El Dr. G pasa con nosotros su primera noche de guardia tras el largo periplo alrededor del mundo de la semana anterior, en que, con gastos pagados por la empresa, hizo el trayecto Barcelona – Doha (Qatar)- Manila (Filipinas) y regreso, la vuelta al mundo en cinco días, aunque eso sí, en primera clase.
Sí, lo sé, estáis pensando en los viajes de Pseudosocióloga, ¿verdad? Yo también, y me moriría de envidia, como cuando leo las entradas viajeras de nuestra colega blogger, si no fuera que en el caso del Dr. G sé exactamente lo que iba a hacer en Manila, y en mi caso dar una conferencia sobre regeneración tisular a un grupo de dermatólogos filipinos me parece una pesadilla. Además la empresa, que no ha ahorrado gastos, pagándole el billete en Qatar Airways y en primera clase, o sea, a todo lujo, sí ha hilado fino en cuanto al tiempo de desplazamiento, justo lo mínimo necesario para llegar a Manila tras descansar solo tres horas en tránsito en Doha, dar la conferencia del tirón, dormir una noche en Manila, y regresar a Barcelona. Un palizón.
El Dr. G se explaya detallándome los lujos asiáticos del Spa del que disfrutó en el hotel en el que se alojó en Manila, y en cierto momento me dice que le recuerda la decoración de un "spa" (llamémosle así) barcelonés que he oído mencionar varias veces como lugar idóneo, por equipado y discreto, para procurarse placeres en pareja. Vamos, la clase de sitio donde nadie va solo.
-Sí, me lo han recomendado – le digo al Dr. G - Pero no sé... - ¿Tú has ido con tu mujer?
El Dr. G dibuja en su rostro una sonrisa condescendiente, apoya su mano en mi hombro y adopta el rol de padre comprensivo dando lecciones sobre la vida a su hijo adolescente.
-Ay, Jan, Jan... No seas ingenuo... Hay sitios a los que ir con tu mujer, y sitios a los que ir con las mujeres de otros...
Me molesta de pronto el comentario. Lo sé, no nací ayer, yo también he tenido aventuras con mujeres casadas, de las que, no estando orgulloso, tampoco voy a renegar ahora. Pero de ahí a regodearse en público y pedir que le riamos la gracia... Así que pongo cara beatífica, dibujo una sonrisa imbécil sobre ella, y hablo con acento de acabar de venir de la más remota aldea montañesa de los Picos de Europa.
-No sé como puede ser eso, Doctor, yo siempre voy con mi mujer a todas partes...
La sonrisa condescendiente se torna en la cara del Dr. G en rictus de desprecio, cosa que me paso por el arco del triunfo, y el viajero galeno se aleja buscando público más receptivo a sus historias.
Me quedo solo, reflexionando sobre el fin de semana que he pasado entero con Elma, trabajando los dos como animales para limpiar, poner en orden y buscar espacio para sus cosas en mi piso, que pronto, no sé cuando, lo antes posible, será NUESTRO piso, porque ya no podemos permitirnos dos casas abiertas. En sesenta horas, mientras el Dr. G recorría el orbe entero, nosotros no habremos pisado la calle más de dos veces para tirar bolsas de basura en el contenedor. No ha hecho falta más. Encerrados en setenta metros cuadrados, cansados, sudorosos y mal vestidos, nos hemos sentido mejor y más felices, seguro, que yendo y viniendo de las antípodas. Y es que soy capaz de recorrer miles de kilómetros sin moverme de la habitación con tal de que Elma esté a mi lado.
No soy un santo de madera, tengo tentaciones, que ya he dejado dicho que me gustan las mujeres más que a un tonto un lápiz. Pero no necesito caer en ellas. No me aportarían nada que no me pudiera dar Elma, más y mejor.
Sin darme cuenta de que he empezado a hacerlo, me sorprendo a mí mismo tarareando esa vieja canción de El Ultimo de la Fila, Lejos de las Leyes de los Hombres:
He visto las maravillas de la creación
Sin ni tan siquiera abrir los ojos
Y tú siempre has estado a mi lado
A miles de kilómetros o entre mis brazos...