La Dra. G es una médico joven,
competente y enérgica. Gracias a su buen hacer, su fino olfato, su
recto criterio, y también a su férreo carácter, en el poco tiempo
que lleva en mi empresa se ha hecho un nombre y ganado el
general respeto, ascendiendo meteóricamente al rango y categoría de
Jefe de Guardia, responsable del servicio de
urgencias, lo que en turno de noche, sin la presencia de mandos
superiores, equivale a Reina Absoluta.
Pues bien, la Dra. G, esta noche, está
indignada, más que eso, tiene un cabreo de tres pares de narices. El motivo
de su enfado, y del choteo más o menos evidente del resto de
médicos, es la reunión que se celebró a primera hora de la mañana
de ayer martes, a la que acudieron todos los Jefes de Guardia y el
Triunvirato directivo, a saber, Director
Asistencial, Subdirector Asistencial y Supervisora
Médica. Sobran en mi empresa problemas pendientes y
temas en estudio, pero no son, al
parecer, prioritarios, pues de ninguno de ellos se trató en la dichosa
reunión. No. El motivo básico y principal de la convocatoria era
una silla. Sí, UNA SILLA. No una silla
cualquiera, claro, sino concretamente la silla del despacho de la
Supervisora Médica, que se viene quejando reiteradamente de que cuando ella no está se la roban, para devolverla
luego sucia, con los reglajes de altura e inclinación cambiados, y
en fin, que a la señora Supervisora le sienta a parir tener que
limpiar y recolocar una y otra vez su silla, antes de poder descansar
sus augustas posaderas.
-¡A las nueve de la mañana! - se
exclama, airada, la Dra. G – Me convocan a las nueve, sabiendo que
salgo a las ocho de una guardia, y que a la noche
siguiente vuelvo a venir, y para tratar... ¿De qué? ¡De
una p*** silla!
Mientras la Dra. G me expresa tan
vehementemente su ira, frustración y descontento, veo como los demás, más o menos disimuladamente, se mofan tanto de su
monumental cabreo como de la supina estupidez de la Supervisora
Médica. Y pienso en las reuniones semanales de Mandos
Intermedios, en las que los Jefes de Equipo (Del personal no
sanitario) nos reunimos con nuestras propias Supervisoras. Pienso en las cuestiones absurdas que invariable e
inexplicablemente consumen más tiempo, energía y recursos que todos los problemas pendientes, numerosos y en general complejos, que
nos acucian.
Cuando por fin la Dra. G se relaja, ya
desahogada después de soltar todos los sapos y culebras del mundo
por su boca, y dedicada, además, a gestionar el traslado
interhospitalario de un paciente especialmente picado que nos
solicita cierta clínica privada, Celio, el cínico
Celio, la última (e inesperada) incorporación a mi equipo, tiene,
como siempre, que decir la última palabra.
-Cualquiera diría – afirma,
sentencioso – que en esta empresa no hay dificultades y trabajamos
en medio de un bienestar angélico, si el único problema que tenemos
es el uso y abuso de una silla...
5 comentarios:
Coincido con Celio, la deducción lógica es que la empresa va bien si los jefes se pueden ocupar de esas cosas.
Lo malo es que las personas no somos nada lógicas.
Saludos.
Mal esta el mundo cuando la prioridad es una silla.
Saludos Janton
Qué mal vamos, Janton.
Y qué poco respeto para tu compañera la Dra.G. Me pregunto si la dueña de la silla se daba cuenta de lo subnormal de su cabreo.
Queridos comentaristas, veo que todos coincidís. Es cierto, si la Dirección de una empresa tiene por preocupación el uso de una silla, es que todo va muy bien o muy mal en esa empresa, y ciertamente no parece que todo vaya bien...
Lo flipo.
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