miércoles, 22 de febrero de 2012

Signos de crisis (VI)

A la tienda y centro de atención a clientes (Que las dos funciones cumple) donde trabaja Elma acuden cada día empleados de gestorías y administraciones de fincas, para realizar gestiones (altas, bajas, cambios de titularidad...) relativas a contratos de suministro de sus clientes. También, empleados de constructoras, para realizar parecidos trámites con respecto a las viviendas de nueva edificación. Con los de las empresas más grandes, que por volumen de trabajo más veces visitan el centro – algunos, a diario – Elma y su compañera Lena mantienen un trato próximo, de compañerismo y cordialidad. Son, casi, como “de la casa”.

Ayer, Elma se halló, tras despedir un cliente, ante la mirada felina de Olga, una mujer que, ya entrada en la cincuentena, se conserva grácil, juncal, extraordinariamente vital. Olga, dueña de una conocida Gestoría de la que la mitad de los vecinos del barrio es cliente, acudía con frecuencia a realizar trámites, generándose una corriente de simpatía entre ellas que se convirtió en pícara complicidad a partir de cierta noche de sábado en que Elma y yo fuimos a ver una película al cine Alexandra de Rambla Catalunya, y nos encontramos en la cola de acceso a la sala a Olga, acompañada de una espectacular rubia, bastante más joven que ella, que la tenía tomada por el talle, mirándola encendida de deseo. Olga, tan discreta y contenida, parecía tener que realizar auténticos esfuerzos para no besar allí mismo apasionadamente a su acompañante. De pronto, reparó en la presencia de Elma, y sus mejillas se encendieron. Elma, sin embargo, lejos de expresar sorpresa, rechazo, ni tan siquiera curiosidad morbosa, respondió al azoramiento de la otra mujer con una sonrisa de franca camaradería que Olga supo apreciar como un tesoro.

Hacía varios meses que Olga no daba señales de vida. Ayer, Elma, contenta de volver a verla, le preguntó qué había estado haciendo. La mirada de Olga se oscureció y, antes de responder, le mostró una carpetilla de cartulina con el membrete de cierta administración de fincas que portaba llena de documentos. “Pero... ¿Y la gestoría... tu gestoría?” preguntó Elma. “La tuve que cerrar – respondió Olga – Llegó un momento que ni cubría gastos. He buscado trabajo desde entonces, hasta encontrar éste que tengo ahora, de administrativa pelada con sueldo pelado. Y no me quejo, no veas lo que me ha costado encontrarlo...” Elma quedó en silencio unos minutos, sin saber bien qué decir, sin encontrar las palabras adecuadas. “Tu novia... - intervino Elma de nuevo – Tenía una tienda, ¿verdad? De moda o algo así...?” Olga sonrió, con una sonrisa desganada y triste. “Sí, era una tienda de bolsos y marroquinería... Pero también la tuvo que cerrar. Tampoco cubría gastos. Ahora trabaja en una gasolinera, jugándose literalmente el tipo, que ya han atracado varias por la zona donde está... Pero qué remedio. Aún debemos dar gracias, de poder trabajar las dos...”

Y sí, desde luego, aún deben dar gracias. Jodidas y encima agradecidas. Estos tiempos están siendo muy malos tiempos...

martes, 21 de febrero de 2012

Una semana de aúpa

Estamos en temporada alta, en plena epidemia de gripe, esa época del año que no por esperada (Ocurre invariablemente, en un momento u otro del invierno) resulta más soportable. Durante la semana pasada, lo que las autoridades sanitarias denominarían “presión asistencial” (Si es que se lo llamaban, que ayer mismo negó el Conseller Ruiz que hubiera colapso...) fue para nosotros totalmente insostenible.

Las cifras de servicios realmente atendidos superaron en casi un 35% los servicios previstos. Eso, en la práctica, más allá de representaciones numéricas, significa turnos agotadores, sin descanso, sin parar un solo instante, y aún así sin dar abasto. Porque hay una tercera cifra a tener en cuenta, la de servicios asumibles en función de la potencialidad del equipo presente en sala en cada momento, y francamente, somos pocos, muy pocos, para el trabajo al que nos enfrentamos. Nunca como este año hemos estado tan bajo mínimos, prácticamente en cuadro. Nunca como este año he tenido la sensación de que nos ha pillado en bragas el invierno, sin que se tome ninguna medida ni se busque ninguna solución, ni tan solo provisional. A todo esto, la migración de sistemas realizada poco antes de Navidad aún provoca frecuentes caídas de servidores y parones de los aplicativos, lo que no ayuda precisamente a implementar nuestra capacidad de trabajo, sino al contrario...

Si a todo esto sumamos cambios continuos e inesperados de protocolos, tratando de adaptar normas generales a situaciones concretas, lo que nunca jamás debería hacerse, porque provoca confusión y por consiguiente errores, si añadimos, puestos a añadir, que desde Planificación se ha abierto el periodo de solicitud de vacaciones, y se ha abierto de la peor manera posible, que no es otra que denegando prácticamente todo lo solicitado, y si rematamos la lista de sumandos diciendo que nuestros jefes sufren una fase aguda de su cíclica fiebre de formaciones... Comprenderéis el título del artículo y mi ausencia del blog en los días precedentes.

Ah, sí, un último detalle, el fin de semana, ese fin de semana en el que uno espera poder descansar, se pusieron enfermas, a la vez, Elma y mi madre, así que ya os imaginaréis... Afortunadamente no ha sido nada, al final, en ninguno de los dos casos. Otro día, con más tiempo y más ganas, tal vez os explique mi épica visita con Elma al servicio de Urgencias Oftalmológicas de la Clínica Barraquer, y la estrambótica exploración que le realizó el "particular" Dr. Slawek...

martes, 14 de febrero de 2012

De futbolistas y autobuses


Llega el lunes por la mañana, y uno acaba su tercera noche consecutiva de guardia. Noche de mucho trabajo, cosa de esperar en esta época del año y con esta ola de frío. Turno con  un par de bajas sin cubrir en el equipo, o sea, más trabajo para los demás, que encima nos comemos reclamaciones e incidencias sin parar. Pocas noches habré redactado más informes que la del domingo, en la que hubo dos fallecidos mientras esperaban la llegada de una ambulancia, lo que se trata siempre como caso potencialmente judicial, además de una porción de amenazas de denuncia. Llegan las ocho, acaba por fin el turno, que parecía interminable, y tampoco puedo salir corriendo, como hace el resto de mis compañeros, porque claro, habiendo habido tantas y tan graves incidencias, mejor adelantar de viva voz los casos más críticos a mi Supervisora en cuanto ésta entra a las 07:45, aunque ya haya enviado el correspondiente informe por e-mail, mejor que estén preparados para una posible llamada temprana sobre cualquiera de estos asuntos. Y si el Director Asistencial, que entra a las 08:30, nos pilla todavía hablando de los casos, que de alguno de ellos hay mucho que hablar, mejor adelantarle algo, que esté sobre aviso por si le llaman de la Dirección Médica de cualquiera de las Mutuas. Total, que entre una cosa y otra uno finaliza el inacabable fin de semana casi una hora tarde, muy cansado, y hasta las narices de todo.

Uno camina, minutos después, por un Passeig de Sant Gervasi lleno de estudiantes uniformados que van en dirección contraria, hacia el Colegio de Jesús y María, y ve a lo lejos, dando vuelta a la Plaza Kennedy, un autobús de la línea 58, que sin duda acaba de salir, y uno se cabrea, porque se le ha escapado por poco, por poquísimo, pero no queda otra que esperar a que llegue el siguiente autobús, y cuando por fin llega, resulta que el conductor es de los “simpáticos” que va a tomar café al Forn de Sant Salvador dejando cerrado el vehículo, sin permitir que los pasajeros que nos juntamos en la parada a esas horas de la mañana, expuesta al gélido viento que baja del Tibidabo, podamos subir y esperar sentados.

Y por fin, una eternidad después, inicia su recorrido el autobús, y claro, en cada parada se sube y baja mucha gente. Entran medio temblando por los minutos de fría espera, caminando muy despacio por el pasillo central del autobús, y el camino se va haciendo lento, lentísimo… Tengo la sensación inevitable de que, si no fuera por el frío que está haciendo, iría más deprisa a pie. Estoy pensando en todo esto, medio adormilado, cuando, al arrancar el autobús después de tomar y dejar pasaje en la parada de Muntaner con Copèrnic para incorporarse al fluido tráfico mañanero, un ruido ensordecedor de metal contra metal me saca súbitamente de la modorra. El autobús se ha llevado por delante la puerta del conductor de un Audi blanco, nuevecito, que estaba aparcado – mal aparcado – subido a la acera de Muntaner a pocos metros de la parada. El conductor frena en seco, y yo me echo las manos a la cabeza. Lo que me faltaba para llegar pronto a casa, un accidente… Me estoy cagando en mi negro destino y en los ángeles custodios de todos los conductores de autobús, que deben estar en huelga este lunes por la mañana, cuando un murmullo se va elevando hasta convertirse en voces estentóreas. El nutrido grupo de colegialas que, con sus pantalones caídos y sus mochilas al hombro, iban camino del “insti”, literalmente enloquecen. Ha acudido a ver el desastre el dueño del coche embestido, y es ni más ni menos que… ¡Gerard Piqué! Sí señor, ahí está, en tejanos y jersey blanco de cuello cisne, hablando airadamente por el móvil tras ver lo poco que queda de la puerta de su coche. Nos bajamos del autobús, resignados a esperar al siguiente para proseguir viaje, pero nadie se queja, el efecto de los famosos sobre el pueblo llano es increíble, todos miramos las evoluciones de Piqué, lógicas tras un accidente de coche, como esperando que en cualquier momento vaya a hacer algo extraordinario. Algunas niñas que babean embelesadas comentan en voz baja entre ellas si van a pedirle un autógrafo, pero una señora que ya peina canas les quita la idea diciendo “Nenas, no vayáis, que os va a mandar a paseo, para autógrafos no debe estar ahora mismo…” Y ellas, resignadas, siguen mirándole en silencio con cara de infinita admiración. Y al fin, afortunadamente pocos minutos después, llega un autobús de la línea 64, y nos metemos en él para proseguir viaje Muntaner abajo.

 Antes de partir, por eso, una nueva muestra del poder seductor de los famosos. La conductora del 64, viendo el follón montado en la calle, pregunta qué ha pasado, y varios pasajeros de los que veníamos en el 58, atropelladamente, le explican que el autobús ha embestido el coche de Piqué. “¡Oh, Piqué!” exclama ella.  Y tarda más de lo debido en salir de la parada, mirándole con ojos de “Me hubiera gustado ser yo la que te embistiera, piquetón…”

Para los que les interese MI historia (Este es mi blog y hablo de lo mío, caramba), os diré que llegué bien y sin más novedades a casa, como una hora y media tarde. Todo sea por la empresa…  Y por el Barça!

Ilustrando el post, una foto que tomó in situ Martina Arnalot, y que luego publicó en twitter.

domingo, 12 de febrero de 2012

Una fábula de Esopo


El orador Demades hablaba un día a los ciudadanos de Atenas sobre los numerosos y graves problemas de la Polis, mas, notando que no prestaban mucha atención a su discurso, escuchando con desinterés, pidió que le permitieran contar una fábula. Concedida la demanda, empezó de este modo:
-La Diosa Démeter, una golondrina y una anguila iban juntas una mañana, camino de la Beocia. Llegaron a la orilla de un gran río. La golondrina se elevó en el aire, y la anguila desapareció en las aguas...


Dejando la frase en suspenso, aquí se detuvo el orador.


-¿Y Démeter..? - le gritaron, interesados, sus oyentes, al cabo de unos largos segundos de tenso silencio - ¿Qué hizo Démeter...?


-Démeter – replicó lenta pero firmemente el orador - montó en cólera contra vosotros, por descuidar los asuntos de Estado para entreteneros con fábulas!!


Viendo y viviendo la situación actual, la tensa crispación que domina a cada vez más gente en esta sociedad que definitivamente no funciona como debía, pero, a la vez, la irritada apatía de casi todo el mundo, en general interesado mucho más en la liga de fútbol o en el cura de Gran Hermano que en la reforma laboral, en general inútil para algo que no sea lanzarse a la calle a protestar a gritos y golpes, sin aportar una sola idea, viendo y viviendo, decía, en este loco mundo, no pude resistirme a compartir con vosotros esta fábula clásica de Esopo.


Como va de oradores griegos, ilustro el post con el cuadro de Phillipp Von Foltz “La era de Pericles”

sábado, 11 de febrero de 2012

Somos iguales, pero algunos más iguales que otros


Compárense estas dos referencias:


Constitución Española, Artículo 14: Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.


Gabriela Bravo, Portavoz del Consejo General del Poder Judicial, entrevistada en Televisión, valorando la decisión del Juez Instructor José Castro de no grabar la declaración que efectuará el próximo 25 de Febrero Iñaki Urdangarín, duque de Palma, yerno del Rey, imputado por varios delitos en el caso Palmarena, al contrario de lo que ocurre con el resto de imputados en la causa, cuyas declaraciones, como ocurre de manera habitual, sí se graban: "Es una decisión que habrá ponderado el juez. No todos los imputados son iguales, no todos los casos están sometidos a la misma presión mediática ni tienen la misma relevancia. No en todas las ocasiones se puede estigmatizar tanto la imagen o el honor de una persona"


Así que NO TODOS LOS IMPUTADOS SON IGUALES. Magnífico, señora Bravo. Maravilloso. Excelente. Se me agotan los epítetos. Le doy las gracias, señora Bravo, por confirmarme ayer lo que desde el principio sospeché en mis ya algo lejanos años de ejercicio profesional como abogado, afortunadamente ya casi olvidados: Que lo único que diferencia una norma jurídica en vigor de una novela de, pongamos, Dan Brown, no es su condición de norma jurídica, sino la voluntad de la autoridad competente para aplicarla y sancionar a los incumplidores, es decir, los MEDIOS que se dispongan para hacerla cumplir. Cuando la norma no se apoya en una administración inspectora y sancionadora... es papel mojado. Tal ocurre con los grandes principios, formulados en su mayoría como mero desideratum totalmente carente de significado práctico. Pasa, señora Bravo, efectivamente, con el Principio de Igualdad del artículo 14 de la Constitución, tan tajante en su formulación como incumplido en la práctica. Qué decir, si ese artículo no se cumple, de entelequias como el derecho al trabajo o a una vivienda digna...


Le agradezco, señora Bravo, créame que se lo agradezco, que haya tenido Ud. la valentía, tan rara en los ambientes jurídicos, de haber dicho en voz alta lo que muchos piensan pero no se atreven a afirmar. Que no todos los imputados son iguales. Ni los imputados, ni los acusados, ni los condenados, ni los reos (¿Cuántos delincuentes de cuello blanco han sido indultados por los gobiernos que se han sucedido en el país...?), ni ningún actor de esta farsa llamada Justicia que se representa dentro de otra farsa aún mayor a la que llamamos pomposamente “Estado Social y Democrático de Derecho”.


Como me dijo hace años un veterano abogado que sabía de lo que hablaba, la Justicia, para los creyentes, es un atributo divino. Los ateos, añadía, no tienen ni tan siquiera ese consuelo.


En la foto que ilustra el artículo, la Sra. Gabriela Bravo, fiscal, portavoz del Consejo General del Poder Judicial, y mi ídolo (que no sex symbol, solo ídolo) desde ayer por la mañana.

miércoles, 8 de febrero de 2012

La fuga de Colditz

El 14 de octubre de 1.942, el Mayor de la RAF Patrick Reid se fugó del castillo de Colditz, fortaleza de origen medieval utilizada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial como prisión militar para oficiales de los ejércitos aliados bajo la denominación Oflag IV C (Offizier Lager, campo de oficiales). Colditz se consideraba “sonderlager”, es decir, campo de alta seguridad, el único de su clase dentro de las fronteras alemanas, y el único en el que la guarnición que lo custodiaba era más numerosa que el contingente de prisioneros. Una prisión a prueba de expertos en fugas, que todos habían intentado fugarse de otros campos. Diez años después, en 1.952, Pat Reid escribió un libro narrando su experiencia, The Colditz Story, libro en el que se basaron una película de 1.954 y una serie de televisión de 1.972 que en España vimos más tarde, a finales de los ochenta. Unos años después, con la participación del ya anciano Reid, se creó un juego de mesa basado en la historia, La Fuga de Colditz. A principios de los noventa, mis amigos y yo dedicamos muchas tardes a ese juego...

Veintitantos años después, Jeff nos propuso volver a jugar a La Fuga de Colditz. Había regalado a sus hijos, por Reyes, la nueva versión del juego, recientemente re-editado, y volver a jugar era una buena ocasión para dejarnos mecer en el dulce regazo de la nostalgia, recordando las lejanas tardes de juventud pasadas entre cartas, dados, estrategias y bromas. No necesitó mucho esfuerzo para convencernos, así que el pasado domingo nos plantamos en su casa Joey, Sean y yo, dispuestos a fugarnos, pues Jeff se había reservado el rol de “alemán”. Y lo pasamos muy bien, a qué negarlo. Yo, sin embargo, estuve algo pasivo. Me gustó pasar la tarde con mis amigos, y me gustó, también, rememorar los cada vez más lejanos buenos viejos tiempos, pero no tenía, la verdad, muchas ganas de jugar, y me limité, en mi papel de “polaco”, a estorbar todo lo posible al jugador “alemán” para favorecer la fuga de mis compis “ingleses”, “holandeses” y “americanos”. No fui tan participativo como hubiera podido ser, y es que el mismo domingo, por la mañana, antes de acudir a la cita, un correo electrónico me había sacudido por dentro.

Rita, mi amiga Rita, antigua compañera de facultad, con la que estuve a punto de tener algo serio, o eso pareció durante mucho tiempo, sin que al final la historia se concretara más allá de un par de noches de verano que sin embargo ninguno de los dos ha podido olvidar del todo, me escribió tras varios meses de silencio. Creo que la última vez que hablamos fue en verano, estando yo en León, y no acabamos de concretar un encuentro. Estaba enferma ya entonces, enferma de cáncer de colon. Le habían hecho una resección parcial del intestino, había pasado por la UCI, esperaba iniciar los ciclos de quimioterapia... En fin, lo habitual en estos tristes casos. Hubiera podido insistir en verla, poner empeño, y a buen seguro nos habríamos visto, pero no lo hice, porque poco a poco, a lo largo de los años, desde su boda, en la que por cierto fui testigo y firmé el acta, nos hemos ido alejando. La culpa es de su marido, o mejor dicho, de lo mal que me cae ese sujeto con el que se casó.

Ya de novios, él no buscaba trabajo, no al menos con el empeño con que lo buscaría alguien que tiene planes de futuro, dedicándose a despotricar de lo mal que estaba el mercado laboral cuando no ponía el menor empeño en abrirse camino. Creó empresas que no solo no dieron beneficios, sino que le costaron (a ELLA) miles de euros para poder finiquitarlas, y se instaló a cuerpo de Rey en casa de Rita, pagando ella todos los gastos cotidianos, la hipoteca, las actividades de ocio... TODO. La situación no cambió en absoluto cuando se casaron, ni siquiera cuando Rita quedó embarazada. Ella lo seguía pagando todo. La situación llegó al culmen en una cena en la que nos reunimos los cuatro, Elma, Rita, el tipo y yo. Le comenté que cierta plataforma de telemarketing estaba buscando teleoperadores, que conocía al encargado de selección, y era casi seguro que si se presentaba le contrataran. Pues va el tipo y me dice que no, que gracias, pero que ay, trabajar de teleoperador, qué palo... No me lo podía creer. Parado durante años, esperando un hijo, le hablo de una posible oportunidad, y al muy gilipollas no le gusta el trabajo, joder...

Desde esa noche y esa cena, me he alejado conscientemente de ellos, sabiendo que no podía decir ante ella lo que pensaba, pero incapaz de disimular esos pensamientos. Si ella ese feliz con él, pues adelante, quién soy yo para discutírselo, pero a mí que no me manden tratar con ese esgarramantas.

Ahora Rita me cuenta una historia desgarradora, que no por previsible deja de ser terrible. Él lleva años sin tener ingresos, y, como todo lo aguanta el sueldo de ella, no puede estar demasiado tiempo de baja, pues los meses en que está más días de baja que en activo los gastos superan a los ingresos... Así pues, con su cáncer de colon a cuestas, Rita, que desde el verano hasta ahora ha tenido dos nuevas intervenciones con sus correspondientes ingresos hospitalarios, ha pedido el Alta en cuanto el post-operatorio lo ha permitido, y en vez de permanecer de baja y dedicarse a reposar y dejar actuar a la quimioterapia, ha vuelto a trabajar enseguida, haciendo de tripas corazón, para ganar el sueldo que permite al vago redomado seguir en casa tranquilo a mesa puesta. Indignante. Realmente indignante.

Ahora, ya escarmentada, supongo, y preocupada sobre todo por su pequeña hija de tres años, a quien se teme que dejará sola, al cuidado de un padre totalmente incapaz de hacerse cargo de ella, habla en su correo de rabia, de frustración, e incluso abiertamente de que se plantea la separación. A buenas horas, mangas verdes, que diría mi abuela, aunque mejor es tarde que nunca. Sin embargo, me imagino el doloroso camino que debe haber recorrido hasta llegar aquí, lo mal que lo debe haber pasado y lo debe estar pasando con todo esto, y me duele a mí también que no se haya dado cuenta, que haya dejado que ese tipejo la vampirice durante años...

El domingo estaba yo muy tocado, pensando en todo esto, en Rita, en su enfermedad, en la mala suerte que tienen algunas personas, y en la inmerecida buena suerte que tienen otras, como su aprovechado y nauseabundo marido, y por eso, precisamente por eso, estuve algo ausente y poco participativo durante nuestra partida de Colditz, algo ajeno al revival lúdico de nuestra juventud. Volví a casa, junto a Elma, también algo tocada con la desgracia de Rita, tras vivir tan de cerca la misma enfermedad en las carnes de su hermana Irma. Me despedí de mis amigos y, paseando hasta mi casa por las calles del Eixample, barridas por un viento gélido, no dejaba de dar vueltas en mi cabeza a la triste historia de Rita. Ojalá, pensaba, fuera tan fácil escapar de los problemas como fugarse de Colditz. Ojalá bastara una buena tirada de dados para mejorar nuestro destino...