viernes, 11 de noviembre de 2011

Signos de crisis (IV)

El hombre es mayor, obeso, calvo, y se mueve con cierta dificultad, aunque no lleva bastón. Tras recorrer a paso lento el espacio alargado, rectangular, de la tienda, se sienta pesadamente en una de las sillas tapizadas de rojo que hay frente a la mesa de Lena, y extiende con mano temblorosa un papel, que ella toma sabiendo por adelantado lo que es. Efectivamente, una orden de corte del servicio por impago de varias facturas. Lena se demora a propósito en la lectura del documento, prepándose para lo que suele venir después, las reclamaciones, las amenazas de denuncia, los gritos, a veces los insultos. Pero, cuando levanta los ojos del papel, se encuentra al anciano vaciando su cartera sobre la mesa. Hay un billete de cincuenta euros, otro de veinte y otro de diez. Ochenta euros en total.

-Mire, señorita, me han cortado el gas esta mañana. Sé que debo las últimas facturas. Yo llamé al teléfono de atención al cliente, ya les dije que no podía pagar, que me aceptaran una demora, aunque fuera con intereses, pero no me atendieron, me dijeron que no podía hacerse... Pero yo necesito tener gas. No ya por mí, que mire, voy aguantando, sino por mi esposa, que está enferma en cama... Sé que debo algo más que esto, pero este dinero es todo lo que tengo en efectivo, si pudiera Ud. tomarlo a cuenta y que me vuelvan a conectar el gas...

Lena, muy sentida para estas cosas, con muy poca resistencia al dolor ajeno, a las desgracias ajenas, se gira hacia Elma, sentada en la mesa de al lado, con los ojos humedecidos.

-Elma, ¿Puedes atender tú al señor? Yo no puedo... - Y marcha llorosa a la trastienda.

Elma, más veterana, más dura, más trabajada por la vida, aunque también, como su compañera, solidaria con todas las causas perdidas, con todas las injusticias del mundo, toma el papel de la mesa de Lena, lo repasa, introduce unos datos en el sistema informático, y examina con detenimiento la ficha del cliente.

-Debe Ud. tres facturas, por un importe total de noventa y siete euros con dieciséis céntimos...

El hombre asiente con la cabeza.

-Sí, señorita, así és, pero no dispongo de ese dinero. Los ochenta euros que he dejado sobre la mesa es todo lo que me queda para pasar el mes, pero prefiero gastarlos en esto que en comer. Como en el comedor social de una parroquia cerca de mi casa, y me dejan que me lleve una ración en un tupper, para que coma también mi esposa. Pero sin gas no puedo estar, sin agua caliente para lavarla, ni calefacción para que no pase frío, no puedo. Ella está muy enferma, hace años que no se levanta de la cama, y no tenemos familia, somos los dos solos...

Elma examina otra una y otra vez la ficha, devanándose los sesos. La orden de corte es pertinente dado el impago, y no hay modo de revocarla si no se pagan las facturas pendientes. Los ochenta euros no bastan, y no se puede hacer más. Sin embargo, Elma no es de las que se dan por vencidas a la primera dificultad. Coge el teléfono, y llama a su HelpDesk.

-Hola, soy Elma, del centro de gas de XXX... ¿Cómo puedo revocar una orden de corte por impago sin efectuar el pago total de la deuda?

-No se puede.

-Tiene que haber alguna manera

-Solo se me ocurre que, si paga con tarjeta de crédito, puede aplazar el pago hasta noventa días...

Elma mira al hombre dubitativamente. Aunque se imagina la respuesta, formula la pregunta.

-¿Tiene Ud. tarjeta de crédito?

El anciano sonríe con candidez.

-No, no, que va, nunca he tenido...

Elma, suspirando, vuelve a lidiar con el teléfono.

El cliente no tiene tarjeta de crédito. ¿Alguna otra solución?

-No la hay – le responden taxativamente.

Y ella, cabezona

-Tiene que haberla...

Precisamente en ese momento se asoma Spezia, la Directora Comercial, una argentina cuarentona, rubia y espabilada, poseedora de una mirada azul profundo y una inteligencia vivaz.

-¿Qué sucede? Lena está ahí detrás llorando como una plañidera...

Elma, rápidamente, le pone en antecedentes. Spezia mira al anciano con compasión, y el viejo las mira a ambas como un náufrago miraría al último bote que queda en el barco que se hunde. De pronto, Spezia chasca los dedos como si fuera una versión porteña y voluptuosa de Vickie el vikingo.

-Si firma Ud. una financiación, podemos fraccionarle el pago de toda la deuda pendiente, hasta un máximo de tres plazos... A ver, ¿Cual es el total de la deuda?

-Noventa y siete euros con dieciséis céntimos – responde Elma con rapidez.

-Entonces – continúa Spezia – si hiciera Ud. hoy mismo un pago de... digamos treinta y cinco euros, podemos aplazar el resto en otros dos pagos iguales. ¿Qué le parece?

El hombre intenta hablar, pero no puede. A duras penas contiene las lágrimas.

-Sois unos ángeles – dice al fin

Elma, que ha impreso la carta de pago, se la da también conteniendo la emoción como puede.

-Pague ahora mismo en cualquier cajero ServiCaixa con el código de barras de esta carta. En cuanto me la traiga pagada, daremos la orden de volver a conectar el servicio. Volverá a tener gas mañana, se lo garantizo.

Tres horas después, el hombre volvió a entrar, medio renqueando, como la primera vez, por la puerta de la tienda. Llevaba la carta de pago con el justificante del cajero automático. Y llevaba algo más. Una pequeña cajita de bombones. Baratos, del LIDL. Pero bombones al fin y al cabo.

-Me gustaría daros otro regalo mejor, que os lo merecéis, pero no tengo para más.

Elma y Lena, ambas a la vez, se pusieron en pie de un salto, como impulsadas por un resorte, y se abrazaron fuertemente al anciano.

El dueño y Administrador de la empresa, Gran Pau, y su Directora Comercial, Spezia, salían en ese momento a la calle, rumbo a una reunión de trabajo. Gran Pau contempló la escena del abrazo mientras pasaban y se volvió hacia su subordinada argentina con la sonrisa pintada en el rostro.

-A veces, Spezia, te lo juro, no sé si tengo una empresa o una ONG...

12 comentarios:

Doctora Anchoa dijo...

Me están entrando unas ganas irrefrenables de darle un abrazo de oso a Elma. Me conmueves con tus signos de crisis, Jan Berg.

Onara dijo...

Casi se me salen las lágrimas :-)
Sin palabras, me ha encantado.

Un beso Jan.

Sra. T dijo...

Bueno, si es que he llorado hasta yo!! Ainss!!

Un ejemplo de que aún queda gente buena!!!

Te devuelvo la visita y te sigo leyendo, va? me ha gustado tu blog.

Besicos

pseudosocióloga dijo...

Que gusto, por fin una historia con final feliz, al menos ellas si tienen buen rollo.

Maria dijo...

Por lo que vas contando, Elma es, ella sola, una ONG completa!!! Es una suerte que queden personas así.

Un abrazo (y otro a Elma!)

Fiebre dijo...

Me vas a obligar a poner Sálvame en la tele joío.

Entré a leerte dispuesta a coger un cabreo (por lo del título) y me voy con la lagrimilla puesta y ¡no quiero, que es viernes y es mi noche de tiros en la tele!

Al margen de una escritura que cada día vas perfeccionando más y más (ningún hombre escribe en la blogosfera de la forma envolvente que tú lo haces), la historia despierta lo mejor o poquito bueno que tengamos algunos en el espíritu.

Y me sigue encantando Elma.

Mi casa de juguete dijo...

Leer historias como ésta, nos hace intentar ser mejores personas.

Lakacerola dijo...

Madre mía cómo está el mundo !!! Y cómo lo deben estar pasando algunas familias !!!
Un abrazo.

Misaoshi dijo...

Pero que estoy llorando! Y, cómo no, no había otro momento en el día, ha entrado mi jefe y me ha preguntado qué me pasa.

Cómo lo siento por esas personas, y yo quejándome. Que de verdad me hago sentir mal.

la MaLquEridA dijo...

Amo a Elma y a Lena y a todas las que como ellas ayudan desinteresadamente, si existe el cielo, ellas lo tienen ganado.


Un abrazo suertudo Jan por tener ese ángel a tu lado.

Anónimo dijo...

Menos mal que aun quedan personas con corazón.

JuanRa Diablo dijo...

Joer, tenía que pasar a leer la entrada que enlaza Misaoshi y efectivamente es una historia tremenda que me ha emocionado.

Un saludo, Jan