jueves, 14 de abril de 2011

Cosas que pasan en el metro de Barcelona

Martes, a primera hora de la tarde. Dos chicas suben a un convoy de la Línea 2  en la estación de Passeig de Gràcia. El vagón va lleno, pero sin agobios, no es hora punta. Las chicas no tendrán más de quince años. Son menudas, delgaditas, fibrosas, y ambas coronan sus cabezas con sendas cabelleras lacias, largas hasta casi la cintura. Una de las dos camina renqueante, apoyada en una muleta. La otra le ayuda, solícita. Nada más subir, echan una ojeada alrededor. Todos los asientos están ocupados, pero muy pocos por personas que realmente los necesiten. Ellas, tímidas, no se atreven a pedir a nadie que se levante, así que se quedan de pie, agarradas a una barra, la de la muleta haciendo equilibrios ayudada por su amiga. Luego hablarán de civismo y otras zarandajas. Yo voy de pie junto a una de las puertas, y a mi lado, por ejemplo, hay cuatro hombres jóvenes ocupando una de las hileras de asientos. Cuatro hombres que se dan perfecta cuenta de la presencia de las chavalas, pero que en vez de ayudarlas miran a otro lado, disimuladamente. Hay que joderse. De repente, una señora, ya de cierta edad, hasta ese momento enfrascada en la lectura de un libro, se da cuenta, al elevar la vista, de la presencia de la chica de la muleta. Rápidamente, se pone en pie y le ofrece su asiento. Las chicas le dicen que no hace falta, pero ella insiste hasta que la coja se sienta. Ahora es la señora, con su pelo blanco y su aspecto de abuelita bondadosa, la que va de pie agarrada a la barra metálica. Los cuatro hombres jóvenes siguen con el culo encajado en sus respectivos asientos. Y se llamarán hombres. Y no se les caerá la cara de vergüenza...

Martes, ya de noche. Elma y yo esperamos el metro en la estación de Santa Eulalia, tras cenar en su casa vamos a dormir a la mía. El convoy de la Línea 1 entra en la estación y, cuando vamos hacia la puerta para subirnos, nos pasa por delante como una exhalación, empujándonos sin miramientos para ser la primera, una mujer de unos treinta años, con el pelo teñido de rubia platino y un impecable traje chaqueta blanco de muy buen corte. Habla en voz alta por el móvil, manteniendo una insulsa conversación sobre algún tema familiar que a nadie más que a ella debe interesar, aunque se empeñe en compartirlo con todo el vagón. “Señores, por favor... No tengo trabajo, no tengo piso, tengo tres hijos...” El mendigo que ha aparecido proveniente del vagón contiguo llora mientras hace exageradas reverencias, hasta el punto de caer de rodillas y doblar la espalda, dando con la frente contra el suelo del vagón. Su tono de voz, sus genuflexiones, su desgarro, todo en él es excesivo, casi histriónico, y parece falso. Seguro que todos lo pensamos, porque nadie le da ni una moneda, y él prosigue su camino hasta el siguiente vagón, donde volverá a postrarse en el suelo, a humillarse, a pedir a gritos... La rubia platino del traje blanco eleva de pronto el tono de voz (¡Dios mío! ¡Sigue hablando por el móvil!) “Ay sí, chica, lo siento, es que ha venido uno de estos perros pulgosos que se tiran por el suelo para pedir...” Elma y yo cruzamos dos miradas indignadas. ¿Hemos oído bien? ¿Le ha llamado “perro pulgoso”? Sí, hemos oído bien, ya lo creo. A ver, insisto, el tipo era muy exagerado, y no le hemos creído, pero... ¿perro pulgoso? Ya me gustaría verla a ella teniendo que mendigar, debiendo humillarse para comer. Solo las gafas de sol que lleva como diadema, de marca de alta costura, ya darían para alimentarse varios días...

Miércoles a mediodía. Subo a un convoy de la Línea 2 en la estación de Universitat para ir a comer a casa de mi madre. “¡Yo soy un hombre!” Oigo nada más entrar. “Si tú eres hombre también, vamos fuera y lo arreglamos...” Está visto que la tenemos liada. El que habla es un tipo alto y grueso, de aspecto sudamericano, aunque su acento es muy leve. Se dirige a un hombre de mediana edad sentado frente a él. No sé qué habrá provocado el inicio de la discusión, pero el sudamericano parece dispuesto a provocar al otro hasta conseguir la pelea que busca. “Yo soy hombre – insiste – Y lo resolveré como hombre. Pero tú eres un maricón y te quedarás ahí sentado ¿verdad? ¡¡Di, maricón de mierda!!” El metro va lleno de gente, y todos permanecemos atentos, interesados y temerosos, por lo que pudiera pasar. Se masca la tragedia. Sin embargo, nadie interviene, ni dice nada. Nadie querría acabar situado justo en medio de ambos contendientes. “Tú lo que quieres es ir a la cárcel, ya lo veo – responde de pronto el otro -  Eso quieres, sudaca de mierda, que te metan en la cárcel y así comer a cuenta de todos nosotros...” Vale, estupendo, eso es calmar los ánimos y lo demás son tonterías... Que le den un cargo en la ONU, que vale para pacificador, el muy cabrón... El sudamericano recibe la frase como si fuera un puñetazo, y se alza del asiento, furibundo. Algunas mujeres que están sentadas cerca huyen despavoridas. Algunos hombres se apartan sin decir nada. Otros como yo permanecemos allí, aunque al menos en mi caso no pienso intervenir. Aparte que no me gustaría ser yo quien acabara recibiendo candela de la fina, la verdad es que ambos se merecen que les rompan la cara, por chulos, matones y provocadores. El sudamericano está a punto de alcanzar a su rival, que espera impertérrito su llegada, sin mover ni un músculo de la cara mientras el otro avanza hacia él, como si de verdad quisiera y aún ansiara ser golpeado, recibir una paliza, como indudablemente va a pasar, cuando un tercer hombre se interpone entre ambos. Es un negro enorme, tan alto que la cabeza rapada al cero le roza con el techo del vagón, y proporcionalmente ancho. Cual armario ropero lacado en negro que hubiera aparecido de la nada, detiene el camino del sudamericano con una manaza de imponente tamaño que apoya en su hombro, y mira también al otro de soslayo, con cierta rabia reflejada en su mirada negrísima. “¡Ya parad vosotros!”, exclama. Habla mal el castellano, con un fuerte acento africano, pero a pesar de su defectuosa dicción el mensaje es clarisimo. “La gente aquí quiere ir a su casa – prosigue en alta voz – La gente no quiere problemas. Yo no quiero problemas. ¿Tú quieres problemas?” le espeta al agresivo sudamericano, que niega con la cabeza, ponderando sin duda que no es lo mismo enfrentarse al otro, de complexión normalita, que a este mastodonte de ébano. Bajo la atenta mirada del improvisado pacificador, se vuelve a sentar, refunfuñando por lo bajito, pero sin atreverse a decir nada en voz alta, al igual que el otro, que permanece callado como una tumba. Al final, vuelve la calma.

Son solo tres ejemplos de cosas que pasan a diario. Cosas que demuestran, a mi parecer, que esta ciudad se está yendo al garete. Llamadme catastrofista si queréis, no negaré que el pesimismo es un rasgo de mi carácter. Pero no vamos bien, no, nada pero nada bien...

15 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Eso sucede continuamente en el metro de mi país y creo al igual que tu que todo se está yendo al hoyo.



Abrazo fraterno Jan.

Madame dijo...

mmm Una vez vi como una abuela le dijo a un joven que se quite del asiento (un poco mas y le pertenecia el asiento) ... pero lo dijo de una manera que no me gusto. Estoy de acuerdo que los jovenes deben dar lugar a ancianos, personas con capacidades diferentes, mujeres embarazadas, pero siempre hay modos de pedirlo ... creo yo... y bueno también deberían darlos callados.. pero cada día hay mas indiferencia por el prójimo...
Siempre te toca ver estas cosas no?? o al menos creo que hasta las buscas.. jaaa
besos y abrazos Jan! sonríe... siempre hay tiempo para ello... nos estamos leyendo.

pseudosocióloga dijo...

¿Pesimista tú?...noooooooooo.

la reina del mambo dijo...

Me ha gustado leer del metro. Jan hace siete años que no viajo en Metro y me ha recordado cuando yo viajaba.
Lo que digo es que no ha empeorado tanto creo.
Un beso de otra pesimista

eva-escort madrid dijo...

Hufff ,que situación tan difícil, pero yo no puedo quedarme callada. El otro día volvia a mi casa, eran las 10 de la mañana y en la puerta de un bar cercano vi a una mujer rubia, vestida muy provocativa y nerviosa en ese momento sale el marido de una amiga mia y esta le empieza a gritar que la escuche y cosas que apenas entendí, el marido de mi amiga le hace un gesto de que pasa de ella y se va, cuando paso por delante de ella ,la rubia esta diciendo que mire lo que tiene en su casa que es un cornudo y bla,bla, claro , de la que habla es mi amiga y como la rubia seguia insultando no me pude contener y me giré y le dije que de la persona que estaba hablando es mi amiga y que creia que estaba equivocada, la rubia me dijo, ¿equivocada? pero no continuo, porque se quedó flipá por mi comentario, seguí mi camino temblandome las piernas por la rabia, ya que me parece tremendo que posiblemente no conoce a la mujer de la que hablaba o si, pero no puedes insultar a alguien que no esta delante para defenderse para hacer daño a otra persona.

Co dijo...

No sólo es tu ciudad, son todas. Siempre hay gente que se hace la boluda a pesar de que sabe que están haciendo algo mal. De este lado del mundo también hay gente que ignora, que hiere, que es intolerante e indiferente. Yo en tu lugar hubiese pedido a alguno de esos cuatro hombres jóvenes sentados que le ceda el asiento a la chica o la señora luego y creo que también hubiese actuado como el africano que paró la pelea. Son situaciones que me sacan de quicio y me hacen reaccionar, me impiden ser indiferente.
Igual, me quedé pensando en la pelea entre los dos hombres. Sin ánimos de ofender, me sorprende la xenofobia y la discriminación que nos hacen los europeos a los sudamericanos. Sobretodo teniendo en cuenta que hace algunos años eran ellos los que venían a "comer a cuenta de nosotros". La verdad no entiendo esta clase de rivalidades, me molesta la discriminación en todas sus formas pero más aún cuando son injustificadas. En muchos lados nos tratan como si fuésemos delincuentes, aún cuando no lo somos. Y me da mucha rabia cuando en el aeropuerto de barajas o cualquier otro nos impiden la entrada pensando que nos vamos a quedar, nos denegan la posibilidad de visitar familiares, de conocer sus maravillas, de hacer cursos o posgrados.
Obviamente, esta exposición no tiene nada en contra del pueblo español o europeo. Es sólo una reflexión de la coyuntura actual, de lo que sufrimos y experimentamos de este lado del mundo. Miserias hay en todos lados, el problema es cuando eso se convierte en una política de estado, no?

Besos!

Doctora Anchoa dijo...

Pues hoy te voy a llevar la contraria, que estoy en versión optimista pardilla total. ¡¡¡¡¡Qué bonito es el amor en primavera!!!!!

Lakacerola dijo...

Jatetú, que muchas de esas situaciones creo que las provocan para hacerse las víctimas y pedir luego daños y perjuicios. Si les sale bien, eso han ganado.

Desde mi realidad dijo...

No te digo nada, que yo también soy muy pesimista y no es plan para un sábado a estas horas...

Madame dijo...

Jan paso a saludarte y a decirte que tienes una mención en mi blog, pasa cuando gustes. Besos y abrazos, nos estamos leyendo.

Alondra dijo...

¡Hola! viajo en bus todos lo días y puedo asegurarte que las historias son muy similares. Supongo que lo bueno y lo malo siempre existió pero cada vez se nota más la mala educación, el poco respeto por las cosas de todos y las ganas de desahogar la furia con el primero que encuentran...
Todos somos culpables por aguantar y callar pero, ¿quién es el guapo que le pone el cascabel al gato?...
Saludos afectuosos

EriKa dijo...

Jan, pero si da miedo viajar en metro, ¿quieres creer que a mi edad no he subido en metro nunca? hace años que no voy en tren, suelo desplazarme siempre en coche,

Besitos.

Willy fog dijo...

po zí, en el metro se ven más estos comportamientos, es como una foto, debemos estar parados mínimo un par de minutos entre estación y estación y vemos lo que en la calle nunca vemos a la velocidad a la que nos movemos. Estoy de acuerdo con Jan. Si me permites Erika: el metro puede parecer peligroso, pero no me parece buena opción descartarlo frente al coche solo por peligroso. Evidentemente el coche es más cómodo (a parte de más caro y más contamiante). Pero también EL COCHE ES MÁS PELIGROSO. Hay altercados frecuentes originados en discusiones de tráfico y muchos muertos en accidentes. Tu caso es especial, la gente que conozco que no va en metro es pq no lo considera digno de su categoria, no por peligroso.

Maria dijo...

Desgraciadamente esas historias que cuentas podían estar situadas en cualquier metro del mundo. Aunque... a veces... alguien cede el sitio a una persona con muletas o te ayuda a subir la maleta por una escalera... ¡y te olvidas de todo lo malo!

Un abrazo

Celia dijo...

Este fin de semana me han propuesto salir deberia volver en metro y eso me echaba para atras... tu acabas de confirmarme que no es buena idea.
je je..