jueves, 17 de febrero de 2011

En el siglo equivocado

"No tengo presupuesto para comprar un regalo a todas las tías que andan por ahí diciendo que están enamoradas de mí", dicen que le dijo ese pedazo de bruto, en pleno día de San Valentín, acompañando la frase de sonrisa desafiante y mirada despectiva. Y ella, bastante inocente todavía a pesar de acercarse a la treintena, ella, digo, alma de niña cándida dentro de un mujerón de metro ochenta, ella, enamorada hasta las trancas del sujeto en cuestión, que como no había habido ocasión de dar por él hasta la última gota de sangre de sus venas (Que la hubiera dado), se había gastado hasta el último céntimo de sus ahorros en el regalo para él, para ese animal de bellota a quien ella consideraba novio, ella, insisto, rompió a llorar tan intensa y desconsoladamente que impresionaba. Qué espectáculo, esa tiarrona con ese cuerpo que para sí lo quisiera más de una actriz de "jolivú", y de natural, ¿eh?, que esa carne apretada y trémula aún no la ha profanado el bisturí... Ese peazo pivón llorando ahí como María Magdalena a los pies de Jesús, hipando histéricamente, incapaz de contenerse ni controlarse, mientras el causante de sus desdichas miraba con cara de no haber roto un plato a quienes se agolpaban alrededor, con una malévola expresión entre condescendiente y cínica, como si la cosa no fuera con él, como si ella sola se hubiera hundido en la miseria. Tal era la maldad que desprendía, su aire de chulo provinciano, sus muestras a la vez de bajeza y de majeza, que hasta el novio gitano de Amy le fulmiró con una de sus miradas, mientras su mano derecha, ostensiblemente, acariciaba la navaja en el bolsillo de la cazadora. Una mirada tan cargada de odio, que bastó para que el tipejo hiciera mutis por el foro, lo que alivió un poco la tensión que se palpaba en el ambiente. Agradecí al gitano, con una mirada silenciosa, su gesto, y él levantó los hombros de manera ambigua pero llena de empatía. A él también le había impresionado del desconsuelo de la chica, y eso que el gitano tiene el corazón tallado en piedra, y las lágrimas femeninas no suelen conmoverle.

Otra compañera, que, aunque gótica y de alma oscura como noche sin estrellas, tiene su puntito de buena samaritana, la recogió horas después, tirada en las escaleras de la estación de la L7 de Avenida Tibidabo, más borracha de lo que recuerdo haber visto nunca a nadie, al menos desde mi ya algo lejano paso por las filas de la gloriosa Infantería del Rey de España. Allí estaba, el cuerpo desmadejado sobre los frios escalones de piedra grisácea, inconsciente, sucia como una cerda, pues se había meado encima. Entre varios ayudamos a la gótica a cargarla en su coche. No sé cómo se apañaría ella sola con los sesenta y cinco kilos de peso inerte al llegar a su casa.

Me alegró que al menos una persona la ayudara, como me alegré de haber podido aportar mi granito de arena aunque solo fuera con la fuerza de mis brazos. Y sin embargo el corazón me quedó contrito con todo aquello. ¿Es que acaso queda algo de amor en algún recóndito lugar del planeta? A veces creo que no.

A mi alrededor, parejas en guerra, familias mantenidas por interés, niños que vienen al mundo con la misión imposible de recomponer un matrimonio ya deshecho, infidelidades y traiciones, mentiras y fingimientos, todo a plena luz del día, todo con el público y notorio conocimiento de la sociedad en general. Y sin embargo nos empeñamos en mantener a toda costa los mismos esquemas fracasados, repetimos como un salmodio las mismas falsas promesas de amor eterno que ya antes hemos incumplido varias veces, y nos creemos solo en la medida que nos lo queremos creer que existe la media naranja, la pareja ideal, el amor para toda la vida y la perpetua felicidad. Y nos paramos ahí, claro, no sea que el siguiente paso nos lleve a aceptar la existencia del ratoncito Pérez... ¿Es que ya nadie es sincero, es que ya nadie cree en lo dice ni dice lo que cree? No, en todos los aspectos de la sociedad, a todos los niveles, en la familia, en el trabajo, en las comunidades de vecinos, y también en la pareja, se dice lo que conviene, o lo que creemos que el otro espera que digamos, o lo que debemos decir para que no piensen que... Pero luego, evidentemente, traidores a nuestras propias promesas, quitamos todo valor a la palabra dada por nosotros mismos, y hacemos lo que nos da la gana. Asco de mundo sin honor ni deber, sin esfuerzo ni verdad...
El protagonista de una de mis novelas de referencia en la infancia, ese caballeresco, noble y ya entonces desfasado Quentin Durward debido a la pluma de Sir Walter Scott, dice en un parágrafo de la novela "Me educaron para ser valiente y fiel, honrado y leal, para defender siempre al débil y mantener hasta la muerte la palabra dada. ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido un siglo tarde?" Comparto con él esa impresión, solo que en mi caso creo que son varios los siglos que he nacido tarde. Es frustrante para mí pensar en mis escasas posibilidades de influir para que el mundo cambie. Me siento tan ajeno a él que, habiendo renunciado a mejorarlo, me mantengo aislado. Solo me queda, para que siga valiendo la pena despertarse en cada nuevo amanecer cargado de malos augurios, la paz de mi último refugio, porque en mi caso, afortunado como soy, tengo un santuario donde refugiarme de la ventisca de afuera, con una sacerdotisa que mantiene encendida eternamente la hoguera...

5 comentarios:

Fiebre dijo...

Me encanta tu manera de describir las realidades que nadie quiere ver.
Y me quedo con aquello de que decimos lo que nos conviene o lo que el otro quiere oir, cuestión en la que en temas personales, - el trabajo merecería un capítulo aparte- hace tiempo que dimití.

Al menos si te la "clavan" (metafóricamente hablando que a lo otro no le pongo pegas juas) que egoístamente no me quede ni una pulgada de culpa.

Mostrar las cartas siempre por sistema, que en jolivú hay muchas películas por ver si no te gusta el argumento de una...

¡Ya me has liao so liante, llego tarde al curro!

pseudosocióloga dijo...

A mi hay días que me resulta agotador ir defendiendo causas perdidas, demostrando pizca de honradez y sobre todo buscando alguien con ideales y valores para poder relajarme.
Debe ser eso, que nos educaron "asín".

la reina del mambo dijo...

Anda escasa de palabras, solo digo genial todo lo que escribes.
Un beso

Doctora Anchoa dijo...

Pues yo seré ingenua, pero creo que merece la pena seguir siendo así. Por lo menos estarás infinitamente más a gusto contigo mismo.

Co dijo...

Jan! Yo creo que por más que hayamos sido educados para vivir en otro siglo y nuestros valores sean distintos a los que hoy la sociedad proclama, tenemos que seguir bregando por ellos.Es nuestro deber seguir siendo así, seguir poniendo nuestro granito de arena aunque nos parezca en vano. Si todos lo hiciéramos y no nos quedáramos en la comodidad, el mundo en que vivimos sería un poco mejor, no?

Besos!