martes, 31 de enero de 2012

De ilusiones y desilusiones

No soy amigo de escuchar conversaciones ajenas, por aquel viejo y generalmente acertado dicho de que quien escucha su mal oye, pero, a veces, no puede uno evitarlo. Sobre todo a primera hora de la mañana de un gélido lunes de enero, tras acabar tu tercera noche de guardia consecutiva, cuando tal cual te acomodas en el autobús 58 se te sientan delante dos bellas treintañeras, rubia y morena, según los más clásicos cánones, hablando entre ellas en voz lo bastante alta como para que las oiga todo el pasaje que ocupa la parte trasera del vehículo articulado.

“Me preguntó – prosigue la rubia una conversación anterior que ya traían entre ellas – cual era mi ilusión más grande, y yo le contesté que mi mayor ilusión era pasar toda mi vida a su lado. Le pedí que me contara él la suya, y enseguida noté que algo iba mal cuando vi su cara… Estaba contrariado,intentó excusarse, dijo que se había expresado mal, que no era tanto una ilusión como una fantasía… Yo le exigí que hablara…” La morena, que la mira en silencio con gesto indignado, aprovecha la pausa de la narración para apoyar una mano en el hombro de su amiga. “¿Y qué te dijo?” pregunta con el mismo interés que el resto de pasajeros, que con expresiones más o menos disimuladas estamos atentos, todos, a su conversación.

“Que su mayor ilusión era que yo se la mamara mientras él jugaba al Need For Speed…”

La morena, rápidamente, abraza a la rubia, próxima al llanto. Dos señoras mayores las miran con gesto desaprobatorio, mientras un chico joven, a mi misma altura al otro lado del pasillo central, aguanta a duras penas una carcajada. De pronto un rugido rompe la quietud del extraño momento. El autobús inicia su recorrido, y el motor acelera para encarar la cerrada curva que traza el vehículo bordeando la Plaza Kennedy para cambiar de sentido en Balmes.

Los hombres son de marte, y las mujeres de venus, dicen. Pienso que no. Que, a veces, estamos más, mucho más alejados…

Ilustrando el artículo, un poco de humor gráfico sobre el tema.

jueves, 26 de enero de 2012

Signos de crisis (V)

Lo de utilizar la crisis como excusa absolutamente para todo, para justificar cualquier decisión, por absurda que sea, está siendo de traca en el mundo empresarial.

La crisis existe realmente, quién lo duda, y se necesitan planes de ajuste para adaptarse a ella. Durante los años de bonanza hemos vivido en Europa en general, y en España en particular, como si todos fuéramos ricos, y ahora despertamos de nuestro sueño y descubrimos que no. Por supuesto que es difícil adaptarse a eso, que a nadie gusta que le recorten servicios y prestaciones, pero puedo admitir que tales medidas sean necesarias.

Lo que no es de recibo es que se aproveche el contexto de crisis para eliminar de un plumazo, mediante desregulaciones que han reducido el derecho laboral a su mínima expresión, y que en la práctica dejan al trabajador totalmente a merced del empresario, en aras a una ilusoria libertad de contratación y a la paranoica obsesión patronal con la disminución de costes, casi todo lo que se había conseguido a lo largo de más de un siglo de lucha sindical. Ni en tiempos de la dictadura, que ya es decir, disminuyó tanto como ahora la protección a los trabajadores, que son siempre la parte débil de las relaciones laborales.

Lo que tampoco es de recibo, menos aún que lo anterior, es que los patronos aprovechen que el Pisuerga pasa por Valladolid para “meter tijera” en todo aquello que les viene en gana, aún si tales gastos en nada afectan a los costes de producción. En esta línea, y por no hablar una vez más de la empresa donde trabajo, que se podría, ya lo creo que se podría, os contaré lo que sucede en la empresa donde trabaja Elma: Su jefe, Gran Pau, es un empresario a la antigua usanza. Condescendiente y paternalista, gusta de mimar y agasajar de vez en cuando a sus trabajadores, ofreciéndoles a su costa (A costa de la empresa, en realidad) desde una suculenta costellada en las cavas de Sant Sadurní d’Anoia hasta un fin de semana de compras en Andorra con habitación pagada en el Parador Nacional de la Seu d’Urgell. Muy bien, diréis, qué jefe tan rumboso, pensaréis, y no os quito razón. Pero eso sí, tales regalos son por su propia iniciativa y totalmente graciables, es decir, los da porque sí, porque le apetece en ese momento, sin que sea ni se pueda considerar un pago en especies, ni un incentivo por lograr unos objetivos determinados, es algo totalmente a su voluntad. Para entendernos, según con qué pie se levante le da por pagar una mariscada a toda la empresa, pero si al día siguiente se levanta con el pie cambiado… Ni un café en un bar de chinos.

En una de esas reacciones tan propias de haberse levantado de mala leche, pero que ya dura desde el lunes, Gran Pau ha decidido no ya reducir, sino cortar sin más por lo sano los gastos de calefacción de la empresa, para lo que ha mandado deshabilitar el aparato de bomba de calor (inverter) de que dispone la sede empresarial… Y todos a pelarse de frío, tanto empleados como clientes. Elma y su compañera Lena atienden al público sentadas al fondo de una sala de espera que da a la calle. La puerta automática se abre cada vez que entra o sale alguien, y hasta cuando algún transeúnte camina demasiado cerca. Imaginaos las corrientes de aire. Los clientes están solo un rato allí, pero ellas pasan ocho horas cada día. Han tratado de convencerle, sabiendo como saben que la empresa va bien, pero Gran Pau, enrocado, no cede, así que ellas, a modo de protesta, atienden desde ayer al público abrigadas como para cruzar la Antártida, gorro de lana en la cabeza incluido. Gran Pau afirma que es por la crisis, que hay que reducir gastos. Pero qué manía, caramba, la calefacción no es un gasto superfluo ni suntuario, amén de que a la larga trabajar en tales condiciones será peor, pues, si el invierno se vuelve más crudo de lo que ha sido hasta ahora, excepcionalmente benévolo, mientras más frío pasen, más absentismo laboral tendrán, debido a los resfriados. Más de uno se lo ha explicado ya, pero Gran Pau sigue ciego y sordo a tales argumentos, encastillado en su peregrina idea, y mientras ellas con anorak y gorro de lana. Vivir para ver…

La imagen que ilustra el artículo, una viñeta de humor gráfico, el trabajador ideal, para reírnos de estos malos tiempos que nos está tocando vivir.

martes, 24 de enero de 2012

Tenemos que dejar de vernos así

Eso me dices, sonriendo coqueta, al levantarte del asiento de la parte de atrás del autobús, para bajarte en tu parada, la anterior a la mía, en la esquina de Gran Vía con Balmes, esa parada de pomposo nombre reflejado en la marquesina, “Universitat Central de Barcelona”. Tenemos que dejar de vernos así, dices. Como si lo planeáramos. Como si lo quisiéramos. Como si alguno de los dos tuviera el más mínimo control sobre nuestros encuentros y desencuentros… No es el caso. No quedamos ni planeamos nada. Solo nos dejamos llevar por un destino voluble y caprichoso que se empeña en alejarnos para volver luego a juntarnos en el más insospechado momento. De hecho, desde que dejaste la empresa para unirte a la legión de funcionarios interinos que sueñan con una plaza fija, solo nos vemos esporádicamente en el autobús 54, los días sueltos en que vengo a visitar a mi madre, para comprobar cómo se sigue macerando en hiel. Curiosamente, venga a la hora que venga, al salir de casa de mi madre para regresar a la mía, siempre coincido contigo... ¿Me estás espiando, querida G.? ¿Permaneces asomada a tu ventana hasta que me ves llegar a la parada y bajas corriendo a esperar tú también el dichoso 54?

Acabo de darme cuenta de que he mentido. No es cierto que desde que dejaste la empresa nos vemos solo en el autobús. Hubo otro encuentro, aquella tarde… Un jueves por la tarde, concretamente. Lo sé porque yo salía de una de mis tediosas y lamentablemente inexcusables reuniones semanales de mandos intermedios, que son siempre e indefectiblemente los jueves. Yo salía de la reunión, cansado y cabreado a partes iguales, y tú habías ido a buscar el finiquito. ¿Te acuerdas…? Claro que sí, cómo no te vas a acordar de aquella tarde de invierno. Pero fue solo una tarde. Y no habrá otra como aquella. Y lo sabes, como yo lo sé.

Y ahora te levantas de tu asiento, a mi lado, donde siempre te sitúas cuando nos encontramos por casualidad en el autobús 54, donde me has contado tus novedades laborales, tampoco demasiado halagüeñas, seamos sinceros, que el irte de la empresa no ha sido para mejorar, por más que trates de disimular tu frustración y tu rabia, y me dices que tenemos que dejar de vernos así, como si nos viéramos de alguna manera particular, después de aquella tarde, y te sitúas en la puerta de atrás del vehículo, y me lanzas una última sonrisa pícara antes de bajar. Desciendes del autobús plenamente consciente de que te estoy mirando, así que a propósito marcas el movimiento de tus caderas, como si estuvieras en el sambódromo, dando plasticidad al vuelo de tu falda corta, justo tres centímetros por encima de las rodillas, adonde inevitablemente se dirige mi mirada. Hacia tus rodillas, que sabes que son bonitas, y luego, bajando, hacia tus perfectas pantorrillas, ni muy finas ni muy gruesas, torneadas, pero no musculosas, envueltas en tupidas medias negras de invierno. Dos pupilas negras como tizones miran en mi dirección, brillando bajo la onda pelirroja de tu flequillo lacio. Tenemos que dejar de vernos así…

Ni lo sueñes, querida G.

La imagen que ilustra el artículo, reproducción de un cuadro de uno de mis artistas favoritos, el escocés Jack Vettriano, titulado Playing the Party Game.

lunes, 23 de enero de 2012

Mentiras y caballeros errantes

El Dr. S me dice que su esposa murió hace apenas un mes tras una larga enfermedad. El Dr. S dice que no quiere divulgar su pérdida, que no quiere causar lástima, pero se apaña para que, de un modo u otro, toda la empresa acabe sabiéndolo, admirando su entereza al no tomarse ni un día libre, para seguir trabajando, lo único que según él le reconforta en tan difícil momento. El Dr. S recibe con fría dignidad pésames y condolencias, y esboza una torcida sonrisa antes de asegurar que saldrá adelante. Porque su difunta esposa así lo querría, y por sus hijos, sobre todo por ellos, ahora que solo le tienen a él.

La Dra. M me dice que quiere hablar conmigo en privado, que quiere consultarme algo, y se me hace un nudo en el estómago. Está inquieta, nerviosa y apesadumbrada, y preveo que algo debe estar perturbándola mucho para querer hablarlo conmigo. La Dra. M es, por supuesto, una mujer adulta, pero tan transparente como una niña, y está realmente acongojada. Me preparo para lo peor, y la escucho atentamente, mientras me habla casi al oído, en un rincón apartado de un Office solitario a altas horas de la madrugada. La Dra. M compartió plaza de medicina de familia en el mismo centro de salud que el Dr. S, y conoce a su mujer. Sí, CONOCE. En presente. Porque no está muerta. Porque sigue viva y coleando, trabajando de enfermera en un hospital portugués, donde ha marchado, abandonando al Dr. S, huyendo más bien de él. Pero vive, ya lo creo que vive, a pesar de las mentiras y las condolencias. “¿Qué crees que debo hacer, Jan?” me pregunta. “¿Debería contárselo al Director Asistencial?” Niego con la cabeza. Nuestro Director Asistencial y el Dr. S son culo y mierda, con perdón de la expresión, y creo que sabe mucho más de lo que aparenta. “Olvídalo. Créeme, es lo mejor para todos, y sobre todo para ti misma, M.” Ella aún duda “Pero Jan, el comportamiento de S. no es normal, roza la psicopatía, me preocupa… Me da miedo…” Paso una mano por su cabello rubio pajizo, un gesto que parece confortarla. “Tranquila. Mientras él no sepa que lo sabes, mientras no sepa que tú has hablado, no tienes nada que temer”. En ese momento, justo en ese preciso instante, Nena entra en el Office para llenar su botella de agua, y nos ve. Nuestros rostros muy juntos, hablándonos casi al oído, mi mano en su pelo, y su mano en mi antebrazo… Nena se nos queda mirando, sorprendida, y sé lo que está pensando, y sé que en apenas unas horas el rumor se extenderá por la empresa, pero no puedo evitarlo, así que ni trato de disimular, ni doy explicaciones que no creería.

Nena me dice que no se lo esperaba de mí, tanto que hablo de Elma y de cómo la quiero, y menos aún de la Dra. M, tan tímida y mojigata, tan aparentemente bien casada. Y yo sonrío y le digo que se equivoca, y que pronto se lo demostraré, que me dé un voto de confianza antes de contarlo a los cuatro vientos. Nena duda, y le recuerdo que fui uno de los pocos que confió en ella cuando acabó su turbulenta historia con J…, cuando sola, arruinada y debiendo asumir deudas que no eran suyas, la defendí ante la Dirección, que no hubiera dudado en despedirla. Sus problemas personales la distraían, y cometió varios errores consecutivos e imperdonables. Eso por no mencionar el absentismo causado por pasarse las horas muertas en juzgados y comisarías. Yo confié en ella, y le pido que confíe en mí, y Nena finalmente me da cuartelillo, pero sé que es un crédito que se agotará pronto.

El Dr. S me cuenta, más tarde, que debe testificar en un juicio penal que se celebrará tras denuncia del Institut Català de la Salut contra uno de sus mejores amigos, también médico, por un oscuro tema de falsificación de recetas. Yo respondo a sus preguntas, todas procesales, de orden técnico jurídico, disimulando, como sin saber que tal amigo no existe, que el acusado es él, y él, de nuevo, quien falsificó no solo recetas, sino informes y toda clase de documentos. La Dra. M nos mira desde unas cuantas mesas más allá, mordiéndose la lengua, como con ganas de estallar, dar un puñetazo en la mesa y contarlo todo a gritos, pero la fulmino con la mirada, y calla. No sé por cuanto tiempo.

Y a todo esto, viene Amy, cuando regreso a mi sitio meditando qué y a quién debo contar de lo que sé, y me explica con ojos vidriosos que ha roto con el Dr. J, mejor dicho , que cuando llegó a casa después de una noche de guardia, se encontró a J. con todo su equipaje empaquetado, ya dispuesto a la marcha, se había quedado solo para despedirse, sin más, sin oportunidades ni explicaciones. Que no era ella, claro, que era él, que se estaba agobiando, que mejor así, que si no se harían mucho daño y acabarían odiándose… En fin, excusas baratas de mal pagador. Que se le acabó el amor, y se largaba cual alma que lleva el diablo. Amy llora ya a lágrima viva, sin poder ni querer contenerse, y me conmueve, porque no es precisamente de lágrima fácil, así que cojo su mano tratando de consolarla, aunque sé que de poco servirá mi gesto. “Tengo boca de puta y coño de princesa” sentencia Amy con rotundidad “Y eso me pierde, ya lo sé. Debería ser al revés, mejor me iría…”

Vuelvo a casa sentado en la penúltima fila de asientos del autobús 58, con la cara apoyada en el frío cristal de la enorme ventana del vehículo. Pienso en todas las cosas que he dicho y oído esta noche, sobre todo, en las que me han contado. Una maraña oscura. A veces, solo a veces, me siento como un auténtico caballero errante, cabalgando solo en un mundo de maldiciones, apestado de maldad, de intrigas, de mentiras, de odios y traiciones.

La imagen que ilustra el post, Caballero Errante, de Jhoneil Centeno, basada en creaciones de George R. R. Martin.

domingo, 22 de enero de 2012

El intrépido señor Llanos

Debió ser el lunes o martes de esta semana que hoy acaba, semana larga y dura como pocas, dicho sea de paso, aunque eso ya es otra historia, el lunes o martes, decía, fue cuando me enteré que uno de mis vecinos, el señor Llanos, era uno de los pasajeros del Costa Concordia, uno de los que, afortunadamente, habían sobrevivido al naufragio.

El señor Llanos  vive en el sexto piso de mi edificio, es un atractivo soltero cincuentón, libre de cargas familiares, empresario con un negocio que le renta pingües beneficios, y, como puede permitírselo,  un viajero empedernido. Que el señor Llanos estaba a bordo del Costa Concordia cuando éste naufragó frente a las costas toscanas me lo contaron a dúo el presidente de la comunidad de vecinos y su antecesor en el cargo, que aunque ya no forme parte de la junta vecinal sigue mangoneando lo suyo en el edificio, aunque esto sería también otra historia. Ambos me detallaron las circunstancias que conocían del suceso, y muchas otras inventadas, y después, esa misma noche, vi al señor Llanos apareciendo en los informativos de la televisión autonómica hablando ante las cámaras como uno de los afectados. Me alegré por él de que hubiera podido salir sin daño físico aparente de tan peligroso trance, y me olvidé del asunto.

Pues bien, esta misma mañana, a poco más de las diez, regresando yo de la panadería Mistral de Ronda Sant Antoni, donde había ido a comprar el desayuno, me encuentro al señor Llanos saliendo por la puerta del edificio justo cuando yo entraba, arrastrando un enorme trolley. Rápidamente le felicité por haber salido con bien de la aventura, cosa que me agradeció, dándome algunas breves pinceladas de la desorganización y el caos que se vivieron en aquellos momentos, detalles ya conocidos por las informaciones periodísticas, con el valor añadido de ser explicados por alguien que los vivió en primera persona. Fijándome de nuevo en el trolley, le pregunté dónde iba, cuestión ante la que el señor Llanos esbozó una amplia sonrisa. “Voy a embarcarme” me dijo, y su sonrisa se tornó en franca carcajada ante mi perplejidad. “Sí, sí, no te sorprendas, voy a hacer otro crucero, esta vez hasta Madagascar. Ya lo tenía reservado de antes, y me hace verdadera ilusión, no pienso renunciar a él por lo ocurrido la semana pasada” Quedé totalmente descolocado. Una cosa es haber sobrevivido al naufragio, otra, más difícil, no haberle cogido miedo a la navegación marítima después de tan chocante experiencia, pero lo que va más allá de mi comprensión, fuera de marineros profesionales, es tener la presencia de ánimo suficiente para volver a embarcarse a la semana siguiente de naufragar. “No te preocupes, Jan, que estadísticamente, es casi imposible que vuelva a vivir otro naufragio” me espetó el señor Llanos, aparentemente divertido con mi estupefacción. “Sí, ya lo imagino, pero lo que me preocupa es ese casi” le respondí, provocando de nuevo su hilaridad. Nos dimos la mano a modo de despedida, y aún riéndose entre dientes se alejó, a la busca de un taxi libre. Ojalá que le vaya bien, desde luego, ningún mal le deseo. Pero no puedo evitar pensar que hay que ser realmente intrépido, o estar realmente loco, para hacer lo que él hace.

La foto que ilustra el artículo, sacada del archivo fotográfico del diario El País, muestra al hundido crucero Costa Concordia, frente al faro de la isla de Giglio.

domingo, 15 de enero de 2012

Año nuevo, nuevos conflictos

El simulacro de paz y amor ha finalizado. Ya pueden volver a odiarse como el resto del año. Recuerdo haber recibido este cínico mensaje de texto en mi móvil hace unos cuantos eneros, enviado por un viejo compañero del 061, un enfermero tan eficiente como áspero de carácter.

Como si el mensaje cargado de humor negro se hubiera hecho de pronto realidad, miro alrededor, y todo son conflictos.

En mi trabajo, el Comité de Empresa, por su cuenta y riesgo, ha propuesto una modificación del calendario anual que por primera vez desequilibra el reparto de festivos entre los distintos equipos, de modo que siempre hay un equipo de cada turno que trabaja un festivo más que el otro. Dirección ha aceptado esta modificación, que ya se refleja en el planning anual recién publicado. Como cabía esperar, el cambio no ha satisfecho a nadie, provocando el estallido de la guerra entre equipos, pues nadie quiere trabajar un día de más ni cobrar un día de menos. Me desespera que algo que no era problemático, que siempre se había hecho de manera más equilibrada, racional y lógica, se haya modificado claramente a peor, a más injusto y conflictivo. Vamos para atrás como los cangrejos...

En el trabajo de Elma, una inocente y simpática fiesta que espontáneamente organizaron ella y sus compañeros a la salida de la tarde del viernes 30 de Diciembre para despedir el año está trayendo insospechadas consecuencias. En el transcurso de dicha fiesta, alguien, vaya Ud. a saber quién, pero evidentemente uno de los empleados, aprovechó el jaleo para entrar en el despacho del jefe, Gran Pau, y robar algunos regalos que le habían hecho proveedores de su empresa. Resultado previsible: Cabreo monumental de Gran Pau, acusaciones cruzadas (infundadas todas, pues nadie vio nada) de unos compañeros contra otros, y el ambiente laboral en franca decadencia. Pensar que todo empezó por una fiesta da ganas de reir por no llorar...

De mi madre, francamente, prefiero no hablar demasiado. Pero sí, está de nuevo en pie de guerra, y sí, consigue siempre, a pesar de mis buenos propósitos, sacarme de quicio.

Qué largo se me está haciendo este Enero...

miércoles, 11 de enero de 2012

Una (breve) reflexión nostálgica

El trabajo de adaptar el espacio disponible en mi piso desde la situación anterior, con mis bártulos colocados “in extenso”, a la planificación y compartimentación necesarias para ordenar los trastos de Elma y míos en el mismo (y reducido) sitio tiene a veces consecuencias de lo más insospechadas.

Ayer tarde estaba yo rompiendo recibos atrasados, que he decidido (¡hora era ya!), conservar solo los recibos de los últimos cinco años, y no TODOS los que he pagado a lo largo de mi vida, cuando de repente he reparado en el sello de cierta sucursal bancaria estampado en un recibo de Telefónica (De antes de domiciliar todo lo domiciliable y dejarme de hostias). “Banco Español de Crédito – Oficina Universitat” rezaba claramente el texto del sello en tinta azul marino. De pronto, saliendo del abstraído ensimismamiento que me producía la monótona labor, me quedé pensativo. ¿Un Banesto en la Plaza Universitat? ¿Dónde? No recordaba ninguna sucursal de ese banco por allí... Hasta que se hizo al fin la luz en mi atribulado cerebro. Una oficina bancaria donde acudía a pagar recibos de suministros, un Banesto, ¡claro!, muy cerca de mi casa, en la esquina de Gran Vía con Aribau, justo al lado del Colegio San Francisco de Asís... No lo recordaba porque hace años que donde estaba el Banesto hay un Starbucks Coffee.

Miré de nuevo el sello de la desaparecida oficina bancaria, con fecha dos de Febrero de 2002. Diez años. Tiempo suficiente para que un banco se convirtiera en cafetería. Oh tempos, oh mores, que diría el gran Cicerón. Empecé a pensar en cuantas cosas más habrían cambiado en ese tiempo, y por supuesto acabé, como no podía ser de otra manera, pensando en mi vida a lo largo de esos años. En Febrero de 2002 yo aún trabajaba en el CAC (Centro de Atención al Cliente) de Retevisión, la extinta compañía de telecomunicaciones que durante algunos años pareció que podría cambiar el sombrío panorama de ese sector en España, para acabar hundiéndose en un lodazal de mala gestión.

En Febrero de 2002 aún no había empezado a trabajar en el 061, aún no conocía el sector sanitario, ni tenía, la verdad, la menor intención de trabajar en él. Mi vida aún no había experimentado, por tanto, el profundo y radical cambio que el trabajo en Sanidad me ha provocado a todos los niveles. Me despidieron (Nos despidieron a todos) del CAC justamente a finales de ese mes de Febrero de 2002, y tras unos meses en el paro, en Julio de 2002 me incorporé, por pura casualidad, al Centro Coordinador de Urgencias y Emergencias Sanitarias (CCURES) de Catalunya. Pero eso ya es otra historia.

Diez años. Muchos cambios, no todos a mejor. Muchos recuerdos, no todos de color de rosa. Rompí el dichoso recibo con verdaderas ganas, asegurándome de partir por la mitad, y luego nuevamente por la mitad, en pequeños cachos, el sello en tinta que tal avalancha de recuerdos había provocado. El pasado pasado está, mejor, mucho mejor, no removerlo demasiado...

lunes, 2 de enero de 2012

Empezando tranquilos el 2012

Había varios planes posibles, pero al final ninguno se concretó, así que Elma y yo recibimos el año nuevo en casa, solos, tras una cena frugal pero deliciosa, con las doce uvas reglamentarias (Los dos las acabamos a tiempo, espero que nuestra habilidad y rapidez deglutidora nos traiga la buena suerte prometida...) y una botella de buen cava debidamente enfriado.

Después, aunque hubiera estado bien salir a tomar una copa, no muy lejos, a alguno de los locales cercanos (ventajas de vivir en el centro, hay locales cercanos), que en nochevieja mejor evitar los desplazamientos innecesarios, estábamos tan bien los dos juntitos en el sofá, alfajor que te viene, mantecado que te va, todo convenientemente regado con bebidas espirituosas, que al final nos pudo la pereza y nos quedamos en casita, muy a gusto, eso sí, que cada vez necesitamos menos para sentirnos bien.

Al día siguiente, ayer, día de Año Nuevo, comimos con el hijo de Elma, Cornelio, y la comida esta vez digamos que fué balsámica y sirvió para limar las asperezas surgidas la semana anterior, cuando también comimos juntos por Navidad. Ningún coro de ángeles entonaba loas a la familia mientras nos despedíamos, pero nos pusimos de acuerdo en el plan de acción a seguir en lo que al Nigromante se refiere. Tenemos por delante una dura lucha, con muchas posibilidades de sufrir pérdidas importantes, así que mejor afrontarlo juntos.

El año pues ha empezado tranquilito, calmado y suave. Hasta mi madre parece haberse dulcificado. Eso sí, al teléfono, que es como hemos hablado. Ya veremos cuando la tenga delante. Me extraña, aunque me gustaría, que la pantera negra se haya tornado nívea gatita de angora...