domingo, 17 de julio de 2011

Mi alma está triste hasta la muerte

Esa perla, así tal como suena, me soltó mi madre en medio de una conversación telefónica ayer por la tarde.

Mi alma está triste hasta la muerte.

Toma ya.

Mi madre es la que prohíbe, la que establece reglas, la que impone límites. Mi madre es la que dicta las reglas del juego con las que los demás debemos jugar con ella. Si no se siguen sus reglas, rompe la baraja. Ah, pero eso no quita de que ella deba ser la víctima, la que más sufre, la que peor lo pasa. Tiene narices, por no citar otras partes blandas de la anatomía masculina.

Ya véis que mi madre tiene que ser siempre la guinda en el pastel, la novia en la boda y el muerto en el entierro.

Si no es así, si no la dejas llevar la voz cantante, se encierra en su caparazón de molusco y, sin admitir la realidad que le disgusta, hace ver que esa realidad no existe, que no hay un mundo fuera de su concha.

Bien, pues habrá que visitarla dentro de ese caparazón.

Qué otra cosa puedo hacer, si ya sé que ella no saldrá.

Eso sí, a como dé lugar, la voy a sacar de ahí, a que el viento le airee las ideas, y la luz del sol le haga ver todo más claro, aunque sea a su pesar...

sábado, 16 de julio de 2011

Próxima parada, Bolívar 12

Hacía mucho, qué se yo, dos años o así, que no subía al trabajo en el autobús 22. Desde aquellos tiempos, que ahora me parecen tan remotos, en que salía a todo correr de la sesión semanal con el grupo de oposiciones para cogerle en Gran de Gràcia, a la altura de la parada de Santa Ágata, donde estaba la academia, para subir desde allí rumbo a Sant Gervasi.

La Plaza Lesseps sigue en obras, no sé cuantos años después de haberlas comenzado. Habrá gente que no haya conocido esa plaza sin obras en uno u otro de sus rincones. Abstraído contemplando la inmensa grúa puente instalada sobre el pozo de trabajo, oí distraídamente decir a la locución: “Próxima parada, Bolívar 12”. Me sorprendí. No recordaba que el autobús subiera antes por esa calle.

La calle Bolívar de Barcelona no hace honor a la figura del gran libertador sudamericano en homenaje al cual se supone que le pusieron el nombre. Es una callejuela estrecha, de un solo carril de circulación, poblada de edificios agrietados y oscurecidos que parece que se vayan a derrumbar de puro viejos. Un poste con un letrero de latón indica la parada del autobús, pero a la altura del número 12 de la calle Bolívar solo hay un solar, un descampado poblado de maleza, pequeño y triste, mal iluminado, que si fuera algo más grande daría hasta miedo atravesarlo.

Colocado mirando hacia la calle, como si hubiera un paisaje que contemplar, como si alguien fuera a tener el mínimo interés en sentarse allí a pasar el rato, hay colocado un banco de madera, seguro que arrancado de otro lugar. Un banco despintado, oxidado y solitario, único mobiliario en un solar abandonado e inútil. Toda una metáfora visual.

Tras breve parada, el autobús arranca de nuevo, llega al final de la calle Bolívar y sale a la más amplia Avenida República Argentina, que, dejando atrás el barrio de Gràcia, sube hasta la zona alta bordeando el Carmelo. A medida que aumenta la pendiente, y por tanto también el esfuerzo necesario para mover el pesado vehículo, se torna cada vez más grave y bronco el sonido del motor. Aquí lo de barrios altos y barrios bajos es más que un dicho, en Barcelona lo mejor siempre está hacia arriba.

No me quito de la cabeza el sucio descampado de la calle Bolívar, con su banco postizo que trata inútilmente de convertir en parque lo que no es sino un solar abandonado. Creo que es una perfecta metáfora de esta ciudad nuestra, tan llena de falsos oropeles. Parece un parque. No lo es. Como Barcelona parece, en general, una ciudad abierta y cosmopolita, y lo es mucho menos de lo que parece. Claro, los turistas visitan el centro. Pasean por las Ramblas, miran escaparates en Paseo de Gracia, y hacen interminables colas para entrar en la Sagrada Familia. No suelen, en cambio, recorrer las viejas, estrechas y olorosas calles por encima de la Plaza Lesseps. Si lo hicieran, seguramente, se llevarían una impresión muy diferente de la que se llevan...

miércoles, 13 de julio de 2011

El Bar La Bizca

No sé si será por la crisis griega (Que ya podemos calificar sin ambages de tragedia), la debilidad del euro, la prima de riesgo de la deuda española, la especulación, la hipersensibilidad de los mercados o las nefastas calificaciones de Moody,s a los bonos irlandeses, pero en el bar donde, las noches en que trabajo (Si son día laborable), solíamos tomarnos Elma y yo nuestras dos buenas tazas de café con hielo antes de bajar a la estación de metro de Sagrada Familia, donde nos despedíamos, ella rumbo a casa en la Línea 2, yo en la Línea 5 hasta enlazar con la Línea 7 en Diagonal, camino de la sede de mi empresa, en ese bar, digo, al que varios días a la semana acudíamos puntualmente Elma y yo, han subido ya tres veces en lo que va de año el precio del café.

Empezó el año costándonos la consumición 2,60 €, para pasar al cabo de poco tiempo, qué se yo, tal vez en Marzo, a los 2,75 €. Acabando la primavera subió de nuevo, poco esta vez, hasta los 2,80 € Pues bien, el pasado lunes... ¡Nos pidieron 3,00 €! Hablo en todo momento de idéntica consumición: Dos cafés con hielo. Aberrante.

Ayer por la tarde, acudí como cada día que trabajo a buscar a Elma a la salida del suyo. Elma encaminó sus pasos hacia el bar de costumbre. La detuve. “No”, dije, “Estoy harto de ellos. Ahí no vuelvo. Me estafarán en otro sitio, pero más veces en el mismo, como que no...” Hicimos un reconocimiento. El panorama de bares en la zona es desolador. O son locales pensados para atiborrar de sangría a los turistas, cobrada a precio de oro, abusones donde no es gratis ni mirar la lista de precios, o se los han quedado los chinos, que han tomado al asalto el sector hostelero barcelonés en auténtica invasión. Ni tan siquiera les cambian el nombre, se siguen llamando, como cuando eran bares de barrio de toda la vida, “Bar Lala” o “Ca la Pepi” aunque tengan camareras de ojos rasgados y la carta escrita en un más que precario castellano.

Al fin, en un chaflán especialmente mal iluminado, encontramos un bar de aspecto auténticamente hispánico, de rotundo nombre cañí, y una camarera... Digamos que difícil de mirar, y conste que no me creo precisamente guapo. Pero esta chica es tan bizca y tiene los ojos tan saltones, que si te mira directamente a la cara (Suponiendo que sea capaz de hacerlo) da como grima, como si no fuera del todo humana. De perfil, en cambio, por más que los ojos siguen siendo saltones (MUY saltones), la cosa es asumible, no sé, se deja mirar. Elma no parecía muy convencida cuando nos sentamos en los renqueantes taburetes de madera, viejísimos, repletos de muescas y arañazos. Dos cafés con hielo. ROVI, buena marca, y sobre todo muy buen precio... 2,40 €

Camino del metro, cogiendo la mano de Elma, con ruido de cacerolada de fondo (Una concentración en el cruce de las calles Lepanto y Marina, que protestaba contra el cierre decretado por la Generalitat del Hospital de la Cruz Roja, ahora llamado Dos de Mayo) le dije, “El café es bueno y el precio más que aceptable... Creo que el Bar La Bizca será nuestro nuevo bar...” Elma sonrió. “No seas bruto – me dijo – Ya sabes que no se llama así, el bar...” Me encogí de hombros. “Lo sé, y tú sabes como soy. Si se me ha grabado ese nombre en el disco duro, ni queriendo voy a cambiarlo. Nuestro bar, cielo, será el Bar La Bizca...”

lunes, 11 de julio de 2011

Médicos, cara y cruz

CARA

La Dra. Gobi, médico de nuestro servicio, llevaba dos meses de Baja Médica por su avanzado estado de gestación, siete meses, de un embarazo de alto riesgo, en el que, debido a anteriores episodios de pérdidas, se le había ordenado reposo absoluto.

Cierta madrugada de la pasada semana, la Dra. Gobi se hallaba tumbada en el sofá con los pies en alto, incapaz de dormir debido al intenso calor, cuando la sobresaltaron unos fuertes gritos y mucho alboroto provenientes de la escalera.

Andando con precaución debido a su estado, se asomó a ver qué pasaba, y vio la puerta abierta del piso de uno de sus vecinos. Dentro se oían voces estentóreas, y acudió por si podía ayudar. Tendido en el suelo del salón, un hombre de unos cincuenta años estaba sufriendo lo que, por signos y síntomas evidentes, solo podía ser un infarto agudo de miocardio. Alrededor del hombre desplomado, gritando como locos, su esposa e hijos deambulaban como sonámbulos sin saber qué hacer.

La Dra. Gobi, sin dudarlo, se dejó caer de rodillas al lado del hombre, y, tras gritar a otro vecino que también acudía a las voces que llamara al 061, inició las maniobras de RCP básica que sin más medios que sus manos desnudas podía hacer en ese momento.

La ambulancia medicalizada del 061 llegó en tiempo récord y por una vez se  pudo remontar al enfermo. Determinante para este buen resultado final fueron las maniobras de RCP que la Dra. Gobi había aplicado durante interminables minutos. Se puede decir que le salvó la vida.

Cuando el médico de la UVI Móvil acompañaba al enfermo a la ambulancia, se fijó en la mancha de sangre que teñía de grana el camisón verde claro de la Dra. Gobi

-Oye, pero... estás sangrando...

Acabaron llevándola, a ella también, al hospital. En la misma ambulancia. Junto al hombre al que había salvado la vida.

Por más esfuerzos que se hicieron, fue imposible salvar al niño. La Dra. Gobi sufrió un aborto espontáneo del que aún se recupera.

La Dra. Gobi salvó una vida.

La Dra. Gobi cumplió con su deber hasta bastante más allá de lo exigible.

Sí, pero... ¿Le compensará eso por su hijo muerto?

Sinceramente creo que no.

CRUZ

Yo mismo contesté la llamada. No suelo coger llamadas entrantes, pero, en momentos de pico de trabajo, ahí debe ponerse hasta el apuntador, que se trata de evitar que se pierdan llamadas que son, en mi caso, siempre posibles urgencias médicas.

Yo mismo contesté la llamada, y por eso sé bien de lo que iba, y por eso puedo afirmar con conocimiento de causa que desde el principio me dio mala espina. Un hombre de cuarenta y seis años que se despierta súbitamente de madrugada con un fuerte dolor opresivo en el pecho, y bañado en sudor frío... Esa edad y esos síntomas... Yo no soy médico, ciertamente, pero es que son de manual...

La Dra. B valoró el caso. La Dra. B, a la que quedaban cinco minutos para su descanso. Puedo creerme que debía estar muy cansada, la Dra. B, después de realizar una guardia hospitalaria y llevando ya medio turno en nuestro servicio. Puedo imaginar que desearía acabar la llamada cuanto antes para desconectarse de una buena vez. Sí, desde luego, todos somos humanos, todos podemos entenderlo.

Pero la Dra. B, y eso sí que no lo puedo entender, obvió los síntomas evidentes, no le hizo la mínima anamnesis, no preguntó nada de lo que cualquier otro médico en su lugar hubiera preguntado, puso como valoración “epigastralgia”, sin añadir ni una sola palabra de ampliación o explicación, y pasó la ficha para que se activara médico a domicilio. Hizo todo eso, la Dra. B, y se fue a su (en esta ocasión, inmerecido) descanso.

Diez minutos después la esposa del paciente volvió a llamar, ya en estado de histeria. Su marido estaba semiinconsciente y tenía dificultad respiratoria. Pero la Dra. B ya no estaba, claro, estaba descansando (insisto, inmerecidamente). Fue la Dra. G, una médico nueva, residente de último año en su segunda noche de guardia con nosotros, quien se comió el marrón de asistir en directo, durante trece interminables minutos de llamada, primero a la caída en la inconsciencia del hombre, que estaba sufriendo un infarto de libro, la que tuvo que hacer indicaciones telefónicas de cómo realizar RCP básica a un vecino que fue el único que se atrevió a intentarlo, mientras ponía el mute en el teléfono y nos gritaba a pleno pulmón que movilizáramos de una vez el 061, servicio al que yo ya estaba llamando para que enviaran cuanto antes una ambulancia medicalizada...

Dentro del desastre, las isocronas de asistencia salvaron un poco los muebles. La ambulancia medicalizada del 061 llegó en apenas ocho minutos, y la nuestra en trece.

Ninguna de las dos sirvió de nada. El paciente falleció en el domicilio, sin responder a los intentos de reanimación, veinticuatro minutos después de la primera llamada.

Seguramente, el paciente no se hubiera salvado ni haciendo puntualmente todo lo que debe hacerse en estos casos. Un infarto súbito, en un paciente que media la cuarentena, suele ser, estadísticamente, difícil de remontar. Así que puede que no hubiera servido de gran cosa enviar recursos cuanto antes. Pero aún así, esa primera (y patética) valoración, esos diez minutos perdidos, eso, evidentemente, impidió que fuera bien asistido. Eso, en última instancia, fue lo que le condenó.

La Dra. G está siendo tratada por un terapeuta. Eso de perder un paciente en directo, aunque haya sido telefónicamente, la ha dejado tocada.

La Dra. B está suspendida de empleo y sueldo pendiente de expediente disciplinario.

El paciente, claro, está muerto, y la esposa, según parece, pendiente de poner demanda.

Sin duda, la cruz de la misma moneda...

viernes, 8 de julio de 2011

De vacaciones y conflictos

Mi tía Társila marchó el miércoles por la mañana, rumbo a ese pueblo donde mi madre vive ocho meses al año, aislada y protegida de las maldades del mundo. O eso cree ella.

Mi tía Társila marchó, y me alegro doblemente. Porque ella, como su hermana mayor, mi madre, pasa mejor el verano en aquellas tierras verdes y umbrosas, lejos del sofocante y húmedo calor barcelonés. Y porque su marcha me da mayor libertad de movimientos, sin preocuparme de tener que ayudarla, que aunque sea autosuficiente necesita ayuda a veces, y libertad de movimientos es justo lo que necesito en este momento de cambio, de punto de inflexión, recién empezada mi convivencia con Elma.

Pero nada es gratis. En esta vida todo tiene un precio. Elma y yo hemos recibido un trato cordial por parte de mi tía Társila, aquí, en la ciudad, en el ambiente anónimo, disimulado entre la multitud, del populoso barrio del Eixample. Hemos comido con ella varios domingos, comentado los tres entre risas las anécdotas que nos ocurrían en la limpieza y rehabilitación de la casa. Mi tía nos ha regalado un spray limpia lámparas, y nosotros la hemos ayudado a separar y bajar al container la basura para reciclar. Estoy seguro que cualquiera que nos viera u oyera en esos momentos hubiera creído que éramos una familia normal.

Sin embargo, el pueblo es otro mundo. Y no me refiero a su provincianismo ni a su conservadurismo político, no, aunque también. En el pueblo, feudo de mi madre, el buen rollo con Elma acabó. La idea era visitarlas unos días en agosto, acompañado de Elma, repartiendo vacaciones entre el pueblo de Elma y el mío. Pero claro, es en la semana de San Roque cuando íbamos a ir, y San Roque es cuando se reúnen todas las familias lugareñas, repartidas el resto del año en verdadera diáspora por las cuatro esquinas del territorio nacional. La pesadilla de mi madre es que me presente con Elma en pleno San Roque, lo que equivale a decir ante todos y cada uno de los habitantes del lugar. Habitantes, residentes, visitantes y veraneantes. Todo un escándalo. Más de lo que mi madre puede (ni quiere) soportar.

Podría imponer mi criterio a la brava. Podría presentarme en el pueblo con Elma pesara a quien pesara, y que ardiera Troya. Total, para lo que tengo que perder... Pero no será así, no provocaré más incendios que los ya declarados ni crearé más tensiones de las que hay. No se lo haré pasar mal a todos por pura cabezonería mía. Porque está claro que iba a pasarlo mal, muy mal, mi madre. Yo también iba a sufrir. Y lo iba a pasar fatal, peor que nadie, la propia Elma, convertida en foco de la atención pública, con lo poco que le gusta, sintiéndose a buen seguro rechazada por mi madre y presionada por el resto, espiada, criticada y cuestionada. Es esto lo que en primer lugar me ha decidido. Elma no sufrirá las neuras de mi familia, que bastante tiene con las mías, ni pagará las platos rotos de mi inadaptación. Ella no tendrá que sufrir a mi madre como la he sufrido yo.

Así pues, iremos al pueblo de Elma y pasaremos unos días juntos allí, donde podemos sin problemas mostrarnos como pareja. Después, Elma se quedará unos días más sola con su madre (Y el resto de la familia, pero sobre todo con su madre, de la que por la distancia puede disfrutar poco...) mientras yo voy a visitar a la mía. Digo visitar y digo bien, se lo he dejado meridianamente claro a mi querida madre: Las vacaciones las hago con Elma, en pareja. Los pocos días que vaya al pueblo con mi familia, solo, son una mera visita. No es solo un juego de palabras, implica más cosas y significa más cosas. Por primera vez en la vida, mi madre también sufrirá las consecuencias de sus actos.

lunes, 4 de julio de 2011

De amistades y falsedades

Escribo un correo electrónico a un amigo, al que ciertamente llevaba tiempo sin escribir (Él a mí tampoco me ha escrito). Le cuento en detalle muchas de las novedades que han ocurrido últimamente en mi vida. Recibo el silencio por respuesta, y me extraña, porque siempre ha sido puntual en sus contestaciones. Al cabo de un par de semanas, le envío otro correo como recordatorio, en plan jocoso, claro, que tampoco me gusta presionar a nadie. Oye chico, qué te pasa, ¿Te han abducido los extraterrestres...? Me contesta al fin, en plan borde. Es que claro, me cuentas tantas cosas en ese correo tan largo, que me da mucha pereza contestarte con la misma extensión. Alucino. ¿Que te da pereza? ¿Y me lo dices así, tan fresco? La verdad, mi correo no me parece TAN largo, pero, dejando esto aparte, ¿Cómo es eso de que te sientes obligado a contestarme con la misma extensión? ¿Por qué? ¡Es un correo, no un cuestionario!

Escribo otro correo electrónico a otro amigo de León, este algo más neutro, que tenemos menos trato, solo lo más típico, mantener el contacto, saber algo de nuestras vidas, que cómo estás, que como te va todo, que si nos veremos por San Roque... Me contesta descolgándose con un lacrimógeno mensaje digno de un novelón decimonónico, que está fatal, que se siente abandonado de todos, y sobre todo abandonado del amor, tras llevar dos años solo... A ver, guapito de cara, qué me estás contando. Recuerdo perfectamente que en Agosto del año pasado, cuando nos vimos por última vez, allí en el pueblo, decías que en cuanto volvieras a Vetusta, donde vives, firmarías los papeles de la separación, que como era de mutuo acuerdo ya tenías citación para comparecer en el Juzgado de Familia la primera semana de Septiembre. Y decías, también, que habíais dejado de vivir juntos a finales de Junio, solo mes y medio antes. Todo eso decías en Agosto de año pasado, amigo, así que ya me perdonarás si me repito: ¿Qué me estás contando, colega? ¿Qué película es esa de que llevas dos años solo?

De veras que no lo comprendo. Sé que me pongo pesado, pero no puedo comprender falsedades y juegos mentales entre amigos. Es evidente que no siempre apetece mostrar tus miserias a los demás, pero yo al menos, si no quiero contar algo, no lo cuento, manteniendo un digno silencio. Pero no se me ocurre sacarme de la manga una respuesta rocambolesca y menos aún una mentira.

Así que me pregunto, ¿Dónde quedaron la confianza, la franqueza, la sinceridad, la honestidad o la honradez?

Y me pregunto de nuevo, ¿Qué se hizo de la hombría entendida en el buen sentido, que lo hay?

¿Es que se ha muerto todo lo bueno del mundo, y sobrevive solo la morralla?

Sé que no es así. Entre otras cosas, porque tengo amigos que no son como estos que acabo de describir. Pero entre lo que está pasando en el trabajo y los dislates de estos conocidos (Me niego a llamarles amigos), de veras que a veces dudo que exista vida inteligente en el planeta Tierra...

domingo, 3 de julio de 2011

¡No nos merecéis, cabrones!

No os merecéis que, habiendo desarbolado mi Equipo hasta reducirlo esta noche a solo cuatro personas, saquemos el trabajo de los siete que debiéramos ser.

No os  merecéis que Areala, encontrándose mal y habiendo vomitado un par de veces, siga al pie del cañón, trabajando entre viaje y viaje al baño, empeñándose en hacernos creer que se encuentra perfectamente, solo porque su pundonor y vergüenza profesional le impiden marcharse y dejarnos con el culo al aire.

No os merecéis que, habiendo despedido esta misma semana a una enfermera que cumplía perfectamente sus funciones con la excusa de su “escasa experiencia clínica”, haga Nena su trabajo, el de enfermera, quiero decir, sin serlo, y sin tener por tanto NINGUNA experiencia clínica. Y encima lo haga bien.

No os merecéis que la buena voluntad supla siempre la escasez de medios y recursos, que seamos nosotros los trabajadores, a nuestro pesar, quienes saquemos adelante el servicio cuando vosotros en vuestra supina estupidez lo planificáis mal o lo reducís hasta lo imposible.

No, no os lo merecéis.

Pero el mercado laboral está como está.

Así que todos, yo el primero, nos comemos nuestra dignidad y nuestro orgullo y tiramos hacia delante con carros y carretas y con toda la mierda que queráis cargar en ellos. Y lo sabéis, vaya si lo sabéis, y os aprovecháis, vaya si os aprovecháis.

Cabrones.

No nos merecéis.