Ayer fue un día de Sant Jordi bastante atípico. Habiendo
trabajado el domingo por la noche, y siendo la tercera guardia consecutiva, por
muy arraigada que esté en mí la tradición del libro y la rosa, que lo está
(siempre he pensado que esta fiesta es mucho más popular y participativa que,
por ejemplo, la diada del 11 de Septiembre), como que no me iba a quedar sin
dormir por curiosear paseando entre puestos de libros y rosas desplegados por
las calles de Barcelona, según la costumbre. Esperé, eso sí,
a que abrieran una floristería próxima a mi casa, para comprarle a Elma la
rosa más bonita que encontré, y se la dejé, con una nota, en la mesa
del comedor, para que la viera a mediodía, que como suele
suceder ella ya había salido de casa hacia su trabajo cuando yo llegué desde el
mío.
Después, al levantarme, comimos juntos, la acompañé hasta su trabajo, y me puse a ver libros para mi madre. Mi madre, atípica
como es en casi todo, prefiere libro a rosa. La flor que se marchita en
un par de días lo considera un gasto inútil, mientras que el libro que le
compro cada año, cuanto más voluminoso mejor, le dura y le entretiene
casi todo el verano, ya que ella lee muy lentamente,
unas pocas páginas al día, enseguida se cansa y lo deja. Hace dos años le regalé “El tiempo entre costuras”
y el año pasado “Dime quién soy”. Ambos le gustaron mucho. A ver
este año “Las tres heridas” de Paloma Sánchez-Garnica…
Para mí pedí a Elma el último de Cristina Fallarás, “Últimos
días en Puesto del Este”, y no solo fui a comprarlo, sino que, sabiendo que la
autora, sin duda mi escritora favorita, firmaba ejemplares en Sigueleyendo,
proyecto a medias entre librería, editorial y marco virtual (Tienen página web
de difusión literaria, sigueleyendo.es) para allá que me fui, recorriendo esas
calles del Raval que tanto me han gustado siempre, Joaquín Costa, Ferlandina, y
ya doblando a la izquierda, la poética calle de la Luna.
Cristina Fallarás, que escribe como los ángeles y piensa
como los demonios, que tiene una prosa furiosa, enérgica, comprometida y
brillante, me trató, como siempre, con una simpatía y cariño que debo agradecer. Tengo ya
todos sus libros autografiados, y debo decir con sinceridad que pocos
escritores son tan amables y considerados con su público lector como ella. Gracias,
Cristina, te lo digo desde aquí, gracias por tus palabras escritas, y por ser como eres, y por no cambiar pese a
las veces que has llevado palos por no ceder en lo que consideras injusto.
Y así acabó el día, tras llevarle, claro, el libro a mi
madre, que me obsequió según corresponde con una de sus conocidas meriendas,
tan copiosa que ya no quise (ni pude) cenar, habiendo conseguido la firma de la
autora que yo quería, y pasando la noche, noche libre al fin, al lado de Elma…
Atípico, he dicho al empezar mi artículo, y atípico fue, sí, pero, también,
perfecto…
Respecto a las dos fotos que ilustran el artículo: La de más arriba,
extraída del archivo de La Vanguardia, las Ramblas ayer a mediodía, a rebosar de gente. La de
encima de este párrafo, proveniente del archivo de la agencia EFE, la escritora y periodista Cristina Fallarás, en foto de promoción
correspondiente a su anterior y brillante (aunque
oscurísima) novela, “Las niñas perdidas”.
4 comentarios:
Yo también preferiría el libro a la rosa, pero no porque no me gusten las rosas, que me encantan, sino porque los libros son mi perdición... ¿¿¿libro Y rosa, mejor??? XD.
Yo siempre me pido las dos cosas.
Me apunto la novela oscurísima.
Doctora Anchoa, libro y rosa, mucho mejor!!!!
Pseudosocióloga, tú sí que sabes.
Apunta, apunta, aunque no sé bien si es tu estilo...
Publicar un comentario