viernes, 27 de abril de 2012

De mi (querida) madre

Como cada año por estas fechas, mi madre se prepara para abandonar Barcelona hasta el invierno, deseosa ya de instalarse en la casa solariega de la familia, ubicada en una pequeña pedanía leonesa, una frondosa vega arbolada regada por el Esla, el río que los romanos llamaron Astura, y que da nombre a una amplia porción de tierras y a quienes las habitan.

Desde que mi madre asentó sus cuarteles de invierno en la Ciudad Condal, a finales de noviembre, han sido numerosas las ocasiones en que he intentado que nuestra relación, bastante deteriorada desde el inicio de mi convivencia con Elma, se normalizara los más posible, aprovechando para tratar de restablecer una buena sintonía todas las ocasiones que se iban sucediendo, ya fueran las fiestas navideñas, el cumpleaños de mi tía Társila, el de Elma, la Semana Santa, o, finalmente, el cumpleaños de mi madre. Resultado: Nada. Todos los intentos se han contado por derrotas. Ha estado, a veces, tan cerca... Ha parecido, a veces, tan evidente que lo lograríamos, que acabaría bien, que todo nos parecería una broma macabra... Pero no ha sido así, al final. Mi madre se irá tan encastillada en su postura, en su rechazo, como cuando llegó.

Ayer por la tarde fui a ver a mi madre, aunque en realidad la visita era más bien a mi tía Társila, quien menos culpa tiene de esta absurda situación, ya que ella, aunque tampoco le guste mi relación con Elma, siempre nos ha admitido a los dos en su casa y nos ha tratado con esa normalidad que mi madre, tercamente, nos niega. Ayer por la tarde, en esa visita, quemé el último cartucho que me quedaba. Habíamos pensado ir a comer juntos este fin de semana, Elma y yo con mi madre y mi tía Társila, para celebrar el reciente cumpleaños de mi madre, y su despedida de Barcelona hasta el invierno. Mi madre regresó de El Ferrol, donde pasó la semana santa junto a su gurú particular, mucho más receptiva, aparentemente cambiada, y pensé que tendría una oportunidad de desfacer el entuerto, aunque fuera al final de estos meses de lucha y decepción. Por una vez, parecía dispuesta.

Por eso, seguramente, el palo ha sido mucho mayor, por haberlo tenido tan aparentemente cerca, rozarlo con los dedos... Porque al final no será, desgraciadamente, no habrá acercamiento. Lo hablamos en casa de mi tía, vi que no había nada que hacer, y me encabroné, mordiéndome la lengua para no decir nada de lo que me arrepintiera después, y adelantando mi marcha. Entonces, cuando ya me despedía, mi madre, excusándose en ir a buscar un libro que tenía encargado en la librería de las Paulinas en Ronda Sant Pere, me acompañó un trecho del camino. Era evidente que quería hablar conmigo sin que nos oyera su hermana, así que acepté. En el breve periplo hasta llegar a Plaza Urquinaona, trató de justificar, una vez más, las razones de su negativa. Me fui enfadando poco a poco, escuchándola en silencio mientras caminábamos. Ya a la puerta de la librería, cansado de chorradas, le dije lo que llevaba mucho tiempo pensando, las cosas que había evitado decir los pasados meses. Seguro que ella esperaba mi reacción. No contestó ni contraargumentó, limitándose a asentir, y decirme, cuando me callé, ya desahogado, que lo sentía, pero aún no estaba preparada para eso. “Si no lo estás ahora, no creo que lo estés nunca”, respondí. Ella, simplemente, se encogió de hombros.

Elma dice lo que ya me dijo después de nuestra primera batalla perdida, justo antes de Navidad. Más tranquilos estaremos, nosotros solos, organizándonos a nuestro gusto el fin de semana, que no comiendo con ellas, palpándose como sin duda se palparía la tensión en el ambiente. Sí, es cierto. Pero no dejo de pensar en lo fácil que podría ser todo, en lo absolutamente normal que sería, solo con que mi madre cediera un ápice en su inflexible postura...

La imagen que ilustra el artículo, un chiste gráfico sobre suegras, muy al caso de lo que he escrito.

jueves, 26 de abril de 2012

Mala gestión: Dos ejemplos


De un tiempo a esta parte, abundan en mi empresa, por desgracia, los casos claros de mala gestión. A modo de ejemplo, elijo para compartir con vosotros, queridos lectores anónimos, dos que me han tocado mucho las narices (por no decir otras partes blandas) en los últimos días.

Ejemplo 1: En determinado momento de una tarde cualquiera, se produce una incidencia en el cuadro eléctrico de la empresa, y durante unos minutos, por falta de corriente, caen los sistemas técnicos e informáticos. La Coordinadora llama al servicio técnico de guardia,y, siguiendo sus indicaciones, resuelve el problema. La penosa instalación eléctrica de nuestro local hace que algo parecido pase cada pocos días. Pues bien, al día siguiente leo con indignación varios correos electrónicos que la felicitan por su “rápida y decidida” intervención. Es la primera vez en siete años que se felicita a un empleado a título individual, como si hubiera hecho algo extraordinario. Me parece muy injusto y hasta ofensivo para todos los que hemos pasado por similares experiencias, para los que hemos tenido que lidiar con caídas de sistemas, apagones eléctricos, disfunciones varias, y lo hemos resuelto como mejor hemos podido y sabido, sin apoyo de nadie. En cierta ocasión, reinicié el servidor a ciegas, con la pantalla en negro, contando tabuladores hasta coincidir con un esquema dibujado en un papel. No quise ni quiero que me feliciten, me sobra, esas palabras me parecen, en general, hipócritas y vacías, pero al menos que no se me minusvalore felicitando públicamente a alguien por hacer menos de lo que yo hice en el pasado...

Ejemplo 2: Llevamos un año esperando que una de nuestras empresas clientes lance al mercado un nuevo producto del que nos encargaremos de los servicios médicos y técnicos. Hicimos la formación, lo recuerdo bien, a principios del pasado Junio. El producto iba a ser lanzado en Septiembre, luego lo retrasaron a Diciembre, después a Marzo... Pues bien, el producto está en el mercado desde el pasado lunes. ¿Cuando nos los comunicaron? El mismo lunes, no hace falta más. Todo un año esperando para que al final ni nos avisen, para que atendamos las primeras llamadas de la nueva línea con la intuición y el desparpajo como únicas herramientas, sin tener ni idea de lo que hablamos...

Ilustrando el artículo, un chiste gráfico de Randy Glasbergen, humorista que refleja, ácidamente, las mezquindades, falsedades, imposturas e incongruencias del mundo laboral.

martes, 24 de abril de 2012

Día de Sant Jordi


Ayer fue un día de Sant Jordi bastante atípico. Habiendo trabajado el domingo por la noche, y siendo la tercera guardia consecutiva, por muy arraigada que esté en mí la tradición del libro y la rosa, que lo está (siempre he pensado que esta fiesta es mucho más popular y participativa que, por ejemplo, la diada del 11 de Septiembre), como que no me iba a quedar sin dormir por curiosear paseando entre puestos de libros y rosas desplegados por las calles de Barcelona, según la costumbre. Esperé, eso sí, a que abrieran una floristería próxima a mi casa, para comprarle a Elma la rosa más bonita que encontré, y se la dejé, con una nota, en la mesa del comedor, para que la viera a mediodía, que como suele suceder ella ya había salido de casa hacia su trabajo cuando yo llegué desde el mío.

Después, al levantarme, comimos juntos, la acompañé hasta su trabajo, y me puse a ver libros para mi madre. Mi madre, atípica como es en casi todo, prefiere libro a rosa. La flor que se marchita en un par de días lo considera un gasto inútil, mientras que el libro que le compro cada año, cuanto más voluminoso mejor, le dura y le entretiene casi todo el verano, ya que ella lee muy lentamente, unas pocas páginas al día, enseguida se cansa y lo deja. Hace dos años le regalé “El tiempo entre costuras” y el año pasado “Dime quién soy”. Ambos le gustaron mucho. A ver este año “Las tres heridas” de Paloma Sánchez-Garnica…

Para mí pedí a Elma el último de Cristina Fallarás, “Últimos días en Puesto del Este”, y no solo fui a comprarlo, sino que, sabiendo que la autora, sin duda mi escritora favorita, firmaba ejemplares en Sigueleyendo, proyecto a medias entre librería, editorial y marco virtual (Tienen página web de difusión literaria, sigueleyendo.es) para allá que me fui, recorriendo esas calles del Raval que tanto me han gustado siempre, Joaquín Costa, Ferlandina, y ya doblando a la izquierda, la poética calle de la Luna.

Cristina Fallarás, que escribe como los ángeles y piensa como los demonios, que tiene una prosa furiosa, enérgica, comprometida y brillante, me trató, como siempre, con una simpatía y cariño que debo agradecer. Tengo ya todos sus libros autografiados, y debo decir con sinceridad que pocos escritores son tan amables y considerados con su público lector como ella. Gracias, Cristina, te lo digo desde aquí, gracias por tus palabras escritas, y por ser como eres, y por no cambiar pese a las veces que has llevado palos por no ceder en lo que consideras injusto.

Y así acabó el día, tras llevarle, claro, el libro a mi madre, que me obsequió según corresponde con una de sus conocidas meriendas, tan copiosa que ya no quise (ni pude) cenar, habiendo conseguido la firma de la autora que yo quería, y pasando la noche, noche libre al fin, al lado de Elma… Atípico, he dicho al empezar mi artículo, y atípico fue, sí, pero, también, perfecto…

Respecto a las dos fotos que ilustran el artículo: La de más arriba, extraída del archivo de La Vanguardia, las Ramblas ayer a mediodía, a rebosar de gente. La de encima de este párrafo, proveniente del archivo de la agencia EFE, la escritora y periodista Cristina Fallarás, en foto de promoción correspondiente a su anterior y brillante (aunque oscurísima) novela, “Las niñas perdidas”.

domingo, 22 de abril de 2012

Una breve reflexión sobre política anticrisis


“Las medidas político-económicas adoptadas por el gobierno de Rajoy no funcionarán, porque es absolutamente imposible apretarse el cinturón y bajarse los pantalones a la vez...”

La frase la escuché ayer mismo donde se escuchan estas frases, que por supuesto no es en tertulias radiofónicas ni en congresos de presuntos expertos, sino en la barra de un bar.

Y, por supuesto también, tenía que compartirla con vosotros, queridos y anónimos lectores. Es justo lo que pienso, aunque yo nunca me hubiera expresado de manera tan contundente, ni tan graciosa.

El chiste gráfico que ilustra el artículo, obra de Quino, celebrado autor de Mafalda, habla también por sí mismo.

viernes, 20 de abril de 2012

La niña del autobús

La conozco, de vista, hace tiempo, supongo que desde principio de curso, porque no recuerdo haberla visto el año anterior. Nunca me había fijado demasiado en ella, más allá de la natural curiosidad que me provoca el mundo y la gente que me rodea, que soy de natural observador, a veces hasta el descaro. La calculo, así a ojo de buen cubero, unos doce o trece años. Quien parece ser su madre la trae en coche, un enorme todoterreno Toyota, hasta la Plaza Kennedy, y allí la deja, esperando el autobús en la parada origen de la línea 58, sola, vestida siempre con un vistoso uniforme escolar de polo y calcetines color amarillo mostaza y falda por las rodillas, en un llamativo gris muy parecido al “feldgrau” de la uniformidad alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Una de tantas niñas uniformadas que se dirigen a sus colegios privados, por la zona alta, a primera hora de la mañana.

Bien, situémonos el pasado miércoles, sobre las ocho y media, que cuando salgo del trabajo a la hora que debería salir no coincido con ella, solo cuando salgo más tarde, casi todos los días. Esta vez, la niña en cuestión ya está en la parada cuando llego yo, y acompañada de una amiga, compañera de colegio, porque viste el mismo uniforme que ella. Hablan animadamente entre ellas, en voz baja, entre sonrisas, sentadas en el escalón de una cafetería que hay justo frente a la parada donde ya espera el largo vehículo articulado próximo a salir. Me pongo lejos, pero una señora con un niño de unos dos años sentado en un carrito, que quiere colocarse de manera que no moleste al tránsito de personas por la acera, hace que me mueva hasta quedar, en pie, justo al lado de las dos escolares.

-Pues sí – está diciendo la amiga de mi compañera de autobús – A Marta la seleccionaron con un solo casting, y no tuvo más que leer una frase y sonreír a la cámara, solo eso. Después, una mañana de rodaje, y ya está, total ha faltado solo dos días, y la han pagado doce mil euros…

La otra niña abre los ojos como platos bajo el flequillo ondulado, castaño rojizo, que le cae graciosamente sobre la cara.

-¡Hala! – exclama - ¡Doce mil euros! Yo por esa pasta me dejaría hacer lo que quisieran…

Su amiga ríe ante la ocurrencia, meneando la cabeza desaprobatoriamente.

-Qué dices, tía, lo que quisieran… Jajaja… Vete tú a saber lo que querrían… Jajajaja

Pero la niña con la que habitualmente coincido en el autobús, contrariamente a lo esperado, la mira con seriedad, y responde solemnemente a las burlas de su amiga.

-Lo que quisieran es lo que quisieran, ya me has oído. Por doce mil euros me compran entera…

La frase me deja estupefacto. Y no solo a mí, que su amiga también la mira cariacontecida, con la sonrisa congelada, ya sin ánimo de burla, en el rostro. Ambas  permanecen en silencio los pocos segundos que tarda el conductor en abrir las puertas y dejarnos subir. Luego, se sientan al principio, y yo al final, así que me quedo sin enterarme de una posible segunda parte de la conversación, pero ya tengo bastante para darle vueltas...

Así que a esa tierna niña de unos trece años, con su uniforme escolar incluido, la puede uno “comprar entera” por doce mil euros. Dicho por ella misma. Es para mear y no echar gota.  Claro está que a su edad no tendrá claro, ni por asomo, las vivencias oscuras y terribles que pueden llegar a implicar, llegado el caso, la expresión que ella ha empleado, comprar entera, pero su disposición a entregarse a lo desconocido por dinero me asombra en una cría tan jovencita, y además de clase alta, es decir, que tampoco está pasando precisamente penurias.

Yo, a su edad, controlaba las pequeñas cantidades que manejaba habitualmente, para comprar chicles, por decir algo, o jugar al futbolín, pero no hubiera podido decir si doce mil euros, o dos millones de pesetas, que habría sido el equivalente de la época, era poco o mucho dinero, o las cosas que se podría comprar con esa cantidad. A los doce o trece años yo estaba aún muy lejos de haber establecido mentalmente las  medidas del dinero, lo que era poco o mucho, suficiente o necesario. Y esta niña, en cambio, ya ha llegado a ponerse precio a sí misma…

¡Oh tempos, oh mores!, que decía el gran Cicerón. Me temo que ya no debe queda nada verdaderamente inocente, puro y limpio en este mundo.


La imagen que ilustra el artículo, dos escolares inglesas que he “tomado prestadas” de cierta página rusa repleta de fotos de niñas en uniforme escolar, no quiero saber con qué intención.

martes, 17 de abril de 2012

De encuentros y nostalgias

Los dos íbamos con prisa. Es curioso que estas cosas siempre suelen pasar cuando vas con prisa. Yo salía, deprisa, de la tienda donde trabaja Elma. La había acompañado tras comer juntos y tomar café en ese Bracafé del chaflán de Rosselló que lleva un año con el letrero de Se Traspasa a la puerta. Él bajaba, a buen paso, calle Padilla abajo. Sin embargo, a pesar de nuestras prisas, nos reconocimos en el acto, y nos detuvimos en seco uno al lado del otro.

J..., mi compañero de estudios, el legendario J... de los buenos tiempos de la Facultad de Derecho. Nos saludamos, alegres por el encuentro, y charlamos brevemente, sin demasiado tiempo para nada, pero sin querer renunciar a ese momento, apenas un breve instante, de darnos las mutuas novedades y hurgar algo en nuestros recuerdos compartidos. Después, demasiado pronto, como siempre, nos despedimos y cada uno siguió su camino, pero yo ya llevaba la sonrisa pintada en la cara.

Caminaba Avenida Gaudí abajo, buscando la boca del metro, con la mente inundada de imágenes de aquellos tiempos. Buenos recuerdos todos, los malos los aparqué hace ya mucho. Las tardes al sol, sentados en el césped, en esa especie de pradera irregular donde unos años más tarde se edificaría el Aulario Tomás y Valiente, de modo que la experiencia se ha tornado irrepetible. Y aquellas mañanas en que completábamos el tour alcohólico por la Zona Universitaria de la Diagonal, recorriendo los bares de Escuelas y Facultades, principiando en el bar pequeño de Derecho, para seguir por Económicas, Empresariales, Ingeniería Industrial, Biología, los Colegios Mayores San Raimundo de Peñafort y Nuestra Señora de Montserrat, y regresando, ya a mediodía, algunas horas y muchas copas después, al bar grande de Derecho. Qué tiempos. Y cuanta gente a la que he perdido la pista... Pero mejor no pensar en ellos, no dejarme arrastrar por la enfermiza nostalgia. De mis años universitarios saco un balance positivo. Fue una buena etapa. Me alegro de haberla experimentado, de haberla exprimido lo que pude. Tal como me temía entonces, no he vuelto a tener otra época semejante, de tanta alegría, tan pura e ilusionada inocencia... Y me alegro de este encuentro fortuito que me ha reverdecido los viejos y ya algo marchitos recuerdos. Trabajo, esta noche, pero dentro de pocas horas, cuando me acueste, ya con el sol en lo alto, soñaré con la Facultad...

El cuadro que ilustra el artículo se titula El Encuentro, y es obra de Raquel Forner.

domingo, 15 de abril de 2012

Visitando el viejo barrio

El sábado por la mañana Elma y yo hicimos una visita a su viejo barrio, Santa Eulalia, donde vivió casi desde que llegó de Galicia hasta que iniciamos nuestra convivencia el verano pasado. Hacía, qué se yo, tal vez cuatro meses que no íbamos por allí, pero, aprovechando que su hijo, Cornelio, nos dio la oportunidad de llevarnos algunas cosas de su antiguo piso, donde él vive ahora, antes de que las tirara, sustituidas por funcionales (aunque horribles) muebles de Ikea, aprovechamos para echar un vistazo, al piso en particular, y al barrio en general.

El piso… Como es lógico, Cornelio ha cambiado todas las cosas que durante años quiso cambiar sin que su madre le dejara, eso Elma ya lo tenía asumido, y realmente le gusta que él se haya responsabilizado no solo de redecorar, sino también de limpiar y organizar, cosas que viviendo ella allí no hacía en absoluto. Cornelio ha madurado, y eso, por más que su gusto estético sea discutible, es digno de elogio.

Con respecto al barrio, las emociones de Elma al recorrer de nuevo, tras tanto tiempo ausente, las calles de Santa Eulalia, eran más encontradas de lo que a primera vista se pudiera pensar. Sé que no se arrepiente de vivir conmigo, y sé que tiene asumido también que esa convivencia, por circunstancias que ahora me sería largo y penoso detallar, solo se podía hacer en mi piso, pero Santa Eulalia ha sido su barrio durante más de media vida, allí están las tiendas donde compraba, y las vecinas con las que mantenía una estrecha relación de confianza, las que la ayudaron a criar a su hijo tras su traumática separación, las que le prestaron apoyo (y a veces comida) cuando se quedó sola. A esas vecinas, sus vecinas, su gente, les debe muchos favores, la unen recuerdos imborrables, y es evidente que dejarlas, marchar de allí, le dio una pena infinita. Máxime cuando el sitio donde vivimos ahora, sí, es el centro, está muy bien comunicado, y tenemos a cinco minutos todas las áreas comerciales del mundo, pero no es verdaderamente un barrio, a lo que ella estaba acostumbrada, sino una zona comercial, de paso, donde parece que todo el mundo va y viene con prisa, como si nadie viviera allí. Comprendo que sea difícil para Elma adaptarse, no se puede sin más pasar de Santa Eulalia al puñetero centro neurálgico del Eixample sin notar el cambio.

Elma no quiso recrearse en su nostalgia, ni bucear más de la cuenta en agridulces recuerdos, evitó saludar a vecinas que inevitablemente, por la hora que era, nos invitarían a comer, y solo se permitió una visita de cortesía, a La China.

El bar estaba montado mucho antes de que el primer inmigrante chino llegara a Santa Eulalia, era gallego y se llamaba Laxiana. Sus antiguos propietarios orensanos no tuvieron suerte, y al cabo de unos años cerraron el negocio. Estuvo muchísimo tiempo así, hasta que un joven matrimonio chino lo compró y reabrió, manteniendo el nombre, que pronto dejó de usarse. El barrio entero empezó a llamar al bar “La China”, porque era ella, la esposa, quien lo atendía habitualmente. La mujer que impensadamente  dio nombre al bar se llama Bing Qing, que significa Clara Como El Hielo, pero, al igual que ocurrió con el nombre de su negocio, que por decisión popular pasó de Laxiana a La China, Santa Eulalia en peso se encargó de rebautizarla, de modo que el rarísimo Bing Qing quedó reducido a Vicky.

Vicky es una mujer luchadora, madre casi soltera (Porque su marido poco hace) de dos hijos, que regenta su negocio y su casa con mano de hierro, pero sin perder nunca la sonrisa, ni caer en el pesimismo. Vicky lo ha pasado mal, muy mal, en su adaptación a Santa Eulalia desde la remota provincia de nombre impronunciable, situada en el norte de China, de donde procede. Es normal que Elma simpatice con alguien con ese perfil. Elma lleva fuera de su casa desde los doce años y vino a Barcelona, sola, a los diecisiete, con un contrato en el bolso y más miedo que vergüenza. Entre Elma y Vicky hubo y hay una simpatía que es ya amistad, y fueron muchas las tardes que Elma y yo pasamos en el bar de Vicky, bebiendo, charlando y viendo los partidos de fútbol, cuando era yo quien me desplazaba para pasar los fines de semana que no trabajaba en el piso de Elma en Santa Eulalia.

El sábado, los dos volvimos al bar de Vicky, hicimos allí el vermouth, cosa extraordinaria, porque nunca solemos hacer vermouth, y yo, tras los saludos iniciales, me aparté para ponerme frente al televisor y las dejé que hablaran más o menos a solas. Cosas de chicas. Mejor no meterse, que ya he aprendido la lección… Después, tras despedirnos efusivamente, en el metro, le pregunté qué tal lo llevaba, porque la veía triste. Elma sonrió. “Bien” me dijo. “Si solo hubiéramos ido de visita sin hablar con nadie me parece que estaría peor, pero esa conversación con Vicky me ha hecho mucho bien. Tenemos que volver de vez en cuando…” Asentí, la abracé y dejé que ella descansara su cabeza en mi hombro, evitándole el traqueteo del convoy que nos alejaba a toda velocidad de su viejo barrio, rumbo a nuestro piso de alto standing (así nos lo vendieron) en el no-tan-maravilloso centro de Barcelona…
La imagen que ilustra el artículo, una imagen promocional de la película “The Waitress”, con Keri Russell y Cheryl Hines, que en España re-titularon “Recetas de Amor”

jueves, 12 de abril de 2012

Se palpa la crispación

Se palpa, sí. Hay crispación en el trabajo y en la calle, en las familias y las comunidades de vecinos, en los bares y los colegios. Allí donde se junte un grupo humano, por reducido que sea, aparece esa irritación, esa rabia, ese malestar, ese qué se yo que hace que todos estemos cabreados contra todos.

La causa recurrente de todos los males es, claro, la crisis.

Ayer mismo, en una entrevista en la prensa, un responsable de la fundación Arrels comentaba que todo el mundo soporta pasarlo mal, saber que debe reducir su nivel de vida por falta de recursos. Todos aceptamos, en suma, la pobreza, siempre y cuando haya una salida, una luz al final del túnel. Porque necesitamos creer que las cosas mejorarán, que superaremos la situación algún día. Lo que no se puede soportar es la falta de expectativas, asumir que no hay futuro, o que si lo hay será peor que el presente. Perdidos y sin esperanza, no se puede vivir, y quien así se siente, cada vez más personas, me temo, acaban haciendo pagar su frustración a cualquiera, descargando su ira contra el primero que se les cruza, llenos a rebosar de rabia, pero cobardes para expresarla contra los verdaderos causantes de su malestar.

Así, los usuarios que solicitan servicios a nuestra empresa tienen la piel cada vez más fina, son más sensibles a lo que consideran incumplimientos por nuestra parte (No siempre es así), y son a su vez mucho más agresivos y reivindicativos en sus demandas, no dudando en amenazar, gritar o insultar a quien les atiende con pasmosa facilidad, desahogándose con nosotros, que al fin y al cabo somos unos mandados, trabajadores como ellos, de lo que no tienen narices de exigir a los altos directivos que, ellos sí, fijan las reglas y las condiciones de asistencia. Esa actitud me parece indigna, cobarde y mezquina.

Peor es lo que soporta Elma, que hace atención presencial. Ella y su compañera Lena han tenido que avisar a la Guardia Urbana ante actitudes agresivas y amenazantes de clientes descontentos no con ellas, sino con “el servicio”. Como si ellas pudieran prestar “el servicio” a su gusto y no fueran meras ejecutoras de unos procedimientos precisos establecidos por la Dirección... Han llegado a levantarles la mano, aunque, afortunadamente, aún no las han agredido. Me preocupa, lo reconozco. De seguir así, que alguien pase de las palabras a los hechos es mera cuestión de tiempo.

El colmo es que, por si fuera poco la agresividad que viene de fuera, haya que soportar también dentro violencia y malos rollos. Dos compañeras de Elma han sido suspendidas de empleo y sueldo a causa de una pelea en la que ambas se insultaron gravemente, se tiraron de los pelos, se golpearon y, en su irracional actitud, acabaron rompiendo material de la empresa. Una pelea de tomo y lomo, la mejor que viera nunca fuera de un ring, explica Jonás, un colombiano que sabe de lo que habla. Querréis saber, claro, el motivo de tan fenomenal tangana. Un cacahuete. Sí, como lo oís, estimados lectores, UN CACAHUETE de una bolsa que una estaba comiendo y se negó a darle a la otra, que se lo pedía. El detonante de todo fue un mísero, ínfimo y ridículo cacahuete. Cómo vamos a salir así entre todos (Eso dice el gobierno, aunque ese “todos” no incluye, para empezar, a los defraudadores fiscales...) de esta maldita crisis.

La imagen que ilustra el artículo, el cuadro “Crispadas”, obra de la pintora Alexandra Rodrigo.

martes, 10 de abril de 2012

Semana Santa en León

Finiquitada ya la Semana Santa, y viviendo la última de mis cuatro noches consecutivas de guardia, pensaba en lo mucho que en años anteriores he aprovechado estas fiestas, y lo poco, casi nada, que he hecho este año, trabajando todas las noches desde el viernes. Y he acabado recordando las pocas pero intensas ocasiones en que pasé estas fechas en León.

La Semana Santa leonesa ha sido desde siempre una extraña y oscura mezcla de irreverentes actividades nada ejemplares, algunas calificadas hasta de paganas, entremezcladas con fanáticas muestras de religiosidad en procesiones y actos litúrgicos. Es famosa la blasfema procesión de Genarín en la noche de Jueves Santo, a la que cada año se suma más gente (y más desfasada), pero os aseguro que incluso en los oscuros tiempos de la dictadura, cuando la Iglesia y su llamado “nacional catolicismo” imponían el seguimiento férreo de las fiestas, aunque lograron prohibir la celebración de la procesión de Genarín, que se venía celebrando desde los años treinta, no acabaron ni mucho menos con las partidas de “chapas” que se jugaban (y se juegan) solo una vez al año, justamente en estos días, y en las que más de uno y más de cuatro apostaron y perdieron dinero, tierras y hasta la casa donde vivían. Hipócritas por naturaleza como somos, era frecuente que el mismo tipo que había pasado la noche jugando su hacienda llegara a su casa al amanecer, se vistiera de nazareno, y saliera a procesionar con su Cofradía como el más devoto (y falso) de los fieles.

Más allá de las chapas o la procesión de Genarín, principales ítems de la leyenda negra sobre la Semana Santa leonesa, siempre se han mezclado allí de modo indisoluble fiestas desmedidas, borracheras épicas y orgías inenarrables con procesiones multitudinarias y elevadísimas muestras públicas de fe. Por alguna especie de incompatibilidad (O una maldición gitana, vete tú a saber), a mí estas fiestas en León no me han sentado nunca bien. He vivido, sí, momentos inolvidables, pero siempre me he ido al final con un sabor agridulce en la boca. Una Semana Santa me enrollé con mi prima segunda, Mariadela, y tras cuatro días probando todas las posturas del kama sutra en su coche (Pobre Ford Fiesta!), el granero de casa de sus padres (Lo sé, lo sé, muy típico...) y hasta la mesa de billar del único bar del pueblo, la cosa acabó fatal. No es cosa ahora de extenderme en detalles, pero os diré que mi madre y su madre, primas carnarles, no se hablan desde el verano siguiente.

Sin embargo, la imagen más vívida que tengo de una Semana Santa en León es la de una chica de mi pueblo. La arquetípica historia de una buena chica dejándose enredar por malas compañías. Milagros, llamémosla así, era entonces, en la época de que os hablo, hace más de veinte años, poco más que una adolescente que, por diversos motivos, no se sentía demasiado integrada en su familia ni en su colegio. Milagros me gustaba algo, un poco, no lo bastante como para intentar conquistarla ¿Hubiera cambiado eso algo? Tal vez. Si se hubiera sentido querida por alguien, por mí, a lo mejor no se hubiera juntado con quien se juntó ni hubiera acabado tan mal como acabó. No lo sé, no lo sabremos nunca. El caso es que entonces, hace más de veinte años, Milagros se unió a los únicos que la hacían caaso, un oscuro grupo de ángeles caídos y sacerdotisas del mal, y yo no hice nada. Me limité a mirar con despreocupación.

Una noche, la última noche antes del día en que debíamos regresar a Barcelona, yendo de bares por el Barrio Húmedo de la capital leonesa (Os juro que el barrio se llama exactamente así, el Húmedo), me la encontré sentada en la acera, despeinada, la ropa medio desgarrada, hecha un cromo. Tenía el gesto laxo y los ojos vidriosos e inyectados en sangre de quien ha consumido más de una sustancia estupefaciente, y estaba aparentemente abandonada a su suerte, mirando a todas partes sin ver nada en particular. Yo iba con dos amigos, pero mis amigos estaban en aquel preciso instante tratando de levantarse a dos hermanas gemelas (Que puntazo si lo hubieran conseguido, habrían presumido de ello durante años... Pero al final se quedaron con las ganas), y no me prestaban demasiada atención. Yo, aunque me lo pensé varias veces, porque tampoco soy lo que se dice un buen samaritano, al final me senté a su lado.

-¿Cómo estás, Mila? - pregunté estúpidamente, porque vamos, era evidente la respuesta...

Ella me miró sin reconocerme, haciendo extrañas muecas al tratar de fijar su mirada perdida en mí, hasta que al final un rayo de luz pudo atravesar la nebulosa química que nublaba su cerebro y dijo

-¡Ah, hola, Jan! ¡Qué alegría, ver alguien conocido...!

Luego rió estúpidamente, histéricamente, una risa quebradiza, nerviosa, triste, sin un ápice de alegría, y se me acercó al oído como para hacer una confesión. Olía a sudor. A un sudor pastoso, denso, alcoholizado. No sentí repulsión, sin embargo. Sentí pena, una pena inmensa.

-¿Sabes, Jan?- me dijo ella entonces, entre risas bobas e hipidos incontrolables – Acabo de beberme la leche de cinco tíos...

La miré sin poder reprimir un gesto de sorpresa. Supongo que mi rostro debía ser la viva imagen de la estupefacción. Ella reaccionó riéndose tan alocadamente que pensé que se orinaría encima, casi cayéndose. Tuve que sujetarla como pude para que no diera con su cabeza contra el suelo, tanto se meneaba dejándose llevar por las estentóreas carcajadas. Al sostenerla, ella pareció sentirse reconfortada en mis brazos, y se calmó, juntándose aún más a mí.

-Cinco tíos, Jan – me repitió, casi al oído, en un tono de voz apenas audible – Uno detrás de otro. Cinco. Pero mira, al menos he ganado la apuesta...

Y depositó en mi mano, para mi sorpresa, una redonda y brillante moneda de quinientas pesetas.

La foto que ilustra el artículo, una de las modelos consumidas por las drogas y el alcohol de la serie Home Of The Vain, obra del polémico fotógrafo Nikola Tamindzic.

lunes, 9 de abril de 2012

Borrachera: síntomas y soluciones

Tras el artículo serio y reflexivo de ayer sobre Siria, tras reflexionar sobre la vergüenza ajena que me produce el servilismo con que determinados medios occidentales tratan a los tiranos, pretendo hoy aligerar contenido en el blog, desintoxicarme un poco de la actualidad, y compartir este texto cazado al vuelo en internet, que trata con humor no exento de verdad los diversos síntomas de la borrachera, para los cuales propone imaginativas soluciones. La imagen que ilustra el post, no podía ser menos, un chiste gráfico sobre beodos.


Borrachera: Síntomas, causas y soluciones:
1. Síntoma: Pies húmedos y fríos.
Causa: El vaso está siendo agarrado en ángulo incorrecto.
Solución: Gira el vaso. Que la abertura quede hacia arriba.

2. Síntoma: Pies húmedos y calientes.
Causa: Te orinaste.
Solución: Ve a secarte al baño más próximo.


3. Síntoma: La pared de enfrente está llena de luces.
Causa: Te has caído de espaldas.
Solución: Posiciona tu cuerpo a 90º con respecto al suelo.



4. Síntoma: Tu boca está llena de colillas de cigarros.
Causa: Te has caído de morros sobre el cenicero.
Solución: Escupe todo y enjuágate la boca con un buen vodka.



5. Síntoma: El suelo está borroso.
Causa: Estás mirando a través de un vaso vacío.
Solución: Rellena el vaso de tu bebida favorita.



6. Síntoma: El suelo se está moviendo.
Causa: Estás siendo arrastrado.
Solución: Pregunta a dónde te llevan (o si ya te traen).



7. Síntoma: Reflejo de caras mirándote desde el agua.
Causa: Estás en el inodoro, intentando vomitar.
Solución: Métete el dedo (en la garganta).



8. Síntoma: Oyes que la gente habla produciendo un eco.
Causa: Tienes el vaso en la oreja.
Solución: Deja de hacer pendejadas.



9. Síntoma: La discoteca se mueve y todos visten de blanco.
Causa: Estás en una ambulancia.
Solución: No te muevas, no vayas a caerte de la camilla.



10. Síntoma: Tu padre está muy raro y todos tus hermanos te miran con curiosidad.
Causa: Te has equivocado de casa.
Solución: Pregunta si te pueden indicar por dónde queda la tuya.



11. Síntoma: Un enorme foco de luz te ciega la vista.
Causa: Estás en la calle tirado y ya es de día.
Solución: Tómate un cafecito. O dos. Muy cargados...

sábado, 7 de abril de 2012

La esposa del dictador calza Louboutins

No suelo “fusilar” artículos de prensa ni de otros autores, ni aún citando las fuentes (solo faltaría!) pero el artículo que reproduzco a continuación, escrito por Bari Weiss y David Feith como respuesta al sorprendente (por decirlo educadamente) artículo de Vogue USA de Marzo de 2.011 sobre Asma Al-Assad, Primera Dama del sanguinario régimen sirio, creo que vale la pena difundirlo.

“Quizas hace falta un dictador de la moda para conocer a un dictador a la moda. Cómo si no explicar la decisión de la editora de Vogue, Anna Wintour, de publicar un reportaje de 3000 palabras sobre "la más joven y más magnetica de las primeras damas", Asma al-Assad de Siria?

Es correcto. Mientras los libios enfrentaban aviones de combate y disparos de ametralladoras en su camino a derrocar al tirano Moammar Gadhafi en Tripoli, la reina de Condé Nast pensó que era de buen gusto mostrar a la bella esposa de Bashar al-Assad. Aparentemente Vogue perdió la tendencia: Los dictadores no están de moda esta temporada.

La familia Assad—primero Hafez y ahora su hijo Bashar—ha gobernado Siria desde 1.970. En ese tiempo, han asesinado a veinte mil sirios para derrotar un levantamiento en Hama, provocaron la guerra civil en Líbano y luego ocuparon el pais para "mantener la paz", levantaron una instalación secreta de armas nucleares modelada como las de Corea del Norte, y establecieron a Damasco como un centro de entrenamiento para terroristas, desde Hezbollah hasta Hamas y la Jihad Islamica. Todo para mantener a sus compatriotas bajo la bota por 40 años.

No importa. Los únicos pies que parecen interesar a la escritora de Vogue Joan Juliet Buck son los pedicurados de la primera dama. La Sra. Assad revela un "destello de sandalias rojas" mientras se mueve con "gracia enérgica." Las sandalias rojas son una alusion a la firma de sandalias de Christian Louboutin, que la Sra. Assad prefiere. (El Sr. Louboutin, dice Vogue, compra en Damasco brocado de seda, y posee un palacio del siglo XI en Aleppo.) La Sra. Assad tambien lleva gafas de sol Chanel y viaja en un avión Falcon 900, pero se nos asegura que no es ostentosa: "Su estilo no es presuntuoso, al modo habitual del poder en Oriente Medio, sino más bien una deliberada falta de adorno." Ella, que una vez trabajó en la banca JP Morgan, nunca almuerza, empieza su jornada a las seis de la mañana, y educa personalmente a sus tres hijos. Vamos, una mujer del siglo XXI intentando hacerlo todo con estilo. ¿Y su familia? "La casa se maneja sobre principios democráticos", nos informa Vogue. "Todos votamos sobre qué queremos y dénde vamos", dice la Sra. Assad de si misma, su marido y sus hijos.

Para el pueblo de Siria, en cambio, no hay democracia. En el año 2.000 Bashar al-Assad ganó con el 97% de los votos. Vogue se limita a decir que esto es "sorprendente." No hace ni una sola mención a uno de los más sanguinarios regímenes políticos del mundo, al que los defensores de los derechos humanos equiparan sin tapujos con Corea del Norte.

Pero claro, los norcoreanos no tienen a Asma. "La misión central de la primera dama", se nos dice, "es cambiar la forma de pensar de los sirios de menos de 18 años, alentarlos a comprometerse en lo que ella llama 'ciudadania activa." Eso es precisamente lo que la estudiante de secundaria de 18 años Tal al-Mallouhi hizo con su blog, y el régimen de Assad la arrestó a fines de 2.009, para luego sentenciarla en un tribunal de seguridad cerrado, sin ninguna garantía procesal, a cinco años en prisión por espionaje. La Srta. Mallouhi no es mencionada en Vogue. Los lectores se enteran en cambio de que los viernes Bashar al-Assad, fuera de servicio, siempre viste jeans, o que "habla amorosamente de su primer ordenador". El Rais explica a Vogue que se especializó en oftalmología "porque es muy precisa, casi nunca hay urgencias y se ve muy poca sangre."

Si es así, la oftalmología es lo opuesto de su Siria: Tenebrosa, sometida a una Ley de Emergencia desde 1.963, y dispuesta a derramar sangre a través de sus fuerzas de seguridad y grupos afines como Hezbollah. Es difícil creer que una periodista veterana pase por alto estos temas, pero parece que el objetivo de la Srta. Buck eran más las relaciones públicas que un verdadero reportaje sobre la realidad social del país. Ella misma nos revela que "La oficina de la Primera Dama me ha proveído de chóferes, manteniéndome en una burbuja de comodidad y hospitalidad."

En las últimas semanas, mientras el poder del pueblo ha destacado la ilegitimidad y brutalidad de los hombres fuertes del Medio Oriente, algunas instituciones públicas y privadas de países occidentales han sido avergonzadas al revelarse sus asociaciones con ellos. Se ha sabido, por ejemplo, que la London Economy School aceptó una donación de más de dos millones de dólares de la familia gobernante de Libia, a cambio de que uno de sus expertos, Benjamin Barber, publicara que Gadhafi "es un pensador complejo y adaptable tanto como eficiente, aunque despreocupado, autócrata." Cuando el dictador de Siria caiga, que caerá, Vogue habrá ganado su lugar en esa desafortunada lista."

En la foto que ilustra el artículo, la protagonista del mismo, la estilosa Primera Dama Asma Al-Assad.

miércoles, 4 de abril de 2012

La paradoja del guerrero

Siempre he sabido que mi empresa es un nido de víboras. Como todas, supongo.

Quizás ahora me fijo más en ello. Quizás con la primavera los ofidios venenosos han salido al sol, y se dejan ver con menos disimulo.

Está la chica nueva, la última incorporación al equipo, Áurea, verdaderamente agobiada. No la dejan en paz ni a sol ni a sombra. Áurea es un angelito caído del cielo que vete tú a saber por qué desgraciada concatenación de circunstancias ha venido a parar entre los escombros humanos del Turno de Noche, y es del estilo que a mí me gustan, esas que el ahora desaparecido Rick denominaba “Little Irish”: Larga melena pelirroja, piel blanquísima, ojos claros, y una boca pequeña y carnosa, que corrompe con su pecaminoso rojo la nívea pureza de las mejillas.

Pues bien, Áurea se ha vuelto objeto de deseo para toda clase de reptiles. Bueno, también para el resto de fauna y flora de la empresa, vertebrados e invertebrados, es lo que tiene ser muy joven y muy guapa, pero... Solo las más venenosas serpientes se atreven a acercarse, a olfatearla con ojos encendidos de deseo, ansiosas de obtener su carne prieta y su sangre joven...

“Tengo novio” dice ella, como un mantra, como si sirviera de algo, pobre niña, no ves que eso aún enciende más el deseo de los que ansían tenerte... “Yo te podría hacer cosas, preciosa, que ese novio tuyo ni sueña que puedan hacerse con un cuerpo femenino. Yo te podría dar placeres que ni él ni tú sabéis aún que existen...” le responde una de las más peligrosas, una cobra real, venenosa y cruel, precisamente la serpiente de la que os hablaba ayer en mi anterior artículo. Áurea se limita a girar el rostro con desagrado, maldiciendo, supongo, el día que envió su currículum a la empresa, aunque sin querer marchar, que el mercado laboral está como está... Si fuera un hombre quien así hablara y así se comportara, a buen seguro estaría ya denunciado (y despedido) por acoso. Pero no es un hombre, sino una mujer, una bestia lúbrica, sí, pero mujer, y sea por miedo o por prudencia, nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato.

Yo lo observo todo a distancia. Áurea es tan inocente que me siento responsable. Pero no hago nada, no, al menos, de momento. Es la paradoja del guerrero, a veces, aunque parezca lo contrario de lo debido, lo mejor es no intervenir hasta estar seguro de poder asestar un golpe definitivo. Mostrar tus intenciones es dejar al descubierto tu guardia, y si no es para un ataque rápido e incontestable te deja a merced de los que no dudarían en rebanarte el cuello de un solo tajo, si pudieran. Esa posibilidad, podéis creerme, me eriza el vello de la nuca.

Hace ya muchos años que aprendí de los maestros del Jian Shu, el arte chino de la espada, que uno debe mantenerse mental y físicamente preparado para cuando llegue el momento del combate, y mantener afilada la hoja de buen acero de su arma. Más allá de eso, el momento definitivo llegará cuando deba llegar, ni antes ni después, y sería un error querer adelantarlo o precipitarlo. Así que aquí me tenéis, más o menos, figuradamente, como el monje Shaolin de la foto que ilustra el post, impertérrito en su clásica posición de guardia, casi como una estatua, pero no os dejéis engañar... En realidad, el monje, como yo, medita mientras espera, con el arma a punto y la mente dispuesta. Os decía ayer que a cierta bruja en particular le tengo especiales ganas, que ansío verla arder... Como nadie parece dispuesto a ir apilando leña para la hoguera, os digo, y esto es una promesa, que si puedo, si tengo la más mínima oportunidad, la cortaré en dos sin dudar. Mientras tanto, paciencia...