martes, 31 de mayo de 2011

A miles de kilómetros o entre mis brazos...

El Dr. G pasa con nosotros su primera noche de guardia tras el largo periplo alrededor del mundo de la semana anterior, en que, con gastos pagados por la empresa, hizo el trayecto Barcelona – Doha (Qatar)- Manila (Filipinas) y regreso, la vuelta al mundo en cinco días, aunque eso sí, en primera clase.

Sí, lo sé, estáis pensando en los viajes de Pseudosocióloga, ¿verdad? Yo también, y me moriría de envidia, como cuando leo las entradas viajeras de nuestra colega blogger, si no fuera que en el caso del Dr. G sé exactamente lo que iba a hacer en Manila, y en mi caso dar una conferencia sobre regeneración tisular a un grupo de dermatólogos filipinos me parece una pesadilla. Además la empresa, que no ha ahorrado gastos, pagándole el billete en Qatar Airways y en primera clase, o sea, a todo lujo, sí ha hilado fino en cuanto al tiempo de desplazamiento, justo lo mínimo necesario para llegar a Manila tras descansar solo tres horas en tránsito en Doha, dar la conferencia del tirón, dormir una noche en Manila, y regresar a Barcelona. Un palizón.

El Dr. G se explaya detallándome los lujos asiáticos del Spa del que disfrutó en el hotel en el que se alojó en Manila, y en cierto momento me dice que le recuerda la decoración de un "spa" (llamémosle así)  barcelonés que he oído mencionar varias veces como lugar idóneo, por equipado y discreto, para procurarse placeres en pareja. Vamos, la clase de sitio donde nadie va solo.

-Sí, me lo han recomendado – le digo al Dr. G -  Pero no sé... - ¿Tú has ido con tu mujer?

El Dr. G dibuja en su rostro una sonrisa condescendiente, apoya su mano en mi hombro y adopta el rol de padre comprensivo dando lecciones sobre la vida a su hijo adolescente.

-Ay, Jan, Jan... No seas ingenuo... Hay sitios a los que ir con tu mujer, y sitios a los que ir con las mujeres de otros...

Me molesta de pronto el comentario. Lo sé, no nací ayer, yo también he tenido aventuras con mujeres casadas, de las que, no estando orgulloso, tampoco voy a renegar ahora. Pero de ahí a regodearse en público y pedir que le riamos la gracia... Así que pongo cara beatífica, dibujo una sonrisa imbécil sobre ella, y hablo con acento de acabar de venir de la más remota aldea montañesa de los Picos de Europa.

-No sé como puede ser eso, Doctor, yo siempre voy con mi mujer a todas partes...

La sonrisa condescendiente se torna en la cara del Dr. G en rictus de desprecio, cosa que me paso por el arco del triunfo, y el viajero galeno se aleja buscando público más receptivo a sus historias.

Me quedo solo, reflexionando sobre el fin de semana que he pasado entero con Elma, trabajando los dos como animales para limpiar, poner en orden y buscar espacio para sus cosas en mi piso, que pronto, no sé cuando, lo antes posible, será NUESTRO piso, porque ya no podemos permitirnos dos casas abiertas. En sesenta horas, mientras el Dr. G recorría el orbe entero, nosotros no habremos pisado la calle más de dos veces para tirar bolsas de basura en el contenedor. No ha hecho falta más. Encerrados en setenta metros cuadrados, cansados, sudorosos y mal vestidos, nos hemos sentido mejor y más felices, seguro, que yendo y viniendo de las antípodas. Y es que soy capaz de recorrer miles de kilómetros sin moverme de la habitación con tal de que Elma esté a mi lado.

No soy un santo de madera, tengo tentaciones, que ya he dejado dicho que me gustan las mujeres más que a un tonto un lápiz. Pero no necesito caer en ellas. No me aportarían nada que no me pudiera dar Elma, más y mejor.

Sin darme cuenta de que he empezado a hacerlo, me sorprendo a mí mismo tarareando esa vieja canción de El Ultimo de la Fila, Lejos de las Leyes de los Hombres:

He visto las maravillas de la creación
Sin ni tan siquiera abrir los ojos
Y tú siempre has estado a mi lado
A miles de kilómetros o entre mis brazos...

jueves, 26 de mayo de 2011

De formaciones y cabreos

Hace tiempo ya que uno, cuando oye a los jefes decir que una formación es de asistencia inexcusable, no cree que sea por su interés ni por su novedad. Hace tiempo ya que uno, cuando oye eso, sabe que se debe a una de dos causas: O bien a que asistirá a la formación algún directivo de la empresa-cliente, a quien se pretende impresionar llenado la sala de gente luciendo su más falsa cara de interés, o bien a que la formación la imparta alguno de nuestros jefes, que no conozca mejor antídoto para el miedo escénico que obligar a sus empleados a ir y animarle, que a ver quién es el chulo que no le anima... En suma, un paripé.

Uno espera, sin embargo, porque me parece lo mínimo que se puede pedir a quien te hace venir fuera de turno, gastando por tanto de tu tiempo libre, que la formación, aunque no nos descubra nada trascendental, que tampoco lo pretendemos, esté bien preparada y decentemente redactada, desarrolle argumentos sólidos y sea amena, ordenada, y, si puede ser, divertida. Digna en suma de quien ocupa un alto cargo, por lo que se le presupone, entre otras habilidades, capacidad oratoria.

Ayer por la mañana asistí a una formación sobre cierto servicio de los que gestionamos, impartida por la Dra. Oh-la-la, Supervisora Médica, destacada integrante del “Top Five” directivo de nuestra empresa, la persona a quien más rápido he visto ascender, sin perder tiempo ni en recoger los cadáveres que ha ido dejando a su paso. ¿La formación? De pena. Realmente de pena. Mal pensada, peor desarrollada, sin ninguna gracia, llena de perogrulladas y lugares comunes, y lo peor, expresada con prepotencia, situándose siempre en un plano de fingida superioridad, como si hablara a un grupo de escolares imberbes, y no a los que a diario sacamos las castañas del fuego.

La indignación y el cabreo son generalizados entre quienes vinimos a semejante demostración de incapacidad didáctica. Yo no me quejo, tengo poco tiempo de desplazamiento, y no he dejado nada por hacer, pero hay quien viene desde fuera de Barcelona, y quien ha dejado tareas pendientes para venir a la formación... Creedme, a la Dra. Oh-la-la deben estar silbándole los oídos...

lunes, 23 de mayo de 2011

De elecciones y reflexiones

He leído un comentario en cierto blog que me ha parecido la mejor y más acertada (También la más ácida, pero me gusta...) reflexión sobre la jornada electoral.

Por eso, contra mi costumbre, “fusilo” el comentario y publico un texto ajeno. Los protagonistas son una madre de casi cuarenta años y su hijo de seis.

“La única razón que encontré para ir hoy a votar fue educar a mi hijo, que descubriese por sí mismo la democracia, así que, como de todas formas ninguna de las opciones me convencía, y por mí misma no hubiera votado a nadie, le dije que le prestaba mi voto, que introduciría en la urna la papeleta que él quisiera... Pues bien, el enano cabrón me ha hecho votar a CiU, porque el pasado martes, al pasar delante de su caseta, le regalaron un globo con una sonrisa pintada... ¡Seis añitos y ya ha aprendido a vender su voto! Mi niño promete...”

Como en el viejo anuncio de Conservas Miau que con frecuencia cito, no tengo nada más que añadir.

domingo, 22 de mayo de 2011

Dos preguntas sin respuesta

Esta noche trabajo. Y el trabajo, esta noche, me inspira preguntas que ya sé de antemano que no tienen respuesta. Mejor dicho, la tienen, pero no las puedo verbalizar, al menos no si quiero conservar mi empleo.

Primera pregunta:

¿Por qué, sabiendo como saben que hay dos bajas en el Equipo, que somos dos menos de los que deberíamos ser, nos refuerzan solo con uno, y solo hasta las tres?

¿No hay trabajo de tres a ocho? ¿No pasa nada si el Equipo (Y, por tanto, el Servicio) está en precario cinco horas? ¿No se hará nada con los que mantienen la situación, conociéndola? ¿Es inútil planificar el dimensionamiento? ¿Es aceptable que los usuarios esperen y sean mal atendidos, siempre que ocurra más allá de las tres de la madrugada?

Segunda pregunta:

¿Por qué, sabiendo como saben que de noche no hay Áreas ni Departamentos específicos, que el Equipo lo asume todo tal cual nos entre, las consultas más raras, las urgencias que sean, cualquier pregunta que se les ocurra, por compleja que resulte, cualquier problema o imprevisto que de día acabaría en consulta interdepartamental y de noche nos comemos con patatas, por qué, si saben todo eso, y, por tanto, que el Turno requiere gente lista, o, cuanto menos, voluntariosa, que se fije en lo que hace, me envían de refuerzo a la chica más corta, escaqueada, incumplidora y despistada del Turno de Tarde, una de la que no se fían ni ellos, que no han querido hacerle contrato indefinido?

¿Cómo creen que esta pánfila va a servir de algo, que nos va a "reforzar", si es público y notorio que estorba más que ayuda?

¿Se trata en realidad de una prueba de resistencia psicológica para nosotros? ¿Queda vida inteligente en el planeta Tierra?

viernes, 20 de mayo de 2011

El traje de Jorge

El viaje con Elma dio, efectivamente, para mucho.

El sábado catorce de mayo por la mañana bajamos desde la aldea hasta A Pobra de Navia, capital del Concello de Navia de Suarna y orgullosa Capital de Os Ancares, como no pierde ocasión la villa de remarcar en publicaciones tanto institucionales como publicitarias. A Pobra de Navia está situada en el fondo del valle del río Navia, caudaloso y gélido, rodeada de altas cumbres y bosques frondosos.

Granelma, la madre de Elma, quería ir a la peluquería para estar lista para el bautizo del día siguiente, y Elma y yo queríamos hacer compras, que con esto de viajar en Vueling a bajo coste y sin maleta que facturar nos ahorrábamos colas y tiempo perdido facturando, sí, pero en el equipaje de cabina no puedes llevar absolutamente nada, ni after shave ni cuchillas de afeitar, ni lima ni cortaúñas, en fin, que nos habíamos presentado con solo la ropa y sin un neceser decente.

Dejamos a Granelma en la peluquería, donde aún estaban acabando el peinado de la clienta anterior, y nos fuimos de Shopping. No es que en Navia haya mucho comercio donde elegir, pero sí lo justo para cubrir las necesidades básicas. Compramos los útiles de aseo y afeitado en el supermercado Claudio, que siempre me recuerda a las “General Store” de las películas del Far West, porque tiene de todo. Compré yo después en el estanco una navaja Taramundi, de afilada hoja y bonito mango de madera de boj labrada, para llevarla en el bolsillo, como todos los hombres de la comarca, y dejarla luego allí, en el pueblo de Elma, para futuras ocasiones, que si hay un número que no me gustaría volver a repetir es de las navajas que aparecieron en el bolso de mano de Elma justamente en el control de seguridad del aeropuerto de A Coruña hace dos septiembres. Compramos también en la carnicería unos buenos filetes de ternera (De ternera de verdad, no de lo que en Barcelona llaman ternera, que es como poco novilla…), y volvimos a la peluquería a buscar a Granelma.

Aún estaban dándole los últimos retoques, y nos quedamos fuera, apoyados en el capó del coche mientras Elma fumaba uno de sus Nobel Triple Filtro. Al lado de la peluquería, justo frente al coche, el pequeño escaparate de una tienda de ropa masculina llamada “Modas Víctor”. Aún en silencio, no se me pasó el gesto amargo de Elma al mirar el escaparate, y le pregunté qué le pasaba.

-No me pasa nada, solo recordaba… Acompañé a mi hermano Jorge a esta misma tienda el día antes del entierro de mi padre. Él nunca había tenido traje ni corbata, no se había vestido así jamás, ni en las bodas a las que había sido invitado, pero mi madre le pidió que lo hiciera para el entierro, y él, aún a regañadientes, accedió. Como no tenía ni idea, me pidió que le acompañara, y lo hice. Le elegí un traje gris marengo con corbata negra, que le quedaba perfecto. Era extraño verle así, trajeado y encorbatado, no parecía él, pero estaba favorecido, casi guapo…

Me permití una sonrisa nostálgica recordando yo también al áspero y rudo Jorge, montañés hasta la médula, embutido en aquel traje.

-¿Y en qué pensabas, en el traje…?

Elma negó con la cabeza, y sus ojos se enturbiaron.

-Sí y no. Pensaba en el traje, y en el día que Jorge lo compró para el entierro de papá, y en lo poco que imaginábamos ni él ni yo, ese día, que antes de un año a Jorge le amortajarían con ese mismo traje…

Un escalofrío me recorrió la espalda. No pude ir al entierro de Jorge y no le había visto.

-¿Le… le enterraron con ese traje?

-Claro, no tenía otro, y mi madre así lo quiso…

Ahora fuimos los dos los que nos quedamos mirando en silencio el escaparate de “Modas Víctor” Elma acabó el cigarrillo y arrojó lejos la colilla, con reprimida furia.

-¿Qué os pasa? – Preguntó de pronto Granelma, que había salido sin que lo advirtiéramos de la peluquería, haciéndose presente a nuestro lado – Parece que hayáis visto un fantasma…

Elma dibujó una breve y falsa sonrisa en su rostro y la ayudó a subir al coche, tras abrirles yo la puerta.

-Tranquila, mamá, los fantasmas solo se aparecen de noche…

Pero no es verdad. Un fantasma nos observaba desde el escaparate.

En la foto que ilustra el artículo, extraída de la galería de Alberto Torres en Panoramio, el río Navia cursa, caudaloso y salvaje, bajo el Ponte da Pobra, el puente medieval que desde hace mil años es símbolo de la villa. Justo a la derecha del puente, otra de las joyas de A Pobra de Navia, el hórreo más alto que se conserva en España, elevado sobre cuatro recias columnas de piedra.

jueves, 19 de mayo de 2011

El destino de Emma

Como os dije ayer, el viaje con Elma a su tierra de los Ancares dio para más de una historia y no pocas reflexiones, y hoy os quiero hablar de una vecina, Emma do Virigo.

Todo comenzó hace cuarenta y pocos años. La madre de Emma estaba embarazada de ella, muy avanzado ya su estado de gestación, cuando un día de otoño, a la caída de la tarde, vinieron a buscarla a su casa para que “se despidiera” de su marido, el padre de Emma, que estaba viviendo, según parecía, sus últimos momentos. Xurxo do Virigo había estado aquella tarde con los demás vecinos, talando árboles del monte comunal. Inesperadamente, Uno de los montones de troncos apilados se había desatado, desparramándose los troncos ladera abajo, arrastrando todo lo que hallaban a su paso. Golpeado por uno de los gruesos troncos y arrastrado por él hasta el fondo de una sima, Xurxo tenía el cuerpo entero fracturado, la espalda rota por tres o cuatro sitios, y nadie creía que fuera a sobrevivir. Por eso fueron a buscar a su mujer embarazada para que se despidiera.

Xurxo do Virigo, sin embargo, sobrevivió, quedando parapléjico. En una aldea montañesa sin otro recurso que las labores del campo, eso es una dura carga para la familia, sobre todo en aquella época, y no digamos, si, como es el caso, no hay otros hombres en la casa que puedan trabajar. A los tres meses del accidente, nació Emma.

Emma do Virigo ha vivido su vida totalmente marcada por esto. Xurxo, haciendo gala de una voluntad de hierro, se sobrepuso a su postración, y aprendió a hacerlo casi todo sentado en una silla. Lejos de rendirse, Xurxo sacó fuerzas de flaqueza para luchar. Cuando los primeros tractores atronaron con sus motores diesel el hasta entonces imperturbable silencio de las montañas, fue de los primeros que adquirió un “caballo de hierro”, y ya nunca más se ha bajado de él. Para pasmo de los que le hemos visto por primera vez ya al volante de su vehículo, es capaz de realizar cualquier labor desde lo alto de su tractor, sin casi necesidad de poner pie a tierra.

En casa sin embargo no puede hacerse las cosas subido al tractor, y no solo hablo de las tareas domésticas, en una explotación agraria hay cuadras que limpiar, vacas que ordeñar y pajares que llenar. Mientras su madre se apagaba lentamente, sumida en una depresión, incapaz de asumir la minusvalía de su marido, que él sin embargo sobrellevaba con mucha más alegría, Emma creció como un chicazo dedicada desde su más tierna infancia a las duras tareas del campo, a ayudar a su padre en las cuadras y los pajares, además de asumir en cuanto su madre ya no pudo hacerlo todas las tareas del hogar. Tenía catorce años cuando su madre apareció una mañana colgada de una de las recias vigas de madera del techo de la cuadra. A nadie le sorprendió ese final para la mujer que se había ido consumiendo poco a poco durante catorce años. Emma, dicen los que lo vieron, no soltó una sola lágrima en el funeral.

Emma es una mujer guapa y, sobre todo, llamativa, rubia natural, de ojos verde claro y piel blanca de princesa de cuento de hadas, pero nadie se fijó nunca en ella porque hasta pasados los treinta  no vistió nunca en público nada que no fuera ropa de trabajo, siempre sucia, desgreñada y sudorosa. No fue a fiestas ni conoció chicos ni cortejó al viejo estilo de las aldeas montañesas, ni tuvo novios ni amantes. Emma do Virigo, os lo aseguro, llegó virgen a los cuarenta años.

Entonces, de repente, sin previo aviso, como suceden estas cosas, un día de verano apareció en su casa Xosé de Son, al que su padre había contratado como jornalero para que les ayudara en el duro estío. Xosé tenía veintidós años, era el díscolo hijo de una familia vecina, no tenía oficio ni beneficio, e iba por muy mal camino. Nadie había sido capaz de educarle, tomaba lo que quería cuando le apetecía, lo que le había conllevado, claro, no pocos problemas, y en cuanto le echó el ojo a Emma, quiso hacerla suya, convertirla en exótico trofeo para su largo historial de seductor. Ella no sabía nada del amor ni de los hombres, no conocía el galanteo, y dos requiebros  que él le dijera bastaron para que sin más le entregara su virginidad, enamoradísima como lo que era a pesar de sus años: Una adolescente viviendo su primer amor.

Los cuarenta años de solitaria espera de Emma do Virigo la llevaron a entregarse a Xosé de Son en cuerpo y alma, sin condiciones. Él hacía de ella lo que quería, y no pocas veces la poseía en el campo, donde pudieran oírles quienes trabajaban en las fincas vecinas. Los gritos de Emma llegando al orgasmo pronto fueron cosa pública, y se empezaron a hacer chistes sobre el asunto. Los lugareños, que tienen un ácido sentido del humor, negro y cruel, se burlaron inmisericordes de la mujer que había perdido de tal modo la cabeza, y quien más quien menos pensaba que ese tipo, cínico y chulazo, no la quería, la usaría hasta cansarse y luego la tiraría como un trapo.

Xosé de Son se instaló en la casa de Emma, para pasmo de su padre, que sin embargo nada pudo hacer contra la decisión de su hija, y empezó a ordenar y disponer del patrimonio, como si fuera el amo. Ella le dejaba hacer, entregándole su vida y su hacienda como antes le había entregado su cuerpo. Y él, lejos de actuar con cautela, empezó a vivir como un rajá, gastando sin negarse ningún capricho. Todos los vecinos creían que la historia acabaría como el rosario de la aurora. A todos les caía mal Xosé. Pero pasaban los meses, y los años, y ni la diferencia de edad, factor que la vecindad criticaba, ni el comportamiento de él para con ella acababan con la historia.

Y luego, el pasado otoño, el accidente. Una tarde, volviendo a casa desde Navia, Xosé de Son se despeñó por un barranco con su coche. No venía por la carretera habitual, sino por un camino forestal poco transitado, y hasta la mañana siguiente no le encontraron en una escarpada ladera rocosa, con las piernas, las costillas y la espalda rotas, incapaz de moverse, temblando de frío y fiebre. Y el hospital, y el diagnóstico, y la segunda y la tercera opinión de especialistas, y la repetición del diagnóstico: Había quedado parapléjico.

Que triste sino, el de Emma do Virigo, no hay nadie en la comarca que no lo piense al verla pasar, siguiendo las rodadas del tractor de su padre inválido mientras empuja la silla de su novio parapléjico. ¿Qué pensará a solas en su casa, cuidando de esos dos hombres, encargándose de todas las tareas, haciéndose la fuerte por los tres, asumiendo sobre sí todo el trabajo y toda la responsabilidad?

Elma, nada más entrar en el salón para iniciar la comilona tras el bautizo de Eurico, se dirigió hacia Emma do Virigo, sentada entre la silla de ruedas de su padre y la silla de ruedas de Xosé de Son, y le pasó la mano, suavemente, por el hombro. Emma, sonriente a pesar de que tenía los ojos llorosos, le agradeció el gesto acariciando la mano de Elma, y, sin decirse ni una sola palabra, ambas supieron que la una podía contar con la otra. Después, sentados a la mesa, vi que Elma dirigía varias veces la mirada hacia los de Virigo, y, sin decir nada yo tampoco, que poco hay que decir, le acaricié la misma mano que Emma había acariciado antes. Y también como antes, Elma me lo agradeció dedicándome una sonrisa cómplice.

Bien, he actualizado el artículo anterior, añadiendo una foto nuestra en el evento, justo antes de empezar el bautizo que os narraba en él, así que supongo que parte del “misterio” del blog se habrá perdido. No seáis muy crueles con los comentarios…

miércoles, 18 de mayo de 2011

Bautizo en los Ancares

Eurico, sobrino nieto de Elma, heredero, a sus tiernos ocho meses, de la Casa do Chao, que no es exactamente casa, ni finca, ni familia, sino una mezcla de todo lo anterior, una casa  vinculada a unas tierras de pasto y labor, vinculadas éstas a su vez a una familia, la de Elma, que ejercía en tiempos de su difunto padre el liderazgo de las demás pequeñas explotaciones agrarias de la comarca montañesa de los Ancares, Eurico, decía, recibió el pasado domingo el sacramento del bautismo, por el que se incorpora a la santa iglesia católica, apostólica y romana. Lo recibió en la portada de la pequeña y ruinosa ermita de la Virgen de Los Remedios, patrona de la comarca verde, boscosa, árida y brumosa, que algún día liderará, si se cumplen los designios de la familia, ansiosa de recuperar algún día su poder e influencia.

Finiquitado hace años el poder de los antiguos caciques de la comarca, los Señores de Freixís y de Queizán, que durante siglos dominaron a placer a los empobrecidos y dóciles labriegos montañeses, utilizándolos como peones en sus guerras por el poder absoluto, derruidos sus magníficos y suntuosos Pazos (El Pazo de Freixís podría reconstruirse, si alguien quisiera. Del Pazo de Queizán no quedan ni los cimientos), fueron los campesinos libres enriquecidos por la producción lechera los que tomaron el relevo, si bien, más que de caciques, ejercieron de líderes, de organizadores: Dinamizaron comunidades carentes de tejido social, crearon cooperativas, mejoraron las faenas del campo, trajeron los primeros tractores y maquinaria, en suma, modernizaron en todos los sentidos un territorio que en pleno siglo XX estaba sumido en la Edad Media. El fallecido padre de Elma fue uno de estos líderes, acaso el más activo y respetado. Como su entierro no se ha visto otro jamás, y es difícil que pueda volver a verse. No cabía literalmente la gente por la calle, tal era la afluencia al cortejo fúnebre. El patriarca de la Casa do Chao había dejado una huella imborrable entre los adustos lugareños.

Muerto el hijo mayor, Jorge, desentendido de sus teóricas obligaciones el hijo pequeño, Paulo, y habiendo renunciado las dos hijas mujeres, Irma y Elma, a la herencia paterna, así es como la herencia de la Casa do Chao acaba recayendo en un niño de ocho meses. En una remota zona de alta montaña como esa, el bautizo de un heredero es lo más parecido a un evento social de primer orden que por allí pueda verse, y no hay familia de los contornos, ni uno solo de los clanes montañeses entre Silvouta y Paradela, que esté dispuesto a perderse el acontecimiento. Barreiras y Palleiros, Tixuanas y Sons, clanes algunos enfrentados entre ellos por ancestrales conflictos, acudieron con sus mejores galas a la Ermita de la Virgen de los Remedios.

Hacía buen día, soleado y tranquilo, si bien de vez en cuando bajaba alguna ráfaga de aire helado de las altas cumbres más arriba de Silvouta, haciendo temblar a las señoras que no habían tenido la precaución de ponerse chaqueta sobre el vestido de tirantes. Como la capacidad de la ermita es más bien escasa, y era tanta la afluencia de público, Don Fernando, el párroco, mandó sacar el altar y la pila bautismal a la puerta, y allí, de cara al extenso prado donde nos encontrábamos los invitados, oficiar la ceremonia, presidida, además de por él, por los dos bisabuelos del niño, uno a cada lado del altar. Qué orgullo el de la madre de Elma, Granelma, bisabuela de Eurico, viendo cristianar al primer vástago de la cuarta generación de su familia...

Y luego, acabada la ceremonia, la fiesta, y qué fiesta! Creí hace años que el colmo de las celebraciones familiares serían las bodas asturianas, pero claro, no conocía los bautizos gallegos. En pantagruélica gesta, empezamos a comer a las dos de la tarde y a las ocho aún seguían sirviendo platos en las antiguas cuadras de la Casa do Chao, reconvertidas para la ocasión en salón de banquetes donde noventa comensales engullían viandas sin freno ni medida. Tras comer ensalada,  entremeses, jamón, langostinos, anchoas y cordero, paré, o más bien, mi estómago paró por mí. De comer. De beber no, ni hablar, de beber no se paró en esa casa en toda la noche.

Al estilo tradicional, los hombres, con el padre del bautizado al frente, nos quedamos en el salón bebiendo licor, jugando a cartas y hablando de política (más bien renegando) mientras nuestras mujeres, reunidas en la inmensa cocina de la casa entorno a la madre de Elma, acostumbrada a ejercer de abeja reina, bebían vino y hablaban... de nosotros. Por supuesto, también renegaban. En su caso, con sobrados motivos.

Hubo más, bastante más, en este viaje, intenso a pesar de su corta duración, pero lo voy a dejar para otros artículos. Y me dedicaré, en esta noche de luna llena, de psiquiátricos y parturientas, a leer vuestros blogs, que llevo días y días de mono atrasado...

EDITO 19/05/2011: Aunque me lo han pedido, no sé si debo, ni si será buena idea, ya lo veremos. Os pongo una foto del evento. Elma y yo junto a la madre de Elma, bisabuela del niño, en la portada de la ermita, justo antes de la ceremonia.

martes, 10 de mayo de 2011

Relatos: Barcinova (III) Reino Oculto

El Primer Nivel de Edificación, la parte más podrida de Barcinova, lo poco que se salvó de la antigua ciudad que fue Barcelona. La polución ha enfermado los materiales de construcción hasta convertir lo que fue una transitada calle peatonal en una charca de asfalto semilíquido sobre la que chapotear más que andar. Flota en el aire un hedor a podredumbre, a excrementos tóxicos, a suciedad secular, a soledad de moribundo. Muchas de las estrechas calles que formaban el Barrio Gótico, rodeando la antigua catedral católica, están ahora impracticables. Sus construcciones se han derrumbado, anegando por completo de ruinas y cascotes las angostas calzadas. Solo un puñado de edificios se mantienen erguidos en medio del desastre, desafiando al tiempo, la concatenación de cataclismos y el devastador efecto de la lluvia ácida, conservados y rehabilitados por los invisibles pobladores del solo aparentemente deshabitado Nivel.

Uno de estos edificios fue antes museo arqueológico y está adosado al último paño de pared que queda en pie de la muralla romana, milenaria superviviente de todas las devastaciones imaginables. Junto a la recia puerta de entrada de madera claveteada, una discreta placa de metal dorado con letras grabadas en rojo: “ARCADIA”.

En los completos archivos de la Secretaría del Consejo de los Cien consta la existencia de una Asociación Cultural llamada ARCADIA, dedicada según declaración jurada de sus fundadores al estudio y conservación de las viejas tradiciones agrícolas y pastoriles perdidas por la desertización, que ha acabado por esterilizar completamente casi todo el suelo del planeta, y por el desarrollo de técnicas de sintetización de nutrientes que hacen innecesario producir alimentos biológicos. Consta en esos mismos archivos que la asociación se subdivide en Fraternidad del Arado dirigida por un Sembrador y Hermandad de la Guadaña comandada por un Segador. Ambos cargos, mera representación simbólica de los olvidados ciclos de la cosecha, son vitalicios. Sembrador y Segador reunidos conforman el máximo órgano rector de la entidad, la Junta de Plantadores.

Los archivos de Consejo de los Cien son exactos pero terriblemente incompletos. ARCADIA no solo se dedica a estudiar el pasado, procura enmendar el presente para asegurar y mejorar el futuro. Siembra buena semilla y la cuida para que crezca y se multiplique en el ambiente hostil de la ciudad corrupta, y también siega cuando conviene las malas hierbas que podrían ahogar el recién nacido plantío hasta convertirlo en estéril yermo. ARCADIA, poco a poco, lenta pero inexorable, discreta pero decidida, ha ido formando un Reino Oculto paralelo al Estado oficial.

II
¿Tienes miedo, Kira? Una veterana de guerra como tú no debiera tenerlo. Has visto y sufrido en tu propia carne lo que la barbarie deshumanizada de la masa convertida en tropa es capaz de hacer, ¿te vas a asustar ahora de unos cuantos sillares de piedra maciza, por fríos y tenebrosos que sean? No deberías, Kira, tú sabes que no. Además, has venido aquí voluntariamente, ¿no es así? Has sido tú quien ha pedido ser recibida y admitida. Tal vez sea ésta tu última oportunidad en Barcinova antes de marchar al destierro voluntario o caer en alguna solución desesperada como la piratería o las sectas. La vida no te ha sonreído precisamente desde tu regreso del frente, malherida y expedientada, ¿verdad?

No, la vida no te ha sonreído en absoluto, bien al contrario, te ha mostrado su más hosca y burlona faz. Licenciada con Deshonor. Esas tres palabras escritas al final de tu expediente militar te han cerrado todas las puertas. El servicio público es el único camino hacia la Ciudadanía, hacia la Cúpula, y el camino te ha sido vetado. En el Reino de Aragón el interés colectivo está y estará siempre por encima de cualquier interés o conveniencia personal, y el fracaso expresado en esas tres palabras es inaceptable ¿Quién se fiará de ti? No has sido capaz de llevar a término la misión encomendada, misión por la que hubieras debido sacrificar todo, incluso tu patética vida, ¿Qué otra misión va a encargarte nadie, cual será lo bastante fácil y anodina como para que no importe si la realizas bien o mal? Se te han cerrado para siempre las puertas de la Cúpula, y no solo eso, te has condenado tú misma a ser una marginada, una paria social relegada a los primeros niveles y los trabajos que nadie más quiere. Trapicheas, malvives como una mendiga mal alimentada. Alguien te habló de ARCADIA, te dijo que tal vez, solo tal vez, pudieras ser recibida y amparada en su seno, que a cambio debías ofrecer plena dedicación. Esas dos palabras resuenan en tu mente. No paras de darles vueltas mientras esperas ser llamada. Plena dedicación es una ambigua expresión que dice mucho y nada a la vez. Plena dedicación puede incluir lo que eres y todo lo que tienes. Sonríes mientras las lágrimas afloran a tu rostro. Nada tienes, y si algo eres es una pordiosera. Que se lo queden todo, no tienes nada. Ni siquiera ya nada que perder.

III
La puerta de madera centenaria se abre de pronto, interrumpiendo tus cavilaciones. Dos acolitas angelicalmente vestidas de blanco te franquean la entrada a la gran Sala Sacra. El espacio rectangular acoge las grandes reuniones y actos solemnes de la entidad, allí se juntan en asamblea todos los miembros cuando el caso lo requiere. Los del Arado a la derecha, bajo el Sol de Oro. Los de la Guadaña a la izquierda, bajo la Luna de Plata. A lo largo de la pared del fondo hay un enorme tapiz con aspecto antiguo: Un arado y una guadaña cruzados en aspa en sus puntos medios, entrelazados por los tallos de rojas amapolas. Bajo el tapiz, un único y enorme mueble en forma de triángulo equilátero, tallado en oscura madera de nogal, se apoya en el suelo de mármol y eleva su vértice hasta media pared. En el triángulo hay tres sitiales. Uno arriba, justo bajo el vértice, y otros dos uno a cada lado de éste, metro y medio por debajo. Ahora, solo uno de los tres está ocupado, el más elevado y mejor labrado.

Se sienta allí un hombre menudo pero fibroso, con fuerte voluntad reflejada en el brillo de sus ojos ambarinos y el rictus decidido de su boca imperiosa. El hombre que será tu amo, Kira, lo sabes, ¿verdad? Le reconoces de vista. Un nombre, su nombre, acude a tu mente. Emiric. Uno de los Cien. Uno de los pocos que vive bajo la Cúpula. El que se ha mantenido firme en las sombras mientras brillantes pero falsas luces de igualmente falsas creencias extendían sus alas de buitre hambriento sobre la ciudad. El que ha crecido en valor y determinación a medida que sus enemigos crecían en prestigio y poder. El creador de ARCADIA, que ocupa el cargo de Cosechador, cargo que no consta en los archivos siendo realmente el principal. Emiric, Regente del Reino Oculto.

A sus pies, sentada en el suelo meciendo dulcemente una cuna mientras canturrea una antiquísima nana con los ojos entrecerrados, está Negrella, quien parece haber perdido por completo la razón. Conoces su historia, Kira, aunque sea la primera vez que la ves. Incapaz de asimilar que todo el que la ama muera, su negro destino, al que solo Emiric parece inmune, Negrella, madre de la Diosa, se ha refugiado en un paraíso artificial creado por su mente enferma. La Niña Diosa… No está ya en la cuna, como Negrella parece creer. Aidaria tiene diez años y se sienta con descaro en uno de los brazos del sitial ocupado por su padrastro, dejando colgar descuidadamente las piernas. Está completamente desnuda, a excepción de los signos cabalísticos pintados con tinta roja sobre su nívea epidermis y de la larga cabellera que le llega hasta las rodillas, cubriendo con ella, como nueva Lady Godiva, sus zonas pudendas. A los catorce meses, cuando en teoría no sabía hablar, se descolgó una tarde recitando de corrido párrafos enteros del Libro de Zohar en hebreo, y fórmulas olvidadas de los Misterios Eleusinos en griego antiguo. A los dos años justos, cuando también en teoría aún no sabía escribir, Emiric descubrió que la niña llevaba un cuidadoso diario personal de su vida en curiosa mezcla de sánscrito con jeroglíficos olmecas. La pequeña Aidaria ha sido instruida en artes y en ciencias por los mejores maestros disponibles, en un intento por transmitirle en apenas ocho años todo el saber acumulado durante generaciones, desde la anatomía patológica hasta la ingeniería aeronáutica, desde la filosofía clásica hasta los conocimientos gnósticos y cabalísticos. Emiric ha decidido que debe completar su instrucción antes de los trece años. Porque cuando Aidaria llegue a la pubertad, se supone, alcanzará la plenitud de sus capacidades, y debe estar preparada.

-Así que deseas ser Súbdita del País de la Penumbra

Emiric habla despacio, moviendo apenas la boca entreabierta en una sonrisa que tiene mucho de cínica. Sus ojos clavados en los tuyos te aturden un poco ¿verdad? Es como si un scanner te examinara. Caes de rodillas ante el trono, cabizbaja, y te alegras de poder apartar así su mirada de ti.

-Sí. Acógeme y te serviré bien y fielmente en próximas cosechas…

-Te has aprendido la fórmula ritual… Conozco por qué vienes a mí. Me gustaría que me explicaras por qué debo admitir a una traidora.

Esa palabra, traidora, te remueve dolorosamente las entrañas. Alzas el rostro y te encaras de nuevo con él, iracunda, ya sin temor.

-Soy muchas cosas pero no una traidora. ¿Traidora a qué o a quién?

-A tus compañeros según parece. Asesinaste a dos de ellos a sangre fría. Por eso se te licenció con deshonor de la hueste. Solo anteriores méritos de guerra impidieron tu ejecución…

La risa acude para tu propia sorpresa. Una risa quebradiza y triste.

-No me ejecutaron, no, me convirtieron en una muerta en vida. Hubiera sido mejor lo otro, al menos más rápido... Respecto a esos hombres que maté, solo fue uno en realidad. Y aunque sirvieran en la hueste no eran mis compañeros.

Emiric echa fuego por sus pupilas y agarra los pomos plateados de los brazos de su sitial con gesto agarrotado. Está furioso.

-Hablas demasiado orgullosamente para hallarte en la situación en que te hallas. Has cometido una terrible falta, y ni siquiera muestras contrición ni arrepentimiento. Lejos de eso te regodeas en tu delito, presumes de él. No eres nada, menos que nada, y no lo serás nunca. ¡Vuelve al lodo de donde no debiste salir!

Emiric no necesita siquiera hacer un gesto para que las dos acolitas que te abrieron la puerta acudan presurosas. Te incorporas con un salto felino, temiendo ser atacada por ellas, y jurándote que te irás por tu propio pie pero no permitirás ser expulsada violentamente. De pronto una voz dulce pero firme resuena en la sala.

-Me gusta.

Emiric gira la cabeza estupefacto, y las acolitas detienen su carrera y se dejan caer de bruces al suelo como si hubieran sido fulminadas. Son rarísimas las ocasiones en que la Niña Diosa habla en público.

-Perdona… ¿Qué has dicho? – pregunta un Emiric titubeante.

Aidaria mira a su padrastro con gesto cansino, y luego gira de nuevo su rostro hacia ti. Su mirada gris acero brilla cual plata bruñida.

-Que me gusta. Habla con verdad. Será una buena segadora.

Emiric duda apenas cinco segundos, y luego, vuelto hacia ti, parece resignado aunque no convencido. Pero recita su parte de la fórmula.

-Te recibo en la Hermandad de la Guadaña. Solo a ella servirás de hoy en adelante hasta el fin de tus días. Que la siega sea fructífera, y la cosecha abundante, hermana.

No hay felicitaciones, ni bienvenidas, ni una sola palabra amable. Emiric no lo tiene claro y solo por no contrariar a la Niña Diosa, algo impensable, ha aceptado. Pero Kira, fíjate bien… ¿Es una torva sonrisa eso que dibuja la párvula boquita de Aidaria?


Relatos: Barcinova (II): Paisaje tras La Caída

Sangre, fuego, lodo. El mundo, inesperadamente, se anegó en ellos. Desde sesudos científicos en sus laboratorios ultra secretos a falsos profetas apocalípticos en sus canales televisivos lo habían predicho, pero cuando por fin ocurrió nadie supo cómo evitarlo, y ni un  solo líder mundial estuvo a la altura de las excepcionales circunstancias. La civilización que dominó el planeta más de dos mil años cayó herida de muerte en un solo y violento estertor agónico, y con ella fueron decenas de millones las vidas segadas de improviso por el agudo filo de la misma guadaña. La tecnología no bastó para evitarlo, para salvar al ser humano de la venganza de la naturaleza. Nunca se supo qué había pasado exactamente, no quedó nadie capaz de averiguar las causas del desastre. Los que vivieron para contarlo se referían a aquellos días como La Caída, y a nadie le importaba el por qué, estaban demasiado ocupados tratando de seguir vivos.

Y los pocos supervivientes volvieron a sumirse en oscuras tinieblas, en la misma ciega barbarie que tantos siglos había costado superar. Y regresaron las antiguas costumbres solo en apariencia olvidadas. Cultos prohibidos, credos desterrados y creencias abandonadas se enseñorearon de las comunidades supervivientes, sumiéndolas en una nueva y terrible Edad Oscura. Huesudos dedos de nigromante trazaron en el aire cabalísticos signos de arcanos conjuros mientras airadas voces de predicadores proféticos fulminaban anatemas. Sacerdotisas vírgenes bailaron desnudas sobre altares barnizados con sangre humana. Tiranos ebrios de poder prostituyeron a sus hijas impúberes con los sádicos generales de sus tropas mercenarias. Víctimas inocentes fueron descuartizadas en público para solaz de una enfervorizada plebe que aplaudía y pedía más y más, mientras niños de pecho eran entregados vivos al fuego en sacrificio para invocar a todos los demonios de averno. Caída la civilización, todo lo bárbaro en nombre y naturaleza campó a sus anchas en el mundo.

Las grandes metrópolis industriales que el mundo había conocido, sus populosos barrios populares, sus exclusivas zonas residenciales, aparentaron desaparecer, pero fue solo un espejismo. Los hombres arrancaron con sus manos desnudas el fango y la lava que el cielo había vomitado sobre ellas, y las desenterraron, refundándolas, reconstruyéndolas desde las ruinas, más cínicamente depravadas, más burdamente crueles de lo que habían sido nunca antes. Una pléyade de pequeñas ciudades-estado enzarzadas en perpetua guerra unas contra otras, tratando de hacerse con el control de los escasos recursos naturales que aún atesoraba el planeta.

Pocos oasis de civilización lograron sobrevivir en las áridas llanuras del caos y la barbarie. Barcinova era uno de ellos. Capital nominal de la resurgida Corona de Aragón, la ciudad levantada sobre los escombros de la antigua Barcelona constituía una de las escasas reservas de memoria de cómo era el mundo antes de La Caída. En sus niveles superiores, una cúpula de material plástico la aislaba del contaminado aire exterior, creando un microclima artificial de perpetua primavera. Muy pocos disfrutaban de este paraíso privado. Para vivir allí había que pasar de Súbdito a Ciudadano, y el Muy Alto Señor, Rey de Aragón, no concedía la Ciudadanía a quien no le hubiera servido, en todo y por todo, durante veinticinco años. Por muy civilizada que dijera y aparentara ser, Barcinova, regida con mano de hierro por el Consejo de los Cien, era un régimen político semejante al aire purificado de la Cúpula, agradablemente irreal: Democrático en la forma, totalitario en el método. No se permitían críticas ni disidencias. Los barcinoveses no tenían más aspiración que escalar puestos en la rígida escala social, desde las categorías inferiores que habitaban los podridos barrios de los primeros niveles hasta los cada vez más limpios y cómodos barrios de los niveles superiores, los más cercanos a la Ciudadanía y la Cúpula. Una infranqueable muralla aislaba la ciudad de la salvaje rapacidad de las tribus que vivían a su alrededor en descampado, y su ejército, el Ejército del Muy Alto Señor, Rey de Aragón, disputaba el dominio del litoral mediterráneo con las tropas del resto de ciudades-estado establecidas a la ribera de ese mar. El puerto de Barcinova, el mayor puerto comercial en funcionamiento, recibía mercancías de los cuatro puntos cardinales. La ciudad se financiaba sin problemas, dotando de recursos ilimitados a sus gobiernos, que mantenía al pueblo aislado de contactos externos, ajenos a influencias políticas, económicas o religiosas, como si la Cúpula evitara el contagio de las ideas igual que evitaba el de los gérmenes.

La naturaleza vengativa, alterados sus ciclos lógicos por la mano del hombre, se rebelaba ahora sañuda contra él, sometiéndole a plagas incurables, degenerándole con malformaciones genéticas que daban lugar a seres aberrantes. La inmensa mayoría de humanos se habían hundido en la más absoluta barbarie, mientras una pequeña élite mantenía viva la memoria del pasado en su torre de marfil, a costa, como había sido siempre, del sufrimiento de las clases inferiores. Y la sombra ominosa de un nuevo cataclismo iba cubriendo, lenta pero inexorablemente, todos los rincones de aquel planeta que una vez se había llamado Tierra.

lunes, 9 de mayo de 2011

Aunque uno crea haberlo oído todo...

Uno, después de años trabajando en Coordinación de Urgencias, primero en la Sanidad Pública y luego en la Privada, ya ha visto y oído casi todo lo que puede verse y oírse. Uno está acostumbrado a tratar con gente extraña, inculta, alterada o trastornada. Uno ha visto todos los casos raros imaginables, todas las excepciones a todas las normas, pero siempre, SIEMPRE, acaba apareciendo el caso que supera a los anteriores.

El pasado verano elegimos unánimemente en el Servicio “Caso del Verano” al de la mujer que, tras haber mantenido relaciones sexuales en el mar, apoyando al parecer su trasero en un banco de algas, acabó irritadísima, con la vagina llena de dichas algas. La Doctora que atendía la consulta, con el micrófono del teléfono silenciado, nos dijo "Tal como está, no sé si enviarla al Ginecólogo o al Botánico..."

La que parecía el colmo de las consultas idiotas que pueden hacerse a un médico nos la hicieron las pasadas navidades. Podríamos intitularla “Dudas sobre la flotabilidad de las heces”: Un paciente consulta porque al defecar sus heces “siempre se hunden”, o mejor dicho, se hundían, porque, desde unos cuantos días antes, veía que las heces, tras la defecación, quedaban flotando en el váter, lo que le tenía preocupadísimo. El Dr. Cañas, con todo su aplomo, respondió a la gallega, con otra pregunta: “Dígame, ¿Ha comido turrón de Jijona estos días?”. “Sí” dijo el angustiado hombre de heces flotables. “Es por eso”, sentenció el Dr. Cañas. El paciente quedó tranquilo, y creímos que sería la consulta más extraña que jamás oiríamos.

Ah, pero ya digo, siempre hay algo que supera lo anterior. Y el récord se ha batido esta noche, hace menos de una hora. Ha llamado un hombre también preocupado. “Mire, Doctor, ayer murió mi tío, y lo estamos velando aquí en el Tanatorio... El caso es que ahora, hace nada, unos minutos, de repente su cuerpo se ha empezado a hinchar, y ha roto la caja... ¿Es eso normal?” El médico ha pergeñado una alambicada respuesta sobre gases que permanecen en el cuerpo tras la muerte, y pueden expandir los tejidos inermes, aunque sin mucha convicción, para acabar diciendo que “eso, a veces, pasa” aunque ninguno de los asombrados presentes hubiéramos oído jamás nada semejante. El sobrino del neumático difunto tampoco ha quedado muy convencido con la explicación. “Pues no sé, Doctor, será normal si Ud. lo dice, pero el empleado de la funeraria dice que lleva treinta años trabajando en esto y no había visto nunca nada parecido...” Finalizada la llamada los médicos presentes en la Guardia han comenzado a divagar sobre lo que podía haber ocurrido. Que si los gases, que si la oxidación, que si las bacterias intestinales... Ha sido la Dra. Simona, la Jefa de Guardia, tan ácida y cínica como siempre, quien ha puesto la apostilla final. “Lo que debe haber ocurrido es que el muerto sería obeso, y le habrán puesto la caja de peor calidad, en la que quedaría más encajonado, más justo, así que claro, a poco que se hinche...” Todos hemos quedado en un espeso silencio, nuestras mentes perdidas en divagaciones sobre cadáveres metidos en féretros más pequeños de lo que debieran ser...

domingo, 8 de mayo de 2011

De chinas y escaparates

El local es pequeño y con una forma que no da mucho juego. Los propietarios, dueños también de la tienda de al lado, durante años lo usaron de almacén por darle alguna utilidad. Después, tratando de sacar provecho de aquel espacio muerto, lo alquilaron. En los siguientes años pasaron por allí varios negocios, ninguno de los cuales salió adelante. El local era realmente malo, y al final se extendió la leyenda de que estaba gafado, leyenda asentada en la incontestable realidad de que negocio que se abría en él, negocio que cerraba a los pocos meses.

A principios del pasado invierno, pasando por delante de la tienda, como casi siempre que voy o vengo a pie de mi casa a la de mi madre, vi que estaban haciendo obras. La enésima remodelación para abrir el enésimo negocio. Que fracasará, como todos, pensé, pero no le di la menor importancia.

Un par de semanas después volví a pasar por allí, y me encontré, para mi sorpresa, con grandes letreros en chino sobre unos novísimos y relucientes escaparates que mostraban en su totalidad el interior del bajo comercial. A un lado, una silla y una pequeña mesa con un ordenador portátil. Y, ocupando la mayor parte del escaso espacio disponible, dos camillas con gruesas colchonetas forradas en sky negro, que por más que lo pretendieran no daban sensación alguna de comodidad. Sentada ante la exigua mesa y tecleando en el ordenador portátil, una mujer china de esa mediana edad indefinida que tienen todas las mujeres chinas de estilizada figura y pechos operados.

La siguiente vez que pasé frente al local, a los letreros en chino habían añadido otros, más sencillos e imagino que más baratos, en castellano. Se dedicaban a los masajes. “Masajes corporales, de manos, pies y espalda” ponía literalmente en el cartel. No figuraba la curiosa apostilla de “final feliz” que había hecho caer sobre todos los negocios chinos dedicados a masajes, estética y peluquería la sospecha de prostitución encubierta.

He ido pasando regularmente por allí, yendo o viniendo de mi casa a la de mi madre, y siempre me fijo al pasar por delante. Me puede la curiosidad. Dos camillas a la vista de los transeúntes. Dos mujeres chinas, la que vi la primera vez y otra algo más joven (Tal vez madre e hija, porque se parecen, aunque todas las chinas se parecen...), sentadas descuidadamente en la silla o en una de las camillas, vestidas de fiesta, muy provocativas, con transparencias, generosos escotes y breves minifaldas. Y siempre, siempre, desocupadas, con cara de asco, de hastío, de profundo aburrimiento, cosa lógica porque nunca les he visto realizar otra actividad que no sea observar con desgana a quienes pasamos frente a ellas, al otro lado del escaparate. Nunca, ni una sola vez, he visto a nadie tumbado en una camilla, ni a ellas realizando masaje alguno. Nunca.

Pero allí siguen ellas, impertérritas, mirando a la calle, vestidas con sus mejores galas. Y allí seguimos todos los que pasamos frente al local, mirando con curiosidad, que he notado, ya lo creo que lo he notado, que no soy el único hombre que las mira, entre el interés digamos sociológico, como es mi caso, y el descaro más libidinoso en los ojos de algún rijoso jubilado del barrio... Al parecer, ninguno de los que miran se ha decidido aún a entrar.

Lo cual me lleva a formularme mentalmente una serie de preguntas. ¿No se morirán de aburrimiento estas dos mujeres, todo el día ahí metidas en la tienda sin hacer nada? ¿De qué viven, si no hay clientes, si no deben haber facturado ni un euro desde que abrieron? ¿Intentan los dueños romper la leyenda de que todos los negocios que se instalan allí cierran, manteniendo artificialmente abierto un negocio ruinoso? No sé qué pensar...

viernes, 6 de mayo de 2011

Un viernes en espera

“¡Por fin es viernes!” estarán pensando a estas horas los oficinistas, esa masa de administrativos que no trabajan festivos ni fines de semana, recreando en su mente los dos días de ocio que les esperan. Para mí, en cambio, viernes de semana larga no es sino el prólogo a tres noches seguidas de guardia que acabarán el lunes a las 08:00.

Este viernes, además, la vida (o Murphy, yo creo mucho en Murphy) se empeña en mantenerme en una especie de irritante stand-by. “¿Qué estás haciendo hoy?” me podría preguntar alguien. Respuesta clara: Esperar.

Espero que la operación de Irma, hermana de Elma, vaya bien. Hoy viernes, a estas horas, mientras escribo estas líneas, le están retirando la bolsa de colostomía y reconstruyendo el intestino.

Espero, sobre todo, que Irma esté realmente limpia tras las duras sesiones de quimioterapia y radioterapia. Espero que la desgracia del padre de Irma y Elma, a quien se le recidivó el cáncer apenas medio año después de finalizar el tratamiento inicial, no se repita.

Espero, a otro nivel, por supuesto, que a Elma se le pase de una vez la conjuntivitis que la lleva fastidiando unos días, resistiendo con numantino empeño la acción de cuantos colirios antibióticos hay en el mercado.

Espero que logremos vencer las múltiples dificultades surgidas y podamos viajar la semana que viene a Galicia, al pueblo de Elma, para asistir al bautizo de su sobrino-nieto, Eurico, tal como está previsto. Que con todo lo que ha pasado y los bastones que nos está poniendo el destino en las ruedas, sinceramente no lo sé.

Espero que de una vez en mi empresa se decidan a organizar racionalmente las sustituciones de bajas y vacaciones, y espero que cubran el puesto vacante en el equipo tras la extraña huída de Sacha, y, ya puestos a pedir, que lo cubran antes de verano y no después, como parece que piensan hacer. Que sí, que en verano hay menos trabajo, claro, pero también hay menos gente para hacerlo, ¿O es que nunca habéis oído hablar de las vacaciones…?

Espero que acabe de una vez el culebrón de la fachada del edificio donde vive Elma, que se aclare por fin la cuantía y forma de pago, y que cerremos este capítulo que tantos sinsabores nos ha dado. Siendo un problema menor, provoca en Elma un estado de nervios que no es nada bueno para ella.

Espero, en fin, tantas cosas… Quien espera, desespera, decían.

Yo aún no. Por raro que sea en un pesimista patológico como soy, aún no desespero, creo que todos o la mayoría de temas pendientes se resolverán positivamente. A ver si no tengo que corregir a la baja mis previsiones…

miércoles, 4 de mayo de 2011

Hermanas, compañeras y enemigas

Luna y Selena son hermanas. No hay discusión sobre eso.

Luna y Selena se parecen mucho físicamente, de manera incuestionable. También se parecen, yo diría que aún más, en su forma de ser, en su idiosincrasia y carácter. Solo que esto, a diferencia de lo otro, no lo reconocerán ni sometidas a tortura.

Luna y Selena son, también, compañeras de trabajo. Ambas son enfermeras y ambas prestan servicios en mi misma empresa. De manera intencionada, porque es algo que ellas han querido y buscado, las dos trabajan en turno de Noche pero en equipos espejo. Lo que significa que, cuando una trabaja, la otra descansa, y viceversa. Si no existieran los cambios de turno, vacaciones, horas extras, y demás alteraciones del planning, Luna y Selena no tendrían por qué coincidir jamás, ni verse nunca las caras en la empresa.

Luna y Selena se odian. Intensa, profunda y encarnizadamente. Uno de esos odios negros e insondables, que con frecuencia acaban en homicidio.

Nadie sabe el origen de ese odio, ellas nunca lo han contado, y pocos se han atrevido a preguntar, recibiendo siempre por respuesta una mala contestación. Su odio es un hecho tan meridianamente claro como absolutamente inexplicable. Algo así como las caras de Belmez o las psicofonias del Palacio de Linares.

Nena, que necesitaba tener libre la noche de hoy, hizo un cambio de guardia con Selena. Pues bien, Luna, ante la perspectiva de encontrarse aquí esta noche con su hermana, ha llamado diciendo que estaba enferma y no podía venir. Y lo curioso es que a lo mejor lo estaba de verdad: Ayer, al saber la concesión del cambio de guardia y prever que iban a coincidir las dos, se puso realmente ansiosa. Así que, finalmente, no han coincidido. Mejor, mucho mejor, para todos...

martes, 3 de mayo de 2011

Y ya llegó Mayo

Llegó Mayo al fin, Mayo, mes de las flores, mes de María, exaltación de la primavera, ya sabéis, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, todo eso...

Llegó Mayo, y me ha dejado envuelto en despedidas. Despedida de mi madre, que ayer mismo marchó a su refugio en el pueblo que la vio nacer, ese terruño leonés del que ya no regresará hasta que empiece a cercarla el invierno, allá por finales de Noviembre o principios de Diciembre. Mi madre, en su pueblo, es feliz. Pero ayer, en nuestra despedida, había un algo de trágico, intenso, casi diría definitivo. Ella sabe que, cuando regrese el próximo invierno, todo habrá cambiado sin que en realidad nada cambie gran cosa. Por eso ayer, en la dársena de la estación de autobuses de Barcelona Nord donde estaba ya aparcado el autocar de ALSA en el que iba a viajar, no solo nos despedimos uno de otro. Nos despedimos, también, de toda una época.

También en lo estrictamente laboral es el fin de una época. Se despide Sacha, que ha trabajado con nosotros dos años y medio. Tras pedir el cambio de turno al de la Mañana. Tras mover Roma con Santiago para conseguirlo, ahora, para general sorpresa, apenas tres semanas después de empezar en ese turno, dice que no puede más, que se vuelve a Francia. No le comprendo, no sé qué le pasa, ni a qué viene tanta prisa, que casi no hemos podido ni despedirnos. Solo espero, cuanto menos en recuerdo de los buenos viejos tiempos, que todo le vaya bien.

Nos despedimos, y en esto no hay pena ninguna, de las obras en la fachada del edificio del piso de Elma, despedida también a lo grande, con escena de película neorrealista italiana vivida ayer en el despacho del Administrador de Fincas de la Comunidad de Propietarios. Gritos, exclamaciones, promesas, golpes de pecho... farsa. Pura farsa. El Administrador es un pirata, un aprovechado, un malversador y un cabronazo, pero no hay nada que hacer, los vecinos de la Comunidad son imposibles de organizar, cada uno va por su lado. Elma y yo, hartos de este guirigay infame en que todos se quejan por detrás pero nadie hace nada de frente, ni tan siquiera lo mínimo, que es dar la cara, hemos arreglado lo nuestro y lo de algunos vecinos que se nos habían confiado. El resto ya se espabilará. No nos ayudaron ni apoyaron, así que, sinceramente, no me dan pena.

Llegó Mayo, sí, con su cohorte de flores que polinizar, y su cohorte de despedidas. Espero que el mes acabe sin ninguna despedida definitiva, sin ninguna que lamentar de veras...