualquiera que, sin conocerla de nada más, oyera uno cualquiera de sus empalagosos monólogos sobre sus repelentes hijas, su encantadora casita adosada con jardín o su inteligentísimo caniche creería hallarse ante la más arquetípica señorona conservadora y burguesa del universo. Pero la que hemos llamado Ana hace ojitos cuando le explico el regalo que le he hecho a Elma, y cómo celebramos ese día, pasándolo juntos, y, pobre, me explica con voz meliflua que su marido, tan ocupado él, se olvidó de su último cumpleaños por tercer año consecutivo. Y sin solución de continuidad siento su mano sobre la mía, mientras la oigo desgranar con su dulce y cantarina voz el consabido discurso sobre la rutina conyugal, la monotonía sexual y el vacío existencial, con alguna referencia un tanto intempestiva a un frigorífico Miele Combi No Frost recién comprado. En resumen, que la que denominamos Ana, tan bien casada ella, tan ejemplar esposa y madre, ella, se siente más sola que la una, y colgándose del cuello el letrero de "disponible" se ofrece a compartir esa soledad conmigo, si es que tengo a bien abonar un par de horas en cierto aparthotel de Vía Augusta. Y va a ser que hoy no, que es mal día, bonita...
Al gitano, el novio de mi compañera Amy, le llaman así porque lo es. Aunque no lo fuera, igual se lo llamarían, porque, además, lo parece. Es alto, delgado pero fibroso, tiene pelo negro ensortijado, ojos negros como carbones encendidos, y lengua viperina, afilada como el acero de su navaja "capaora", que aún lleva en el bolsillo a pesar de los disgustos que le dio. Se me acerca con sonrisa cínica, ponderando descaradamente el trasero redondo y firme de la que hemos llamado Ana, que se aleja, y me habla quedamente, al oído, con el marcado acento jerezano que no ha perdido viviendo en la Ciudad Condal. "Joder, Jan, la tienes loca a la muy... Está chorreando, fijo, si es que se la nota la calentura en la cara!! Si tú quisieras, te la follabas!!" Acompaña sus palabras de un revelador guiño, que se traduciría por "Genial que te la trabajes en TU territorio, pero ni te acerques al MÍO..." Y yo, que me llamo Jan pero ni soy ni ejerzo de Don Juan de medio pelo, sabiendo que tiene razón y que si quiero me la ensarto (dicho sin presunción alguna, es solo la constatación de un hecho), salgo por la tangente, que es el mejor sitio para salir de estos líos. Y aunque él piense que disimulo para buscar una ocasión más discreta, en realidad huyo a galope tendido de estas arenas movedizas, que yo sé bien a quién me debo, y eso no lo cambio por un coito ocasional.
Me da por reflexionar en el falsamente perfecto matrimonio de la susodicha Ana, en lo bien que habla a las demás de su marido, en lo feliz que finge ser... Pienso en esa "familia tradicional" que con tanto ahínco defienden sectores sociales, políticos y religiosos de esta España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, que decía Machado, y me pregunto y repregunto qué de santo y bueno encuentran en un modelo que lleva siglos demostrando falsedad e ineficacia. ¿No es el matrimonio ejemplo palmario de casi todas las hipocresías sociales? Brillante por fuera, podrido por dentro, en muchísimos casos. Y recuerdo las viejas historias de mi madre, la crónica negra de esa España rural y atrasada de los años cincuenta, en el marco reducido pero ejemplar de un pequeño pueblo de León. Aquella señora Tana, rica hostelera con negocio a pleno rendimiento, que, casada tardíamente con un gañán guapo pero chulo, acabó convertida en esclava de su marido, fregando suelos, ella que siempre había tenido criadas. O peor aún, aquella señora Zoila a quien el marido arrebató su cuantiosa herencia, instalándose con una de sus queridas en el bloque de pisos de la capital, y desterrándola a ella, nominalmente millonaria, a una desvencijada casa sin agua corriente, convirtiéndola en la práctica en la persona más miserable del pueblo... Eran otros tiempos, sí, tiempos de familia tradicional, patriarcal y bíblica, como defienden los beatucos. Familias monolíticas llenas de dolores y mentiras, de hipocresías y fingimientos. No me extraña que tales abominaciones hayan ido desapareciendo. Lo que me extraña es que los nuevos modelos de familia busquen parecerse en la forma (y me temo que también en el fondo) a ese tradicional, claramente fracasado, en vez de explorar otras formas.
Aclararé para finalizar que no es nada habitual en mi vida que las casadas se me ofrezcan tan descaradamente, aunque no ha sido ésta la primera vez, y seguro que tampoco será la última. Respectoa a la que hemos llamado Ana... nada pasará, pero, que conste, tiene su aquel, su cosita, su puntito morboso, saber que, si quisiera, podría pasar...

lunes, 21 de febrero de 2011

Teatro: Petits crims conjugals

“Amar es querer los defectos del otro”, dice Eric-Emmanuel Schmitt, autor de la obra teatral que fuimos a ver Elma y yo el sábado por la noche, “Petits Crims Conjugals” (Pequeños crímenes conyugales)

Y de eso va la obra, de la pareja, del amor, del deseo, de los motivos a veces extraños que tienen las parejas para seguir juntas, para quererse a pesar de que el mundo entero parece hecho para que el amor no perdure. De la violencia de la pasión, y la violencia, distinta pero igualmente cruel, de la convivencia y la monotonía. Una obra que explora en forma de thriller lo que en realidad es una cuestión sociológica y casi filosófica, la esencia del vínculo que une a una pareja, que les mantiene juntos a pesar de todo.


Tanto a Elma como a mí nos gustó mucho la obra,  una hora y media sin intermedio, dos únicos personajes en el escenario, una larga y retorcida conversación llena de engaños, de descubrimientos, de mentiras que se tornan realidades y verdades que se demuestran falsas. Una oda al amor real, cotidiano, lleno de defectos, de fingimientos y de miedos, pero amor al fin y al cabo, incluso podríamos decir que amor más real que en las historias románticas al uso . Para el autor el verdadero amor empieza, tal vez, donde acaba el amor romántico, más allá de la pasión, ya finalizado el enamoramiento. Hablamos, claro, de amor diario, de parejas que conviven y tienen inevitables roces, que luchan porque esta dura realidad no desgaste sus ganas de seguir juntos, porque eso es al fin y al cabo una pareja, dos personas que están juntas simplemente porque, más allá de papeles y compromisos, desean seguir estando juntas.

Quiero destacar las interpretaciones de los dos actores, que me parecieron excelentes. Ramón Madaula lo hace muy bien, aunque para mí el papelón es el de Laura Conejero, que lo borda, imbuyendo a su personaje de altibajos emocionales, de carga sentimental y psicológica.

En suma, salimos contentos del teatro Poliorama. Paseamos Ramblas arriba, cogidos de la mano, hablando precisamente de lo que nos hace seguir adelante, de las cosas que a pesar de llevar ya diez años juntos nos siguen gustando a uno del otro, de esa pasión que aún no ha muerto, si acaso se ha transformado en algo distinto, más reposado, pero igual de satisfactoria que al principio de nuestra relación. Nos fuimos a cenar al Otto Sylt, y seguimos hablando de ello, entre inmensos bratwurst y botellines de cerveza mexicana, Sol, para más señas, y luego, pasada la medianoche, una vez en casa, a solas, dejamos que las palabras fueran cediendo paso, poco a poco, a los hechos...

En la foto, tomada de la galería de “Clip de Teatre” en Flickr, Ramón Madaula y Laura Conejero, en un momento de su interpretación.

sábado, 19 de febrero de 2011

Una rápida reflexión sabatina

Parece que el mundo está más interconectado para lo malo que para lo bueno.

Alguien hace algo bueno y los efectos de ésta buena acción son siempre limitados a unas personas, tiempos y lugares concretos.

Alguien hace algo malo y los efectos dañinos se extienden como ondas expansivas de una explosión.

Un error de planificación (De una sola persona) ha hecho que hasta cuatro compañeros debamos cambiar de turno este fin de semana, y que por ejemplo yo tenga que ir a trabajar mañana domingo cuando no me tocaba.

Ah, pero eso será mañana.

Hoy no. Hoy es el cumpleaños de Elma, y hoy, por tanto, es día festivo y solo me importa ella y hacer que ella lo pase lo mejor posible. Así que le he dado mi regalo, y luego hemos paseado y hemos comido opíparamente, y en apenas nada nos vamos al teatro. Pero eso mejor ya os lo contaré mañana...

Nos leemos!

viernes, 18 de febrero de 2011

Una estrambótica "reunión formativa"

Durante días, nos negamos con mil y una excusas, reales o inventadas, a acudir a la “reunión formativa” convocada por Viborilla. Tal reunión era inútil, repetir cosas ya sabidas, sin más objetivo que hacernos perder dos horas de nuestro tiempo. Si se dice genéricamente que el tiempo es oro (Y lo es), esas dos horas eran especialmente valiosas para nosotros. Trabajando las noches consecutivas de miércoles y jueves. ¿Cómo creen que vamos a estar en condiciones de aguantar una “reunión formativa” a primera hora del jueves, justo a la salida de una noche de guardia? ¿Cómo podemos permitirnos además robar dos horas al sueño, si la noche siguiente también la trabajamos? No, desde el principio tuvimos claro que no iríamos.

Amparado por mi cargo de mando intermedio, dirigí un e-mail a Viborilla, reconozco que despectivo, comunicándole que no podríamos ir. Utilicé, sí, también lo reconozco, el tono con el que Luis XVI se dirigía sus lacayos. Viborilla se consumió de rabia, y dicen algunos que mientras lo leía llegó a pronunciar juramentos en lenguas desconocidas, pero, como nada podía hacer directamente contra mí, rebotó ese e-mail a la Gran Víbora. Investida del poder de los Inmortales de cuya confianza infinita goza, la intocable Gran Víbora se personó ante nosotros en carne mortal, y solo pudimos hincar ante ella nuestras rodillas en tierra, balbuceando vagas excusas incoherentes, para regocijo de Viborilla, que, a la diestra de su Señora, reía entre dientes. Así, por Decreto de la Princesa de las Tinieblas, la “reunión formativa” se haría, pesara a quien pesara, y si nosotros no dormíamos, era ése nuestro problema y de nadie más, que el sueño que podamos o no tener a la noche siguiente no es cuestión importante que deba distraer a la Gran Víbora de sus enjundiosos asuntos.

¡Qué sonrisa maléfica, que irónica dulzura, que jubilosa expresión de triunfo, la de Viborilla, la mañana de ayer jueves, llegando a tiempo de celebrar la tan odiada y odiosa reunión! Vestida de inmaculado blanco nupcial, y con la radiante mirada de una novia enamorada, saludó con respetuoso gesto a la Gran Víbora, sentada en su trono, mientras nos conducía a la Sala de Tortura. Que tristeza en cambio en nuestras miradas, vencidos, derrotados, cautivos y desarmados, si bien, eso sí, planeando ya en aquel momento mil formas de refinada venganza...

La reunión empezó con problemas técnicos que obligaron a movilizar al Departamento de Informática en pleno, y luego, ya solucionadas tales cuestiones, Viborilla nos dirigió durante casi una hora, en un insoportable tono cansino y monótono, un plúmbeo aserto carente de sentido, pomposo y vacuo, con florituras verbales dignas de un Obispo hablando Ex Cátedra sobre Teología.

Este cuento sin embargo tiene un final inesperado. Tras soportar durante casi una hora tan farragosas explicaciones, cuando todos habíamos perdido el hilo, y yo rodaba ya por la pendiente que conduce de la sobresaltada entrevela al sueño más profundo, irrumpió en la Sala la Dra. Mondieu, extrañamente convertida en huracán de fuerza cinco. Aunque la Dra. Mondieu es nominalmente la jefa directa de Viborilla, su condición de cantamañanas le impide ejercer el cargo con la debida autoridad, máxime cuando Viborilla está protegida por la Gran Víbora. No obstante esto, y por algún milagro atribuible a la intervención de San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, La Dra. Mondieu se presentó allí de improviso, decidida a tomar las riendas de la reunión. Aunque le escociera como sal marina vertida en una herida abierta, Viborilla se hizo a un lado con cara de circunstancias, mientras la otra lo revolucionaba todo, se hacía un lío, negaba cosas que había dicho su subordinada, se erigía en Único Oráculo a quien consultar (A pesar de su ignorancia, o quizás debido a ella, se considera a sí misma referencia única de toda información), y se dedicaba a echar mierda sobre cualquier persona que cuestionara lo más mínimo su autoridad o competencia. Me desperté de golpe ante tal acumulación de despropósitos. Increíble pero cierto, ¡era posible explicar las cosas peor explicadas aún que con las pésimas explicaciones de Viborilla!

Al menos, esas dos horas no se desperdiciaron del todo. Aunque perdiera dos horas de sueño y hoy esté más cansado de lo habitual, camino de mi casa pude reírme bien a gusto de la cara de mema (boca apretada, pómulos hinchados, ojos casi bizcos...) que se le había quedado a Viborilla, y de la estúpida soberbia ignorante de la Dra. Mondieu creyéndose de verdad experta en la materia...

jueves, 17 de febrero de 2011

En el siglo equivocado

"No tengo presupuesto para comprar un regalo a todas las tías que andan por ahí diciendo que están enamoradas de mí", dicen que le dijo ese pedazo de bruto, en pleno día de San Valentín, acompañando la frase de sonrisa desafiante y mirada despectiva. Y ella, bastante inocente todavía a pesar de acercarse a la treintena, ella, digo, alma de niña cándida dentro de un mujerón de metro ochenta, ella, enamorada hasta las trancas del sujeto en cuestión, que como no había habido ocasión de dar por él hasta la última gota de sangre de sus venas (Que la hubiera dado), se había gastado hasta el último céntimo de sus ahorros en el regalo para él, para ese animal de bellota a quien ella consideraba novio, ella, insisto, rompió a llorar tan intensa y desconsoladamente que impresionaba. Qué espectáculo, esa tiarrona con ese cuerpo que para sí lo quisiera más de una actriz de "jolivú", y de natural, ¿eh?, que esa carne apretada y trémula aún no la ha profanado el bisturí... Ese peazo pivón llorando ahí como María Magdalena a los pies de Jesús, hipando histéricamente, incapaz de contenerse ni controlarse, mientras el causante de sus desdichas miraba con cara de no haber roto un plato a quienes se agolpaban alrededor, con una malévola expresión entre condescendiente y cínica, como si la cosa no fuera con él, como si ella sola se hubiera hundido en la miseria. Tal era la maldad que desprendía, su aire de chulo provinciano, sus muestras a la vez de bajeza y de majeza, que hasta el novio gitano de Amy le fulmiró con una de sus miradas, mientras su mano derecha, ostensiblemente, acariciaba la navaja en el bolsillo de la cazadora. Una mirada tan cargada de odio, que bastó para que el tipejo hiciera mutis por el foro, lo que alivió un poco la tensión que se palpaba en el ambiente. Agradecí al gitano, con una mirada silenciosa, su gesto, y él levantó los hombros de manera ambigua pero llena de empatía. A él también le había impresionado del desconsuelo de la chica, y eso que el gitano tiene el corazón tallado en piedra, y las lágrimas femeninas no suelen conmoverle.

Otra compañera, que, aunque gótica y de alma oscura como noche sin estrellas, tiene su puntito de buena samaritana, la recogió horas después, tirada en las escaleras de la estación de la L7 de Avenida Tibidabo, más borracha de lo que recuerdo haber visto nunca a nadie, al menos desde mi ya algo lejano paso por las filas de la gloriosa Infantería del Rey de España. Allí estaba, el cuerpo desmadejado sobre los frios escalones de piedra grisácea, inconsciente, sucia como una cerda, pues se había meado encima. Entre varios ayudamos a la gótica a cargarla en su coche. No sé cómo se apañaría ella sola con los sesenta y cinco kilos de peso inerte al llegar a su casa.

Me alegró que al menos una persona la ayudara, como me alegré de haber podido aportar mi granito de arena aunque solo fuera con la fuerza de mis brazos. Y sin embargo el corazón me quedó contrito con todo aquello. ¿Es que acaso queda algo de amor en algún recóndito lugar del planeta? A veces creo que no.

A mi alrededor, parejas en guerra, familias mantenidas por interés, niños que vienen al mundo con la misión imposible de recomponer un matrimonio ya deshecho, infidelidades y traiciones, mentiras y fingimientos, todo a plena luz del día, todo con el público y notorio conocimiento de la sociedad en general. Y sin embargo nos empeñamos en mantener a toda costa los mismos esquemas fracasados, repetimos como un salmodio las mismas falsas promesas de amor eterno que ya antes hemos incumplido varias veces, y nos creemos solo en la medida que nos lo queremos creer que existe la media naranja, la pareja ideal, el amor para toda la vida y la perpetua felicidad. Y nos paramos ahí, claro, no sea que el siguiente paso nos lleve a aceptar la existencia del ratoncito Pérez... ¿Es que ya nadie es sincero, es que ya nadie cree en lo dice ni dice lo que cree? No, en todos los aspectos de la sociedad, a todos los niveles, en la familia, en el trabajo, en las comunidades de vecinos, y también en la pareja, se dice lo que conviene, o lo que creemos que el otro espera que digamos, o lo que debemos decir para que no piensen que... Pero luego, evidentemente, traidores a nuestras propias promesas, quitamos todo valor a la palabra dada por nosotros mismos, y hacemos lo que nos da la gana. Asco de mundo sin honor ni deber, sin esfuerzo ni verdad...
El protagonista de una de mis novelas de referencia en la infancia, ese caballeresco, noble y ya entonces desfasado Quentin Durward debido a la pluma de Sir Walter Scott, dice en un parágrafo de la novela "Me educaron para ser valiente y fiel, honrado y leal, para defender siempre al débil y mantener hasta la muerte la palabra dada. ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido un siglo tarde?" Comparto con él esa impresión, solo que en mi caso creo que son varios los siglos que he nacido tarde. Es frustrante para mí pensar en mis escasas posibilidades de influir para que el mundo cambie. Me siento tan ajeno a él que, habiendo renunciado a mejorarlo, me mantengo aislado. Solo me queda, para que siga valiendo la pena despertarse en cada nuevo amanecer cargado de malos augurios, la paz de mi último refugio, porque en mi caso, afortunado como soy, tengo un santuario donde refugiarme de la ventisca de afuera, con una sacerdotisa que mantiene encendida eternamente la hoguera...

miércoles, 16 de febrero de 2011

Barcelona Mobile World Congress

“Durante toda esta semana estarán por aquí, por Barcelona, los del Mobile World Congress ese, y los barceloneses cabreados, <joder, todo a reventar de gente, si es que no se puede ni salir de casa…> Luego nos enteramos de que se dejarán 225 millones de beneficios, y, como buenos catalanes, nuestra opinión cambió… <Tranquilos, que ya si eso no salimos de casa, no vayamos a molestar…> Es que los barceloneses somos así...“
Andreu Buenafuente, monólogo del pasado lunes.

Anoche, cerca de la una de la madrugada, caminando desde Plaza Urquinaona a Plaza Universitat. Apenas diez minutos de trayecto a pie. La noche es desapacible, fría y húmeda. Parece que vaya a caer una tormenta de un momento a otro, pero la lluvia no acaba de llegar. La ciudad está, efectivamente, muy animada para ser un martes por la noche.

En la esquina de Fontanella con Vía Laietana, bandadas de taxis libres giran camino del Port Vell buscando ansiosamente pasajeros. Calle Fontanella arriba, me cruzo con un par de grupos de hombres jóvenes que parecen clonados: Todos altos y rubios, con traje azul marino y camisa blanca, portando una acreditación colgando del cuello y un maletín para el portátil. Hablan en voz alta en un idioma que no logro identificar, y ríen a carcajadas. En la Plaza Catalunya, los rotativos de las patrullas de la Guardia Urbana iluminan en azul brillante y algo siniestro las cristaleras de las oficinas y comercios. Varios agentes del citado cuerpo recorren la plaza y las calles anexas, no sé si en labores disuasorias o en busca de algo o alguien. A las que parece no disuadir en absoluto la presencia policial es a las prostitutas que, apostadas en los aledaños del Hard Rock Café, se quedan mirando, descarada y provocativamente, a los hombres que por allí pasan. Son un grupo de cinco o seis, todas africanas, vestidas tan brevemente que tienen que estar pelándose de frío. Paso frente a ellas, y aguanto con fijeza sus miradas insinuantes, como un entomólogo que examinara un raro ejemplar de mariposa. Entreveo tanta angustia como desesperación reflejados en sus rostros.

La esquina de más arriba, la de Ramblas con Pelai, tiene la misma afluencia de gente que una terminal del aeropuerto en hora punta. Taxis cargando pasaje. Taxis dejando pasaje. Taxis pasando vacíos, mirando con envidia homicida a unos y a otros bajo la luz verde. Y gente, mucha gente, gente de todas las nacionalidades imaginables, provistos de maletas, maletines, trolleys o bolsas de viaje, siempre con la dichosa acreditación colgando del cuello, siempre mirando alrededor, sonriendo tímidos, hablando a voces en idiomas extraños. En las Ramblas, a lo lejos, se oyen risas estentóreas y cantos ebrios. Por la Calle Pelai me cruzo de nuevo con dos o tres grupos como los de Fontanella, hombres jóvenes, trajeados y de aspecto nórdico. Me sorprende, no lo había pensado hasta ahora, la nula presencia femenina en estos grupos de congresistas… Y en la esquina de Plaza Universitat, a la altura de los cines Lauren, un nuevo grupo de prostitutas, gemelas de las del Hard Rock Café. También africanas, también medio desnudas, también con el frío, el miedo y la ansiedad enturbiando sus vacías y pretendidamente insinuantes sonrisas.

Llego a casa, al fin. Elma me espera mirando la televisión, las noticias del canal 3/24 concretamente, acurrucada, adormilada, en el sofá, abrigada bajo la manta granate regalo de Gas Natural. Le doy un beso. Se espabila, y cuando quiero recuperar la verticalidad sus brazos me retienen por el cuello junto a su rostro. El beso se prolonga. Cuando por fin nos separamos, tengo en los labios una sensación de vacío, de ausencia, como si me faltara algo. Se medio incorpora, mirándome sonriente. “¿Lo has pasado bien?” pregunta. Me encanta su sonrisa. Respondo que sí. Me siento bien, muy bien. Sé que estoy en casa. Porque donde esté ella, allí estará mi casa.

Nos leemos!

martes, 15 de febrero de 2011

De clases de ginecólogos

Domingo por la noche, madrugada ya de uno de esos lunes en los que nadie querría venir a trabajar, intensa guardia de urgencias, advertencia clara de lo duro que será el día siguiente. Aprovecho un breve momento de calma para ir al office, hasta la máquina de café. El Dr. F se reúne conmigo, buscando también su dosis de cafeína. Le he oído mantener una tensa conversación a través de su móvil, y ahora parece irritado, indignado, casi fuera de sí, aunque contenido. “¿Qué te pasa?” le pregunto, y me mira como dudando si contestar.

Me pareció que tenía ganas de soltar lastre, de compartir su pena, y he acertado, finalmente se decide a contármelo: Su hermana mayor, tras varios meses soportando molestias y notar que se le hinchaba el vientre, una hinchazón extraña, solo en un costado, no en toda la barriga como cuando engordas, se decidió a ir a su ginecólogo, uno muy conocido. El reputado Doctor, sin embargo, se la sacó de encima sin examinarla siquiera. Que no se preocupara, que claro, ya se acercaba, por edad, al climaterio, y era muy normal que empezaba a sentir los síntomas de la premenopausia. Le recetó pastillas de soja, le dió unas pautas de alimentación, y a casita que hace buen día hoy.

Pero las molestias siguieron, y aumentaron, y la preocupación de la hermana del Dr. F también, hasta que se decidió a consultar con él. Al Dr. F no le gustaron nada los síntomas de su hermana, pero él no es ginecólogo, así que la remitió al Dr. X, con quien había trabajado y a quien respeta mucho profesionalmente. El Dr. X sí examinó a la paciente, y no necesitó más que palparla por dentro para no dejarla ni levantarse de la camilla. “No te asustes, pero he de tomarte muestras para una biopsia. Hoy mismo tendremos los resultados”. Y sí, los tuvieron, tremendos resultados: Un cáncer ovárico en fase avanzada, que nadie había podido/querido/sabido detectar antes. “No te voy a mentir, tienes pocas posibilidades, solo te prometo intentarlo – dijo el Dr. X a la asustadísima hermana del Dr. F - Te harán ahora, seguidamente, las pruebas del preoperatorio, porque te intervendré mañana mismo…”

La intervención salió bien, pero a la postre resultó ser muy tarde. La han detectado metástasis intestinal y hepática, y aunque intentarán hacerle una resección de colon, la hepática es inoperable. El Dr. F maldice. “Si el jueputa de ginecólogo la hubiera examinado, hubiéramos ganado unos meses cruciales…” Sí, como aprendí en cabeza ajena, hay dos clases de ginecólogos, los que se preocupan, y los que no. Por desgracia para la hermana del Dr. F, se topó con uno de los que no.

Hace años, en un momento afortunadamente superado, descubrí a través de Elma que hay, también, otras dos clases de ginecólogos: Los partidarios de “cortar por lo sano”, y los que tratan de invadir el cuerpo femenino lo mínimo imprescindible y necesario. Parece que los primeros son frecuentes en la especialidad. Y muy vehementes, aunque se equivoquen. El primer ginecólogo que examinó a Elma, el que le diagnosticó los miomas, aún reconociendo que no llegaba ni a ser endometriosis, la programó para una histerectomía total, para cortar por lo sano y vaciarla totalmente, para entendernos. “Ya no piensas tener más hijos, ¿verdad?, Pues mejor sacarlo todo…” Dijo con el mismo tono neutro de quien va a vaciar el pavo para meter el relleno.

Afortunadamente, Elma y yo, en busca de una segunda opinión, dimos con uno de los ginecólogos de la otra tendencia, mucho menos agresiva, quien desde el principio se mostró partidario de intentar evitar la intervención, tratando con medicación el problema, y aún en el caso de que no funcionara la medicación, intervenir por laparoscopia y afectando lo menos posible a los órganos internos. Finalmente, el tratamiento funcionó y a los seis meses Elma ya estaba de alta y sin haber tenido que sufrir intervención alguna. Pero, si se hubiera fiado del primer ginecólogo y su diagnóstico, estaría ahora sin aparato reproductor.

Así que, queridas lectoras, por más que no me guste dar consejos, os quiero decir, a modo de consejo por una vez, que tengáis cuidado con qué clase de ginecólogo es vuestro ginecólogo, y en todo caso, si alguno de sus diagnóstico no os parece correcto o adecuado, que busquéis siempre cuanto menos una segunda opinión.

El chiste gráfico de hoy es quizás un punto demasiado humor negro, pero es que así es como me siento con estas historias. Por si alguien no entiende el inglés, ella piensa “¿Será esto amor verdadero?” y él piensa “¿Será esto un tumor vaginal?”

Nos leemos!

domingo, 13 de febrero de 2011

Un sábado entre brasas

La empresa donde trabaja Elma, a pesar de haber crecido en los últimos años,  conserva aún las dimensiones, modos y maneras de la pequeña empresa familiar.

En esa empresa hay responsables de área, pero solo un jefe, Petrake, el fundador, el empresario, el dueño de la empresa en el más amplio sentido posible del término. Petrake, debido a problemas familiares de los que no es momento de hablar ahora, hace ya tiempo que, a pesar de su natural sociable, se encuentra bastante solo. Tiene dinero, ánimo, desparpajo, y cuerpo (Aunque ya no cumple los cincuenta, se conserva bastante bien) para salir de marcha, vivir la  noche, y ligar si se tercia con más de una y más de dos. Pero eso, más allá de falsas vanidades masculinas, alivia solo la libido, y si me apuras sube el ego y aumenta la autoestima, pero no, nunca, cura la soledad.

Petrake se refugia en su empresa, a la que ha convertido en un sucedáneo de familia. Y no hablo solo de ser adicto al trabajo, no, aunque también. Para él, la empresa es un auténtico sucedáneo del entorno familiar: Petrake realiza toda clase de actividades paralelas con sus empleados, y ellos, entre agradecidos y compasivos, le cuidan más como a un amigo necesitado que como a un jefe que se extralimite (¡Y vaya si se extralimita!) mucho más allá de lo meramente laboral. Sus empleadas, Elma entre ellas, hacen toda clase de trabajos domésticos para él, desde prepararle comidas a coserle los pantalones. Sus empleados le hacen mudanzas, o le acompañan a actividades particulares. Él, a cambio, les hace regalos, desde viajes a ropa, además de prestarse a facilitarles favores de todo tipo, que Petrake, muy bien relacionado en el mundo empresarial, sirve lo mismo para un barrido que para un fregado.

Ayer sábado, Petrake había organizado una “costellada” en una de las más grandes y célebres cavas de Sant Sadurní d’Anoia. Él, como siempre, correría con todos los gastos. Iríamos por medios propios y, a las diez de la mañana, nos reuniríamos en el asadero anexo a las bodegas de cava.

A esa hora, sin que uno solo llegara tarde, Petrake pudo pasar revista a sus tropas. Todos sus empleados, sin que faltara uno, acompañados de parejas e hijos, estábamos presentes. Elma y yo fuimos en el coche de su compañera Mercè  y el marido de ésta, Manel, con los que congeniamos y que viven cerca de casa de Elma. Formábamos un grupo variopinto y supongo que curioso a ojos ajenos. En la empresa de Petrake hay gente de orígenes tan diversos como para formar una pequeña ONU donde todos tienen su sitio y su función... Y donde todos discuten, amistosamente, eso sí, casi igual que en la ONU de verdad.

Argentinos y uruguayos discuten por quién asa mejor la carne. No sabría decir. Unos y otros la asan de maravilla. A título individual, eso sí, el ganador sería uruguayo, ese Rocchia que siempre deja el churrasco en su punto...

Bolivianos y colombianos discuten por quién es capaz de comer más carne de la que asan argentinos y uruguayos. Tampoco entre ellos sabría declarar ganador, todos comen como pirañas cuando se ponen a ello...

Los rusos se encargan sin discusión de las bebidas, por más que protesten los rumanos. Ahí no, ni hablar, no hay color...

Los españoles, que somos minoría, no si por lo de la Madre Patria, acabamos haciendo siempre de mediadores entre los bandos sean estos cuales sean. Bueno, y comemos y bebemos, por supuesto, hasta hartarnos, que de eso se trata...

El día ha acompañado, además. Un sábado de Febrero que bien podía ser de primavera, soleado y con agradable temperatura. En resumen, que hemos comido como gauchos, bebido como cosacos, cantado, bailado y reído cual comparsas de carnaval... Y sí, sobre todo en lo que a Elma y a mí respecta, después de un par de semanas muy duras, hemos logrado desconectar por fin, y simplemente disfrutar de la carne, la jarana, el día de asueto, y de nuestra mutua compañía, que ya nos hacía falta.

El sol caía lentamente tras el horizonte, iluminando la tarde de irisaciones violáceas,  cuando volvíamos a Barcelona, sentados Elma y yo en el asiento trasero del Chevrolet de Manel y Mercè. El potente motor 2.0 Diesel ronroneaba bajo el capó, y la música de Kiss FM, recopilando grandes éxitos de las últimas décadas, animaba el regreso. Cansados, permanecíamos los cuatro en silencio. De pronto, algo hizo que todos a la vez saltáramos en los asientos. La voz de Sally Oldfield cantando Moonlight Shadow. Aunque no era precisamente mi estilo, mucho más guitarrero y rockero, el álbum Crisis, de Mike Oldfield, se ha convertido en uno de esos referentes generacionales para todos los que compartimos una determinada franja de edad. Y así, sin darnos cuenta, hemos empezado a vociferar los cuatro, no cantar, no, que ninguno se sabía la letra, sino más bien tararear en Badspanglish, el dialecto en el que cantan los no-anglófonos, al compás, eso sí, de la guitarra de Mike y la voz de Sally. He tomado a Elma de la mano, y ella, mirándome, se ha reído francamente como hacía muchísimos días que no la veía reir. Y yo también me he reído, y he pensado, en ese preciso instante, que era feliz, y que debía dar gracias, en forma de este artículo, por esos momentos perfectos, esos pequeños e imprescindibles placeres de la vida. Y gracias, claro, a Mike y Sally Oldfield...

"I stay
I pray
I see you in heaven far away
Far away on the other side.
Caught in the middle of a hundred and five
The night was heavy but the air was alive
But she couldn't find how to push through
Carried away by a moonlight shadow
Carried away by a moonlight shadow
Far away on the other side…"

viernes, 11 de febrero de 2011

Reuniones, hipocresías, recuerdos y "mala" educación

Jueves, primera hora de la tarde. Reunión de Planificación, también llamada Reunión de Mandos Intermedios, en la sede de mi empresa. Nuestras dos Supervisoras, Missia y Moira, presiden el encuentro, situadas una en cada extremo de la gran mesa rectangular. Ninguno de los diez asistentes hemos comido todavía, ni sabe si comerá algo. Bueno, corrijo. Algo es seguro que comeremos todos en mayor o menor medida: Marrones. Ayer había de sobras para todos…

En determinado momento, cuando parecía que ya íbamos de bajada, que, habiendo superado los peores momentos, podríamos lanzarnos indecorosamente sobre los bocadillos, devorándolos a dos carrillos, como si lleváramos dos semanas sin probar bocado, la Supervisora Missia lanzó una propuesta que nos dejó a (casi) todos helados. Sin entrar en detalles innecesarios, un endurecimiento de las normas de régimen interno, lo que por aquí llamamos Orden en Sala. Creo que, de aplicarse, ese cambio no sería bueno. La Supervisora Missia ignora o minimiza los efectos negativos del inevitable efecto rebote de los trabajadores, ya quejosos por el aumento en cantidad y rigidez de las normas disciplinarias lo largo de los últimos meses. Yo no. Yo nunca desprecio la tenacidad con que el trabajador medio trata, dedicando a ello todas sus fuerzas, entendimiento y voluntad, de escaquearse de las prohibiciones que se le imponen. Así lo digo.

Se me mira mal por decirlo. No me importa, estoy acostumbrado. Se inicia entonces un debate extraño que me deja mal sabor de boca. Los Jefes de Equipo y de Área que sé que son más permisivos, más  dados al comadreo con sus subordinados, son sin embargo los que se muestran partidarios de aprobar la propuesta de Supervisión, dorándole la píldora sin disimulos a Missia. Solo postrándose a sus pies para que les use de felpudo podrían humillarse más ante ella. Hipócritas. Quedan bien en los despachos para que luego sean otros los que batan el cobre en la sala, donde ellos serán claramente incapaces de aplicar la norma que defienden. A pesar de que algún otro compañero, también del “sector duro” donde me encuadro, trata de apoyarme en mi opinión, finalmente la propuesta se aprueba, ante el raro silencio de Moira, a quien conozco suficientemente bien como para saber que los modos de Missia no son de su agrado. Moira suele compensar, desde su igual rango, la deriva fascistoide de Missia. Pero hoy no.

La Hipocresía reina, y el Dinero es Dios.

Abstraído de la reunión, cuyo contenido, asumido que los hipócritas iban a aprobar las propuestas de Missia por estúpidas que fueran, ya no me interesaba, me dio por pensar en mi concepto del mundo, en la solitaria frase que pongo antes de este párrafo, que tantas veces oí de labios de mi madre, siendo un niño, sin acabar de comprenderla. Y pensé en mí mismo, y en alguna otra de sus fases lapidarias, con las que trataba en vano de educarme, de prepararme para el mundo. En vano porque jamás la hice caso. Jamás hasta hace bien poco.

Tenía de crío, y algo conservo, aunque disimuladísimo por años de aprendizaje práctico del manejo de los convencionalismos sociales, el perfil típico del sociópata. Mi madre, que tiene mentalidad de archivera (O síndrome de Diógenes, no estoy seguro), y lo conserva absolutamente todo, aún tiene guardados los test psicotécnicos que puntualmente me hacían cada principio de curso. Durante doce años arrojaron, invariablemente, el mismo resultado: Gran fluidez verbal, buena comprensión lectora, nula comprensión abstracta. Enorme capacidad organizativa y directiva, con dotes de mando (Como orientación profesional ponían siempre militar o empresario), pero con todo ese potencial lastrado por una nula integración familiar y ningún sentimiento de pertenencia a comunidad alguna, ni nacional, ni local, ni siquiera educativa. Yo era (No, no era, me sentía) distinto a todo y a todos. Mis compañeros tenían familias normales. Tenían, para empezar, un padre a quien regalar el trabajo manual que cada año nos hacían elaborar nosotros mismos por San José. ¿Sabéis lo frustrante que era para mí ser el único niño de clase que no ponía “Felicidades Papá” en el llavero en forma de payaso?


No, nunca me integré en esa comunidad de niños aparentemente perfectos con familias aparentemente perfectas. Tampoco encontré el modo de integrarme en Barcelona. Había sido muy feliz con mis abuelos en el pueblo, y por eso idealicé aquel lugarejo perdido en los campos leoneses, convirtiéndolo mentalmente en mi particular paraíso perdido. El paso lógico siguiente en el camino de la soledad absoluta era odiar Barcelona, convertida para mí en ciudad-cárcel. La odié muchísimo, y hasta hace poco no me reconcilié con ella, aunque ahora, sinceramente, no me imagino viviendo en otro sitio. Donde menos me integré fue en mi familia, en esa casa que nunca fue hogar, bajo ese techo que solo por ser de mi madre ya era territorio hostil para mí…

Y alcancé la mayoría de edad, y entré en la Universidad… Y por supuesto, tampoco me adapté, claro. Pero eso sería cuento aparte. De mis años universitarios salió el germen de lo que fue mi cambio, mi renovación, mi renacimiento, el inicio de la senda de la madurez.

Mi madre, que es la persona menos didáctica que pueda imaginar, soltaba algunas perlas en mi infancia que he tardado muchos años y un sinnúmero de experiencias y fracasos propios en comprender, asumiendo que, efectivamente, tenía razón en muchas de ellas (Casi todas, lo reconozco, más vale tarde que nunca, ¿no?) pero insistiendo en que, a la edad y de la manera que ella me las decía, era imposible que yo pudiera sacar provecho de sus enseñanzas, porque era improbable que siquiera fuera capaz de comprenderlas. Aún me acuerdo cuando, una tarde de domingo, estando yo ocupado en la redacción de un trabajo de Ciencias Naturales, mi madre, cabreada por alguna mala jugada de cualquier compañera de trabajo, que el trabajo de mi madre supera notablemente al mío en mal rollo, me miró fijamente y me soltó con toda solemnidad: “Jan, hijo, en el mundo hay dos clases de personas, las putas y los hijos de puta…” Impactadísimo, lo repetí al día siguiente en el colegio… Y acabé teniendo una durísima charla en el despacho del Tutor de mi curso, convencido, me temo, que yo era un peligroso y agresivo psicópata.

Bueno, así fue mi educación, un poco a trompicones. Tampoco imaginaba yo entones cómo sería el mundo real. Nunca me imaginé a mí mismo en una reunión como la de ayer, tan llena de mierda. Claro, lo de las putas y los hijos de puta fue una boutade materna. Pero esa otra, lo de que la Hipocresía reina y el Dinero es Dios… Ya lo creo, madre. Ni te imaginabas cuanto cuando me lo dijiste…


Los que me leéis hace tiempo ya sabéis que suelo compensar con un chiste gráfico la acidez de los textos, y no va a ser menos, aunque ni me he molestado en buscar, cuelgo uno que ya colgué en mi blog anterior (finiquitado) sobre reuniones de trabajo. No me siento hoy muy para chistes…

miércoles, 9 de febrero de 2011

¿Que por qué el Llanero Solitario?

En primer lugar, porque a veces me siento exactamente como este personaje encarnado, al menos en la imagen que he tomado prestada, por el actor Clayton Moore: Un solitario que lucha en la medida de sus fuerzas contra las cosas injustas que pasan a su alrededor. No llevo un revólver con cachas de nácar colgado al cinto, pero a veces lo preferiría. Al menos ellos, allí en el Far West, luchaban cara a cara y sin ambages, buscando resolver el conflicto en un solo y definitivo enfrentamiento. Nada que ver con el modo soterrado, cruel, hipócrita y traidor como se lucha hoy en día, siempre por la espalda, a traición, utilizando el engaño, la mentira, la persuasión y la manipulación. ¿Os parece eso más incruento que un duelo a pistola? No, no lo es. Dijo Oscar Wilde que la palabra puede matar como cualquier arma, solo que más lenta y dolorosamente.

Y hablando de Oscar Wilde, me vienen ahora a la mente esos acertados pero desencantados versos de su deprimente “Balada de la prisión de Reading”: "Aunque todos los hombres matan lo que aman, que lo oiga todo el mundo, unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra zalamera; El cobarde con un beso, ¡el valiente con una espada!"

En segundo lugar, porque ya he vivido la amarga experiencia (Lo ha sido, en verdad) de ser leído en un blog anterior por gente de mi entorno, que me localizó e identificó, sufriendo después las consecuencias en forma de acoso, duras críticas y no pocas burlas. No importa. La cosa no va a pasar de ahí (No os preocupéis), pero aprendí la lección en carne propia, y me veo precisado a usar antifaz, como ese Llanero Solitario que tomo de símbolo, imagen y referencia en este nuevo blog.

Finalmente, porque no encontré tantas imágenes, ni tan buenas y tan bien definidas, del Guerrero del Antifaz, que era mi primera opción, mucho más hispánica y folclórica, que de ese “Lone Ranger” norteamericano del que, en sus diferentes encarnaciones en cómic y serie televisiva, inundan el buscador de imágenes de Google.

Hoy nace, pues, una nueva versión, personal, particular y propia, del Llanero Solitario.

Para ese fiel puñado de seguidores de mi antiguo blog, hola de nuevo, y gracias por acompañarme en este punto y aparte. Espero que sigamos leyéndonos y comentándonos.

Para los posibles nuevos lectores que no sepan de qué les hablo, tan solo, bienvenidos.

Nos leemos!