lunes, 14 de marzo de 2011

Tres historias del trabajo

Os cuento a vuelapluma tres historias de esta semana que llevo sin escribir nada. Semana de muchísimo trabajo, de cambios, de formaciones, de nuevos servicios, de caos.

Ana es una chica decidida. Ha acabado Psicología y está haciendo un máster de Clínica. Lo ha hecho todo por su cuenta, sin apoyo, pagando con su trabajo hasta la última clase y el último libro. Sentados frente a frente en una de las mesas del Office, me mira, triste, algo avergonzada, quizás, de confesar una debilidad, algo a lo que no está acostumbrada, su lacio pelo castaño rojizo tapándole media cara de piel sonrosada, en la que brillan como tizones dos ojos negros y profundos, y me lo cuenta en voz baja, triste y apesadumbrada. Me dice que sus padres siempre dijeron que tenía que estudiar, porque ella valía, pero que tenía que pagárselo por sus propios medios, que ellos no podían ayudarla. Y así ha sido, hasta ahora. “No puedo más, Jan, no doy más de mí” Me dice.”Al empezar, la tutora ya me advirtió que el plan de estudios del máster era muy exigente y no estaba pensado precisamente para compatibilizarlo con un trabajo, pero como siempre he estudiado y trabajado a la vez, como me he sacado la carrera así, pensé que podría hacerlo. Pero no puedo... De treinta alumnos, solo tres trabajamos, y somos los tres más atrasados...” Afirmo con un gesto, callado, porque no sé qué decir, francamente. Estudiar y trabajar a la vez siempre ha sido muy duro. De un tiempo a esta parte, gracias entre otras cosas al Plan Bolonia, empieza a resultar sencillamente imposible.

Elke es una compañera, alemana residente hace años en España, casada con un español, con la que he compartido dos largas y complicadas mañanas de formación en un nuevo servicio que pronto gestionaremos. Elke me expresa, en un intermedio de la formación, su hastío y su desencanto con la empresa: La enviaron una semana a Alemania, a la sede central de cierta empresa farmacéutica para la que gestionaremos el nuevo servicio. Le recalcaron que era un viaje absolutamente confidencial: Nadie en la empresa, ningún compañero de ningún turno ni departamento, debía saber el verdadero objeto del viaje. Elke guardó celosamente la verdad, fingiendo que se iba de vacaciones con su familia. Pues bien, cuando el formador, empleado de la Farmacéutica, la vio sentada en el aula, lo primero que dijo en presencia del resto de sorprendidos empleados-alumnos fue “Ah, Elke, tú eres la que ha estado unos días en nuestra sede central en Alemania, ¿no?” Por si eso fuera poco, me cuenta Elke, entre enfadada y admirada, que nadie, ninguno de los directivos de nuestra empresa, le ha preguntado nada del viaje, de su estancia allí ni de lo que le habían dicho o dejado de decir en Alemania. Nadie. Como si de verdad viniera de vacaciones. Ella, prudente, había tomado notas por si debiera redactar un informe... Nada. La tarde anterior a la primera mañana de formación, cuando pasaba frente a la puerta del despacho del Director Asistencial, éste la llamó para que entrara, y Elke pensó que, al fin, la preguntarían sobre Alemania. Nada más lejos de la realidad. Lo que quería nuestro Director es que Elke le ayudara a reservar habitación de hotel en Berlín...

A Amy, compañera de mi equipo en el turno de noche, no le importa hacer las horas extras que sean necesarias, ni empalmar turnos, ni acudir cuando se la llame aunque sea solo con una hora de anticipación, es una mujer incansable que acepta trabajar todo lo que se necesite y más. Lo hace, claro, por su propia conveniencia, por el dinero extra, que cada mes, a base de turnos añadidos, se saca casi un segundo sueldo, pero es de justicia reconocer que Amy es alguien con quien se puede contar, alguien que, cuando las bajas (Y la mala planificación) han mermado turnos y equipos, ha sacado adelante, ella sola, el servicio, al menos en lo que a su parte de tarea se refiere. Eso, a mi entender, merece, al menos, un respeto. Pues bien, Amy tenía un cambio de turno  solicitado y concedido hace semanas para el domingo por la noche, para ahora mismo, para este turno en que aún estamos. Menos de veinticuatro horas antes, el sábado a primera hora de la noche, recién entrados de guardia, nuestra Supervisora, Súper Nova, llamó al centro de trabajo para hablar con Amy y decirle que, examinando el planning del domingo por la tarde, había un hueco que se necesitaba cubrir, y que por eso, así sin más, anulaba el cambio. Sí, como lo oís, la Supervisora anuló un cambio de turno, firmado y concedido, sin dar otra opción ni siquiera dejar tiempo para cambiar de planes, porque Amy, claro, tenía planes para este domingo por la noche, planes que no incluían estar aquí, cerca de mí, trabajando con modales de perro y cara de pocos amigos. Pues no hubo nada que hacer, nada que pudiera convencer a Súper Nova de lo injusto de su decisión. Ahora Amy, enfadadísima, dice que no hará una sola hora extra más, ni atenderá ninguna llamada de auxilio para salvar del hundimiento turnos faltos de personal. Si no le llega con su sueldo, que no, ya sabemos que no le llega, trabajará a media jornada o se buscará la vida con algún sobresueldo comercial, que Amy tiene garra y tablas para salir adelante en lo que sea, experiencia no le falta. Pero horas extras no, ni una más, así se hunda la empresa en un remolino de fango. Súper Nova ha cubierto la tarde del domingo, eso es lo que ha ganado con su decisión. Lo que no sabe, ni creo que tan siquiera lo imagine, es lo que ha perdido...

Tres historias, tres pinceladas de esta infernal semana. Espero que os hagáis una idea. Gracias por seguir ahí, ya os seguiré contando...

6 comentarios:

Madame dijo...

mmm ... 3 vidas entrelezadas por vos... mmmm que te digo... la vida es perra.... toca no más seguir... a veces da ganas de echarlo todo a un lado... el precio de ser adulto... es debemos pagar todas las responsabilidades que tenemos... ssss

besos y abrazos Jan.. nos estamos leyendo.. q tengas una mejor semana..

Doctora Anchoa dijo...

Son tres casos tristes, y lamentablemente tan habituales que, conforme los ibas contando, me iba imaginando el final. Ánimo, que tarde o termprano todo va a mejor.

pseudosocióloga dijo...

Que desesperación, a mi la impotencia me puede....grrrrr.

Anónimo dijo...

Es totalmente injusto que nunca se recompense a las personas que hacen bien su trabajo, al contrario, se las explota todo lo que puede. Triste pero cierto. Saludos!

la reina del mambo dijo...

No se suele recompensar a las personas que hacen su trabajo. Yo nunca lo vi.
Un beso

EriKa dijo...

Que injusto, parece increible que haya gente tan obtusa con cargos en las empresas, o ¿es que los buscan así?.

Besitos.