sábado, 26 de marzo de 2011

Que no nos amarguen...

Llego a casa pasada la una de la madrugada, tras una reunión en el bar de siempre con mis amigos de toda la vida, tras disfrutar de una Voll Damm y sobre todo de una de esas distendidas conversaciones que tan balsámicas me resultan, y me encuentro a Elma medio dormida en una de sus posiciones favoritas, tendida cuan larga es en el sofá, haciendo ver que mira en la televisión las noticias del canal 3/24.

Me siento a sus pies, en el escaso hueco entre su cuerpo y el brazo del sofá, y le acaricio suavemente las piernas por encima de la fina manta azul procedente de uno de nuestros viajes a Galicia en el Trenhotel de RENFE. Ella se despierta del todo, sonriéndome, y me agacho para besarla despacio, tomándome mi tiempo. Después, al levantarme, ella también se incorpora, y ya ambos correctamente sentados charlamos sobre mis amigos, pero también, sobre todo, sobre la jornada ya acabada en nuestros respectivos trabajos.

La charla, aparentemente trivial, acaba por irritarnos a ambos, y es lógico, porque el relato de nuestras jornadas es una continua sucesión de conflictos, discusiones, gritos, desencuentros y problemas. No solo con los clientes, también con jefes y compañeros. Ella, la tarde anterior, tuvo que echar literalmente (expulsarlo físicamente, vamos) a un cliente follonero de la tienda, entre voces, insultos y amenazas. Afortunadamente no lo tuvo que hacer sola, sino contando con la ayuda de otros clientes que veían que el tipo estaba desfasadísimo y no atendía a razones. Vete a saber qué hubiera pasado de no haber nadie más en la tienda en ese momento. Yo, digamos que más de lo mismo... Tanto enfrentamiento, tanto conflicto, es inevitable, nos desgasta, y mucho. Al cabo de poco, quedamos callados, como abrumados por nuestros propios negro pensamientos.

-Tenemos que hacer algo con nuestros trabajos... – me dice ella.

-Con nuestros trabajos es difícil, sabes que no está el horno para bollos ahora. Con lo que sí tenemos que hacer algo es con nuestras conversaciones, y no darle tantas vueltas a lo sucedido. Que lo pasemos mal al vivirlo es una cosa, pero que lo pasemos mal por segunda vez al contárnoslo es absurdo. No tenemos que dejar que nos amarguen...

Ella asiente a mis palabras, y se junta más a mi vera. La televisión sigue narrando, incansable e inexorable, su relación de desastres y desgracias a lo largo y ancho del mundo, pero no le hacemos ni caso. Mis manos recorren sin premura, recreándose, toda su anatomía.

-Tienes razón. Estando juntos, que no nos amarguen...

7 comentarios:

Madame dijo...

esos momentos que tienen para compartir... compartan pero su cariño...
realmente los problemas en esos momentos ya son secundarios...

besos y abrazos Jan, nos estamos leyendo.

la reina del mambo dijo...

Eso, que no os amarguen.
Casi siempre hay conflictos y deberíamos aprender a desconectar.
Un beso

Desde mi realidad dijo...

Quédate siempre con esa última frase... :)

pseudosocióloga dijo...

Desconectar.

Anónimo dijo...

Llevarte el estres a casa de todo el día es un error, mejor que cuando esteis juntos os olvideis del mundo. Un saludo!

EriKa dijo...

No es bueno traerse los problemas a casa pero no es fácil desconectar.
Haceis bonita pareja.

Besitos.

Fiebre dijo...

Esa es la actitud querido amigo. Esa es la actitud...
:)