viernes, 25 de noviembre de 2011

Dos puyazos para Elma

El pasado lunes, Elma fue a la peluquería a teñirse y cortarse el pelo, ya un poco demasiado largo para su gusto. No es que vaya con mucha frecuencia, casi siempre se tiñe y arregla ella misma el pelo en casa. Solo de vez en cuando, si hay motivo, y el motivo esta vez ha sido una cena de empresa a celebrar la noche de hoy.

Pues bien, a pesar de mis consejos, Elma no quiso acudir como la última vez a la peluquería de Jenny, una transexual alta y fuerte como un estibador portuario (Es la “trans” menos femenina que yo haya visto jamás) porque, aunque Elma reconoce que Jenny es buena peluquera, le molesta su brusquedad (Brusca sí que lo és, pega unos tirones como si estuviera recolectando remolacha) y se incomoda cuando la vecina de portal de Jenny, dueña de una floristería, carca y ultracatólica, se pone a rezar el rosario en voz alta en medio de la calle, frente a la puerta de la peluquería, intercalando oraciones y jaculatorias con advertencias a los sorprendidos transeúntes, a los que indica a voz en grito que allí, en aquella peluquería, habita el demonio.

Elma cogió el metro y se fue a la peluquería a la que iba cuando vivía en Santa Eulalia, y que, aunque ella no se acuerde (O no quiera acordarse) tampoco era ninguna maravilla. La mala suerte hizo que se encargara de atenderla un imberbe recién llegado, y no alguna de las más veteranas. El peluquerito le hizo un corte difícil de describir, algo así como la forma en que Salvador Dalí hubiera dibujado una escarola color rojo caoba.

Ese fue el primer puyazo, que ha tenido a Elma de lo más rayada durante toda la semana, primero por haber pagado a un presunto profesional para obtener un resultado mucho peor que si ella misma se lo hubiera hecho, y segundo porque esto haya ocurrido justo la semana de la cena de marras.

Con todo, el segundo y peor puyazo lo recibió Elma ayer jueves por la tarde. Debía hacerse unas fotos de carné, y en primer lugar intentó hacérselas en el fotomatón de la estación de metro de Sagrada Familia. No quedaron bien, la pésima iluminación del fotomatón hizo que quedaran contrastadas en exceso, y su piel luciera una palidez cadavérica. La convencí de que se hiciera otras en el estudio de un fotógrafo, y nunca me arrepentiré lo suficiente de haber hecho tal cosa. Elma mostró al fotógrafo las fotos hechas en el fotomatón, y le dijo que solo se haría otras si él aseguraba que la iba a sacar mejor, porque si no no valía la pena. El fotógrafo se molestó ostensiblemente por el comentario, pero, aparentando que no, dijo que claro que quedarían mejor, que él era un profesional, que valdrían para la portada del Vogue...

Para la portada del Vogue, os lo aseguro, no valen. Por supuesto que el resultado final era algo más presentable que las del fotomatón, menos contrastadas, más nítidas y mejor enfocadas, pero más allá de eso tampoco nadie a simple vista hubiera deducido que las había hecho un fotógrafo profesional. Elma, muy poco convencida ya de entrada de repetir las fotos, no pudo disimular el disgusto al verlas.

-¿Lo vé? - le espetó – Para esto, no valía la pena hacerlas.

El fotógrafo, herido en su amor propio, se tomó aquellas palabras como una gravísima ofensa, y, furibundo, le contestó

-Pero señora, ¿Qué más quiere Ud. que haga? Con esos pelos de loca que lleva, es imposible que salga bien en la foto...

Cual casco azul de la ONU, saqué a Elma de la tienda a empellones, antes de que ella le rompiera la cara al osado fotógrafo, y mientras ambos, a voz en grito, juraban en arameo. Menuda escenita. El fotógrafo se comió su obra con patatas. Elma ni se llevó ni pagó las fotografías. Claro que ahora tendrá que usar las del fotomatón...

martes, 22 de noviembre de 2011

Mucho ánimo para Alma

Alma es prima hermana de Elma, y, a la vez, su mejor amiga.

Hace ya muchos años, una jovencísima Elma abandonó su aldea colgada en una escarpada ladera de los Ancares lucenses para venir a Barcelona, donde había conseguido un puesto de trabajo en una fábrica. Al llegar, y durante bastante tiempo, se alojó en casa de sus tíos Artemio e Iridia, compartiendo la misma habitación (Y al principio incluso la misma cama) con la hija de éstos, Alma. Entre las dos primas se forjó entonces una fuerte amistad que ha perdurado hasta hoy.

Pues bien, esta mañana, a Alma le han hecho un legrado en la Clínica Corachán de Barcelona, para extraerle quirúrgicamente el feto de nueve semanas que llevaba muerto en su vientre. Como las veces anteriores, la gestación avanzaba con normalidad, todo parecía ir bien, se iban sucediendo pruebas y análisis que arrojaban resultados dentro de la franja de lo habitual, y de pronto, sin ningún motivo, un dolor intenso, una hemorragia súbita… Y, en la ecografía, ya no encontraban el latido al feto. Evidentemente, porque ya no le latía el corazón aún inmaduro. Porque había muerto de muerte súbita. Sin más explicaciones.

Y sí, he dicho “como las veces anteriores”, porque no es hoy la primera vez. En el último año, Alma ha iniciado tres embarazos, ninguno de los cuales ha llegado a buen término. Las tres veces, el feto ha muerto súbitamente entre las ocho y las doce semanas de gestación. Se le han hecho toda clase de pruebas, análisis, exámenes y consultas, sin que se deduzca de todo ello ningún resultado concluyente. En teoría, todo es normal. En teoría, debería poder sacar adelante un embarazo sin más problemas de los habituales.

Pero, por alguna razón que los médicos hasta ahora no han sabido hallar, no es así. Por alguna razón, Alma ha soportado el trance de perder un hijo, y no una, sino hasta tres veces. Ya os imaginaréis que su cuerpo y su mente sufren las consecuencias.

Alma, fácil es deducirlo, quiere ser madre. Lo desea con todas sus fuerzas y todo su corazón. Aún hoy, aún después de este tercer fracaso, quiere seguir intentándolo. Yo mismo le he tramitado, a través de la empresa donde trabajo, que presta servicios a la mutua de salud de la que ella es afiliada, una Segunda Opinión Médica para que su historial médico sea examinado por algún experto de referencia internacional que pueda arrojar alguna luz sobre el asunto. Hay la sospecha, a falta de nuevas y cada vez más sofisticadas pruebas, de que se trate de una incompatibilidad genética entre ella y su marido. Se daría entonces la paradoja de que Alma podría concebir un hijo de cualquier hombre menos del hombre al que le quiere dar un hijo. Ojalá no sea así. Ojalá alguien en algún laboratorio del planeta dé con la solución. Elma está hoy acompañando a Alma, juntas como hace tantos años, sé que no querría estar en otro sitio. Yo desde aquí solo puedo apoyarlas en la distancia, renunciando siquiera a imaginar lo que una mujer en sus circunstancias debe sentir y padecer. Ánimo, Alma. No sé aún cómo, pero estoy seguro de que más tarde o más temprano conseguirás tu sueño, y serás madre. Una excelente madre, que de eso también estoy bien seguro.

La imagen que ilustra el artículo es el cuadro “Madre e hijo”, obra de Emile Munier.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Una escena verdaderamente lamentable

Como cada año por esta época  aumenta la carga de trabajo, con el consiguiente stress. La lluvia casi constante de los últimos días provoca cierta irritabilidad que a su vez eleva el stress, y para acabarlo de arreglar la maldita migración de sistemas iniciada en mi empresa hace ya dos semanas no acaba de funcionar. El nuevo sistema informático y telefónico funciona, sí, mejor que al principio (sobre todo porque cuando lo implantaron no funcionaba en absoluto) tras incontables fallos, caídas e interrupciones y tras varias implementaciones y reinicios. Pero no acaba de ir bien, y aún, de vez en cuando, hace cosas raras. Digo todo esto para pintaros en cuatro pinceladas el paisaje alrededor de lo que voy a contar, sin que nada de lo dicho hasta ahora justifique que dos hombres hechos y derechos, y médicos por más señas, protagonicen la triste historia que voy a relatar.

Noche del martes al miércoles, sobre las dos de la madrugada. El turno está siendo “movido” para ser día laborable, mucha fiebre, mucho moco, mucho padre primerizo y muchos niños con pocas ganas de ir al colegio al día siguiente… Nada que no pase cada temporada otoño / invierno, pero la acumulación cansa igualmente. Hay también muchas solicitudes de traslado interhospitalario, que parece que no haya camas disponibles en ningún centro. Los recortes se notan, esas plantas cerradas, esa disminución de horas de guardia de ciertos especialistas… Y lo que te rondaré morena. Nos espera un invierno de aúpa, preveo, y no quiero ser agorero.

De pronto, el Dr. F me indica que “algo raro” pasa en su ordenador. Raro, sí, pero habitual: Por algún motivo que los informáticos aún no han logrado descifrar, a veces algún terminal, como en este caso el del Dr. F, se auto bloquea, sin que nada justifique este hecho. Simplemente, deja de funcionar, sin avisar. Y lo malo es que, cuando eso  pasa, ya no se puede volver a usar el terminal de marras, porque ya no deja de ninguna manera volver a reiniciarle ni con el mismo ni con otro usuario distinto. Y, para colmo de males, el usuario que estaba en sesión en el terminal bloqueado queda también bloqueado a su vez, de modo que el Dr. F no tiene más remedio que iniciar un estúpido periplo por todas las posiciones habilitadas para médico en la Sala, probando una a una en cual le deja conectarse y a ver con qué usuario, que con el suyo personal no, ese ha quedado “pillado” en el terminal bloqueado. Genial. Nos quedamos en la práctica con un médico menos, hasta que vuelva a estar operativo el Dr. F, una noche que como os he dicho era especialmente movida. Pero claro, nada de esto es culpa del Dr. F, que pocas ganas tenía él de ir de mesa en mesa como si tuviera el baile de San Vito, a la búsquda de un ordenador que simplemente le permitiera trabajar.

El Dr. S, también de guardia esa noche, es un hombre extraño y problemático ya desde el día que se incorporó al servicio. En palabras, creo que acertadas, de cierta compañera, “roza lo patológico”, y eso que ella no sabe todo lo que este médico hace y dice. Conmigo se lleva bien, quizás porque somos paisanos, oriundos de una zona próxima, en la provincia de León. Pero en general ha dado muchos problemas, varios Jefes de Guardia no lo quieren en su equipo, y no son pocas las veces que ha sido llamado a orden al despacho del Director Asistencial. Estoy seguro que solo el aumento de la carga de trabajo y la falta de médicos veteranos para hacer frente a ese trabajo le mantiene en la nómina de la empresa.  Pues bien, el Dr. S, viendo las evoluciones del Dr. F, que lleva cosa de media hora encendiendo y apagando ordenadores sin que ninguno le haya permitido entrar, conectarse y ponerse a trabajar, sufre uno de sus bruscos, repetidos, famosos y temibles “cruces de cables” y le suelta a viva voz:

-F., ya que no estás haciendo nada, más que pasearte,  te podías acercar hasta la gasolinera y traernos unos cafés…

El Dr. F ya se las había tenido tiesas varias veces con el Dr. S, con quien comparte guardia martes alternos, y, aunque normalmente es más calmado, aquel rebuzno extemporáneo del Dr. S le pilló en mal momento, cabreado como una mona con el tema de no poder trabajar porque el sistema de marras no le dejaba acceder. Se puso en pie con agilidad felina, caminó a toda prisa hasta situarse frente al Dr. S y le respondió con sequedad:

-Mira, S., para decir esas bobadas, más valdría que le dieras otro uso a la boca. Dobla la espalda, a ver si te puedes chupar tu propia polla.

El Dr. S, sin decir nada, se puso en pie casi de un salto. Faltaba poco para que pasaran de las palabras a las manos, era evidente, y la veterana Dra. Simona, que hacía de Jefa de Guardia, y yo mismo, nos pusimos entre ambos, Simona exigiendo al Dr. S que se sentara mientras yo, agarrándole por el brazo, alejaba al Dr. F de ese rincón de la Sala.

La sangre no llegó al río, pero os podéis imaginar lo divertida que fue el resto de la noche, la tensión en el ambiente, el mal rollo… La Dra. Simona ha pedido al Director Asistencial que no vuelvan a coincidir los dos en un mismo equipo de guardia, no al menos de noche, que hay menos gente para hacer de colchón y apaciguarlos, tratando de evitar nuevos agarrones entre ellos, y tal vez males mayores, pero eso significa modificar todos los plannings ya elaborados, que aunque lo parezca, no es fácil.

Ya veremos cómo acaba la historia, de momento os puedo decir que yo, esa noche, sentí tanta vergüenza propia como ajena…

La imagen que ilustra el artículo, una fotografía de Noel Carrión titulada “Pelea de Manos”.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Martes de plomo fundido

Martes, sí, otoñal martes de noviembre, lluvioso, gris, frío, plomizo e insoportable.

El cielo, cuajado de nubes, que no dejaban un solo resquicio de mínima claridad, ha vomitado lluvia todo el día, de la mañana a la noche, espesa cual cortina de plomo fundido, como si el cielo gris, metálico y amenazador, se derritiera sobre la ciudad.

Los días “de entremedio”, esos días (falsos días, en realidad son solo tardes, pues duermo por la mañana hasta la hora de comer) encajonados entre dos noches seguidas de guardia, ya son siempre, de por sí, complicados: Cortísimos, angustiosos y cansados. Pero hoy, martes “de entremedio” en el que no ha sido posible ver ni un miserable rayo de sol... Solo los breves momentos pasados con Elma, esos ratos más cortos siempre de lo que me gustaría, me han aliviado algo la fría y opresiva sensación de angustia que me ha invadido desde que me levanté. Las pocas ganas, por no decir ninguna, de volver a trabajar hoy, aumentaban mi desasosiego. Y es que además del aumento de volumen de faena de los últimos días, normal para la época del año, llevamos semanas sufriendo contínuas incidencias técnicas, lo que nos dificulta mucho el trabajo, sin que sean capaces de arreglarlo. Estamos ya todos hasta los mismísimos perendengues del departamento técnico y su prepotente e inútil responsable, el chulesco N.

Pero no quiero hablar de eso, que me cabreo tontamente (Tontamente porque nada puedo hacer) Mejor pensar en que hoy, espero, ya no quedará más plomo derretido en el cielo que nos pueda hechar encima esa horda de nubes de tormenta que nos invadió ayer. Claro que hoy puede ser peor. Hoy, miércoles, 16 de Noviembre, mi hijo cumple 11 años. Alejado de mí, víctima de una de esas situaciones en que yo jamás hubiera querido caer con su madre... Es doloroso, sí, muy doloroso.

Tal vez, este miércoles, añore el plomo fundido que caía a mansalva sobre Barcelona ayer martes. Pero plomo fundido de verdad, que me abrase por dentro, que carbonice mis entrañas. A ver si ese sufrimiento, ese dolor, es capaz de hacerme olvidar el otro dolor de que os hablaba...

martes, 15 de noviembre de 2011

Aprendiendo la cruda realidad

Mina es una joven enfermera, recién titulada, que está en periodo de formación en mi empresa para incorporarse al turno de noche, a mi equipo, si todo va bien, a finales de mes. Mina conserva el idealismo de la juventud y la candidez de la inexperiencia, y, francamente, no creo que esté preparada para este servicio, aunque no me extraña que la hayan contratado porque a la Supervisora de Enfermería le gustan los perfiles profesionales especialmente bajos. Perfiles que no lleguen a hacerle sombra.

Ayer, lunes por la mañana, Mina, junto a otros once afortunados, entre los que me contaba, asistía a una sesión formativa sobre los nuevos procedimientos establecidos por uno de nuestros clientes, un laboratorio farmacéutico para el que efectuamos tareas de línea médica de algunos de sus productos. Esos malditos “árboles de decisión” con los que en teoría debemos resolver todos los casos que se nos presenten pueden ser útiles llegado el caso para unificar criterios y establecer protocolos, pero no pueden ser considerados exactos al cien por cien, ni infalibles, y deberían permitir una cierta flexibilidad en vez de ser aplicados taxativamente sin excepciones. Pero me desvío del tema.

En medio de la formación, especialmente plúmbea y farragosa, la Supervisora de Enfermería, que actuaba como Formadora, explicó que se consideraba “Caso Potencialmente Crítico” cualquier queja, denuncia o reclamación efectuada por un cliente que pudiera dañar la imagen del laboratorio o causarle pérdidas de algún tipo. Mina, que hasta entonces había ido oyendo las enrevesadas explicaciones con cara de póker y sin mover una pestaña, saltó de pronto, indignada ante esta aseveración.

-Creía que Caso Potencialmente Crítico hacía referencia AL PACIENTE. Cualquier cosa que no funciona como debe y que empeora la salud del usuario de ese producto, y no al revés, considerar crítico solo lo que pueda perjudicar al laboratorio...

-Es el laboratorio quien nos paga, Mina – replicó la Supervisora – Trabajamos para él, no para los pacientes más que de manera indirecta. Por tanto, seguiremos sus indicaciones, y buscaremos lo mejor para ellos como clientes. La idea es avisarles a tiempo de cualquier cosa de la que puedan ser considerados responsables, ayudarles a prevenir acciones legales y minimizar posibles daños, nada más que eso. Si además ayudamos a algún paciente, mejor, pero no es lo importante.

-Pero la prioridad médica... – insistió Mina – Creo que la prioridad médica debe pasar por encima de cualquier otra consideración, sobre todo las cuestiones económicas o administrativas. Debemos buscar el bienestar del paciente, muy por encima de los beneficios de la farmacéutica, aunque sea quien nos paga.

Visiblemente irritada, la Supervisora dejó caer la mano izquierda abierta sobre la mesa de madera, que restalló en un sonoro golpe que nos sacó a todos de la duermevela en que nos había sumido su enrevesado y monótono discurso anterior.

-¡Basta! - exclamó. Y miró a Mina con tal fijeza que la hizo callar - No quiero discutir tonterías. ¡Aquí estamos para ganar dinero, y el que quiera otra cosa, que se vaya a Médicos Sin Fronteras!

Por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con la Supervisora de Enfermería, aunque casi todos se quedaran mirándola boquiabiertos. Ésta es la cruda realidad de la vida. Mina, querida, aprende pronto, o te van a dar palos de todos lados...

viernes, 11 de noviembre de 2011

Signos de crisis (IV)

El hombre es mayor, obeso, calvo, y se mueve con cierta dificultad, aunque no lleva bastón. Tras recorrer a paso lento el espacio alargado, rectangular, de la tienda, se sienta pesadamente en una de las sillas tapizadas de rojo que hay frente a la mesa de Lena, y extiende con mano temblorosa un papel, que ella toma sabiendo por adelantado lo que es. Efectivamente, una orden de corte del servicio por impago de varias facturas. Lena se demora a propósito en la lectura del documento, prepándose para lo que suele venir después, las reclamaciones, las amenazas de denuncia, los gritos, a veces los insultos. Pero, cuando levanta los ojos del papel, se encuentra al anciano vaciando su cartera sobre la mesa. Hay un billete de cincuenta euros, otro de veinte y otro de diez. Ochenta euros en total.

-Mire, señorita, me han cortado el gas esta mañana. Sé que debo las últimas facturas. Yo llamé al teléfono de atención al cliente, ya les dije que no podía pagar, que me aceptaran una demora, aunque fuera con intereses, pero no me atendieron, me dijeron que no podía hacerse... Pero yo necesito tener gas. No ya por mí, que mire, voy aguantando, sino por mi esposa, que está enferma en cama... Sé que debo algo más que esto, pero este dinero es todo lo que tengo en efectivo, si pudiera Ud. tomarlo a cuenta y que me vuelvan a conectar el gas...

Lena, muy sentida para estas cosas, con muy poca resistencia al dolor ajeno, a las desgracias ajenas, se gira hacia Elma, sentada en la mesa de al lado, con los ojos humedecidos.

-Elma, ¿Puedes atender tú al señor? Yo no puedo... - Y marcha llorosa a la trastienda.

Elma, más veterana, más dura, más trabajada por la vida, aunque también, como su compañera, solidaria con todas las causas perdidas, con todas las injusticias del mundo, toma el papel de la mesa de Lena, lo repasa, introduce unos datos en el sistema informático, y examina con detenimiento la ficha del cliente.

-Debe Ud. tres facturas, por un importe total de noventa y siete euros con dieciséis céntimos...

El hombre asiente con la cabeza.

-Sí, señorita, así és, pero no dispongo de ese dinero. Los ochenta euros que he dejado sobre la mesa es todo lo que me queda para pasar el mes, pero prefiero gastarlos en esto que en comer. Como en el comedor social de una parroquia cerca de mi casa, y me dejan que me lleve una ración en un tupper, para que coma también mi esposa. Pero sin gas no puedo estar, sin agua caliente para lavarla, ni calefacción para que no pase frío, no puedo. Ella está muy enferma, hace años que no se levanta de la cama, y no tenemos familia, somos los dos solos...

Elma examina otra una y otra vez la ficha, devanándose los sesos. La orden de corte es pertinente dado el impago, y no hay modo de revocarla si no se pagan las facturas pendientes. Los ochenta euros no bastan, y no se puede hacer más. Sin embargo, Elma no es de las que se dan por vencidas a la primera dificultad. Coge el teléfono, y llama a su HelpDesk.

-Hola, soy Elma, del centro de gas de XXX... ¿Cómo puedo revocar una orden de corte por impago sin efectuar el pago total de la deuda?

-No se puede.

-Tiene que haber alguna manera

-Solo se me ocurre que, si paga con tarjeta de crédito, puede aplazar el pago hasta noventa días...

Elma mira al hombre dubitativamente. Aunque se imagina la respuesta, formula la pregunta.

-¿Tiene Ud. tarjeta de crédito?

El anciano sonríe con candidez.

-No, no, que va, nunca he tenido...

Elma, suspirando, vuelve a lidiar con el teléfono.

El cliente no tiene tarjeta de crédito. ¿Alguna otra solución?

-No la hay – le responden taxativamente.

Y ella, cabezona

-Tiene que haberla...

Precisamente en ese momento se asoma Spezia, la Directora Comercial, una argentina cuarentona, rubia y espabilada, poseedora de una mirada azul profundo y una inteligencia vivaz.

-¿Qué sucede? Lena está ahí detrás llorando como una plañidera...

Elma, rápidamente, le pone en antecedentes. Spezia mira al anciano con compasión, y el viejo las mira a ambas como un náufrago miraría al último bote que queda en el barco que se hunde. De pronto, Spezia chasca los dedos como si fuera una versión porteña y voluptuosa de Vickie el vikingo.

-Si firma Ud. una financiación, podemos fraccionarle el pago de toda la deuda pendiente, hasta un máximo de tres plazos... A ver, ¿Cual es el total de la deuda?

-Noventa y siete euros con dieciséis céntimos – responde Elma con rapidez.

-Entonces – continúa Spezia – si hiciera Ud. hoy mismo un pago de... digamos treinta y cinco euros, podemos aplazar el resto en otros dos pagos iguales. ¿Qué le parece?

El hombre intenta hablar, pero no puede. A duras penas contiene las lágrimas.

-Sois unos ángeles – dice al fin

Elma, que ha impreso la carta de pago, se la da también conteniendo la emoción como puede.

-Pague ahora mismo en cualquier cajero ServiCaixa con el código de barras de esta carta. En cuanto me la traiga pagada, daremos la orden de volver a conectar el servicio. Volverá a tener gas mañana, se lo garantizo.

Tres horas después, el hombre volvió a entrar, medio renqueando, como la primera vez, por la puerta de la tienda. Llevaba la carta de pago con el justificante del cajero automático. Y llevaba algo más. Una pequeña cajita de bombones. Baratos, del LIDL. Pero bombones al fin y al cabo.

-Me gustaría daros otro regalo mejor, que os lo merecéis, pero no tengo para más.

Elma y Lena, ambas a la vez, se pusieron en pie de un salto, como impulsadas por un resorte, y se abrazaron fuertemente al anciano.

El dueño y Administrador de la empresa, Gran Pau, y su Directora Comercial, Spezia, salían en ese momento a la calle, rumbo a una reunión de trabajo. Gran Pau contempló la escena del abrazo mientras pasaban y se volvió hacia su subordinada argentina con la sonrisa pintada en el rostro.

-A veces, Spezia, te lo juro, no sé si tengo una empresa o una ONG...

jueves, 10 de noviembre de 2011

Vete por la sombra

De todos los despidos que ha habido de un tiempo a esta parte en mi empresa, el de Arisa es, con total seguridad, el más justificado. Hace ya tiempo que Arisa lo venía buscando, comentiendo errores de bulto impropios de una veterana, buscando conflictos con los compañeros y desafiando continuamente tanto las normas de la empresa como las disposiciones organizativas de los mandos intermedios. Una pesadilla, os lo puedo asegurar, para los que tenían la mala suerte de compartir Turno o Equipo con ella.

En su loca carrera en pos del despido y el subsidio de paro, Arisa no se ha cortado a la hora de causar daños colaterales ni de atropellar a quien interfiriera en su camino, por inocente que fuera, mostrando un absoluto desprecio por lo que les ocurriera a los demás, por el daño que pudiera causarles.

La guinda del pastel vino el día en que (¡Por fin!) el Director Asistencial, flanqueado de las Supervisoras y el Vice-Gerente de Recursos Humanos, la llevaron a una sala de reuniones para comunicarle escuetamente su despido. Apenas una hora después de que éstos mismos directivos, tras la breve y tensa entrevista, la acompañaran a la puerta y la cerraran tras ella, Arisa envió mensajes de móvil a varias compañeras del Turno de Mañana, diciéndoles que, en la reunión, los jefes tenían sobre la mesa una lista con los nombres de las personas que iban a ser despedidas, una detrás de otra, en los días siguientes. Y no se privó de dar los nombres y apellidos que ella aseguraba haber visto en esa lista. Cuatro compañeras que se tenían por amigas suyas.

Nada de lo que explicó Arisa en esos mensajes de móvil es cierto. Jamás existió esa lista, ya que justamente Arisa era la última de las que Gerencia había decidido expulsar de la empresa en la contundente operación de limpieza que ha llevado a cabo, implacablemente, tras las vacaciones. ¿Qué pretendía entonces Arisa, contando esa mentira? Pensamos que, tal vez, incendiar la empresa, provocar que los compañeros, rebotados ante la perspectiva de nuevos despidos, iniciaran acciones de protesta. No pensó o no le importó el daño que pudiera causar a las personas afectadas, aquellas cuyos nombres mencionó como si realmente los hubiera visto en su lista imaginaria. Le dió igual que estas personas, inocentes y ajenas a su guerra particular contra la empresa, pasaran días de angustia creyendo sus palabras y teniendo la certeza de su inmediato despido.

Solo cuando una compañera algo más sensible no pudo aguantar la tensión, sufrió una crisis de angustia en medio de la sala y rompió a llorar ante el pasmo de todos, exigiendo a voz en grito y a lágrima viva que si iban a despedirla la despidieran ya y no la hicieran sufrir más la agonía de la incertidumbre, solo entonces se descubrió el pastel de los mensajes y las mentiras de Arisa, del infierno que había hecho pasar durante varios días a quienes se tenían por amigas suyas.

¿Que te han despedido, Arisa? Justamente, puedes jurarlo. Bon vent i barca nova, que diría el adagio popular catalán. Que allí donde vayas encuentres tanta paz como aquí dejas... Y vete por la sombra, querida. Sobre todo, vete por la sombra. Que la mierda, al sol, se seca.

martes, 8 de noviembre de 2011

Signos de crisis (III)

Lunes, ocho de la tarde. Como tantas otras tardes de los últimos años, voy a buscar a Elma a la salida de su trabajo. Espero, sentado en la misma silla desgastada e incómoda en la que tantos clientes habrán esperado su turno a lo largo del día, que acaben de recoger. Gran Pau, su jefe, baja por la escalera que da a las oficinas, situadas en el piso de arriba, y, echando un vistazo alrededor, se desparrama más que se sienta en la silla de Elma. Un tipo curioso, Gran Pau, tan paternalista con sus empleados, tan duro en los negocios, tiburón entre tiburones, pero no para los suyos, no, nunca, para quien sabe que está de su lado.

-Estoy pensando en comprarme una casa – me dice de pronto.

Gran Pau es así. A veces, inopinadamente, cuenta cosas de su vida. Otras, en cambio, se cierra en banda y hay que sacarle las palabras con tenazas.

-¿Ah, sí? – repregunto, a mi vez - ¿Has encontrado algo interesante?

-¡Ya lo creo! Este fin de semana me presentaron a la dueña, y es una auténtica maravilla…

-¿El qué, la casa… o la dueña?

Gran Pau se ríe con ganas, poniendo ese gesto de niño travieso que ya le conozco, y que le quita unos cuantos años de encima.

-Ambas… Aunque yo, al menos de momento, solo estoy interesado en la casa… Me la ofrecen por ochocientos mil euros, y es una ganga, construirla les costó algo más de tres millones.

No tengo imaginación para visualizar una casa de tres millones de euros, así que mi mente dibuja las líneas inconfundibles del Palacio de Buckingham.

-Peazo casa que debe ser por ese precio, ¿no?

Gran Pau asiente con la cabeza, y se le nota, al describirla, que se le hace la boca agua.

-Un jardín impresionante, piscina cubierta, pista de tenis, mil metros construidos a todo lujo, diseñada por un arquitecto famoso, con ventanas orientadas para aprovechar al máximo la luz solar, suites con baño propio en vez de habitaciones, casa de invitados con tres habitaciones separada de la casa principal…

-¿Y dónde está la trampa? – interviene Elma, que junto a su compañera Lena se han añadido a los oyentes de la vívida descripción – Porque si  vale tres millones y la venden por ochocientos mil, alguna trampa debe haber…

Gran Pau niega con gesto vehemente.

-No, no, trampas no, necesidades… La dueña se quedó viuda hace poco, a principios de año. Un accidente de tráfico, creo. Se ve que el marido gestionaba personalmente todos sus negocios, ella no ha sabido hacerlo igual… Medio año le ha bastado para arruinarse, y ahora está a punto de perderlo todo. De hecho, a finales de mes el banco va a ejecutar una deuda de cuatrocientos mil euros que tiene contraída y que no puede pagar. Vender la casa es el único modo que tiene de saldar esa deuda y poder empezar de nuevo.

-¿La vas a comprar, entonces? – pregunto con verdadera curiosidad

Gran Pau tarda en contestar. Se incorpora y se pone el grueso chaquetón de piel que usa cuando va a conducir la potente moto Harley Davidson con la que a veces viene a Barcelona.

-No lo sé, me lo estoy pensado. Si consigo que baje el precio a seiscientos mil… Entonces sí. Seiscientos  mil es un magnífico precio por esa casa, si después de comprarla la aguanto un par de años, que remonte un poco la crisis, puedo venderla por el triple, y hacer un buen negocio…

-¿Y crees que conseguirás esa rebaja? – pregunta ahora Lena.

Gran Pau sonríe malévolamente

-La viudita está desesperada, y estoy seguro de ser el único interesado. El único, al menos, que puede pagar en efectivo y cuanto antes, como ella necesita. La rebajará.

Ni un atisbo de compasión, solidaridad ni piedad. Nada. Es la ocasión de un buen negocio, y él lo hace con frialdad absoluta. Tiburón entre tiburones, ya lo he dicho al principio. Choca que, siendo así, luego sea como es en otros aspectos de su vida. Pero ya se sabe que el ser humano es por naturaleza incoherente y contradictorio…

Unas horas después, medio tumbados en el sofá de nuestra casa, después de una cena ligerita, veo que Elma, distraída, mira absorta por la ventana del salón.

-¿En qué piensas? – le pregunto.

Se gira hacia mí, con gesto algo triste.

-En la viuda a la que Gran Pau le va a comprar la casa. Lo tenía todo a principios de año, y antes de que acabe lo habrá perdido todo también. ¿Te imaginas cómo debe ser esa casa, cómo debe ser vivir en ella? Si cuando te echan de cualquier sitio que consideras tuyo, aunque sea un piso cutre, ya es una tragedia, no me imagino lo jodido que será tener que irte de un sitio así.

Tiene razón, como casi siempre, pero hubiera preferido no pensar en ello. Ahora somos dos los que miramos, absortos y ensimismados, por la ventana del salón...

domingo, 6 de noviembre de 2011

Dos cosas que no logro comprender

No comprendo que un jersey que en la tienda se veía claramente como de color morado intenso, con ribetes grises, en casa se vea de color azul marino, o incluso gris marengo, según la luz, manteniendo, eso sí, los dichosos ribetes grises. Sé que la luz ambiente hace variar los colores, y que las tiendas iluminan excesivamente, a propósito, los aparadores, hasta saturar los ojos de luz blanca, precisamente para hacer aparentar las prendas de tintadas más vivas, llamativas e intensas. Pero de ahí a que el dichoso jersey, lisa y llanamente, cambie de color...

En otro orden de cosas, tampoco comprendo, menos aún que lo anterior, que mi empresa realice una migración de sistemas, que se compruebe sobradamente, a lo largo del pasado jueves, que el nuevo aplicativo informático y telefónico no acaba de funcionar, que el viernes por la mañana el dichoso aplicativo se colapse, convirtiendo el turno en un verdadero caos, y que a pesar de todo Dirección decida, el viernes a las cinco de la tarde, en contra del criterio de los responsables técnicos y de los mandos intermedios de la empresa, seguir adelante con la migración por narices, por no decir otras partes blandas de su anatomía, condenándonos a un fin de semana infernal, con contínuas incidencias técnicas, en el que estamos sudando sangre para sacar adelante el servicio. Por supuesto que no es la primera incidencia técnica que veo en las empresas donde he trabajado, y por supuesto que no hay máquina o sistema que no pueda fallar, pero de ahí a empeñarse en utilizar un aplicativo que ya se sabe por adelantado que no funciona bien...

Será que, como ya tengo una edad, y me estoy haciendo mayor, empiezo a chochear, pero creo que, en vez de aprender, cada vez comprendo menos cosas...

jueves, 3 de noviembre de 2011

Ya tengo 43 otoños


Pues sí, amigos, ayer, día dos de Noviembre, día de difuntos, cumplí cuarenta y tres años.

El tiempo estaba inestable, lluvioso, ventoso, sin hacer buen día ni acabar de ponerse malo.

El día fue como el tiempo, variable y voluble, hubo de todo, tiempo para disfrutar, para reír, y también para llorar, por qué no reconocerlo. Me regalaron las botas Fluchos que yo quería, y que puestas en el pie aún están mejor que vistas en el catálogo (que piel tan suave, que suela con cámara de aire sobre la que el pie se desliza más que pisa…), pero, por la tarde, la jornada se torció un poco, acudí a la llamada no diré que desesperada, pero sí triste y preocupada, de un amigo en plena crisis personal, laboral y sentimental, hice lo que pude, más bien poco, que en estas cuestiones aconsejar desde fuera de casi nada sirve, apenas el estar allí y mostrar el mínimo apoyo necesario, y me dejó muy mal sabor de boca pensar que todo en la vida sea tan complicado, que haya tantos y tan impredecibles condicionantes que luego nos hacen triunfar o fracasar en toda clase de relaciones… Sí, sí, lo sé, no es nada nuevo, nada que aún no supiera, pero cada vez que me topo con alguna de estas cosas, me amargo un poco yo solo. Estoy tan convencido de que todo sería mucho más fácil y sencillo si nosotros mismos no nos complicáramos la vida…

Después, por la noche, la cosa mejoró radicalmente. Llevé a Elma a cenar a un local que han abierto en Ronda Universitat, Reina de Corazones. Del sitio no hay nada que destacar, desde luego que no le van a hacer la competencia a El Bulli. Pero seamos justos, la cocina es decente, buena sin estridencias ni experimentos, y sobre todo barata, a ver en cuantos sitios de Barcelona cenan dos personas por veinticinco euros… Lo mejor, con todo, no fue la cena, sino la compañía, la conversación, el modo que tiene Elma de apoyar sin agobiar, de consolar sin compadecer, de explicar su punto de vista, siempre agudo, sin entrar en discusión conmigo pero sin renunciar a hacerme ver lo que ella quiere que vea… En suma, de ser mi ángel.

Cuarenta y tres años. Más de media vida, según el cálculo de la esperanza de vida en España. No creo estar sufriendo ninguna crisis de los cuarenta,  de veras que no. Acepto como normal, con tranquilidad y quizás algo de resignación, el paso del tiempo y sus inevitables consecuencias. Pero ciertamente pienso que los mejores años de mi vida ya los he vivido. El tiempo que me queda tendrá buenos y malos momentos, de todo habrá, pero en general será necesariamente peor que lo que he dejado atrás. Cosas como la juventud, la inocencia, la esperanza, la ilusión del descubrimiento del mundo, las veo ya por el espejo retrovisor. No me quisiera convertir en un viejo cínico y amargado, tampoco es eso, pero mi natural pesimista tiene hoy motivos para desatarse e imaginar futuros cuasi apocalípticos…

La foto que ilustra el artículo, que he elegido por el número cuarenta y tres, procede de la web 8ballcustompaintwork.com, especialistas en pintura y tuneado de motos Harley Davidson, y muestra uno de sus clientes orgulloso de su moto (con motivos para estarlo, qué preciosidad) ante la señal de la Interestatal 43 de los Estados Unidos.