martes, 10 de abril de 2012

Semana Santa en León

Finiquitada ya la Semana Santa, y viviendo la última de mis cuatro noches consecutivas de guardia, pensaba en lo mucho que en años anteriores he aprovechado estas fiestas, y lo poco, casi nada, que he hecho este año, trabajando todas las noches desde el viernes. Y he acabado recordando las pocas pero intensas ocasiones en que pasé estas fechas en León.

La Semana Santa leonesa ha sido desde siempre una extraña y oscura mezcla de irreverentes actividades nada ejemplares, algunas calificadas hasta de paganas, entremezcladas con fanáticas muestras de religiosidad en procesiones y actos litúrgicos. Es famosa la blasfema procesión de Genarín en la noche de Jueves Santo, a la que cada año se suma más gente (y más desfasada), pero os aseguro que incluso en los oscuros tiempos de la dictadura, cuando la Iglesia y su llamado “nacional catolicismo” imponían el seguimiento férreo de las fiestas, aunque lograron prohibir la celebración de la procesión de Genarín, que se venía celebrando desde los años treinta, no acabaron ni mucho menos con las partidas de “chapas” que se jugaban (y se juegan) solo una vez al año, justamente en estos días, y en las que más de uno y más de cuatro apostaron y perdieron dinero, tierras y hasta la casa donde vivían. Hipócritas por naturaleza como somos, era frecuente que el mismo tipo que había pasado la noche jugando su hacienda llegara a su casa al amanecer, se vistiera de nazareno, y saliera a procesionar con su Cofradía como el más devoto (y falso) de los fieles.

Más allá de las chapas o la procesión de Genarín, principales ítems de la leyenda negra sobre la Semana Santa leonesa, siempre se han mezclado allí de modo indisoluble fiestas desmedidas, borracheras épicas y orgías inenarrables con procesiones multitudinarias y elevadísimas muestras públicas de fe. Por alguna especie de incompatibilidad (O una maldición gitana, vete tú a saber), a mí estas fiestas en León no me han sentado nunca bien. He vivido, sí, momentos inolvidables, pero siempre me he ido al final con un sabor agridulce en la boca. Una Semana Santa me enrollé con mi prima segunda, Mariadela, y tras cuatro días probando todas las posturas del kama sutra en su coche (Pobre Ford Fiesta!), el granero de casa de sus padres (Lo sé, lo sé, muy típico...) y hasta la mesa de billar del único bar del pueblo, la cosa acabó fatal. No es cosa ahora de extenderme en detalles, pero os diré que mi madre y su madre, primas carnarles, no se hablan desde el verano siguiente.

Sin embargo, la imagen más vívida que tengo de una Semana Santa en León es la de una chica de mi pueblo. La arquetípica historia de una buena chica dejándose enredar por malas compañías. Milagros, llamémosla así, era entonces, en la época de que os hablo, hace más de veinte años, poco más que una adolescente que, por diversos motivos, no se sentía demasiado integrada en su familia ni en su colegio. Milagros me gustaba algo, un poco, no lo bastante como para intentar conquistarla ¿Hubiera cambiado eso algo? Tal vez. Si se hubiera sentido querida por alguien, por mí, a lo mejor no se hubiera juntado con quien se juntó ni hubiera acabado tan mal como acabó. No lo sé, no lo sabremos nunca. El caso es que entonces, hace más de veinte años, Milagros se unió a los únicos que la hacían caaso, un oscuro grupo de ángeles caídos y sacerdotisas del mal, y yo no hice nada. Me limité a mirar con despreocupación.

Una noche, la última noche antes del día en que debíamos regresar a Barcelona, yendo de bares por el Barrio Húmedo de la capital leonesa (Os juro que el barrio se llama exactamente así, el Húmedo), me la encontré sentada en la acera, despeinada, la ropa medio desgarrada, hecha un cromo. Tenía el gesto laxo y los ojos vidriosos e inyectados en sangre de quien ha consumido más de una sustancia estupefaciente, y estaba aparentemente abandonada a su suerte, mirando a todas partes sin ver nada en particular. Yo iba con dos amigos, pero mis amigos estaban en aquel preciso instante tratando de levantarse a dos hermanas gemelas (Que puntazo si lo hubieran conseguido, habrían presumido de ello durante años... Pero al final se quedaron con las ganas), y no me prestaban demasiada atención. Yo, aunque me lo pensé varias veces, porque tampoco soy lo que se dice un buen samaritano, al final me senté a su lado.

-¿Cómo estás, Mila? - pregunté estúpidamente, porque vamos, era evidente la respuesta...

Ella me miró sin reconocerme, haciendo extrañas muecas al tratar de fijar su mirada perdida en mí, hasta que al final un rayo de luz pudo atravesar la nebulosa química que nublaba su cerebro y dijo

-¡Ah, hola, Jan! ¡Qué alegría, ver alguien conocido...!

Luego rió estúpidamente, histéricamente, una risa quebradiza, nerviosa, triste, sin un ápice de alegría, y se me acercó al oído como para hacer una confesión. Olía a sudor. A un sudor pastoso, denso, alcoholizado. No sentí repulsión, sin embargo. Sentí pena, una pena inmensa.

-¿Sabes, Jan?- me dijo ella entonces, entre risas bobas e hipidos incontrolables – Acabo de beberme la leche de cinco tíos...

La miré sin poder reprimir un gesto de sorpresa. Supongo que mi rostro debía ser la viva imagen de la estupefacción. Ella reaccionó riéndose tan alocadamente que pensé que se orinaría encima, casi cayéndose. Tuve que sujetarla como pude para que no diera con su cabeza contra el suelo, tanto se meneaba dejándose llevar por las estentóreas carcajadas. Al sostenerla, ella pareció sentirse reconfortada en mis brazos, y se calmó, juntándose aún más a mí.

-Cinco tíos, Jan – me repitió, casi al oído, en un tono de voz apenas audible – Uno detrás de otro. Cinco. Pero mira, al menos he ganado la apuesta...

Y depositó en mi mano, para mi sorpresa, una redonda y brillante moneda de quinientas pesetas.

La foto que ilustra el artículo, una de las modelos consumidas por las drogas y el alcohol de la serie Home Of The Vain, obra del polémico fotógrafo Nikola Tamindzic.

15 comentarios:

Misaoshi dijo...

Jo-Der.

Quinientas pesetas. Podría haberse titulado así el artículo y nos habría dejado el mismo mal sabor de boca.

Pero para mal sabor... ay!

Y como ella, cuántos más.

PD: me gustó más Ponferrada para ir de cortos, el Húmedo me lo pintaban como lo máximo... pero no tenían las patatas bravas que me hicieron engordar 10kg en el Bierzo xD

Doctora Anchoa dijo...

Qué pena lo de Milagros, espero que con el tiempo se alejara de esas compañías. Por cierto, ¿lo del granero es típico? Pensaba que era un cliché de películas americanas, es lo que tiene no tener pueblo al que ir de vacaciones.

Silvia dijo...

Qué historia tan amarga! Pobre chica, me gustaría pensar que todo es inventado....

Escribes muy bien!!

Silvia dijo...

Qué historia tan amarga! Pobre chica, me gustaría pensar que todo es inventado....

Escribes muy bien!!

Janton dijo...

Misa, ciertamente, y como ella, cuantos y cuantas más.

El Húmedo, a mí, no me gusta. Sinceramente, si vives en León, pues vale, pero si vas de visita, mejor cualquier fiesta de pueblo.

Janton dijo...

Dra. Anchoa, lamento decirte que lo de Milagros fué a más, y al final acabó muy mal, pero en fin, nadie hizo gran cosa por ayudarla y en eso somos todos algo culpables.

Lo del granero es un cliché pero a la vez es una realidad, en los sitios, obviamente, donde hay graneros, que cada vez son menos, porque ahora viene todo ensilado. Pero oye, eso de rebozarse en paja bajo un techo de vigas de madera, como que mola...

Janton dijo...

Silvia, antes que nada, bienvenida.

Empezando por el final, muchas gracias, uno al escribir nunca puede sustraerse a una cierta dosis de egoísmo, escribes para tí mismo, pero también para que otros lo lean, y les guste...

No es inventado, es un recuerdo real como la vida misma, aunque no te niego que yo preferiría que fuera solo un producto de mi imaginación.

Carmina dijo...

Gracias por tu visita y comentario a mi blog. Ahora apenas tengo un minuto, así que más tarde vuelvo aquí y me leo la entrada.

Carmina dijo...

¡Vaya! Aunque conocía lo de Genarín, no imaginaba que la aparentemente austera Castilla tuviera esa Semana Santa tan ambivalente.

Personalmente, no acabo de comprender qué puede empujar a la gente a asociar días de fiesta o vacaciones con actividades tan autodestructivas. Como si no fueran suficientes los demás días del año para tirarse por un barranco y hubiera que aprovechar precisamente esos días en los que tenemos disponibles otras actividades y entretenimientos.

EriKa dijo...

Lo de Milagros es llevar al límite la sinrazón, dejar de sentir, olvidar por unas horas lo poco que parece quererse.
En fín... cada uno hace con su vida lo que quiere, aunque sea autodestruirse.
A mi también me da pena.

Besitos Jan.

Alexander Strauffon dijo...

¿La chica es real?

Pobre.

La imagen me gustó. De Nikola Tamindzic, ¿eh? No lo conocía.

Janton dijo...

Carmina, bienvenida.

Es que es precisamente esos días, creo yo, cuando no hay nada que hacer, cuando la gente más se desfasa y más pierde el norte.

El resto de días, la actividad cotidiana nos tiene ocupados, adormecidos, diría yo, pero es cuando más tiempo tenemos, cuando se supone que hay que divertirse casi por obligación, cuando la gente más sola y desesperada se siente...

Janton dijo...

Erika, estoy totalmente de acuerdo contigo.

Llevar al límite la sinrazón... Sí, al límite, y aún más allá!

Janton dijo...

Alexander Strauffon, también a tí bienvenido a esta casa.

La chica, efectivamente, es real, y la historia también es real.

Pobre.

Creo que nunca había oído decir más cosas con una sola palabra.

Estoy de acuerdo. Pobre.

pseudosocióloga dijo...

Joerrrrr