jueves, 19 de mayo de 2011

El destino de Emma

Como os dije ayer, el viaje con Elma a su tierra de los Ancares dio para más de una historia y no pocas reflexiones, y hoy os quiero hablar de una vecina, Emma do Virigo.

Todo comenzó hace cuarenta y pocos años. La madre de Emma estaba embarazada de ella, muy avanzado ya su estado de gestación, cuando un día de otoño, a la caída de la tarde, vinieron a buscarla a su casa para que “se despidiera” de su marido, el padre de Emma, que estaba viviendo, según parecía, sus últimos momentos. Xurxo do Virigo había estado aquella tarde con los demás vecinos, talando árboles del monte comunal. Inesperadamente, Uno de los montones de troncos apilados se había desatado, desparramándose los troncos ladera abajo, arrastrando todo lo que hallaban a su paso. Golpeado por uno de los gruesos troncos y arrastrado por él hasta el fondo de una sima, Xurxo tenía el cuerpo entero fracturado, la espalda rota por tres o cuatro sitios, y nadie creía que fuera a sobrevivir. Por eso fueron a buscar a su mujer embarazada para que se despidiera.

Xurxo do Virigo, sin embargo, sobrevivió, quedando parapléjico. En una aldea montañesa sin otro recurso que las labores del campo, eso es una dura carga para la familia, sobre todo en aquella época, y no digamos, si, como es el caso, no hay otros hombres en la casa que puedan trabajar. A los tres meses del accidente, nació Emma.

Emma do Virigo ha vivido su vida totalmente marcada por esto. Xurxo, haciendo gala de una voluntad de hierro, se sobrepuso a su postración, y aprendió a hacerlo casi todo sentado en una silla. Lejos de rendirse, Xurxo sacó fuerzas de flaqueza para luchar. Cuando los primeros tractores atronaron con sus motores diesel el hasta entonces imperturbable silencio de las montañas, fue de los primeros que adquirió un “caballo de hierro”, y ya nunca más se ha bajado de él. Para pasmo de los que le hemos visto por primera vez ya al volante de su vehículo, es capaz de realizar cualquier labor desde lo alto de su tractor, sin casi necesidad de poner pie a tierra.

En casa sin embargo no puede hacerse las cosas subido al tractor, y no solo hablo de las tareas domésticas, en una explotación agraria hay cuadras que limpiar, vacas que ordeñar y pajares que llenar. Mientras su madre se apagaba lentamente, sumida en una depresión, incapaz de asumir la minusvalía de su marido, que él sin embargo sobrellevaba con mucha más alegría, Emma creció como un chicazo dedicada desde su más tierna infancia a las duras tareas del campo, a ayudar a su padre en las cuadras y los pajares, además de asumir en cuanto su madre ya no pudo hacerlo todas las tareas del hogar. Tenía catorce años cuando su madre apareció una mañana colgada de una de las recias vigas de madera del techo de la cuadra. A nadie le sorprendió ese final para la mujer que se había ido consumiendo poco a poco durante catorce años. Emma, dicen los que lo vieron, no soltó una sola lágrima en el funeral.

Emma es una mujer guapa y, sobre todo, llamativa, rubia natural, de ojos verde claro y piel blanca de princesa de cuento de hadas, pero nadie se fijó nunca en ella porque hasta pasados los treinta  no vistió nunca en público nada que no fuera ropa de trabajo, siempre sucia, desgreñada y sudorosa. No fue a fiestas ni conoció chicos ni cortejó al viejo estilo de las aldeas montañesas, ni tuvo novios ni amantes. Emma do Virigo, os lo aseguro, llegó virgen a los cuarenta años.

Entonces, de repente, sin previo aviso, como suceden estas cosas, un día de verano apareció en su casa Xosé de Son, al que su padre había contratado como jornalero para que les ayudara en el duro estío. Xosé tenía veintidós años, era el díscolo hijo de una familia vecina, no tenía oficio ni beneficio, e iba por muy mal camino. Nadie había sido capaz de educarle, tomaba lo que quería cuando le apetecía, lo que le había conllevado, claro, no pocos problemas, y en cuanto le echó el ojo a Emma, quiso hacerla suya, convertirla en exótico trofeo para su largo historial de seductor. Ella no sabía nada del amor ni de los hombres, no conocía el galanteo, y dos requiebros  que él le dijera bastaron para que sin más le entregara su virginidad, enamoradísima como lo que era a pesar de sus años: Una adolescente viviendo su primer amor.

Los cuarenta años de solitaria espera de Emma do Virigo la llevaron a entregarse a Xosé de Son en cuerpo y alma, sin condiciones. Él hacía de ella lo que quería, y no pocas veces la poseía en el campo, donde pudieran oírles quienes trabajaban en las fincas vecinas. Los gritos de Emma llegando al orgasmo pronto fueron cosa pública, y se empezaron a hacer chistes sobre el asunto. Los lugareños, que tienen un ácido sentido del humor, negro y cruel, se burlaron inmisericordes de la mujer que había perdido de tal modo la cabeza, y quien más quien menos pensaba que ese tipo, cínico y chulazo, no la quería, la usaría hasta cansarse y luego la tiraría como un trapo.

Xosé de Son se instaló en la casa de Emma, para pasmo de su padre, que sin embargo nada pudo hacer contra la decisión de su hija, y empezó a ordenar y disponer del patrimonio, como si fuera el amo. Ella le dejaba hacer, entregándole su vida y su hacienda como antes le había entregado su cuerpo. Y él, lejos de actuar con cautela, empezó a vivir como un rajá, gastando sin negarse ningún capricho. Todos los vecinos creían que la historia acabaría como el rosario de la aurora. A todos les caía mal Xosé. Pero pasaban los meses, y los años, y ni la diferencia de edad, factor que la vecindad criticaba, ni el comportamiento de él para con ella acababan con la historia.

Y luego, el pasado otoño, el accidente. Una tarde, volviendo a casa desde Navia, Xosé de Son se despeñó por un barranco con su coche. No venía por la carretera habitual, sino por un camino forestal poco transitado, y hasta la mañana siguiente no le encontraron en una escarpada ladera rocosa, con las piernas, las costillas y la espalda rotas, incapaz de moverse, temblando de frío y fiebre. Y el hospital, y el diagnóstico, y la segunda y la tercera opinión de especialistas, y la repetición del diagnóstico: Había quedado parapléjico.

Que triste sino, el de Emma do Virigo, no hay nadie en la comarca que no lo piense al verla pasar, siguiendo las rodadas del tractor de su padre inválido mientras empuja la silla de su novio parapléjico. ¿Qué pensará a solas en su casa, cuidando de esos dos hombres, encargándose de todas las tareas, haciéndose la fuerte por los tres, asumiendo sobre sí todo el trabajo y toda la responsabilidad?

Elma, nada más entrar en el salón para iniciar la comilona tras el bautizo de Eurico, se dirigió hacia Emma do Virigo, sentada entre la silla de ruedas de su padre y la silla de ruedas de Xosé de Son, y le pasó la mano, suavemente, por el hombro. Emma, sonriente a pesar de que tenía los ojos llorosos, le agradeció el gesto acariciando la mano de Elma, y, sin decirse ni una sola palabra, ambas supieron que la una podía contar con la otra. Después, sentados a la mesa, vi que Elma dirigía varias veces la mirada hacia los de Virigo, y, sin decir nada yo tampoco, que poco hay que decir, le acaricié la misma mano que Emma había acariciado antes. Y también como antes, Elma me lo agradeció dedicándome una sonrisa cómplice.

Bien, he actualizado el artículo anterior, añadiendo una foto nuestra en el evento, justo antes de empezar el bautizo que os narraba en él, así que supongo que parte del “misterio” del blog se habrá perdido. No seáis muy crueles con los comentarios…

7 comentarios:

Alondra dijo...

¡Hola! es un placer conocerte y espero que cuando repitas visita a ese lugar de ensueño, y para muestra la que se puede observar, bajes a la ciudad y nos ponemos de acuerdo para tomar unos vinitos o un café en las terrazas de la plaza mayor.
Para nada se pierde el misterio, todo lo contrario, es hermoso el regalo que nos haces con tus palabras en esta ventana.
Un abrazo

Co dijo...

Ay Jan! Que triste la historia de Emma! Su destino está empeñado en jugar con ella y ella, sin más, es fuerte y sigue adelante. ¿Cómo se hace? Siempre me pregunto eso. ¿Cómo hace la gente que sufre grandes pérdidas, o tragedias o cosas semejantes,para seguir viviendo?

Por suerte, siempre hay gente como Elma que acompañan, contienen y ayudan. Y sino, que son incondicionales para cualquier cosa que uno los necesite.

EriKa dijo...

Tremenda historia la de Emma, a veces la vida puede ser muy dura con las personas.

Besitos.

EriKa dijo...

Por cierto... me ha gustado conoceros a Elma y a ti.

Besitos.

Madame dijo...

Porque habrá historias así no??? a veces pienso que la desgracia se hereda... verlo unos momentos nos sensibiliza, pero vivirlo 24 hrs al día todos los años... es para volverse locos...
Como que crueles con los comentarios???! haber que alguien se atreva... se las verá conmigo... jaaaa xD (ando de peleonera esta semana jaaa)
Bueno yo ya te conocía por el FB, jeee ...

besos y abrazos Jan, nos estamos leyendo.

Doctora Anchoa dijo...

Qué historia tan tremenda, y qué fuerza la de Emma, hay personas que parecen hechas de titanio puro. Por cierto, encantadísima de poderos conocer un poco más a Elma y a tí, y que nadie haga ni un comentario cruel, que para empezar sería imbécil porque no tiene motivos, y para seguir se iba a enterar, hombre.

pseudosocióloga dijo...

Yo insisto, vosotros teneis imán para historias tremendas, voy a ver la foto.